Dos soberbios actores, avaladados firmemente por su grupo acompañante, en un argumento intrigante, perspicaz y eficiente en su labor de atrape y suspense, de desasosiego e incertidumbre, de investigación, rivalidad e intimidad que se vive con interés, pasión y determinación gracias a una sólida estructura, que se desarrolla con precisión de solvencia, para crear ese ambiente puro, tormentoso y descifrador de un asesino en serie, que comparte demasiado con los investigadores que le buscan a la contrarreloj caza.
Uno bravucón, violento, insolente y auto destructivo, de la vieja escuela/el otro tartamudo, introvertido, observador y conciso, ambos con problemas en su vida personal; las relaciones en cercanía no son lo suyo, se les da mejor con muertos y culpables aún desaparecidos; la brutalidad una forma de expresión/la serenidad fingida, calma que inquieta, se entienden y soportan por tramos, les une la voluntad de resolución del caso; con oscuros y claros, más de lo primero que de lo segundo, de esforzada alma y corazón tempestuoso captan la atención del espectador y su vigilia, sus ganas de conocimiento y
comprensión con una veraz atmósfera, que se respira y goza con sencillez de pleno acierto.
Lo que se esconde y manifiesta, en un verano de calor asfixiante y confusas ideas, que potencian un temperamento que se intenta controlar; orden y pulcritud frente a estallido caótico, presión, estrés, frustración, todo envuelto en un insano cóctel sentimental, de sensaciones punzantes y emociones tirantes, que Rodrigo Sorogoyen maneja con destreza de adecuada dosis, para lograr esa enfermedad afectiva hacia una historia con carácter, de temperatura creciente, cuyo diagnóstico es hipnosis sistemática, de eclipsada razón, y su receta sentarse, sentir, escuchar y dejarse llevar.
“...., contaría hasta diez antes de actuar”, y como en toda anestesia, quedas ensimismada y traspuesta mucho antes de llegar a tan mágica cifra por su vivacidad, energía y discurrido tullimiento; a estas alturas no voy a descubrir el demostrado talento de Antonio de la Torre, obviedad artística, una vez más latente en esta nueva aguda actuación, reforzada con maestría por un potente Roberto Álamo, como amargado de desgraciadas aventuras; un convincente trama de resultado gratificante, digno representante del mejor cine español.
Sórdida y opresiva gusta a amantes del género, a la audiencia genérica y a críticos con la filmografía de la tierra; trabaja sin descanso, en su angustia respirable/en su antítesis irrespirable, ambivalencia
“Que Dios nos perdone” y ¡que nos coja confesados!, ante un mal inminente, de ejecución inevitable y consecuencias desastrosas..., buena ¡sin más!
Lo mejor; guión, interpretación, ambientación y dirección.
Lo peor; que no hayan más, de mismo estilo y calidad.
Nota 6,9
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