lunes, 29 de febrero de 2016

Brooklyn

En los años 50, la joven Eilis Lacey decide abandonar Irlanda y viajar a los Estados Unidos, concretamente a Nueva York, donde conoce a un chico del que se enamora. Pero un día, a Eilis le llegan noticias de un grave problema familiar y tendrá que decidir entre quedarse en su nuevo país o volver a su tierra natal.


“Bienvenida a América. Puerta azul, por favor”

La tentación de ser feliz en la propia patria o salir corriendo, comparación y disyuntiva que no alcanzan alto grado de emoción o suspense, interés o agraciada devoción por ella; un entusiasmo tan oprimido y encorsetado como la propia historia, la cual transcurre sin pena ni gloria, simplemente en un continuo estado neutro de narrar correctamente, pero transmitir escaso sentimiento que avive la sugestión íntima.
Sabe dónde va, lo que quiere contar y cómo llevarlo a cabo, elige la tradición sin aporte de novedad alguna pero, sin rechazar de antemano tan costumbrista planteamiento, éste no logra chispa, pasión ni efervescente fuerza que invite a quererla y degustarla con optimizada delicia y goce, más allá de recibirla en un estado de ánimo ausente, distante e inesperadamente dormido e inapetente.
John Crowley, en su educada y adecuada dirección se olvida del garbo, de la atención, del apetito de un espectador que no siente, no vive, no sufre, no disfruta este supuesto gran romance de época; sencillamente parece el modesto e infantil cuento que se inventa y oferta para almas cándidas, de recepción simple, dispuestas no importa lo angelical, bonachón y reiterativo que sea el relato.
Porque el camino y su contenido es de sobra conocido, ninguna alterada sorpresa u originalidad latente en el ambiente, lo cual no tiene por qué llevar a su rechazo inmediato pero, si éste se cubre de desencanto, indiferencia y pobre motivación por parte de la audiencia, ¡qué decir que no sea ambigüedad y vacuidad de sensaciones, que se privan de participar y que miran desconsoladas ante un amorío soso, débil y desnutrido!
Aún estimando a una esforzada y válida Saoirse Ronan, complaciente en sus intenciones y generosa en su mesurada discreción, más todos los simpáticos y tiernos caracteres adyacentes que le siguen el paso
en su reservada sensatez, su visión completa es lánguida e insulsa, se evidencia tanta puerilidad, ingenuidad e inocencia que denosta a un espíritu, que aspiraba a vibrar y ser colmado con una buena historia de amor, y a un reposado corazón, que ve pasar de largo esa ansiada ensoñación fílmica que acelere su pulso cardíaco.
Un montón de nominaciones a diversos premios, halagos a la actriz principal, dulzor y suavidad expuestos con la brillantez del pausado caminar que no necesita magníficos momentos, la beatitud y simpleza como armas de atrape y cautividad delicada, inteligente exhibición de afecto y cariño con magistral discreción y prudencia, el sigilo como sello
de conducción para una cinta, de adorada fotografía y calidez en su propósito bla, bla, bla..., todo comprensible en su acepción teórica pero, como suele pasar muchas veces, la práctica va por otro lado, nada se percibe o experimenta más allá de un abatimiento por escuchar un candoroso manuscrito, que no penetra en el alma ni se inserta en la persona, circula con rectitud por su vía sin apenas alterar el tráfico.
Tiene su público y respeto todas las alabanzas vertidas hacia ella aunque, para la que suscribe, enamorada de los inolvidables manuscritos románticos, de los dramas que encuentran felicidad y dicha a pesar de la tragedia, de las clásicas historias que esconden valentía, coraje y aptitud de superación y aguante, que se involucra al cien por cien en sus ardientes e impulsivas escenas, que con sencillez participa y padece cada aflicción y letra..., no ha dejado de ser una decepción ya que , donde
otros ven sabiduría de narrar con humildad y belleza la contundencia de un amor sólido, yo he vivido lejanía, desinterés y desapego, y buscaba/esperaba los sentimientos contrarios; supongo que el fallo radica en esperar, con afán y en demasía, por anticipado, de ahí el malestar de la presencia de una desilusión que no se esperaba, ni por anticipado.
Ni conmueve ni disgusta, ni encandila ni desencanta, ni inflama ni se apaga, simplemente da bastante igual pues sabes lo que va a revelarte y, encima ésta no embriaga; cortés y comedida, su moderación no dice nada.

Lo mejor; el entusiasmo de abrazarla con gusto.
Lo peor; el disgusto de una elección de armas narrativas que no aportan carisma ni entrega para adorarla.
Nota 5,5


domingo, 28 de febrero de 2016

Dheepan

Un hombre huye de la guerra civil en Sri Lanka y, para conseguir que Francia le conceda el derecho de asilo, hace pasar por su familia a una mujer y a una niña que huyen también del país. Una vez en suelo francés, encuentra trabajo como conserje en un edificio situado en un barrio problemático de las afueras. A pesar de que no hablan francés, se adaptan progresivamente a su nuevo país.


“No eres mi marido, Dheepan”

Sobrecoge y seduce, conmueve e interesa, poco a poco se instala en tu receptivo corazón, te impacta y asombra, enmudece en ese no parar de devastados sentimientos llevados en silencio, sin ser revelados, apenas mencionados o manifestados, que van a más y se refuerzan a cada paso, supervivencia al límite de aquel desconocido extranjero que lleva a un hipnótico desencuentro donde se lucha con todas las armas para seguir viviendo.
Constancia de una violencia y brutalidad que nunca les abandona, tiros y disparos de las mismas armas aunque en país distinto, con mismo objetivo de cruel consecuencia, donde el alma despierta sus peores sentidos y surge ese obligado demonio de quien está vapuleado por dentro, e intenta una pacífica existencia por fuera con su digno trabajo, su confeccionada rutina y la creencia en una falsedad de inicio que ¿por qué no apoyarla, quererla y convertirla en veracidad sentida?
Un largo, duro y apesadumbrado viaje desde Sri Lanka a Inglaterra, pasando por Francia, la extrema necesidad aviva la unión avispada de quien combate por salir de la guerra y de la extenuante pobreza para llegar a donde sea, pues cualquier destino es mejor que donde se encuentra.
Imitar para encajar, asentir para cualquier pregunta, sonreír con amabilidad, pero sin pasarse no lo confundan con burla, un gracias, buenas tardes, si señor como palabras mínimas para relacionarse, infiltrarse y pasar desapercibido.
La inmigración y su agónico camino como centro de un angustioso recorrido que se mueve silenciosamente, sin apenas hacer ruido pero con una contundencia demoledora, tan penetrante e inmensa que, una vez iniciado el relato es imposible dejar de mirar o no prestar toda tu atención a su fingido contenido pues les acompañas, apoyas y sufres con ellos, en ese catatónico dolor encerrado en lo más hondo de una esencia maltratada que está cubierta

de heridas abiertas, supuradas levemente para poder soportar el tramo iniciado, la aventura emprendida que lleva a una supuesta mejor realidad a salvo de la injusticia, el terror, el abuso y la inmundicia, del hambre y el recóndito horror que ahora ni siquiera soy capaz de imaginar, pero que...,
..., Jacques Audiard recrea con esa sinopsis estremecedora de quienes van día a día donde se les mande para comer, vestirse y continuar de pie, aunque sea escondidos de los demás y de si mismos, ante una sociedad que sólo ve lo que quiere, según conveniencia, y se cree la historia que sea con tal de que el recién llegado no moleste ni altere la comodidad de unas costumbres ya estipuladas.
Impresionante interpretación de Jesuthasan Antonythasan y Kalieaswari Srinivasan como ilícita pareja que cuenta con toda la licitud moral para existir y formarse, roce y cariño de una convivencia que se entiende sin palabras, pues éstas únicamente surgen cuando la confianza de conocer a tu marido da pie y tregua a hablar tú como esposa.
Su visión es desfalleciente, su recepción serena y
seria, su digestión un mar calmado que se revuelve cuando menos te lo esperas, todo ello envuelto en una pausa repetitiva que en su maltrecha normalidad agota; su fuerza radica en su intento de sentir, en su coraje mental, en su valentía humana, en esos profundos e insondables ojos que observan con detenimiento, leen con destreza y aprenden el uso de la voz nueva, como materia aventajada para optar a mejoría soñada.
Duele con profundidad, nubla sin descanso, aniquila sin permiso y hace tuya su destrozado relato que, con humildad, paciencia y constancia crece, florece y construye a partir de una destrucción inquietante.
Desgarrador drama que se acoge a una obligación diaria de inestable desenlace, vestida de aciaga armonía, que con escasos sobresaltos es capaz de transmitir el caos, miedo, incertidumbre, nulidad y tensión de quienes sufrieron la barbarie y continúan con ella dentro.
Adaptación al nuevo mundo, y tú fielmente con ellos, para atrapar con salvaje naturalidad, con ofertada comprensión y con descolocada emoción; no alcanza
la supremacía de “Óxido y hueso” pero queda a respetada y aplaudida altura.
Cine que solicita impliques tus sentimientos en ella, experimentes, repruebes, estimes y consideres, deja huella de tiempo acorde que no se alarga en demasía, pero si lo suficiente para apreciarla y comentarla tras ser recibida.
No dejes de verla, no pases de ella, les une el instinto de resistencia y un inesperado afecto.


Lo mejor; la confección de un retrato que habla, sin levantar la voz pero con poderío.
Lo peor; un acomodado final innecesario.
Nota 6,2


sábado, 27 de febrero de 2016

Carol

Nueva York, años 50. Therese Belivet, una joven dependienta de una tienda de Manhattan que sueña con una vida mejor, conoce un día a Carol Aird, una mujer elegante y sofisticada que se encuentra atrapada en un matrimonio infeliz. Entre ellas surge una atracción inmediata, cada vez más intensa y profunda, que cambiará sus vidas para siempre.


Therese, no Teresa; mi encontrado ángel del espacio.

Rostros hermosos, perfectos, sincronizados y cautivos, miradas penetrantes, fijas y firmes que hablan por si solas, música seductora y emocional, de cálida fotografía para un ambiente intimista y personalizado que ensalza a las protagonistas, que rompe acceso a la sensibilidad compartida y protectora de quienes se hallan sólidamente unidas entre la multitud y se dicen te quiero sin palabras; únicamente con ese intervenido espacio que se crea al coincidir en la estancia, al rozar sus manos, al intercambiar esa expresión sincera, atrevida y segura que ofertan unos fascinantes ojos, como adelanto de lo que dirá los labios, cuando puedan y se atrevan.
Porque se cuidan con esmero las formas, porque se endulza con cariño el cuadro, porque sugiere y reafirma, con delicadeza y sensibilidad, la fortaleza de unos sentimientos cuando éstos surgen; inicia su andadura, esquiva las dificultades, poco desenfreno, más intuición que revelación u otra cosa, pero es innecesario adentrarse en la osadía, en mostrar más piel y contacto, la absorción de sus anhelos y penas es plena, rotunda, atractiva y tentadora, conquistan ellas, su elegancia, cohibición e historia.
Es dulce, precavida y pausada, se toma su tiempo para engatusar, referir, conformar y asegurar el terreno, como floreciente doncella que poco a poco expande su capullo, para convertirse en una bella y hechizadora flor que sabe por fin lo que quiere, y no dice que si a todo por decir y salir del atolladero.
Cate Blanchett está inmensa, soberbia, hipnotizadora, pocas veces deja de perfeccionar sus interpretaciones con esa maestría y veteranía de dominar un arte, Rooney Mara le concede una magnífica y virginal réplica de quien está entrando en el mundo de los adultos con todo lo bueno y todo lo malo, sensacional y sugestiva pareja que logran un
tenso y melódico dominio de la situación a cada momento; suya es la historia, por ellas quedas embelesada, para ellas todo tu reconocimiento y aplauso.
Todd Haynes lleva con abismal sensualidad comedida la obra de Patricia Highsmith a la gran pantalla; se cuidan los detalles, se desvelan, mimosamente los pormenores ante la pulcritud del resultado, afán de máximo esfuerzo que tiene la recompensa en ese absorbido, fascinado y agradecido espectador que palpa cada escena con detenimiento, que saborea cada letra pronunciada con lentitud, que aspira cada emoción observada, pero aún no respirada, pues se disfruta del melódico compás de risas, pequeños contactos e intimidad revelada, para ese magnífico momento donde el enamoramiento y su posterior amor ya no pueden esperar y se abren paso.
Imposible no gozarla, no sentirse embaucada y abrumada; conmueve y apasiona, palpita con esa inesperada ansiedad de un agitado corazón que sabe lo que quiere, pero no sabe cómo obtenerlo pues aún no ha descifrado cómo hacerlo; suyo es ese loco pinball que dominaba su vida y que inesperadamente a chocado con la bola acertada; ya no desea seguir
rebotando, es ésta, es la que quiere, es la que le hace feliz, la audiencia sólo tiene que sentarse y dejarse maravillar, sobrecoger y enamorar por el embrujo de ser testigo del nacimiento y consolidación de una profunda y sólida querencia, no importa qué o quién.
Cláusula de moralidad, de permiso concedido sin ser solicitado, para dos mujeres que se encuentran y nunca más se podrán separar, “palabras de un lenguaje nuevo..., para el amante perseguido que tiene que esconder su voz”, hasta que ésta coja fuerza y resuene con contundencia, mientras tanto “si tú me miras, me hablarás”; simplemente mira y deja que esta radiante y espléndida pareja te hable, no hagas más, sólo ver y escuchar.
Finura, distinción, miramiento, exquisitez, mimo y afecto para una espectacular cinta basada en un placentero manuscrito que deleita tus sentidos.

Lo mejor; sus actrices protagonistas, fotografía, música y fantástica realización de una sensacional obra escrita.
Lo peor; no llegar a verla, vivirla o sentirla.
Nota 6,8


viernes, 26 de febrero de 2016

El club

Cuatro hombres conviven en una retirada casa de un pueblo costero, bajo la mirada de una cuidadora. Los cuatro hombres son curas y están ahí para purgar sus pecados. La rutina y tranquilidad del lugar se rompe cuando llega un atormentado quinto sacerdote y los huéspedes reviven el pasado que creían haber dejado atrás.


Una vigilante para cínicos presos sin condena.

Prohibidas las duchas frías, pasar excesivo tiempo sólo en el baño, telefonía móvil...,
De imagen tenebrosa y rostro esperpéntico, la casa del retiro, del miedo y terror, con sus opacos miembros como demonios de las peores fábulas, es el refugio escondite de castigo y guarda de aquellos que se desviaron del camino y necesitan enderezarse; un martirio de arrepentimiento, centro de oración y penitencia para purgar los pecados, lavar el alma y controlar a pervertidos que necesitan de custodia para no volver a las andadas.
“Yo no soy como ellos, no soy un invertido”, únicamente un degenerado, de bata negra y cuello blanco, que busca perdón y piedad, perdón y clemencia; tortura de presencias gélidas, secas y austeras que perturban la mente, enrarecen el clima y espantan al oído a partir de una sinceridad siniestra, de excomulgados por pedofilia, que no pudieron reprimir la tentación y sucumbieron a su enfermo apetito.
Satanás bendecido y jubilado, que pretende curar la enfermedad de la mente al reventar el cuerpo, al someterlo a esa disciplina y orden que obligue a no pensar y obviar los deseos y caprichos de quien está podrido por dentro, y lo justifica con esa actitud y manifestación externa de reflexión desequilibrada.
Carreras de galgos como esparcimiento para centrar la cabeza y controlar el vicio del cuerpo, más verdura/menos pollo para rezar y suplicar por tener tiempo y espacio para seguir relajados, en ese spa pagado por la congregación, para recluir y agrupar la suciedad y que no moleste su indigno olor y malos actos ante la púdica y limpia cara de una iglesia del Señor, que acoge a todos en su seno y los ama con
pasión, especialmente niños inocentes y virtuosos a los que desvirgar y utilizar para placer y beneficio propio.
Porque quema, repugna, asfixia, enloquece, produce arcadas toda la sucesión relatada, con ese terrorífico porte, de inquietante corte, que asusta e incomoda a toda espíritu sensible; angustioso testimonio, de letra soberbia y habla pavorosa, que estrangula al aspirar su composición por expresar, con crueldad honesta, una horrorizada verdad digna y necesaria de ser dicha y expresada, aunque duela, arda y sea una espeluznante maldad difícil de digerir y escuchar.
Pablo Larraín acierta de pleno en este sádico, valiente y honesto retrato, de esa oscuridad que impregna y mancha la luminosidad de un sacerdocio católico que no acaba de reconocer sus varios episodios y sigue ocultando sus vergüenzas entre manchadas paredes; es franca, apasionada, directa, agónica y eficaz, acapara tus sentidos con pavor y seducción por observar y oír la siguiente barbaridad, de aquel miembro del clero que justifica y halla explicación a sus atrocidades.
Te atrapa, te indigesta, te enmudece y devora, es
letal en su pausa, imponente en sus armas, lúgubre en su escritura, ardiente en su contenido, triste en su veracidad, conjunto portentoso que con paciencia, beatitud y enfoques tortuosos, de mancillados rostros, abre las puertas a ese purgatorio de víctimas inconfesas, donde los pertrechados demonios están muy cómodos en su habilitado infierno, pues tiene de todo para ocupar su larga estancia sin tener que preocuparse de rendir cuentas.
El club, donde son todos los que están, pero no están todos los que son; todas las noches se canta, en vigilia armoniosa “...,cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, traenos la paz”; realmente es una farsa teatral, no lo hace pues creen no merecer pena, solicitan tranquilidad y descanso, olvido y dejadez del mundo para esas vacaciones pagadas, de protagonista protegido por su jefe, que promete silencio, tregua, abstención de mal comportamiento e intento de buenos pensamientos..., éstas dos últimas son proyecto, nadie asegura su realidad y éxito.
Ineludible su realización, imperioso su visionado,
posee una fotografía, montaje y guión que impacta en todo corazón humano y persona, excepto en aquellos que se dicen personas pero no son humanos, pues carecen de la referida esencia o se halla tan trastornada, que en nombre del Señor realizan actos del diablo.
Y amarás al prójimo sobre todas las cosas..., ¿sobre todas las cosas?

Lo mejor; su dura y abierta exposición, natural en su devastación, llana en su indecencia.
Lo peor; su consumo no es fácil ni gratuito, deja huella irrecuperable.
Nota 6,6



jueves, 25 de febrero de 2016

Boulevard

Este drama sobre el matrimonio y las mentiras narra la historia de Nolan Mack, un afectuoso marido que se ve obligado a enfrentarse a sus secretos después de conocer a un joven llamado Leo.

“A veces es bonito estar en otro sitio”, cueste lo que cueste.

¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?, pues nuestro maduro protagonista, un sereno, pausado e intenso Robin Williams, busca sentimiento, cariño, compañía mientras que su joven recurso de citas esporádicas, cada vez más frecuentes, penetrantes y problemáticas oferta su cuerpo, por un precio módico según la demanda del momento.
Un buen hombre, marido responsable, trabajador incansable, fiel amigo a quien no gusta lastimar a la gente, que prefiere optar por herirse a si mismo escondiendo su verdadero ser y sus sexuales tendencias, elección más sencilla y llevadera que afrontar el desprecio de aquellos que le rodean y supuestamente aman, aunque sólo sea a esa versión educada, permisiva y transigente que ha fabricado para ellos.
Historia sosegada y lenta, de nula acción y escaso sobresalto, un observar tranquilo y reposado de cómo se produce el despertar de un alma dormida y adquiere voz atrevida después de tan largo silencio, letargo costumbrista que pierde su norte por cambiar de dirección una noche y adentrarse en Boulevard, la calle que marcará su nuevo rumbo de incierto destino.
Respira solemnidad, esa inquieta calma que con disimulo va haciendo camino y ganando terreno; la historia es clásica, salida del armario de quien siempre estuvo escondido, pero cuenta con la curiosidad y gusto de ver la última actuación de un

desaparecido cómico, que precisamente aquí realiza un profundo y meritorio papel dramático; por lo demás, no hay sorpresas ni grandes estímulos, aunque si mucha tristeza y necesidad de andadura que, como una losa robusta, pesa en su visión perenne de tragedia cocida a gradual fuego que sin remedio bullirá tarde o temprano; un corazón desamparado, en busca de consuelo y vigor que alienten su pulso cardíaco y eleven, esa temperatura mustia y congelada con la que vive y siente sus planos días.
Pobreza de imágenes, soledad perceptiva, tensión moderada para un abatimiento que encuentra coraje de ánimo y fuerza de decisión irreversible; no encanta ni apasiona, es modosa y apagada, pero la solidez de la interpretación del susodicho actor y la posibilidad de verle de nuevo valen la pena; duración

corta para una cinta que expone con sencillez y reposo, con limitación de emociones absorbidas, ese arduo paso a estar orgulloso de quien se es, lo que se quiere y a quien se ama, aunque realmente fuera sexo por mucho que lo quiera llamar con esa dulce palabra de quien, confundido y desesperado, ve amor en la mirada tierna de un muchacho que le tiene lástima.
Delicada sin sensibilidad ni emoción respirable, narra sin vida, sin excesivo delirio, arranque o contundencia.


Lo mejor; ver a Robin Williams, por última vez, en un válido papel dramático.
Lo peor; una historia humilde, cuyo flemático montaje y tarda velocidad la convierten en áspera y distante.
Nota 5,4


miércoles, 24 de febrero de 2016

Blind

Narra la historia de una mujer llamada Ingrid, que tras quedarse ciega decide volver a su hogar en busca de tranquilidad.


Ciega, más de miras que de vista.

Voy a quedarme ciega, ¿cómo afrontar dicha noticia?, ¿cómo encarar lo que te espera?..., el miedo te posee, la incertidumbre te controla, te aislas, evitas el contacto, tus oídos se agudizan, el ruido envolvente cobra todo protagonismo y..., Eskil Vogt, en su original propuesta, opta por confundir al espectador cruzando realidad y fantasía, soledad e imaginación que escribe la titular discapacitada como parte de su desahogo y alivio del tiempo muerto, para rellenar un arduo y duro presente con la ensoñada inventiva de lo que fue y pudo llega a ser pero se cortó bruscamente.
Personajes que envuelven a una aislada, vencida e inapetente protagonista refugiada entre sus blancas paredes, un castillo protector como vivienda que la cuida de salir y confrontar el peligro de relacionarse, compartir y volver a ser herida; son sus compañeros mentales quienes hacen esa función por ella, ese riesgo de sentir, vivir, valorar, emocionarse y perder.
Atrevida y desigual producción noruega que toca los valores existenciales, el sexo y la perturbación con puntilloso desorden y explicativo mareo, esa psicosis al acecho de quien, recluida en si misma, se deja llevar por un paralelismo que apunta potentes maneras visuales, de quien viendo está ciego por su incapacidad para comunicarse y disfrutar en su necesario contacto con los demás.
Gusta su enfoque, atrae su montaje, se aprecia su estilista presentación, interesa su lento y esquivo hablar en persona, sugestiona esa potente voz en off que, como narrador capitán al frente del discrepante
navío, encomienda y fuerza el despertar y atención del oído, al tiempo que la audiencia goza, de más, con su ventajosa vista como sentido exquisito que también se alimenta con cuidado y placer; pero no deja de transmitir un deje distante y desconcertante, despistado y perdido por estimar las formas y admirar el cuadro pero perderse parte, e incluso puede que todo el mensaje, esa minimalista historia de confección turbadora que deambula con estratégicos saltos no siempre fáciles de captar o entender, donde te arropa esa misma nube de caos y desabarajuste que lidera a la afligida ciega, dando tantas volteretas erróneas e ininteligibles como la cabeza y corazón de la referida minusválida.
Un interesante drama psicológico construido a partir de esa desventaja física que proporciona silencio angustioso, rellenado con esa dependencia límite de recrear, en escritura, lo que en palabra viva nunca dirá, compartirá ni experimentará.
Sepas apreciarla o no, entenderla o quedarte varada en el vacío, sin duda es obvio tu respeto por un innovador guión que toma caminos alternos para referirse al encierro, la nostalgia, la pesadumbre y el desespero; naturalidad para una ceguera que bulle por dentro hasta enloquecer a quien no participa y ha abandonado su existencia en compañía de otros seres semejantes, nulidad de cualquier tipo de contacto que deriva en una paralela recreación
distorsionada y desconcertante que motiva por querer encajar las piezas pero, también desasosiega por la posible ineficacia del intento y su derivada desconexión del texto.
Es narración alterna con los reparos y exquisiteces, peros y dones que de ello se desprenden, válida de visionar aunque no logres seguirla ni hacerla tuya completamente.
Sin opción de control o decisión pierde la vista, por voluntad de destierro y ausencia de contacto o convivencia con otros prójimos pierde su juicio y reflexión de la realidad que la rodea; lenta e inconscientemente se suicida, siendo la audiencia ofuscado ojeador de todo el caótico proceso.
Cautivadora en su desorientación, estimulante en su extravío, despiste como sello de identidad que la marca y confunde; atractivamente extraña.

Lo mejor; su novedoso planteamiento y naturalidad interpretativa.
Lo peor; perderte por su camino dado el desbarajuste de un guión que alterna realidad y fantasía.
Nota 5,7


lunes, 22 de febrero de 2016

Navidades ¿bien o en familia?

Cuando cuatro generaciones del clan de los Cooper se juntan en Nochebuena, una serie de inesperados visitantes y sucesos extraños darán un vuelco a la noche y les hará redescubrir sus lazos familiares y el espíritu de la Navidad.


Los Coopers, demasiados miembros para material tan limitado.

Navidad, dulce navidad con los Coopers, pero “¿quién es esta gente?”..., miembros de una familia tradicional que vende felicidad fingida para una perfecta y armoniosa navidad pero donde cada cual, a su manera, está roto, desolado y decepcionado de la vida que lleva.
Clásica performance para un contenido soso, nada original ni novedoso que se complementa, en su escasez de entusiasmo, con ese desinterés y poco apetito por sus individuales miembros pues, la motivación nunca parte del vidente, nunca se entrega, nunca se exterioriza con ganas por mucha voluntad y bonachona mirada que se les conceda; el material servido flaquea en su interior, en su desarrollo, en su conjunción y en una arcaica presencia que no se adorna ni mejora por muchas tonterías escénicas y juego vocal que se les atribuya a cada uno de sus personajes.
¿Dónde quedó “A casa por vacaciones” y su acción de gracias? ¿su irreverente muestra de lo que es una accidentada unión de catastróficas consecuencias?, ¿acaso no es el mismo juego y planteamiento?, reunión familiar y explosión de todas las ocultas mentiras que por fin salen a la luz, aquí demasiado edulcoradas, ñoñas y suaves como para significar un gran aliciente en su observación y reflexión sugestiva.
La veterana Diane Keaton como matriarca del clan no reúne grandes cualidades ni posee el oportuno carisma, ni su unión con John Goodman les otorga la

mejora de una gran química interpretativa, simplemente recitan su texto de capos de familia avenida en crisis sin gran patrocinio de su navideño lema; la bella Olivia Wilde repetida en un liberal papel demasiado costumbrista en su formación, desarrollo y considerada dirección, Alan Arkin deja las boberías de colega por deprimido divorciado que no pierde la esperanza y..., más o menos todos se mueven por el mismo filo desencajado, que halla cobijo en ese gran día de acompañamiento beatificado, siendo el espectador el desahuciado ante la pobreza del menú ofertado.
Desperdicio de calidad de los válidos miembros de un grupo ameno, que no halla buena estrella ni enfila con dignidad la recta debido a un argumento endeble y alelado, que estima es suficiente contar con el nombre reconocido de los actores, ¡nada más!, así que dejemos de lado el fondo de un guión que nunca halla su gracia ni desgracia, únicamente pinceladas absurdas de conversaciones simplonas e inocentes que nunca caldean el ambiente más allá de la decepción de un espectador que ni ríe ni llora ni colabora, sólo observa el desfile de actores y escenas con ese interrogado debate de preguntar ¿cómo fue
capaz, Jessie Nelson, de desdeñar tal oportunidad y relegar todo el trabajo a tal desaborida necedad, que puede valer tibiamente sí..., no, no puede pues tu análisis espontáneo te insistirá, una y otra vez, en la podredumbre de lo escrito y la insignificancia de lo rodado.
Vacaciones ¿bien o en familia?, ¿no existe una tercera opción? porque ninguna de ambas es digna de aprobar, merecer o estimar; amén de que, voz en off perruna para narrar la melancolía de andadura de su familia humana..., mejor no moverse y quedarse perro.


Lo mejor; su intento de transmitir, el espíritu navideño de unidad familiar.
Lo peor; la conseguida ruina de tal propósito fallido, por un texto vulgar y anodino.
Nota 4,3


domingo, 21 de febrero de 2016

La verdad duele

El Dr. Bennet Omalu es un neuropatólogo forense que descubrió el síndrome postconmoción cerebral, que tanto daño causó a numerosos jugadores de fútbol americano, provocando incluso el suicidio de muchas estrellas de la liga NFL afectadas por el síndrome, como Dave Duerson y Junior Seau.


El regalo del conocimiento, una peligrosa entrega.

Fútbol americano, cualquiera que guste del deporte sabe de la importancia y poder de tal conglomerado, nuestro balompié, elevado a potencia en cuanto a inversión financiera, estatus y control sobre el ciudadano, el rey de los pasatiempos y un intocable entretenimiento que abarca mucho más allá del propio juego.
Y llega un extranjero, que ni siquiera ha visto un partido de fútbol en su vida y ¡la que lía!, o ¡no es para tanto!, ¿no?
Sensación de poco impacto, de mínima revolución queda en el aire de este relato basado en una historia real, como si David únicamente lograra hacer pupita a Goliat, pero éste se mantuviera igual de firme, estable y poderoso que siempre, perenne y seguro en su trono, del que nadie logra bajarle.
Meritorio el dr. Bennet Omalu, un buen hombre, excelente patólogo forense que trata con respeto a sus pacientes aunque estén muertos, que habla con ellos y por ellos, que le importa cómo murieron más que cómo vivieron y que se siente ofendido por ser maltratado y humillado al hacer con honor, pulcritud e integridad su trabajo; una profesión que argumenta desde la ciencia, desde hechos indiscutibles y que nada sabe de apoyos, influencias, favoritismos o grandes y letales corporaciones o, al menos, debería estar limpia y al margen de todo ello.
Will Smith y una cámara intimista, que busca al hombre, a su convincente rostro y rotundo gesto como oficiales portadores de este modesto ciudadano, que simplemente descubrió una enfermedad que molestaba mucho en todo su entorno.
Una primera parte comedida, de pasos humildes y saltos temporales hacia esa consecución del hallazgo, después de hacerte una breve idea de la personalidad
de este imprevisto e intrépido héroe, donde se investiga y teme por lo que se va a encontrar o todo lo contrario y, una segunda exposición de las devastadoras consecuencias personales sufridas por tal lícita osadía y el resultado que de ellas se infringieron; todo caldeado, correcto, de narración legítima que no levanta pasiones ni acelera corazones, únicamente informa de hechos, de ese, en apariencia, superfluo combate contra un coloso cuya llama encendida no provoca gran incendio, sólo humareda para ser registrada, pero que apenas cambia la situación o el comportamiento de aquellos implicados a quienes afecta.
Un juego violento e irracional, pero también tan bello y seductor como el legado shakesperiano, alivio de las penas y sinsabores de muchos ciudadanos que vuelcan la alegría y felicidad que no proporciona su existencia, o sí pero la complementa con fervor y entusiasmo, en ese partido de domingo de jugadores contra rivales y todos a por la misma pelota, codiciado balón que altera al más tranquilo,
enorgullece al más reposado y tímido, transformación proverbial sufrida en unos instantes por todos aquellos fans, de tan pródigo deporte, que aquí no padece en demasía, pues la sensación de que tal logro pasó a la lista de reveses a padecer por golpear cabezas, aún usando casco, pero que nadie, por lo visto, tomó la precaución de dejar de hacerlo o instruir a sus hijos para dedicarse a otra modalidad deportiva es punto que resta colisión a toda su huella.
El por siempre príncipe de Bel Air luce aptitudes dramáticas con esmero y habilidad, más allá de correr, pegar tiros o hacer gracia, Peter Landesman expone una realidad ocurrida con tonos entretenidos y corteses que no supera la línea de la cordialidad y beatitud, mirada tranquila y reposada para informar y aprender pero no eclosionar ni romper: es conforme, adecuada y pulcra, sin ser débil tampoco coge gran fuerza, su ánimo se mantiene en esa neutralidad que permite observar, saber, disfrutar y no verse aturdido ni impresionado por lo narrado, simplemente se cubre una ignorancia cuya verdad,
puesta sobre el tapete, tampoco duele tanto como se esperaba.
“Hay que terminar el juego; si terminamos el juego, seremos ganadores”; bien, ha finalizado, la investigación es concluyente, se ha abierto debate y llegado al senado, los periódicos y telediarios abren sus portadas con ello pero, los cimientos del juego ni se tambalean ni perturban, ni la audiencia está impresionada y seducida por el desarrollo y resultado, simplemente está contenta, serena y afable de conocer un nuevo y veraz relato.
Un buen y loable americano, hijo adoptivo, que no entendía ni gustaba de ver fútbol americano.

Lo mejor; saber del dr. Bennet Omalu y de su hazaña, en la acorde y satisfactoria interpretación de su lustroso porteador.
Lo peor; su potencia queda reducida a informar, sin pasión ni brío.
Nota 5,8


sábado, 20 de febrero de 2016

Creed, la leyenda de Rocky

Adonis Johnson no llegó a conocer a su padre, el campeón del mundo de los pesos pesados Apollo Creed, que falleció antes de que él naciera. Sin embargo, nadie puede negar que lleva el boxeo en la sangre, por lo que pone rumbo a Filadelfia, el lugar en el que se celebró el legendario combate entre su padre y Rocky Balboa. Una vez allí, Adonis busca a Rocky y le pide que sea su entrenador. A pesar de que este insiste en que ya ha dejado ese mundo para siempre, Rocky ve en Adonis la fuerza y determinación que tenía su enconado rival, y que terminó por convertirse en su mejor amigo. Finalmente, acepta entrenarle a pesar de estar librando su propio combate contra un rival más letal que cualquiera a los que se enfrentó en el cuadrilátero.


Un hijo adoptivo de acicate poco creativo.

Estoy decepcionada, fría, abatida y ¡no sabes la ilusión con la que acudí a visionar la presente cinta!, la esperanza de ver renacer el espíritu de Rocky Balboa en toda su magnitud y potencia, o al menos en válida semejanza que hiciera volver a los dorados años 80, a la devoción por tan magnífico hallazgo.
Y ¿qué tenemos aquí?, ¿ofertado a todo bombo y platillo?, una bomba maquillada que no explota, ni arde ni inflama pues apenas coge fuerza, calor o auge, carisma o envergadura sólida.
Rocky conquistó el mundo, su leyenda sigue aún con vigor y estima en las almas de aquellos que tuvimos el placer de descubrirle, por primera vez, en su portentoso estreno, no ha bajado ningún escalafón su recuerdo, su subida por las escaleras del museo de arte contemporáneo de Filadelfia, para alzar los brazos en lo alto, con la música de Bill Conti “Gonna fly now” de fondo, es uno de los indiscutibles mejores momentos escénicos del cine de todos los tiempos, dan ganas de correr, aventurarse y atrapar su ánimo y coraje para que te abrace y no te suelte durante todo lo que se pueda, te hace creer en lo imposible, en poder volar y llegar a lo más alto...
..., a cambio, hoy se oferta una común historia, medianamente estimulante y apetitosa, que no eleva ni acelera corazones; su visión es templada, común, ordinaria excepto por esa querida presencia de esa mito que enturbia a un joven aspirante que no seduce ni deslumbra todo lo que debería, únicamente transita por los esperados espacios y pasos para conformar una minúscula pieza al lado de ese soberbio relato que represente su llamado,
cordialmente, tío, no familiar pero si amado, pues “estás atrapado en su sombra”, y no logras desprenderte de ella.
“Así que si yo peleo, tú peleas”; él peleó, la cuestión es, Creed ¿tú por quién peleas?, ¿por quién luchas?, ¿cuál es tu martirio?, “¿cuál fue su nombre?”, nunca olvidado tan espectacular combate campeón-aspirante, ¿acaso se rememora en la memoria tan lustroso acontecimiento?, o ¿se nombra y desfilan sus combativas imágenes sin más motivación que colocar su apellido más allá del cartel publicitario?
Se asemejan instantes, recorrido y propósito, Silvester Stallone está indiscutible en su maduro, conformado y sereno envejecer, los golpes, puños y peleas dignas de la categoría que representa, Michael B. Jordan se entrega a tope, el guión luce como cualquier otro dentro de su categoría, la historia es
lícita, todos los ingredientes son correctos y han sido patrocinados con esmero y amplitud de ámbito, entonces ¿por qué me siento defraudada?, ¿porque esperaba al Rocky anhelado y no una película más sobre boxeo?, buena, sin duda, pero que no traslada ni difunde ¡la esencia del nombre que lleva en portada!
Ahora ya está, misterio resuelto pero, su descubrimiento me deja desencantada, carente, abstraída, lejos del deseado encuentro soñado, la convergencia deja la ingrata sensación de no estar a la altura ni ser lo ansiado.
Todos parecen contentos, satisfechos con lo presentado; para la titular escribiente, se presentan y separan dos antagónicas cuestiones: como cinta de boxeo..., oportuna y meritoria, al añadir la gloria del célebre Rocky como base de partida..., insatisfactoria.
“¿Probar qué?” “Que no soy un error”, aunque tampoco el gran acierto anhelado.
Creed, una película de boxeo... sí; Creed, la leyenda de Rocky..., ¡qué más quisieran!

Lo mejor; Silvestre Stallone y su entrañable e inolvidable Rocky Balboa
Lo peor; el interior sustancioso de la misma no está a la altura de tan magnífico nombre.
Nota 5,9


viernes, 19 de febrero de 2016

La gran apuesta

Cuando cuatro tipos fuera del sistema descubren que los grandes bancos, los medios de comunicación y el gobierno se niegan a reconocer el colapso de la economía, tienen una idea: "La Gran Apuesta"… pero sus inversiones de riesgo les conducen al lado oscuro de la banca moderna, donde deben poner en duda todo y a todos.


“La verdad es como la poesía, y a nadie le gusta la poesía”, prefieren la felicidad de la mentira.

No me he enterado ¡de nada!, o ¡casi nada!, para ser sincera; después de tanto baile de personajes y parloteo incesante, únicamente se lo que ya sabía, que hubo una burbuja inmobilaria y de ahí una crisis financiera, donde el capitalismo se tambaleó y los ciudadanos de a pie sufrieron las consecuencias.
Porque aquí, quién es el bueno o el malo, quién invierte en qué y para qué, quién gana o pierde es algo que se te escapa, que intuyes por encima, muy ligeramente, más por lo ya sabido de antemano que por la información aportada por un argumento que no niego estará confeccionado para que, ignorantes como la presente que escribe, con su fabricado vocabulario y buscadas artimañas, entiendan fácilmente lo sucedido a tan gran escala pero, honestamente salgo con la misma percepción, aclaración y entendimiento que ya poseía; es decir, lo justo para saber que listos ambiciosos, lejanos al ciudadano, utilizaron su dinero y condición inconsciente para enriquecerse y enviar al cliente al paredón de una mísera vida llena de deudas.
Actores de renombre, situaciones alocadas y tensas, velocidad escénica, descubrimiento vespertino de oportunidad lucrativa, ambición desmesurada, procedimientos incorrectos, ilegalidad al servicio personal, ser el avispado que da el primer paso, adelantarse a la hecatombe para beneficio de la colectiva catástrofe, actos desmedidos etc, etc, etc, pero no estás más lustrada de lo ocurrido de lo que ya estabas y, respecto la valuada cinta, que tantos halagos y aplausos ha recibido, y respecto su función de plasmar tan agónicos hechos cercanos a todos nosotros, de los que claramente salimos afectados, es un visionar gratuito y bastante estéril donde sigues sus pasos, atiendes a sus palabras, digieres sus hechos, acompañas fidedignamente a sus
participantes, te trasladas de visionario calculador a charlatán presumido, de confundido veterano a incrédulo novato, de creyente a oportunista y..., ¡que me aspen si le captas la jugada!, si aprendes algo nuevo del fraude ofertado y de la ruina ocurrida.
Quién no parezca un defraudador egoísta en busca del beneficio propio que levante la mano, quién no luzca caradura loco por sacar tajada de la estafa hallada que diga presente, quién de la audiencia no se sienta aludido por prestar, con confianza, su dinero a no se sabe qué tipo de agudos ladrones, a los cuales en su día tampoco interrogó por no parecer pardillo, que respire pues sigue siendo ese confiado inocente que se cree a salvo y que volverá a caer cuando la historia se repita, que se repetirá.
Quién no opine que la película es acelerada, densa, con excesiva información apenas digerida, con alternancias poco sugestivas que se pierden en su frenético ritmo, con dejadez sugestiva por parte de un público estimulado que quiere saber, entender, estar al tanto pero queda rezagado y siempre a la cola del pelotón de cabeza que domina la carrera, a ese entendido ¡enhorabuena!, yo siento haber perdido esta gran apuesta, que ni siquiera fue idea mía, pero me la vendieron como un colofón de peliculón, imprescindible y enriquecedora de consumir y ver.
Escrita, dirigida e interpretada con maestría,
realizada para sabios entendedores de tanto tecnicismo, mientras el resto permanece en la sombra de lo incomprensible; sin desdeñarla ni hacerle ningún feo, carece de todo interés o incentivo, para profesores de economía y aficionados del mundo bursátil genial, para el espectador medio un caos de atropellada verborrea y narración desconcertante que no aclara, es más, confunde.
La gran apuesta, gana la casa; malograda para una concurrencia que observa en babia mientras no se entera de ¡nada!, o ¡casi nada!, para ser sincera.
Christian Bale, Steve Carell, Ryan Gosling y Brad Pitt, un gusto verles, lástima de la ineficacia de todo ello.

Lo mejor; las perspectivas de su contenido y calidad de los actores intervinientes.
Lo peor; su turbación reflexiva, por una exposición de precipitado desorden receptivo.
Nota 5,7


jueves, 18 de febrero de 2016

La fórmula de la felicidad

El farmacéutico de un pequeño y aburrido pueblo encuentra la vía de escape a su ruinoso matrimonio a través de una amante. Ésta, aficionada a las drogas con receta, introducirá poco a poco al farmacéutico en ese adictivo mundo. Cuando deciden formalizar su relación, en lugar de divorciarse, optan por planear el asesinato del marido de ella.


Dos tetas como reemplazo y apertura al olvidado orgullo de uno.

El despertar de la invisibilidad, el hallar un hueco, el hacerse respetar, todo gracias a esa alzada de actitud y cabeza que otorgan la anestesia de la maravillosa y hallada química, más ese viaje a paraíso perdido donde todo vale nada, excepto la opinión y felicidad de uno.
Porque abren los ojos y dan coraje, ánimo y valentía de coger lo suyo y hacer realidad los sueños, puede que no todos, e incluso ninguno, pero la atrofiada y desganada vida se soporta y lleva con más apetencia y optimismo desde ese conformismo somnoliento y entumecido, sordo y pasota de quien vive para su querencia y que los demás se adapten a ella.
Porque se acabó ir a remolque, la humillación y vergüenza, la burla y pisoteo se desvanecen ante esa actitud chulesca de mancebo hecho adulto, cuya mayoría resuena en todos frentes y que Sam Rockwell sabe retratar con ese porte desgarbado y excedido, gamberro y bromista de perdedor que, a pesar de seguir perdiendo, encuentra acomodada ganancia que le vale para mejorar su existencia y la atención y admiración de quienes le rodean; no son los ideales pero ¡qué se va a hacer!, puede ser apto si se observa con la mirada atontada, dulce y distorsionada que ofrecen las fantásticas pastillas y el mundo que éstas ofrecen, hasta que el espabilado genio de la lámpara no necesite de más deseos edulcorados para afrontar su maltrecha realidad con positivismo de cambio.
Geoff Moore y David Posamentier escriben y dirigen un clásico envuelto en aires de disparate cómico, disfraz ingenuo para una nueva versión de paleto vuelto sabio y diestro gracias a esa deslumbrante amante y los planes de socorro que van tomando forma, belleza y sexo para encandilar al memo mandril y que realice la sucia maniobra de
deshacerse de la molesta basura; camino obvio de resultado esperado pero, con todo, resulta amena, entretenida y solvente como pasatiempo modesto de hora y media.
Propuesta independiente que no osa alcanzar grandes cuotas, vende modernidad y erotismo, con la bella Olivia Wilde de seductora telearaña, base de un thriller, en el fondo, muy tradicional y casero de drama ausente y diversión ligera.
Vive de extremos personajes cuya absorción es tibia y mediocre, no involucra, ni atrapa o estimula, aporta una visión relajada y cómoda de presenciar el teatro sin excesivo esfuerzo y estando, con facilidad, al tanto de los pasos; agilidad de duración apropiada, sin complicado contenido, que se respira con trivialidad y descanso, devaneo oportuno para momentos de distensión donde no importa la delgadez y estrechez del argumento, la simpleza del contenido y la menudencia interpretativa, quieres pasar el rato y aliviar la mente, que el día ha sido duro y largo; y con esa función establece su horma con precisión y eficacia de consumirla sin indigestión y olvidarla tras su paso, para que no ocupe espacio
en una mente saturada que brevemente dejó paso al esparcimiento plácido y moderado.
Mejor viviendo a través de la química, panfleto de estilo que no aporta tanto entusiasmo como se espera, la fórmula de la felicidad como título de gazapos traductores cuya seguida nadie entiende, bobería fresca de derroche controlado para descanso de las tensiones; no las logra desaparecer, pero alivia temporalmente el espacio y tiempo dedicado a su percepción y gasto, ¡como la química y sus derivados, vamos!
“La clave para avanzar es empezar” a disfrutar la sensación de ir ganando; “ no se puede ayudar a todo el mundo, pero todo el mundo puede ayudar a alguien, y a veces, ese alguien eres tú”; empieza, avanza y medio gana.

Lo mejor; brevedad realizada con gusto de entretener y sonreír.
Lo peor; su transgresora imaginación recae en un costumbrismo de cartero, que llama más de dos veces, muchas veces visto.
Nota 5,3


martes, 16 de febrero de 2016

Nunca entre amigos

El mujeriego Jake y Lainey, una mujer "infiel en serie", ambos de Nueva York, establecen una relación platónica, una amistad que les ayude a reformarse de sus malos hábitos. El problema es que comenzarán a sentirse atraídos el uno por el otro.


“Gracias..., por enseñarme cómo amar a alguien”


A las comedias románticas les da, últimamente, por empezar de forma dispar su, de sobra, conocido recorrido, con ese contrato anti-amor, ya tradicional, que les lleva directo a estamparse en él para pasar de liberal, fresca y espontánea a común, clásica y hogareña.
Que si sólo somos amigos, que si pareja abierta, que si no creo en la fidelidad, que si naturalidad y atrevimiento de diálogos compartidos, que si osadía de presentar personajes sueltos y valientes que declaran sinceramente lo que no quieren, que si..., ¡todo mentira!, pueden dar todas las vueltas que se les antoje a un guión, que va de original y lozano, pero donde todas las bolas acaban en el mismo saco, bombo de premio seguro en el que sólo tienes que dejar pasar los minutos y esperar a esa segura resolución venidera.
La cuestión es si el entremedio, de hasta tan magnífica y deseosa llegada, cubre para diversión, cordialidad, gracia y soltura de atención relajada; y es verdad que dicha pareja posee cierta agudeza, humor y chispa, por el descaro y desparpajo de hablar de ciertos temas y encarar algunas propuestas con talento agudo pero, también comparte su presencia con otras endebles, baratas y poco sustanciosas que únicamente ocupan espacio, como complemento desaliñado de sus hermanas de mayor acicate.
Es de entretiempo, pasajera y olvidable, también ágil, llevadera y disfrutable, fácil y digestiva su visión, un lindo desastre que no llega a ser ni tan

desastroso ni tan lindo; “te amo sin pedirte nada” pero “¿estamos enamorados el uno del otro?” uummm “si”, “ ¿y qué vamos a hacer?”, “nada”.
La fotografía urbana es amable, la rítmica música ayuda, cortés en su destino, confundida en su prólogo, desvergonzado lenguaje, alocado y directo que pretende explosionar y entusiasmar pero, vamos a mismo camino, por mucho que lo intente presentar Leslye Headland, con su dirección y escrito, como diferente y ameno en su bestialidad, alternativas rutas que son descocadas y desenvueltas, de sonrisa grata y presente pero, seamos sinceros y aparquemos la distracción, que llegue ese declarativo acto final, de romance completo, donde nos dejamos de tonterías y estamos juntos los dos “porque prefiero fracasar contigo, que ganar con cualquier otra persona”, porque “te quiero” y ya está dicho, conservadurismo atrás, anulada tanta modernidad.
Angustia emocional, rechazo afectivo, miedo al compromiso, rechazo al riesgo de perder al amigo con quien te acuesta, disfrazado de soltería
promiscua que busca su media naranja desesperadamente; en el fondo se trata de cambiar a quien no es feliz con su libertinaje, sin motivo ni debida explicación a nadie, que llevan a punto destructivo pues, sólo salva del dolor y la pena la pareja estable y el matrimonio, como propósito en común para todos.
Está de moda primero el sexo, luego el amor, aquí sexo con todos excepto con quien es reservado para poseer esos sentimientos y emociones profundas que se obvian por la libertad de un cuerpo, que acabará sucumbiendo a su unión con lo que dicta el alma; porque, en el fondo, queremos ver a Romeo y Julieta superando sus escollos y llegando a perpetuar su amor verdadero sin muerte, lamento ni deje de oportunidad perdida, porque los fallos y desaciertos son para el real día a día, en pantalla que se equivoquen y hagan el tonto un rato pero, que se encuentren en el final del desfile, por supuesto, con
beso incluido.
Se trata de soñar con la magia del romance, por mucho que lo disfracen de payasada o lo coloreen con tonterías, Cenicienta y su príncipe siempre se hallan; deseamos un propicio “..., y fueron felices y comieron perdices”, con el previo de mordacidad e ingenio para hacer todas las piruetas que se tercie pero, que la innovación argumental no llegue demasiado lejos, no se pierda de vista el objetivo de amor triunfal y verdadero por encima de todas las cosas.


Lo mejor; es ligera comedia romántica disfrazada de anti-romance
Lo peor; singular fórmula que, de tanto uso, ya es más tradicional que la clásica.
Nota 5,3


domingo, 14 de febrero de 2016

De padres a hijas

Historia de la relación entre un padre y su hija a lo largo de 25 años. Todo comienza en Nueva York en la década de los 80, donde Jake Davis, novelista ganador del Pulitzer y viudo reciente tras la muerte de su esposa, lucha contra una enfermedad mental al tiempo que intenta criar a su hija de cinco años.


“Tengo una hija que criar”, aunque me cueste la vida.

La transición de papatica, mía y de nadie más, a Katie, adulta y de nadie, te mantiene pegada a la pantalla, el por qué de ese desorden psicológico que le lleva a ayudar a los demás pero a herirse a si misma, incapacidad de amar y permitir ser amada como fruto de ese desierto duro, áspero y seco que es por dentro y cuyo origen se encuentra en esa infancia feliz que, aún no se sabe cuándo, cómo ni por qué derivó a una angustia anímica y agudizado dolor a ser abandonada y un miedo constante a no dejar de sufrir.
Sólo que, tan revelador misterio de raíz y causa no parece estar a la altura de lo esperado, el desenlace de tan cautivador y tierno juego, entre pasado y presente, cubre para dar razón de todo el teatro visionado pero no deja de ser ligeramente endeble para tanta espera, seducción, sencillez y dulzura de performance.
Trágica historia, hiriente y culpable, con ese aroma dulce, comprensible y cariñoso que arropa tanta dolencia y que envuelve el ambiente con estima y placer, un drama no resuelto, que se regodea en sus flashback temporales, con gotas hipnóticas de amor, dicha y alegría que abrazan y sugestionan sin levantar gran arrebato, pero con la justa eficiencia para no despegar el interés del libreto.
El relato gusta, las escenas seducen y el juego incógnita funciona lo suficiente para no perder estela de lo narrado, aún anticipando su camino y
desenlace; nada importa, Russel Crowe, simpático y sobrecogedor, es el papá héroe que lo dará todo por su querida retoña, amada bendición que le inspira para escribir y le da fuerzas para resistir las embestidas de la vida; Kylie Rogers, maravillosa, conquista los corazones de la audiencia como chispita de papa que todavía no conoce su porvenir fatídico, más una atractiva, hundida y desarmada Amanda Seyfried que induce a mantener la atención y saber de ella pues, al igual que la requerida tiende una mano a quien inocentemente lo necesita, tú te quedas a su lado oyendo y observando por tristeza, afecto, preocupación y predilección voluntaria por conocer de su vida y descubrir su gran tormento.
No dejo de apuntar que es todo un clásico que sigue los pasos esperados sin saltarse una coma, que es emotividad cliché usada para establecer esa conexión bonita, grata y sensible con el público pero, lo realiza con soltura, naturalidad y vocación de acompañarles sin lamento; es estándar pero ¡qué más da! si disfrutas del cuento, de sus emociones y de la conexión afectiva, doliente y entusiasmada que se establece entre los actores y con su concurrencia expectante.
La familia y sus desgarradores y espléndidos
momentos, la enfermedad mental, la ineptitud de querencia, el miedo al desamparo, la frustración de una herencia impuesta, la valentía de seguir, de solucionar y hablar por fin de esos sentimientos que se permiten ser, estar y vivir; no es complicada, es enormemente sencilla y acoplada al pedido consumista, su fondo no aporta novedad, su estética es correcta, su música más excelsa..., y todos los reparos condicionantes que se quieran pero el vidente la acoge, abraza y baila con ella, con la misma facilidad, franqueza y modestia que ella expresa lo ya dicho y visto antes.
De padres a hijas, de hijas a recuerdos de padres, la ausencia del mismo, el encuentro del amor, la inestabilidad emocional de ello, la herencia pesa, el legado no es el más apropiado, los tormentos, la desazón y los pesares no cesan pero no hay que rendirse, hay que continuar tramo a tramo, y tú la escoltas con satisfacción, deleite y empeño; repito..., ¡qué más da que ya se sepa, o resulte familiar y conocido! Lo has pasado bien ¿no? Es lo que cuenta.
A veces hay que decir te quiero, te echaré de menos, adiós; duele, pero es lo correcto.

Lo mejor; sus actores intérpretes, que dan alma y candor a su recepción.
Lo peor; no es una gran historia, únicamente un testimonio más.
Nota 5,7