viernes, 30 de septiembre de 2016

El mar de árboles

Un estadounidense y un japonés se conocen en el tristemente famoso "bosque del suicidio", un lugar al que la gente va para quitarse la vida. Tras entablar conversación, abandonan sus proyectos de suicidio y juntos emprenden un viaje a través del bosque


De la muerte a la vida, un cambio de pensamiento.

De antemano sabes que el paisaje hablará por si solo, que su laberinto de hermosos y majestuosos árboles será, una seductora trampa mezquina para quien quiera salir/un acogedor refugio para quien quiera morir; y en esas te embarcas en un relato que empieza con interés en su anónimo andar, que se acoge con curiosidad en sus temporales regresiones, que se aviva en su esfuerzo por el escape y la existencia, que levemente retrocede al buscar un encanto místico a su explicación combatiente.
Porque no todos los que acuden a él a finalizar su tiempo están seguros, hay quien procede/hay quien se arrepiente/hay a quien el espíritu de su ser querido le habla y ayuda para contestar a sus dudas, a quien se le tienden esas respuestas que permiten seguir adelante y desechar el parón definitivo, en un abrazo cálido y romántico de significación, de espiritualidad y de acogida estima por lo no conocido, pero intuido; punto último donde más se le achaca, a Gus Van Sant, la pérdida del congruente hilo trazado.
Matthew McConaughey, emotivo, accesible, expresivo, lidera la historia de un hombre extraviado que lamento lo que hizo, lo que no dijo y que no sabe como sobrellevar su carga, a quien la culpa le carcome y le lleva a un destino final, que será principio de uno nuevo; inesperado cambio de rumbo, cuando los planes se precipitan y ya no dependen de uno, sino de ese instinto por sobrevivir cuando la muerte acecha, aunque fuera inicialmente el propósito buscado.
Nada como estar a punto de fallecer para ver la
claridad de la vida, lucha, en ocasiones macabra, en enigmático territorio de curiosa vuelta, donde lo que cuenta es ese desespero por encontrar el sendero correcto, de regreso al camino, para volver a estar, pero más sereno.
Ninguno sale igual de la frondosa arboleda, y tanto Matthew como Ken Watenabe, su compañero de reparto, exponen su transformación con desnivelado carisma, de calibre desigual; tu atención no cede ante el relato, aunque si atraviesa diversos puntos según van cambiando los personajes y la situación, en ocasiones más a la endeble baja que otra cosa.
Narración vital, con sombras sentimentales intermitentes que la debilitan, que mantiene tembloroso su pulso a la querencia humana, a ese remordimiento y castigo impuesto que pesa como losa sufridora que invita al abandono, decisión terminal que cambia a última hora pues se dice que, hasta los que lo consiguen, se arrepintieron en el último momento.
Cinta sobre el suicidio que se convierte en afirmación de vida, al convertir el amargo dolor en apertura al optimismo, reflexiva historia de redención que no invita a pensar ni reflexionar sobre ella, pues su recta final suena a cándido cuento bonito, que transmite nulidad de reflexión o pensamiento; atrapa su
supervivencia, sus peripecias por no rendirse y hallar salida, es decir, la parte de acción que secunda el drama; la herencia personal narrada es floja, permisiva, tolerable, que no convincente, y su desvío anímico y esperanzador de un psique guiadora, gustará a quien entone su corazón por tal leyenda, para el resto es incoherente, innecesario, sobrepasado en su pretendido cierre.
Machacada por la crítica en Canes, también me parece excesivo, la película no aburre y cautiva dentro de sus límites; su drama es inconsistente e inseguro, no expone la depresión con la consideración oportuna y tiene sobrante palabrería que pretende una altivez emocional que nunca logra, pero sus actuaciones son intensas, la fotografía una delicia, el desconocimiento inicial una interrogante aventura, y su desenvoltura, tiene reproches y
quejas, pero tampoco permite que dejes de estar pendiente de lo siguiente.
Aokigahara, el bosque de los suicidios japonés, inmenso, desorientador, intimidante, endemoniado, tan fascinante lugar de leyenda histórica merecía su película; puede que con una narración más acorde, sólida y menos angelical, cuya sensibilidad fuera más perceptible y aspirable, no únicamente oída como relleno del periplo por escapar de la telaraña de raíces, troncos y espesas ramas, pero lo que es el bosque es una maravilla, y el agónico deseo de escapar de él, entretenido.

Lo mejor; el bosque y el esfuerzo interpretativo de McConaughey.
Lo peor; su drama no se recibe ni acoge, sólo se narra.
Nota, 6,1


domingo, 25 de septiembre de 2016

Florence Foster Jenkins

Narra la historia real de Florence Foster Jenkins, una mujer que, al heredar la fortuna de su padre, pudo cumplir su sueño de estudiar para ser soprano. El problema era que carecía de talento, pero la gente acudía a sus recitales para comprobar si de verdad era tan mala cantante como decían los críticos.


Generosidad, de aprovechamiento genérico.

El atractivo e interés de la película se halla en descubrir a la persona, en conocer la historia, en “gaudir” y deleitarse de su ambientación, vestuario y puesta en escena, en sucumbir ante las excentricidades de una encantadora dama, caprichosa, peculiar y querida, inolvidable al igual que insoportable, a la cual el ángel de la inspiración se acordó de ella para otorgarle buena voluntad de ayuda y disfrute hacia la música pero, olvidó por el camino el talento para endulzar los oídos y embellecer el alma de los asistentes con su voz, pues su innegable presencia es harto sonora; toda una osada y adelantada valquiria, que gustará más o menos, pero sin duda es única y memorable en su demostración de vida y amor por y para la música.
Fundadora del club Verdi y padrina de numerosas ayudas y donaciones a este maravilloso arte, se la respeta por estima y cariño, al tiempo que con honestidad sentida provoca risa incontrolable, por mucho que se intenten mantener las apariencias, fachada por la cual se desvive su fiel servidor y protector marido, un sereno y maduro, seguro y confiado Hugh Grant, excelente acompañante de réplica de una Meryl Streep de la que hay poco que decir, excepto que es un valor seguro que se crece como sabia y magnífica actriz en cada interpretación
nueva, todo un placer observar su transformación y asunción cómplice del personaje.
Florence, expande el diafragma, el paladar blando y en alto, encuentra tu respiración, marca el ritmo, focaliza la voz..., pero nada de ello sirve, de ahí que se recurra, con buena intención de adoración -económica- por ella, al montaje fingido de un peloteo en mayúsculas, que como toda mentira tropieza con su imprevisto momento de sinceridad, donde el amargo destape se hace realidad; inesperado golpe emocional, que la proclamada diva encara con su positividad y elegancia pues “pueden decir que no se cantar pero, nadie podrá decir nunca que no canté”, nada más ni menos que, lleno en el Carnegie Hall, tras una actuación de Sinatra la noche anterior.
“No hay nadie parecido a ti” y emisor y oyente lo entienden cada cual a su manera; dulce, animosa, bonita, entretenida, un humor frágil de escenas puntuales y beatitud generalizada, es cándida y bonachona, simpática y alegre, un retrato suave y
adorable de la última etapa de una mujer, que debió ser mucho más complicada.
Florence Foster Jenkins, generosa mecenas, la peor cantando/la mejor de corazón, sin malicia, sin verdaderos amigos, todos a su alrededor se mueven por interés propio, pero es conmovedora, es soñadora, es emprendedora, es una tragicomedia que Stephen Frears ofrece con solidez modesta, para un tierno relato de entonación emotiva; busca simpatía, busca querencia, al tiempo que muestra con ironía la hipocresía caradura de los beneficiados por esta inusual soprano.
Los momentos íntimos, cercanos y personales lucen con hipnosis atenta, en la generalización es la dirección artística la que deslumbra, en conjunto pretende gustar, complacer y enamorar; y lo consigue, pues el agrado bello de su historia ya es tuyo.
Y la pregunta clave es ¿qué lleva en el maletín mrs. Florence?, gracias a Simon Helberg, que abandona brevemente “The bing bang theory” para realizar un eficaz trabajo, de refuerzo al dúo protagonista, lo sabemos; ¿qué?, otra singular extravagancia de la curiosa señora.

Lo mejor; su pareja protagonista y su fotografía artística.
Lo peor; el relato, en sí, es pequeño y limitado en su enfoque, hay mucho más material que extraer.
Nota 6,6


sábado, 24 de septiembre de 2016

Los hombres libres de Jones

Narra la historia real de Newton Knight, un granjero sureño, durante la Guerra de Secesión americana (1861-1865). Harto de defender los intereses de los grandes propietarios sureños, decidió desertar, se alió con otros pequeños granjeros y, con la ayuda de los esclavos locales, lideró un levantamiento cuyo resultado fue la transformación del Condado de Jones (Mississippi) en un Estado Libre.


Conoces la historia, sentirla se te escapa.

“Todos, en algún momento, somos el negro de alguien”, declaración demoledora de un líder ante sus hermanos de batalla; esos que han callado, que han sido sometidos, que viven escondidos, hasta ese punto que se llega al tope del aguante y ¡ya no más!, se alzan, quieren ser libres, como hijos de Dios nacidos, sin ser explotados, mancillados, humillados ni maltratados.
Y el rebelado ejército nace sin quererlo, se va formando sin pretenderlo, respirando vigor y fuerza por necesidad y convicción de creencias; de la vergüenza de la deserción al orgullo de actuar por y para si mismos, todos juntos, sin distinción, unidos en pasado sufrido y en propósito de presente, avanzando, defendiendo lo suyo.
Nada que perder, pues todo les ha sido arrebatado, ese es su poder, su causa y valentía; pelean con lo que tienen, con rudimentaria estrategia, forzados por las circunstancias, sin mucho más remedio o alternativa que hacerlo.
Tienen su propio país, el Estado libre de Jones, con su declaración de principios donde “todo hombre es un hombre” como primer derecho, sin más, tan sencillo, honesto y honorable como eso.
Un hecho real que abarca diferentes años, de ahí ese saltador formato que pasa, de la intensidad de unos momentos al transcurrir de otros, del arresto ferviente del ataque al crecimiento de un lugar como residencia, de la deleznable esclavitud al orgullo de poder votar..., una evolución de los personajes, de la tierra, de los objetivos, de los motivos, de la existencia y vida de un rebelde cabezota, que se alzó contra los abusos y nunca cedió ante la imposición de nadie, excepto la suya.
Matthew McConaughey determinante, sabedor, explícito, reivindicativo, abrasivo, es el abanderado, con los seguidores leales a su lado; estados enfrentados, negros contra blancos, pobres contra ricos, demócratas contra republicanos, hambre, martirio y esperanza mueven las fichas, alma brava y pura sin color es el estandarte, parten con desventaja pero no se rinden, toda su vida es un intento de tener un hogar, de ser respetados.
Sin duda es interesante, la historia siempre lo es, especialmente cuando se centra en hechos y hazañas
concretas, de grandes hombres campeadores que se enfrentaron a la injusticia y al mal de las personas; personaliza, realzando su valor, pues ya no es genérico relato, es una mente osada, de corazón sentimental, haciendo valer el hecho de ser un hombre, que decide voluntariamente y cuyo hijo adulto, años después, sigue luchando contra los mismos abusos y atropellos.
Siempre es motivante e inspirador, abrumador e impactante conocer estos casos, el ser humano expuesto en lo mejor y lo peor de su esencia; en esta ocasión, Gary Ross se olvida del sentir de dichos adjetivos y rueda narrativamente, sin impulsividad inspiradora, simplemente relata, instruye más que
emociona; ofrece una cinta de audacia y coraje sin cautividad afectiva o anímica.
Es loable lo expresado, su aspiración se queda en integridad educativa.
Bizarro e intrépido fue el personaje, su película no tanto.
“Murió con honor”. “No, sólo murió”, y harto, empezó su lucha.

Lo mejor; dar a conocer a Newton Knight.
Lo peor; no implica al corazón de la audiencia.
Nota 6,1



viernes, 23 de septiembre de 2016

Sparrows

Relato iniciático sobre un adolescente de 16 años, Ari, quien tras haber estado viviendo con su madre en Reikiavik, es enviado de vuelta a la remota región de los fiordos occidentales para vivir con su padre. Allí tendrá que lidiar con la difícil relación con este, y encuentra cambiados a sus amigos de la infancia.


Necesidad de un consuelo que no llega.

“Donde fueres, haz lo que vieres”, a menos que lo que vieres sea de condenado rechazo.
Porque ha dejado la ciudad, ahora está mucho más al norte, en ingrata tierra hace tiempo olvidada, con su desapacible padre del que apenas conoce nada, en territorio gélido, tosco, de inmensas y lustrosas montañas, donde las horas de luz no dan tregua, pues se alargan hasta contagiar el carácter con su sólida presencia.
Difícil acomodarse a lugar no querido ni solícito, más cuando has perdido tu sitio y no hallas nuevo que se acople a tu persona; fastidiosas borracheras de un progenitor al que no se comprende, inadaptación generalizada en el juvenil ambiente, pérdida de la identidad, tormento de tropiezos continuos que no encajan con la personalidad de uno, toda una aventura y experiencia que le llevan de cabeza entre la angustia, la incomprensión, la rabia, el dolor, la impotencia, el rechazo y el aprisionamiento de no tener más remedio.
El clima marca el carácter, al igual que lo hace vivir en un pueblo, más la incógnita de encontrar amigos con los que pasar el rato, loco ambiente hogareño y soledad como sentimiento de compañía amarga; y explota, y todas las emociones guardadas salen como misiles atacantes para hacer daño, para golpear, pues se siente herido, para herir, pues ha sido golpeado sin culpa alguna.
Y sabes de él, de su caótica situación, de su imprevisto devenir, de sus agobiantes dificultades, de sus ásperos maltragos, de sus pocas alegrías, de una inundable confusión que le llevan a perder rumbo y estar en ninguna parte.
Sin nadie que cuide de él, está aprendiendo a
hacerlo, es un buen chico que no cuenta con mucho, y ese poco es un desastre; su hallazgo despierta interés, desde el principio asumes su cambio y le respaldas con atención sincera, sin esfuerzo le observas y padeces con su desgarro, evolución que transpira humanidad, humildad, sinceridad y transparencia de cercanía descubierta.
Un acertado protagonista, Atli Oskar Fjalarsson, para reflejar su mutismo, negación y extraviado presente, de mareo inestable, que le aportan esa desdicha humillante de no desear volver a casa; vacío existencial, de demandas no satisfechas, que implora por cariño, por cuidados, por un abrazo, por una voz sólida que refuerce con identidad al introvertida susurro que práctica.
Sorprende la facilidad de acogimiento y querencia de este adolescente cuya alma está en vilo constante, sensibilidad y sencillez en tierra islandesa para una cinta que ganó la concha de oro en el 2015, cuya inhóspita región es referencia para conocer sus costumbres y habitantes; relaciones paterno filiales dentro de un decisivo marco, que envuelve con carisma la tipicidad del relato, sobria intimidad
nórdica, de serena realización, que se acoge con interés y aprecio.
Es un gorrión, abandonado por su madre y con un padre que no sabe mantener ni proteger el nido, maltrecho y siempre a punto de derrumbarse; en camino de aprender a volar solo, debe superar los traumas y hacerse fuerte con cada golpe; es duro, es agotador, es necesario, es inevitable, es la vida que le ha tocado.
Pulcritud angelical de inicio, anulada en tan sólo unos kilómetros.

Lo mejor; su ambientación, realización y protagonista.
Lo peor; el corte final sabe a poco.
Nota 6,1



jueves, 22 de septiembre de 2016

Café society

Los Ángeles, años 30. En la meca del cine, el joven recién llegado Bobby Dorfman, sobrino de un poderoso agente y productor de Hollywood, se enamora de Vonnie, la guapa secretaria de su tío Phil.


Un Woody Allen sin ideas nuevas, conformista.

No acudo con gran ilusión y confianza a verla, y no porque no sea gran admiradora y fan del trabajo de Woody, sino porque ya hace tiempo que sus guiones no despiertan expectativa ni pasión merecida, más allá de lo ya visto anteriormente.
Es un repetir argumento, con diferentes personajes, época y ciudad alternativa, de calcado fondo, corazón y recorrido; su auto impuesta obligación de película por año puede que esté anulando ese descanso de escritura, que toda creatividad mental necesita para ser original y despertar curiosidad en lo que ofrece a su audiencia, o puede que simplemente le de igual, pues Allen siempre ha sido un escritor/director diferente, puede que pase del esfuerzo de reinventarse e imaginar nuevas motivaciones para sus relatos; de todas formas se le va a ver, le da igual la crítica, él va a la suya, culpa del espectador por esperar de quien no promete nada; lo cual, aún aceptando lo dicho, no anula cierta decepción y reclamo por parte de quien disfrutó enormemente con muchas otras cintas suyas.
Porque lo recibido no es suficiente, por mucha elegancia y distinción que muestre, y eso a pesar de contar con todos sus característicos y deseosos elementos: el narrador de fondo, la detallista ambientación, la abrazada música envolvente, la ironía de sus sentencias, la punzante ridiculez cómica, el caos de las casualidades, el descontrol de los accidentes, la suerte y los infortunios decidiendo el destino, los contratiempos de éste, las vueltas de la vida..., pero su mirar es ausencia de espíritu, que no atiende con vehemencia a sus movimientos.
No inspira tu querencia, no entusiasma tu aprecio, no
hay ímpetu en ella, sin interior devoto que ensimisme, sin agudo secreto que dilucidar, como la ilustre voz expresa “medio aburrido/medio fascinado”, un buen resumen de los sentimientos por la misma, con la admitida realidad de que aburre más que fascina; puede que sentencia en exceso contundente pero, su pretendido -y logrado- encanto ya no suscita ningún hechizo, su adorable magia es únicamente visual, el devenir de los acontecimientos y su reflexión es cuento acelerado, que no lleva a creer ni a soñar con su fantasía.
“La vida sigue, las personas crecen”, Woody está estancado; simpatía de buen gusto es lo que oferta, para un espléndido Jesse Eisenberg, cuyos gestos recuerdan al director en su época de actor, acompañado en la réplica por una suave y seductora Kristen Stewart, quien borda el amoroso drama, y cuya química entre ambos es apuesta segura ya comprobada en filmes anteriores, más ese Steve
Carell como piedra, papel o tijera que lo decidirá todo.
La familia, la religión, la vida social, la mafia, la muerte, la infidelidad, las mentiras, la ingenuidad, el unificador sarcasmo..., todo lo típico en actos teatrales, donde se sube y baja el telón según sincronizadas escenas, desde esos elaborados personajes que tienen algo que decir, todos ellos, incluso el más extra con su fugaz frase, cada uno en el momento oportuno para elaborar ese ideal conjunto, que como exquisita pieza de música, está pensada en todas sus notas, desde la primera hasta la última; pero no hay consistencia en la trama, sus relatos han ido perdiendo energía y fuerza conforme avanza el tiempo, su función ya no vibra ni late, su material escrito ya no refleja su demostrado talento y perspicacia.
Su realzado glamour no oculta las sombras de su representación, su emotiva melancolía no cubre las
carencias de su narración, su afectividad no despierta efusividad cálida, su cordialidad no alcanza la intensidad debida, una muestra agotada de un director desganado, que vive de quien fue y se conforma con pasar, sin volver a ser.
Acudí sin ilusión ni confianza a verla, pero acudí.
Café society..., la sociedad deliciosa, el café desnutrido.

Lo mejor; su ambientación, fotografía y música, de lo que vive últimamente.
Lo peor; ya no se molesta en elaborar una interesante trama.
Nota 6,2



miércoles, 21 de septiembre de 2016

Nacida para ganar

La vida parece anclada en el tiempo para Encarna en Móstoles, su ciudad. El mismo trabajo desde la adolescencia, el mismo novio, y pocas perspectivas de que la cosa pueda cambiar. Al reencontrarse con María Dolores, su inseparable amiga en el instituto, su vida da un vuelco. Le propone entrar en un negocio revolucionario de venta piramidal que le hará rica en muy poco tiempo y la convertirá en la persona que siempre ha querido ser.


Y la realidad se impone con sus tropiezos, amargura y amabilidad.

Un retrato de la famosa estafa piramidal simpático, entretenido y curioso.
El dinero llama al dinero, de modo que visualiza, imagina lo que deseas y se hará realidad a través de esa reeducación de un subconsciente, que ya ha sido cautivado por la quimera de cambiar su vida y triunfar, sólo con el bello gesto de ambicionar y plasmar lo querido.
Como corderos al matadero, sin rechistar e ilusionados, para dejar de seguir preguntado “¿y si...?”, y preguntar orgullosos “¿qué mas...?”, parte de esa letra escrita en dolor y sangre, de recitación hipnótica y engañosa, con la que encandilar a tus potenciales víctimas y dejar, al tiempo, de serlo tu misma para ir hacia arriba.
Encarna de Móstoles, Martes y trece y su legendaria empanadilla, gag mítico, entrañable y memorable para los de cierta generación, para otra más reciente, dudo que sepan de qué va, de qué se habla o del impacto que tuvo en su época; buenos momentos puntuales, junto con otros de rodaje necesario pero poco absorbente, la historia es humana, irónica y cínica, veraz y lastimosa, el precio de la felicidad vuelto pesadilla de deuda asfixiante, la tortuosa vida de quien se deja engatusar, para eliminar un descontento y desgana que acaban dominando su alma visionaria, ya ahogada y en las últimas.
El relato es ameno, actual y reseñable, tan cercano y vecinal que podría ser la aventura, en su años de esplendor de dicho timo, de cualquier conocido o
amigo; expone con soltura, gracia y accesibilidad de creer en su desventura y hazaña.
Desea mas que realiza, promete más que cumple, el problema en estos casos suele ser casi siempre el mismo; te la venden como estupenda comedia, para su publicitada venta, y resulta ser un verdadero drama, endulzado con ácida amargura y desvergüenza sarcástica.
“¿En qué bando juega usted?”, entre la credibilidad de la tragedia no esperada y la esperada risa nunca surgida, a pesar de captar y apreciar el satírico humor de sus recitadas sentencias; realismo interpretativo y situacional, de sentidas emociones, argumento franco, sereno, de recorrido adecuado que, una vez más, como recurso fácil para redondear con chispa su cierre, opta por la charanga explosiva, de artificial humorada, que tras la payasada precipitada, devuelve a cada cual a su sitio.
Fábula encantada con princesa desvalida, hadas madrinas y sus brujas maleantes al acecho, combina la tragicomedia con humildad, validez y contención; un trío protagonista fabuloso, para la crítica mordaz a
una red de mentiras comerciales que embauca y arruina a la gente, sin miramientos ni piedad.
De María Dolores a Felicidad, de Encarna a Beatriz, de Victoria Abril a ella misma, pues su nombre ya denota victoria, es sobre estás espléndidas actrices sobre las que recae el mérito de superar la desilusión, por la ausencia de comicidad comprada, y valorar la sobriedad del escrito contado; hallas la tristeza y melancolía de esa habitualidad y costumbre nunca alterada, el sueño de cambiarla y la crueldad de la mentira del cuento; la sorpresa no querida de no ser la comedia supuesta, no debe empañar ni menospreciar la autenticidad y vigencia del talento de su drama.
“Nacida para ganar”, spot que igual vale para captar adeptos, a un fraudulento negocio, que para inicio inspirador en cassette de auto ayuda, todo es un comecocos mental, de estudiado engranaje, para que acabes estrellada pues, al ser peón, te mueves en la estresante base, fuera del alcance del piso superior, donde se apuesta sobre seguro y siempre gana la casa; incluso pillándoles, poseen el don de salir ilesos de sus artimañas ya que, por desgracia ¡resulta barato engañar al pobre, crédulo e inocente!
“Nacida para ganar”, nacida para afrontar lo que la vida traiga.

Lo mejor; sus actrices y entereza del drama.
Lo peor; ¡no es una comedia!, aunque recurra, en su último tramo, desesperado al intento.
Nota 5,3


martes, 20 de septiembre de 2016

Un doctor en la campiña

Jean-Pierre es un abnegado médico de una zona rural de Francia que dedica su vida a atender a sus pacientes, del día a la noche, los siete días de la semana. Pero un día Jean-Pierre cae enfermo, así que llega Nathalie, una joven médico del hospital de la ciudad, para asistirle y de paso hacer su trabajo. La pregunta es si Nathalie aceptará esta nueva vida, y cómo llevará tener que reemplazar a una persona que se consideraba irreemplazable.


Un doctor entregado en cuerpo y alma.

Es humana, tremendamente cándida, bonita, sentimental y, por encima de todo, humana; ese médico, los peores enfermos conocidos, que recorre kilómetros y kilómetros para visitar a sus pacientes, que se inmiscuye en sus vidas, que intenta solucionar sus problemas, que es uno de ellos; querido, solícito y demandado, que sufre con sus penas, que vive con sus alegrías, que lo da todo pues, “ser médico de campiña no se aprende”, es vocacional, instintivo, es renunciar a ser el primer en la lista y que lo sean los demás.
Silenciosa, calmada, emotiva, con tibio cinismo, como pincelada de ocasional humor entre su profundo drama, es un observar su día a día, afrontar su dilema, encarar la situación y evaluar las consecuencias; la testarudez de la negación, primer ofuscado paso de ese ciclo que debe atravesar, quiera o intente evitarlo; le seguirán la ira, la negociación y la depresión, para llegar a esa aceptación de luchar y que sea lo que venga, pues de ti depende sólo una parte; “la naturaleza es una barbarie..., tiene sus cosas horribles y hermosas”, y él ha visto de todo, en primera persona, ahora le toca otra perspectiva y el reto de dejar de ser un enfadado impertinente, por sentirse usurpado, y permitir la ayuda de su nueva ayudante.
Estupendo François Cluzet, sereno, franco, diligente, firme y plácido, con esa aireada química que comparte con Marianne Denicourt, su compañera de reparto; un retrato intimista y veraz de una profesión ensalzada y valorada con estima, en una cinta que habla a través de sus actos, esfuerzos y beneficios de ello; sacrificio, expuesto con admiración sentida, por un guión que se alimenta de la cercanía, de la
colaboración, de la consideración y respeto por las personas enfermas y por los sanitarios encargados de su cuidado con devoción, voluntad y entrega.
El juramento hiprocrático, en su perfección y máxima forma, rodado por Thomas Lilti con suavidad, esmero, cariño y realzada tasación por lo que representa, pretendida revalorización de un oficio que no aburre ni desgana, a pesar de su repetitivo moverse; te envuelve con ese detalle y miramiento, con esa delicadeza e intuición, con esa preocupación y orgullo de aquellos que han elegido como labor, en sus vidas, servir, ayudar, aliviar el dolor y cumplir la promesa de respetar el deseo del afectado por dura, incomprensible y dolorosa que sea ésta.
Y, ¿cuándo le toca a él?, cuando cumpla con sus pacientes o las fuerzas le impidan seguir al mando, pues tan sabio es reconocer que uno vale, como
retirarse a tiempo y ceder en sus pretensiones.
Se disfruta con paz, con sosiego, con el aprecio de observar y estar en silencio, extendida bonanza de una comunidad que permanece unida para ser más fuerte, sin más pretensión que juzgar con buenos ojos, sin más propósito que cumplir con quienes están a su cargo, sin otro testimonio que conocer, amar, integrarse y hacer bien su trabajo, que no es poca cosa.
Historia sencilla, contenida, rural, fotografía del médico diagnosticado y su manera de encarar ese pronóstico que, hasta ahora, siempre le había tocado expresar, nunca padecer; desgarradora y espectacular Nina Simone, como cierra de los títulos de crédito.
Complaciente y apacible no se agita antes de usar,
sus dosis son minimalistas, tanto en la crítica social, como en la recreación de la vista, como en el nacimiento creciente de ese contacto, cuya mezcolanza invita a ser del grupo y ser tratado por el doctor de la campiña pues, tras verla, ¿quién quiere ir a un frío hospital de ciudad?
No pretende pinchar en herida alguna, únicamente ser humana.

Lo mejor; un magnífico François Cluzet, que atrapa con intensidad reprimida tus emociones.
Lo peor; en exceso blanda.
Nota 6,1



lunes, 19 de septiembre de 2016

Gernika

Una historia alrededor de la población vasca bombardeada por la aviación nazi en abril de 1937, durante la Guerra Civil Española. En ese contexto, la joven Teresa, una editora de la oficina de prensa republicana chocará con Henry, un periodista americano en horas bajas que está cubriendo el conflicto.


Amonestada, por falta de ímpetu y carácter.

Era imposible imaginar ¡lo mucho que me iba a aburrir!, fecha tan importante en la historia de España y ni inspira ni conmociona, simplemente narra.
Una historia de amor y celos, entre traidores y leales, entre dobles juegos e intereses propios, mientras se prepara un ataque intensivo de tres lanzamientos en uno solo, exitosa prueba ahorrativa de armamento y confirmativa de la eficacia y contundencia del poderío del ejército alemán, excelente regalo de cumpleaños para el hitler.
Espléndida ambientación, caracterización y puesta en escena, con cuatro idiomas compartidos (vasco, español, inglés y alemán), más un intento de personalizar en humanas vidas, en su personalidad, ilusión y forma de existencia, para que no sea únicamente un despiadado y odioso ataque; y suenan las sirenas de prevención para ir a protegerse a los refugios y..., como todos sabemos, llega tarde; la destrucción se impone, la muerte ha llegado, la barbarie está en marcha; y les ves correr, gritar, pedir auxilio, desesperarse, quebrarse de dolor, romperse de angustia, buscar, encontrarse, abrazar, disparar..., y el espectador sin inmutarse, a la espera de unas emociones y complicidad que nunca llegan.
No hay indulto, no hay perdón para esta producción y su malogrado esfuerzo pues, es tan fría, distante y superficial en cuanto a sentimiento transmitido, en cuanto a martirio sentido, en cuanto a desgracia vivida, en cuanto a sufrimiento repartido, en cuanto a
machaque impuesto que, pasan los minutos y la cosa no mejora; nutrida fotografía para unos ojos satisfechos, a quienes no acompañan los oídos, ni la carencia de una razón molesta de tan poco alimento reflexivo, para tan gran oportunidad perdida.
“El día en que murió Guernica” de Thomas y Morgan-Wits, “..., se bombardean los edificios, los civiles salen a las calles, después se ametrallan con cazas, la gente vuelve a los edificios, que son bombardeados de nuevo, y así sucesivamente...,” y, ni siquiera el susodicho periodista destaca como cabe; muchos historiadores han debatido sobre día tan devastador y horrible, sobre sus causa, consecuencias, rigor histórico, orígenes del ataque y prevención a posterior de otros posibles, si se hubieran tomado aptitudes diferente de firmeza y resolución en su momento; pero la verdad es que, dicho retrato de Koldo Serra no infunde pasión, credibilidad ni dramatismo, tan pobre y ligero que daña al recuerdo y ofende al infierno padecido.
“Mínima intervención, máxima destrucción”, y la cinta parece seguirlo a pies juntillas; seguir la formalidad estricta de los pasos, para una narración académica
que se destruye a si misma, al olvidarse de darle vitalidad a los personajes e interés a su relato.
Para algunos, mover los pies es bailar, aunque sea un soso y repetitivo hacia delante, hacia atrás, derecha e izquierda; para más efusivos y exigentes, se demanda movimiento de cadera, flexibilidad de manos, ligereza de piernas, armonía de pies y entusiasmo de un alma que vibra con la absorción del momento creado, al acelerar su corazón e intimar con la pieza; está claro que se esperaba y que se recibe.
Personaliza en tono romántico, con nombres propios y sus relaciones compartidas, para acercar e involucrar al ciudadano, para provocar complicidad
emotiva antes y tras el bombardeo, dejando de lado la cuestión política y bélica, sobre la que no se postula ni enjuicia; pero, sigue con su patosa torpeza de mover los pies adelante, atrás, a derecha e izquierda y creer que, su representado baile es gratificante, sugerente y evocador.
Guernica, punto clave para entender las maniobras que usó la legión Cóndor posteriormente en la guerra, pues fue usada como banco de pruebas previo, un experimental tiro al blanco sin concesión ni tregua y cuyo desgarro, padecimiento, tortura y caos supo plasmar brillantemente Picasso en su magnífica obra, una impactante alegoría genérica al terror de la guerra; ve a echarle un vistazo a tan impresionante pintura y olvida esta desganada tibieza, hay insondables sentimientos en aquella/en ésta no hay ninguno.

Lo mejor; su fotografía y ambientación.
Lo peor; se olvida de ser veraz en la parte emotiva.
Nota 5,3


domingo, 18 de septiembre de 2016

All the way

Biopic sobre el ex-Presidente de los Estados Unidos Lyndon B. Johnson, encargado de suceder a Kennedy tras su asesinato.


“La política es la guerra”, y no hay honor en ella.

Los americanos hacen películas y películas sobre su historia, son reincidentes -en ocasiones, cansinos- sobre acontecimientos concretos de su pasado, encumbrados a eternidad inolvidable y orgullosa, y se siguen viendo las diferentes versiones con éxito de audiencia, aplauso y crítica; los españoles, las contadas ocasiones que echan la vista atrás y remarcan un hecho o se postulan respecto a lo heredado, por nuestra castigada tradición vivida, se les machaca con esa escasa visión y reconocimiento de una tierra que hace válido, con inmerecida consideración, el conocido refrán “en casa del herrero, cuchillo de pala”; algo similar a lo que sucede con las banderas, pues sin postularme a favor de ninguna simbología, la de barras y estrellas mola, ¿la roja y amarilla?, como que no está tan venerada ni publicitada más allá del mundo del fútbol, aquí sagrado, por otra parte.
Una vez más volvemos a Kennedy, no al debatido momento de su impactante asesinato, sino a los hechos políticos que se sucedieron tras su muerte, en un país que se tambaleaba entre la incertidumbre, el miedo, el caos y la inestabilidad gubernamental, de una nación que había perdido repentinamente a su máximo dirigente, una estrella carismática y única que se convirtió en idolatrada leyenda para siempre.
La codiciada Casablanca y los tejemanejes de quienes aspiran a llegar a ella, la preocupación de quien, por eliminación de ficha y sustitución de trámite, le toca presidir el imponente despacho oval; en quién confiar, de quién dudar, quién es el apropiado, quién el rechazado, y mientras el pueblo expectante, atento a las inmediatas decisiones y a los precipitados acontecimientos.
El “presidente por error” se pregunta “si estoy muerto o ¡enterrado vivo¡”, pues sabe la que se le viene encima, once meses de duro trabajo hasta las elecciones, donde poder llevar a cabo sus objetivos
sin poner en peligro las próximas elecciones, pues uno no se vende por nada, menos por ideales; rectifico, uno no se vende por nada, que no esté a la altura de lo requerido, menos aún por unos ideales, negociables y moldeables.
Derechos civiles para los negros, su demandada petición de voto en medio de la disputa que decidirá todos los sucesos durante esos tensos y decisivos meses de enfrentamientos, traición, promesas y engaños; un excelente guión, reaccionario, sarcástico, agónico, veraz, potente, dinámico, donde cada palabra y sentencia intercambiada es un torrente de emociones controladas, vertidas con explosión desmedida, dado el acuciante momento que se está viviendo y lo que está en juego.
Soberbio Bryan Cranston, magnético en su interpretación, carismático en su personalidad, sugestivo en su resistencia, combativo en su esencia, exclusivo espíritu que reina a sus anchas ante una cámara que le adora, dada la espléndida manifestación de su personaje; luz y oscuridad se intercambian en menos de un segundo según
circunstancias y expectativas, todo delimitado, calculado y medido para exponer esa guerra de mentiras y acuerdos que es la política, una lucha de contrincantes sin moral ni ley excepto la de ganar, que Jay Roach rueda con rigor, entereza y eficacia de oferta.
Completa y perfeccionada, estudiada y cuidada con trabajo y eficiencia en todos sus puntos, un satisfactorio trabajo para la televisión producido por el propio Spierlberg, cuyo resultado es de gran pantalla, donde es la riqueza de la dialéctica compartida la que lidera el resto de cumplidos a designar, que son muchos; larga, transcurre rápido, sin agotamiento de política ni de tiempo, observar las desmadradas, inmorales y astutas negociaciones entre ellos es curioso, apasionante, instructivo, interesante y grato.
“All the way”, todo el camino, entre demócratas,
republicanos, negros y blancos, entre soberbia, ambición, demandas e ilusiones por cumplir, violencia física y de palabra por la dignidad, la equidad y la libertad de todos los americanos, sin excluir por color de piel; se vota, se hace campaña, se negocia, se tergiversa, se remienda, todo vale en el amor y la guerra, y esto es una guerra donde se ama y odia, por igual, según convenga.
“No hay mejor sensación en el mundo que la de ganar”, todos la quieren, sólo uno la consigue, el que será el nuevo presidente de los Estados Unidos de América; el resto al banquillo, a esperar.

Lo mejor; conocer las sucias entrañas de los políticos, en una pulcra dirección e interpretación.
Lo peor; las argucias argumentativas de la política no interesan a todos.
Nota 6,3



sábado, 17 de septiembre de 2016

Juego de armas

Historia de dos jóvenes a los que el Pentágono pagó 300 millones de dólares para armar a los aliados americanos en Afganistán.


Los beneficios de un mundo con guerras.

Nicolas Cage ya nos presentó un “Señor de la guerra” más feroz y maduro, pero igual de irónico y mordaz.
En ambos casos realidad punzante, basada en hechos fehacientes, que expone la vergüenza de una auténtica porquería, cuyas atroces verdades, dichas y cometidas, son un divertimento fugaz y ameno para un espectador que observa el desmadre de existencias, habidas y por haber, y sin paliativos decentes; desmesuradas, excéntricas, volátiles, compulsivas, oportunistas, a-morales, aceleradas, que destruyen con su enriquecimiento, sin remordimiento ni reflexión alguna sobre ello pues, ellos no disparan, únicamente venden, sólo son el intermediario, no son responsables de lo que haga el comprador con la comprado.
Desbordante ritmo, de sorprendente facilidad en su ejecución y resultado, de avance exitoso sin freno que sólo se detiene ante la desproporcionada ambición, recelo y soberbia de quien se cree intocable, por el poder que llega a acumular entre sus manos y la sencillez de su logro; el codiciado dinero y la desmedida gula que le acompaña, juerga de una vida impensable, sin suficientes horas para abarcar toda su magnitud descontrolada, cuya vertiginosa subida continua es la droga que les mantiene al límite, siempre enteros/siempre a punto de caer.
Aún con toda su intención y ganas, se echa en falta sentir la misma adrenalina y locura que viven sus personajes, la observas, oyes y recorres sin excesivo entusiasmo o nutritivo enganche; este eBay para las armas no apasiona, ni deslumbra, ni enmudece todo
lo que debería, toda la seducción y atractivo de su magnífica banda sonora es ausencia de devoción e ímpetu por la facturada travesía de este dueto de amigos de la infancia, convertidos en traficantes originales del engaño, para salir del apuro y seguir adelante.
La acidez narrativa es envolvente, su circuito es interesante de descubrir y curiosear, pero su relatada galopante aventura no aviva el cuento; se deja ver pero no atrapa, no como esperas que lo haga, no como esa explosión de impetuosidad, sin sentido, que todo lo arrasa.
“¿Qué sabes de la guerra?”, que necesita de armamento para llevarla a cabo, lo cual supone riqueza de contratos en negocios turbulentos, que no miran procedencia, destino ni interlocutor, sólo las ganancias para ambos lados; “el dinero se hace entre líneas”, y entre éstas su redacción es perspicaz y aguda, pero su ojeo no devora con fogosidad,
informa que no es lo mismo; es laboral, que no espectacular, su hambriento juego se desarrolla a nivel apto, pero sin la ilusión y fervor de la primera división.
Todd Phillips se olvida de las Vegas y desvía su resacón, al dramatismo de la mayor estafa armamentística realizada al gobierno de los Estados Unidos por dos desarmados colegas, caraduras sin escrúpulos, que huelen la oportunidad y se lanzan de cabeza a por ella; estupendos tanto Jonah Hill, narrador, como Miles Teller, artífice del negocio, acompañados por ese reservado papel para un Bradley Cooper, como mafioso terrorista, que co-produce la cinta.
Visionable, que no inolvidable, estos perros nunca llegan a devoradores lobos, pero se mueven con soltura e inteligencia dialéctica, suficiente para el
momento de su visión, no para su recuerdo; “¡desde cuando decir la verdad sirve de algo!”, por ello se mueve entre el compañerismo, la lealtad y la traición de un humor y tragedia, cuya esperanza es falsa.
No es de notable, no llega a “...Wall Street”, ni roza a Scorsese; es meritorio su intento, pero se queda en un apropiado bien, lo cual no es ningún desprecio.

Lo mejor; su veracidad relatada, para mentira tan impresionante.
Lo peor; no pasa de ser ladrido de perro, la ferocidad y magnificencia del lobo se le escapa.
Nota 6,6



viernes, 16 de septiembre de 2016

Blood father

Lydia es acusada de haber robado una fortuna a un cartel, pero en realidad es una trampa fraguada por su novio traficante. La chica tiene que escapar con el único aliado que tiene en el mundo: su padre, John Link, un eterno fracasado, antiguo motero rebelde y ex presidiario, que se verá en la obligación de vincularse nuevamente con un pasado del que huía para poder salvarla a ella.


Padre ¡no hay más que uno!

Liam Neeson declaró, en su momento, que ya no estaba en condiciones de realizar ciertos papeles de acción; Mel Gibson parece llevarle la contraria, parece haberle cogido el relevo, al menos en esta trepidante y agónica cinta, con una eficacia, contundencia y potencia extraordinarias, que se complementan con esa frenética marcha, de dialéctica rotunda, certera y apasionada por todo lo que relata con volcánica sinceridad, esperando salvar a lo que más ama, a esa desconocida hija que ha sufrido por sus errores y mala cabeza.
Proteger a tu pequeña, cueste lo que cueste, con un peculiar sentido del humor que hace las delicias de quien escucha, cinismo de honestidad brutal e impotencia amarga que lidera sus inesperadas nuevas relaciones con su adorado retoño, ya de regreso, esa preciosidad de recuerdo que, como adolescente ¡se las trae!
Directa, salvaje, explosiva, letal, un padre de sangre que por fin puede ejercer como tal, doliente alma perdida que lamenta no haber estado para su niña, cuando ésta más lo necesitaba; pero ahora está, es sagrado presente que no duda ni falla, dispuesto a darlo todo por salvarla, dispuesto a devolver la luz a su vida, dispuesto a demostrar que no se equivocaba con ella, que sigue siendo una buena chica.
Poco que decir o explicar cuando un trabajo es tan sobrio y disfrutado, el género de acción con afilada y
perspicaz comicidad, con las emociones típicas de su drama y la vitalidad acelerada de su aguante y esperanza por salir adelante; nada sé de la novela, sólo que su delirante e instructiva cinta animan a acercarse a ella, gracias a una operada dirección de Jen-François Richet, que sabe como mostrar lo que quiere y tiene en su cabeza, como convertir una convencional historia en pura energía vibrante, con la confianza de esa magnífica actuación de su actor estandarte -que se agradece, que se añoraba, que permite confiar y creer en las causas perdidas-, más una fotografía seca, áspera y tirante que abraza al demonio redimido, quien busca devolver, al rebaño, a su oveja descarriada.
No puede ser atrapada, su papá no lo permitirá, “cuando le debes la vida a alguien, tienes que vivirla”, pero aún no se está en ello pues, aunque biológicamente se la debe, es el sentimiento lo que importa, las emociones compartidas lo que te
convierten en padre; el camino es duro, complicado y lleno de trampas, rebosado de tiempo malgastado y con excesiva ausencia de confianza, pero la redención es seguir día tras día, levantarse tras caer, vivir por quien lo ha dado todo para que tú tuvieras una vida..., y en ello ya se está.
Sin Mel no sería lo mismo, es justo decir verdad tan cerciorada y obvia, da gusto verle, junto a un cumplidor Diego Luna, como sobrino justiciero pasado de listo; puede que haya redondeado en exceso los halagos hacia la película, pero me hipnotizan y se saborean con placer las historia sencillas, claras, agrias, hechas con firmeza y convicción, de tradicional trama, que se dejan de tonterías y van a lo que van, a salvar a la hija y asesinar al desgraciado que la ha atrapado, el resto
son milongas..., que aquí entretienen y se valoran por la franca gracia desesperada de su progenitor, quien vela por que llegue a mayoría de edad, esa diecisiete velas que nunca tuvo graduación ni posterior baile.
“Blood father”, una llamada de teléfono, y por fin puede ser padre, ya no sólo de sangre, aunque ello suponga derramar mucho de ésta; un doble sentido, para un adjetivo que inmortaliza al nombre que acompaña.

Lo mejor; Mel Gibson y su dirección.
Lo peor; puede parecer insuficiente su clásico argumento.
Nota 5,7


jueves, 15 de septiembre de 2016

Manhattan night

Porter Wren es un periodista dedicado a los tabloides, pues posee un apetito insaciable por el escándalo. En casa es un marido encantador y un padre ejemplar, pero cuando conoce a una seductora desconocida que lo invita a resolver un complicado asesinato, su rutina cambia por completo.


El caso se resuelve, tu indiferencia queda.

Adrien Brody, actor de registros varios, desde un Óscar por “El pianista”, hasta el blogbuster “King Kong”, pasando por la desgarradora “La delgada línea roja” y la peculiar “El hotel Budapest”, entre múltiples otros; mucho donde elegir, de diferentes caracterizaciones, para un intérprete que parece no estar en racha ni atravesar buen momento en sus últimos trabajos al alcance, pues apenas sobrevive para que su nombre no se olvide, en proyectos comunes más válidos para DVD o sesión televisiva, que para el estreno en gran pantalla.
Y aquí estamos ante un guión corriente y clásico, en la cuerda floja de posible suspenso en su resolutiva sentencia, por desganado e incompetente en su habilidad para crear intriga sustanciosa y válida, de visión apetitosa.
No deja de ser la típica cinta de cine negro, donde un periodista mañoso y afortunado, por estar libre y en el sitio adecuado cuando se le requiere, al investigar el oscuro asesinato de un excéntrico director de cine, se ve envuelto en una red de engaños, chantajes, secretos y suciedad a alta escala, mientras se deja arrastrar por la pasión desenfrenada hacia la
oportuna tentación rubia, ¡siempre lo son!, al igual que la considerada esposa ¡siempre es morena!
El actor en cuestión realiza una sobria, sólida y consistente interpretación, que supone la vuelta a su mejor yo, pero ¡dejemos de contar más allá!, ya que el argumento no sabe sacarle jugo misterioso, hechicero y entretenido a los trastocados pasos de un hombre, sin aspiración de héroe, que únicamente hace con suerte y empeño su trabajo de periodista, para pagar las facturas, y a quien la luz sombría de Manhattan, con su hipnotizante música de piano y voz en solitario, más ese embriagador saxo, le emborracharán hasta confundir, acorralar y tener que luchar con astucia e inteligencia -por decir algo- por desenmascarar esa trama de mentiras y cuestionables actos, de los cuales salir ileso.
El guión no requiere gran examen, de auxilio racional por tu parte, para su desenredo, más bien el reto es evitar la progresiva escisión respecto del mismo;
cumple con los requisitos habituales de cualquier thriller de misterio, aunque sin excesivo encanto o atractivo, únicamente recitar los textos y dejar que la fotografía y su absorbente banda sonora adornen la correlativa apatía surgida, en una velada de fin de semana que se esperaba estupenda, pero que, a todas luces, se ha quedado en estancia mediocre de sobremesa diurna.
Pero ¡vivan!, si se logra con eficiencia cumplidora, esos prototipos de historia predecible, para distraer en una noche de calor asfixiante o relajar en un horrible día para olvidar, su sesión será acogida con agradecimiento de pasatiempo ligero, distraído e interesante a nivel medio, sin requerimientos de esfuerzo pensativo no deseable ni solícito, dada la línea recta de un supuesto argumento que sale de a, para llegar a z, y pasar por todas las letras del
abecedario sin cambiar su orden.
Sólo que es todo tan poco creíble, incitante o sabroso en su entrada, fisgoneo y salida de las puertas del infierno que, cuesta no resquebrajarla sin piedad, no destrozarla sin miramientos; nada de química entre los actores, únicamente intercambio de sentencias sin más, la pose dramática de Yvonne Strahovski, la tristeza, la insinuación y el flirteo, todo muy artificial, sin apenas enganche de anhelo, el relato sin estímulo o curiosidad de devaneo e interrogación por el mismo..., ¡mejor quédate con la insinuante y deliciosa banda sonora!, algo es algo.
“Todo es una gran historia”, pero la observas con una pena de vigor, entusiasmo o devoción por su hacer, de escasa interacción con ella que te preguntas ¿esta trama, aparte de chifladura de personajes, tiene solidez argumentativa?
Tiene a un lelo creyente enamorado, tiene a una loca encantadora peligrosa, tiene a un viejo rico
desesperado, tiene a un muerto que no se sabe cómo nadie no lo asesinó antes, tiene matones, tiene inocente familia de esposa muy cabreada, tiene adulterio, tiene presión de golpes bajos..., aspira a confundir, emocionar, inquietar y resolver, con esmero de atención por parte de quien mira pero ¡que me aspen!, si debe conformarme y sentenciar ¡vale para pasar el rato!, pues hay muchas maneras de emplear el tiempo, incluso cuando éste es de rebajas, tirando a estado muerto, pero que no valga más que ¡cualquier peli de la caja tonta, mil veces vista!
“Tun, tun ¿Quién es? La oportunidad. No seas tonto, ella sólo para una vez en la vida”, por ello mismo cuida más el escrito, su ficción y pasos elegidos para designar y alcanzar al malo, que la espectadora que elige tu relato ¡merece más rico alimento!
“Manhattan night”, noches en Manhattan pero ¡con lo que da de sí, ciudad de tan bella mezcolanza!; mejores ideas, mejor combinación de ellas, ¡please!

Lo mejor; Brody y la música que la acompaña.
Lo peor; la trama y sus enredos previos para llegar hasta ella.
Nota 5,3


miércoles, 14 de septiembre de 2016

El rey del Once

Ariel cree haber dejado atrás su pasado, distanciado de su progenitor, tras construir una nueva y exitosa vida como economista en Nueva York. Llamado por su padre, cuya misión en la vida es dirigir una fundación judía de ayuda Y beneficencia en el barrio del Once, vuelve a Buenos Aires. Allí conoce a Eva, una mujer muda e intrigante que trabaja en la fundación.


Diez son comunidad, si falta uno voy yo.

Balvanera, conocida como El Once, es la mayor zona comercial de Buenos Aires, un organizado desastre que funciona, un equilibrado caos de tráfico desbordante que sale adelante sin entender cómo ni por qué, informal mercado de venta, un poco de todo, a todos los niveles, donde varias culturas conviven en angustiosa y enredada comunidad de vecinos, no sólo judíos -mayoría-, también árabes, peruanos, bolivianos, coreanos, chinos..., formando un exclusivo conglomerado de artístico entendimiento, donde hay que saber buscar para no hacerse un lío y encontrar lo querido a buena relación calidad-precio; nombre que proviene de la estación de tren “Once de septiembre” de la zona, supongo que habrá que ser de allí, haberlo pateado en persona para hacerte aproximada idea real de lo que se habla.
Daniel Burman trata de comunicártelo, de que lo entiendas, de dártelo a conocer desde sus entrañas, desde ese economista, de vuelta temporal a casa, que no logra ver a su padre, sólo hablar con él por teléfono; una semana para recordar y resolver rencores con uno mismo, disgustos que pesan a pesar del tiempo y que han formado el carácter frío y ateo de quien no cree en nada.
Como espectadora estás perdida y confundida, atropellada en la ignorancia, tanto o más que el protagonista; caminando de su mano descubres, averiguas, experimentas y te integras en su corazón loco, de humanidad desbordante; hay mucho que decir, tanto más que arreglar, pero sigue desaparecido el padre, sólo es una voz solícita al teléfono.
Intimidad colectiva, de distracción desigual, que demanda tu atención ligera y curiosidad leve para aspirar su dolor y modo de relacionarse; tras un torpe comienzo, empieza a tomar forma, todo se supera y desenreda, su alma por fin se muestra
accesible y Ariel ya no es un novato en recordada tierra, sino experto en los tejemanejes de este peculiar y malabarista grupo, unido y dependiente.
Ochenta y un minutos para desmenuzar, saber y cogerles cariño, simpatía de destartalado entuerto que te parte, con emoción y gusto, en ese cálido abrazo, de vuelta grande a los orígenes del buen saber hacer de Burman, y que tanto se echaba de menos; de veracidad anímica, humilde y breve, pero con lo suficiente para que captes su transformación y enlaces con su renacer escogido.
En España, el rey del Once te haría pensar en algo muy distinto, en juegos de azar para hacerse millonario y cumplir los sueños; Ariel -Alan Sabbagh- también los cumple sin darse cuenta, pues se rompe la tirante barrera paterno filial y se reconcilia con esa angosta figura, que cumplía con todos menos con su hijo.
..., y por fin se le ve, aparece el padre, y el hijo encuentra, y se encuentra a si mismo, y todo a su sitio.
Galletitas con dulce de leche son su pasión, gusta más de los preparativos que de los eventos, y
desencajado observa, y desencajada aprecias y le miras pasar de recadero forzado a organizador altruista, a ser el nuevo jefe, el rey del Once.

Lo mejor; su humanidad y fotografía callejera.
Lo peor, no valorar su sencillez de contacto y andadura.
Nota 6,1