lunes, 31 de octubre de 2016

Que Dios nos perdone

Madrid, verano de 2011. Crisis económica, Movimiento 15-M y millón y medio de peregrinos que esperan la llegada del Papa conviven en un Madrid más caluroso, violento y caótico que nunca. En este contexto, los inspectores de policía Alfaro y Velarde deben encontrar al que parece ser un asesino en serie cuanto antes y sin hacer ruido.


Y arrepentido ¡le pilló Dios!..., pero ya no valía.

“¿Qué harías si lo tuvieras enfrente?”, disfrutar de este rotundo, vibrante y elaborado guión, un magnífico thriller policíaco, de negro dramatismo, de intensa tensión, de ironía macabra..., redondeado espléndidamente por unas sobrias y estupendas interpretaciones, de naturalidad y realismo absorbente.
Dos soberbios actores, avaladados firmemente por su grupo acompañante, en un argumento intrigante, perspicaz y eficiente en su labor de atrape y suspense, de desasosiego e incertidumbre, de investigación, rivalidad e intimidad que se vive con interés, pasión y determinación gracias a una sólida estructura, que se desarrolla con precisión de solvencia, para crear ese ambiente puro, tormentoso y descifrador de un asesino en serie, que comparte demasiado con los investigadores que le buscan a la contrarreloj caza.
Uno bravucón, violento, insolente y auto destructivo, de la vieja escuela/el otro tartamudo, introvertido, observador y conciso, ambos con problemas en su vida personal; las relaciones en cercanía no son lo suyo, se les da mejor con muertos y culpables aún desaparecidos; la brutalidad una forma de expresión/la serenidad fingida, calma que inquieta, se entienden y soportan por tramos, les une la voluntad de resolución del caso; con oscuros y claros, más de lo primero que de lo segundo, de esforzada alma y corazón tempestuoso captan la atención del espectador y su vigilia, sus ganas de conocimiento y

comprensión con una veraz atmósfera, que se respira y goza con sencillez de pleno acierto.
Lo que se esconde y manifiesta, en un verano de calor asfixiante y confusas ideas, que potencian un temperamento que se intenta controlar; orden y pulcritud frente a estallido caótico, presión, estrés, frustración, todo envuelto en un insano cóctel sentimental, de sensaciones punzantes y emociones tirantes, que Rodrigo Sorogoyen maneja con destreza de adecuada dosis, para lograr esa enfermedad afectiva hacia una historia con carácter, de temperatura creciente, cuyo diagnóstico es hipnosis sistemática, de eclipsada razón, y su receta sentarse, sentir, escuchar y dejarse llevar.
“...., contaría hasta diez antes de actuar”, y como en toda anestesia, quedas ensimismada y traspuesta mucho antes de llegar a tan mágica cifra por su vivacidad, energía y discurrido tullimiento; a estas
alturas no voy a descubrir el demostrado talento de Antonio de la Torre, obviedad artística, una vez más latente en esta nueva aguda actuación, reforzada con maestría por un potente Roberto Álamo, como amargado de desgraciadas aventuras; un convincente trama de resultado gratificante, digno representante del mejor cine español.
Sórdida y opresiva gusta a amantes del género, a la audiencia genérica y a críticos con la filmografía de la tierra; trabaja sin descanso, en su angustia respirable/en su antítesis irrespirable, ambivalencia
represiva, de interior sugerente, que explosiona por
inesperadas descargas, de absorción suculenta y satisfactoria.
“Que Dios nos perdone” y ¡que nos coja confesados!, ante un mal inminente, de ejecución inevitable y consecuencias desastrosas..., buena ¡sin más!


Lo mejor; guión, interpretación, ambientación y dirección.
Lo peor; que no hayan más, de mismo estilo y calidad.
Nota 6,9


sábado, 29 de octubre de 2016

Maggie's plan

Maggie, profesora y mujer decidida, está preparada para ser madre soltera. Sus amantes no le duran más de seis meses, pero tiene un donante ideal. Con la muestra en la mano, se le declara John, un compañero casado...


Interesante paso del tiempo y los anhelos.

Es confuso escribir sobre esta película, dar una opinión concreta, aún no definida del todo, tras verla, pues sigue reinando el revuelto de pasos observados, en un encadenado término sensato.
Porque la protagonista es un desastre intelectual de buenas intenciones, que no aciertan en su propósito ni en su destino; simplemente se deja llevar por un azar, al que trata de evitar a toda costa, con sólidas y meditadas decisiones propias, para descubrir que ha sido víctima del oleaje y la agitación de ésta, con guasa de punzante y calamitosa broma.
Como representante medio del ser humano inteligente, resolutivo, y al tiempo perdido y desconcertado, quiere decidir por si misma su rumbo, ser ella quien dirija el navío de su aturdida existencia, por lo cual se embarca en un objetivo de madre soltera inseminada, para terminar lamentando acabar en extremo opuesto y conjurar por salir indemne del enredo, con una amañada jugada que sirve una coercitiva mesa de tentativa telaraña, para que los elegidos comensales, víctimas inocentes de su propio ego, disfruten de la comida trampa que liberará a la asfixiada princesa, aprisionada en castillo indeseado, que en su día estropeó dirección y obvió su deseado camino.
Y soy tan enigmática en mis palabras porque lo contrario sería revelar la gracia, sorpresa e ironía de un argumento fresco, torpe e intrincado, que tiene su gran baza en ese envolvente aroma a lo mejor del excéntrico ridículo de Woody Allen, más el ardiente frenesí de Baumbach.
Sólo que la combinación de ambos no llega a puntos estrambóticos rojos, ni a profundidad mordaz en su pretendida incisión; es aguda, locuaz, libre y
simpática, posee esa dulzura del amor imprevisto que todo lo puede y todo lo arruina, para volver a una calma de finalizado inicio, donde se disfruta de haber llegado sana y entera tras tanto vaivén y estropicio.
“Sólo enfrento mi realidad” y con ese loable propósito una ingenua, ágil, mareante y expresa mujer soltera, abre las puertas de un periplo de sentimientos equívocos y emociones chispeantes, que la desorientan y trastocan hacia erróneo sentido, bien rodeada de secundarios de lujo que la ayudan en su imperfección de andadura desordenada y divertida; Greta Gerwig, Ethan Hawke y Julianne Moore, un trío magnífico para un jardín de caótica relación a tres bandas, que posee su personal jardinero y su ocasional rosa, más aquella otra flor madura, concisa y firme que siempre espera su vuelta de interés y atractivo.
Una pequeña historia, catalogada como comedia romántica indie; no me gusta dicha etiqueta pues su
comicidad y romanticismo fluyen frágiles, esquivos e incoherentes como la vida misma, con inoportunos desaciertos que llevan a acertadas decisiones, tratando de no herir a nadie entre medias y, a poder ser, resolviendo de una vez por todas que se quiere e ir a por ello, sin torcer timón ni soltar amarras.
“Lástima que no se pueda devolver a un marido a su ex mujer”, y con la posibilidad de ello este incesante dialéctico guión, de sabia dirección invisible en su captación, juega a juntar, romper, liar y volver a unir, en un recorrido ameno de sentimientos dulces que entonan, entretienen y agradan, por su revoltijo de diestro apaño.
“Maggie’s plan”, unos planes que la propia Maggie olvida temporalmente para actuar de alcahueta y tener, de nuevo, la conquista de los mismos a su alcance, todo ello rodeada de buenos amigos consejeros que de nada le sirven.
Una cosa es lo que se quiere, otra lo que se puede,
otra lo que se consigue, otra lo que se añora, tras tanto rompecabezas de destartalado viaje..., y aún así, hay esperanza de felicidad plena.
Sin ser explosiva es ocurrente, a nivel de anécdota curiosa sobre el devenir de la vida y sus inesperados deslices y contratiempos.

Lo mejor; las intenciones liantes de su guión y su trío protagonista.
Lo peor; en la práctica, tan prometedora teoría no remata con avidez ácida.
Nota 5,9



viernes, 28 de octubre de 2016

Bad hurt

Narra la batalla de una familia de permanecer juntos a pesar de los demonios personales y secretos destructivos que amenazan con despedazar su unión.

Nadie quiere estar en su lugar.

“Bad hurt”, malheridos, ¡y vaya si lo están!..., en esta familia desecha y golpeada, con una hija retrasada -como prefiere decir la madre- enamorada e intratable, con un hijo ex-combatiente de Irak, seriamente dañado con estrés post traumático de su experiencia militar, con otro desesperado por impresionar a su devastado padre, ex-alcohólico a punto de recaer, pues está al límite del aguante y no supone ninguna ayuda para una esposa resignada/madre luchadora que no se queja, que no abandona y que cuida de todos menos de si misma, todo ello en un pequeño pueblo olvidado de la mano de Dios, de costumbres y relaciones cercanas, donde todos se conocen para bien o para mal.
Pesa, asfixia, aflige, su argumento duele y se sufre con angustia, puesto que parece que ninguna alegría es merecedora de llegar a un hogar de buenas personas, en las cuales el destino se ha cebado masivamente.
Su objetivo es plasmar cada uno de los personajes, situación y trayectoria con recóndita sensibilidad y pesadumbre, así como la unión sólida entre ellos, o distanciamiento de verdades confesas según momento y espacio; la dificultad del día a día, la apatía generalizada, la decepción de los rotos sueños, la extenuante lucha, el quebradizo ánimo, el
ocasional enfrentamiento, el agotamiento de la resignación..., todo sin perder de vista que son una familia y lo que ello significa.
Aceptar la realidad y dejarse de historias distorsionadas, que manipulan el presente para hacerlo más soportable, pero también exasperadamente fraudulento; el amor, el rencor, la ira, la desidia..., un conglomerado de sentimientos hondos, frustrantes y dolientes, para un drama sencillo en su planteamiento/arduo en su recogida mochila, de peso profundo y espeso.
“Shock es cuando estás tan herido que no sientes nada”, exhaustivo análisis sensitivo de un clan y sus perniciosos secretos, cuyo cuerpo y mente son golpeados sin tregua y con inmerecida amargura; sincera y concienzuda en su denuncia, según papel y situación escogida del personaje -trato discriminatorio a discapacitados, atracción sexual entre ellos, abandono del cuidado del soldado herido
por el ejército, matrimonio distanciado e indignado por el destrozo situacional derivado, idolatrado hermano hundido, las drogas y su abuso, la inocencia y sus gestos...-, con intensas interpretaciones a la cabeza, que ayudan a esa atenta mirada ofrecida gracias a la guía de un conductor de autobuses para gente deficiente, que aspira a ser policía y válido ante los ojos del padre.
Dura y agria de observar, es la honestidad interpretativa del rostro de los actores lo que cautiva y alienta; es implacable, es consistente, es perseverante, intimidad relegada al olvido por una
calamidad de sentimientos encontrados que abruman, atacan y comprometen.
Vivieron tiempos mejores de felicidad y esperanza plena, ahora adormecidos, agotados y exhaustos por un presente malogrado y ruinoso, sobre cuál futuro nadie se plantea hablar o imaginar, pues ya tienen bastante.
“Bad hurt”, malheridos, ¡y vaya si lo están!..., pero en unida y orgullosa familia.

Lo mejor; la cautividad facial de sus actores.
Lo peor; la dirección de Mark Kemble, novato en la materia, no da mucho juego.
Nota 6,1


jueves, 27 de octubre de 2016

Complete unknown

Es el cumpleaños de Tom, y ha invitado a gente a su confortable apartamento en Nueva York. Su colega Clyde viene acompañado de una chica que conoce desde hace poco llamada Alice. Ella es muy atractiva y pronto deslumbra a todos con su humor y brillantez. Sin embargo, Tom la observa silenciosamente, intentando recordar algo de ella...


Y a renglón seguido, ¿a quién toca interpretar?

“Podía ser quien yo quisiera”, renacer e inventarse cuantas veces gustara, necesitara o permitiera, libre para soltar amarras “y decidir qué es lo siguiente”, sin cargas, sin remordimientos, la reina del disfraz audaz y competente, que de repente siente la urgencia consoladora de ver y contactar con quien la conoció íntimamente, antes de embarcarse en todo su alocado periplo de fondo vacuo.
Enfermiza mentirosa cuya patología no cesa, incluso extiende el curioseo de su querencia a quienes la rodean, recreación de personalidades como entretenimiento u alivio, como algo pasajero o como estilo de vida tomado muy en serio, parte y requisito de carencia imperiosa no revelada.
Ritual especial y acaparador, que trae recuerdos del pasado a un presente confundido temporalmente, ante la aparición de un real fantasma que no se sabe de dónde viene ni a dónde va, lamentos y recriminaciones en una puesta al día que no se sabe qué pretende; abandonarlo todo, incluso quién eres, para resurgir en nueva vida escogida pero ¿cuándo se detiene?, ¿cuándo tiene bastante?, ¿cuándo está feliz y satisfecha en dónde se halla?, aunque entonces, ¿para ser quién de todos los escogidos?
Compulsiva demanda de cambio de identidad, que tiene en su bella protagonista su máximo acierto y valor, una Rachel Weisz siempre cumplidora, inteligente y cautivadora en sus actuaciones, tanto
en presencia física como en absorción plena del personaje.
No pretende ir a ningún lado, ni cambiar nada, sin destino concreto su única pretensión es narrar una inesperada visita, más interesante y seductora en su primera parte enigmática que en su revelado posterior, de quién se fue y de quién se ha sido en todo este tiempo, para proseguir en quién se será próximamente.
Es relajada y anecdótica, un sencillo escuchar peripecias de una mujer inquieta, que huye y cambia con constancia paranoica de si misma aunque, por una vez, siente melancolía y añoranza y solicita querido añejo compañero de viaje y aventuras; un escuchar sereno, de nulas emociones invertidas, salvando el esfuerzo de la veterana actriz y su compañero de reparto Michael Shannon que, con todo, no alzan cuestionable apetitoso interrogatorio, ni ético ni oportunista, a través del guión que manejan entre manos; únicamente presenciar el
relato, fantasioso o veraz, de una extraña familiar invitada a una cena de cumpleaños, en un peculiar desfile de existencias, como pasatiempo fugaz y ligero de una colapsada velada de amigos, alterada por los imprevistos acontecimientos.
“Complete unknown”, una completa desconocida, que vuelve temporalmente a la cercanía de las sensaciones y sentimientos vividos; el poder de dejarlo todo atrás, con sus buscados beneficios, también con ese mínimo reparo en contra que duele, se lamenta pero asume como parte del equipaje, para esos elegidos infinitos rumbos de variable maleta.
Historietas dentro de una historia, contada como chascarrillo del vacío existencial de una mujer frágil,
que utiliza el anonimato de la ciudad para desaparecer y realizarse de nuevo; solo que no logra despertar gran entusiasmo, devoción o atención por ella, la pasividad acaba reinando en su narración, presuntamente vitalista.

Lo mejor; Rachel Weisz.
Lo peor; continuo diálogo, de emotividad ausente.
Nota 5,2


miércoles, 26 de octubre de 2016

Lamb

Tras dos recientes y dramáticos acontecimientos en su vida familiar, David parece abocado a la desesperación y la soledad. Pero entonces se topa con una niña de once años, Tommie, en la que fija su atención.


¿Un lobo vestido de cordero, o simplemente cordero?

..., y no se decide a actuar -tampoco sabes si lo pretende-, y no se sabe decir de qué va, únicamente desconcierta y aturde; prepara el terreno con detalle y esmero, es simpático, amable y divertido, cariñoso, honesto y abierto, incómoda y desconcertada le observas avanzar, ganar espacio y confianza..., y todo es expectante, extraño y disconforme.
La inocencia de una niña/la perversidad de un adulto -¿también inocente?-, una pareja inquieta de unión desigual, pues uno tiene un deseado plan elaborado/la otra está confusa y ensimismada al mismo tiempo; es lenta y relajada en su proceso de ir al matadero, si es que va, lo esperas pero lo dudas, y en esa indefinición y despiste te preguntas si es un demonio, o un desequilibrado, o un buen hombre desorientado.
Un amor malentendido, de quien emocionalmente es inestable, y de quien afectivamente está necesitada y necesitado; el argumento mantiene una tensión uniforme, de incertidumbre perpleja, hacia un perturbado que no muestra sus garras directamente, que juega al embiste y al engaño, a la indeterminación con un espectador que no le entiende, ni acepta, ni sabe realmente qué hace.
Es sosegada en sus tiempos, acuciante en sus sentimientos, tranquila en su padecimiento, inverosímil según actos, sabia según otros, de
situación anómala; un incomprensible adulto, difícil de definir, que es David en sociedad/Gary en sus fantasías personales, esas necesidades que le llaman hacia un prohibido enamoramiento, insano y enfermo, del cual se permite gozar una semana, escondido del mundo.
Abre sus puertas con escaso crédito de inicial contacto, una vez embarcado se recompone y adquiere interés de rumbo, motivo y desenlace, hacia el final pierde enteros, por ser una partida que opta por apostar sin rasgarse las vestiduras; su guión no quiere mancharse las manos, sólo insinuar los peligros de unas sensaciones nacidas de la desconexión y desencaje con el mundo y sus aceptadas normas.
“Lamb”, un tierno cordero, que despierta preguntas
sin responder ninguna, ávida en expectación, con algo de torpeza entre medias; un acierto la pareja protagonista -especialmente la joven y expresiva Oona Laurence- en ese deseo de huir del vacío, el dolor y la apatía y hallar la belleza paisajística del mundo, en conexión mutua; 36 años de diferencia para una lectura doble, la que se confiere desde el punto de vista externo/la que crece al paso de su compartir tiempo y espacio.
El disentimiento es presente en el juicio, de forma constante y aturdida; no hay maldad, pero está mal/es una equivocación cuyas emociones se viven con acierto, produce rechazo, desasosiego y enigma de suceso.
Inclasificable relación de dos almas vagabundas y perdidas, donde crece la polémica sobre lo vivido...,
¿amistad, amor platónico, deseo sexual no manifestado?, todo cabe según ojos del que mira y juzga pero, lo cierto es que nada vuelve a ser lo mismo, para ninguno de los dos, tras su viaje.
¿Lobo o cordero?, ambas posibilidades dan miedo.

Lo mejor; la viveza de Oona Laurence, una fantástica incipiente lolita.
Lo peor; un guión comedido en su ambigüedad inconveniente.
Nota 5,8


domingo, 23 de octubre de 2016

Un monstruo viene a verme

Tras la separación de sus padres, Connor, un chico de 12 años, tendrá que ocuparse de llevar las riendas de la casa, pues su madre está enferma de cáncer. Así las cosas, el niño intentará superar sus miedos y fobias con la ayuda de un monstruo, pero sus fantasías tendrán que enfrentarse no sólo con la realidad, sino con su fría y calculadora abuela.


Ayuda creativa, para soportar la vida.

No me gusta cuando me venden tanto, publicitariamente, una película, me insta a una actitud negativa respecto la misma, una involuntaria actitud defensiva ante el torpedeo continuo de información sobre ella, y Telecinco lleva más de un año agobiando sobre la grandeza y espectacularidad de la susodicha, multiplicado aun más tras su estreno y récord de taquilla.
Y con esas, y sin haber oído un comentario negativo sobre ella, acudo a su encuentro, para cerciorar su emocionante despliegue de sentimientos, o descubrir que la mayoría opta por una pasapalabra que nadie se atreve a interrumpir, o negar con una voz distinta.
Cuando tanta gente te habla maravillosamente de una cinta te pregunta ¿son exagerados?, ¿será para tanto?, no hay neutralidad receptiva de origen y, por tanto, por inercia esperas y deseas algo grande, no te conformarás con menos.
Y, aunque al principio crees que no es para tanto, resulta que sí lo es, que poco a poco, con seguridad y firmeza, sobriedad y arte, se va metiendo en tu corazón hasta hacerte emocionar con cerciorada lágrima incluida; “la vida siempre está en los ojos”, y la mirada de Lewis McDougall es pura expresividad magnífica, a la cual se enfoca la cámara con obsesión y devoción de dedicación plena, un gran acierto de
elección para ese papel tan importante y decisivo, tan complicado de interpretar y transmitir en su conjunto.
Detener el tiempo, cambiar la realidad, la fuerza y coraje para llevarlo a cabo, a las 12:07 surge el tejo, ese fantástico árbol medicinal de la vida que le enfrenta a una verdad dolorosa aún no revelada, gracias a unas mentiras piadosas que cubren temporalmente el dolor y la angustia amenazante, pues para evitar éste, para demorar su llegada, se cree en la dulcificada falsedad, amoldada a unas necesidades que estallarán, más pronto que tarde.
J. A. Bayona acierta de lleno, en todos los sentidos, con esa delicada y afectiva historia de miedo y valentía, de desasosiego y pena, y su mayor logro es escoger con inteligencia, de aportado beneficio para el placer del vidente, a cada uno de los elementos integrantes del proyecto...
..., desde la emotividad de un guión sabiamente desarrollado, a unos diestros efectos especiales, cuya equilibrada y concisa sincronización y aportación es
perfecta en cada fotograma, a la concienzuda fotografía, el detallismo escénico, la sensibilidad envolvente, la humanidad respirable..., y por supuesto, a su excelsa dirección, de ideas claras en el supremo objetivo a plasmar en esta maravillosa pesadilla, que va más allá de los sueños, para convertirse en una historia cuya criatura salvaje, danza libremente en el interior de la expectante audiencia, sin saber ni controlar qué desastre pueda causar en sus emociones.
“La mayoría no comen perdices”, y no va a ser diferente para este chaval “demasiado mayor para ser un niño, demasiado joven para ser un hombre”, que ha de enfrentarse a una anticipada madurez
invisible, pero muy presente en su realidad, que golpea y castiga decidiendo condiciones y ruta de andadura, siendo el enfado, la culpa, la rabia y el sufrimiento piezas de viaje incorporados.
Es buena, obviedad sencilla ratificada por todo el que acuda a verla; te cautiva, te abraza y te emociona lentamente, de menos a más, con certeza de diana en las sensaciones evocadas.
Impresiona el monstruo/hechiza el niño/conmociona el relato, te devuelven el favor de ir a verles con la complacencia de lo visionado, el gusto de lo recibido, el sabor del recuerdo dejado..., sin duda alguna, la agresiva campaña publicitaria estaba justificada.

Lo mejor; el artístico talento de Bayona.
Lo peor; no verla en gran pantalla.
Nota 7,1



sábado, 22 de octubre de 2016

I am not a seria killer

John Wayne Cleaver es un adolescente obsesionado con los asesinos en serie que, pese a sus tendencias sociópatas, hace todo lo posible para no convertirse en uno de ellos. Cuando el frío pueblo del Midwest americano donde vive se ve acechado por una ola de sangrientas muertes, John decide perseguir al culpable, bajo la amenaza de descubrir que él es mucho peor que su enemigo.


Me miro, comparo y las desavenencias me abruman.

Uno se conoce por dentro, admite su interior más insano, inaceptable y devorador de esas ansias de llevar a cabo pensamientos impuros, endemoniados y satisfactorios para esa parte obscena, maleante y bribona que convive con nosotros; pero por sociedad, por educación, por convivencia, por freno de lo que podría llegar a ser o hacer, la persona se contiene, se modera, se controla y desvía su atención y mira hacia aquellos deseos y estímulos que le hacen crecer, mejorar, postergando al retiro, de esa esencia recóndita que de vez en cuando te lo recuerda, todo aquello que supone descontrol, avidez, ansiedad y destrucción de ese oculto y callado animal que llama, con insistencia, si no se le mantiene en equilibrio calmado y a ralla.
Pensamientos normales ¿cuáles son?, para el caso los que te alejan de ser un psicópata, pero del pensamiento al hecho hay un trecho importante, que marca la diferencia entre serlo o pensarlo, y con esas juega Billy O’Brien, una ambivalencia que cobra nuevo sentido, de curiosidad perversa, al presenciar un acto delictivo ansiado, como testigo, después de tanto imaginarlo.
“El corazón desea lo que desea”, la mente vuela al cielo infinito con sus macabras ideas, sin stop ni barreras, pero “tú controlas tu propio destino”, pues ejecutar es distinto de fantasear con proceder a aliviar el dolor que se sufre por dentro, con esa agresión externa hacia el otro, imprescindible la fina línea que les separa.
Interesante producción irlandesa, divertida, sarcástica y enigmática, que se abre paso entre el inverosímil robo de vidas y su admirador o discípulo, ni siquiera él lo sabe con contundencia; perplejidad
que tienta el camino, seductor e inquietante, hacia su objeto observador, analizando y saboreando cada minuto y hallazgo.
Extrañamente sádica y romántica, aguda y enloquecida, inolvidable durante largo espacio de tiempo, quiebra, perturba y enamora de forma hipnótica y tétrica, con escena final exquisita y gratamente degustada; da en el centro de la pesadilla, del martirio, de la ironía, con un guión sabroso y apabullante en sus partes gustativas, todo en una pieza combinado con sagacidad, inteligencia y deshojada morbosidad analista.
El mal se oculta entre nosotros, vive a nuestro lado, cualquiera puede verse invadido por su placentero goce siniestro, ese que devora pidiendo cada vez más y que carcome por dentro.
Un adolescente que se pregunta por quién es, que no teme admitir lo que podría ser, que se esfuerza por frenar sus instintos y huir de sus peculiares ideas, todo en un marco de cuestionada normalidad; un filme independiente y diferente que maneja con arte
el thriller, el terror, la negra comedia y el drama de fondo.
Gélida fotografía natural para una dirección silenciosa que, desvelado la némesis de sus entrañas, relega su punto hacia esa estrenada madurez enfrentada a la vejez sólida, en lucha de poder y sentimientos; cuestionada empatía, o ausencia de ella, de un devoto amor nivelado con hambrienta muerte.
El descrédito físico de un cuerpo achacoso, poseído por el alma energética de un demonio/ la rareza de un joven, aprendiz de psicópata, que husmea en si mismo admitiendo lo que encuentra; original, fresca, afilada, fascinante y entretenida, podría haber llegado a ser película de culto, pues tiene cierto aire al rozar puntos devotos, pero no remata con eficacia, su competente obsesión, de atención inquisidora, desvanece su idiosincrásico instinto cediendo en sus perfilados aspectos de base.
Basado en la novela de Dan Walls, ésta debe ser
sugestiva y perturbadora pues la cinta, sin llegar a culminar todo su potencial, es estimulante, singular y tentativa.
“I am not a seria killer”, un asesino en serie que motiva a que lo sea, o no, su vecino, con la colaboración involuntaria de ambos; “no es terror, es tristeza”, es descubrimiento de la personalidad que se esconde en el fondo de la copa.

Lo mejor; la sorpresa de su acogida.
Lo peor; su veneración inicial no se confirma de pleno.
Nota 5,7


viernes, 21 de octubre de 2016

Elle

Michèle, exitosa ejecutiva de una empresa de videojuegos, busca venganza tras ser asaltada de forma violenta en su propia casa por un intruso.


Una buena mujer, de alma negra.

Ocultar los hechos, como si nada hubiera pasado, el control de la normalidad como sostén y apoyo de fuerza y dominio, primera respuesta instintiva; segundo, contar a los amigos y familiares lo sucedido y oír consejos y opiniones disconformes con la suya, para llegar a ese estado ficticio de continuidad con la rutina, cual inmune persona que se recupera sola sin auxilio de nadie ni nada, donde la mente, las sospechas y las insinuaciones empiezan a jugarle malas pasadas.
Y el lento y escabroso historial familiar conocido tampoco ayuda, y surge un acoso de investigación individualizada que da sus frutos, pero también sus inquietantes secuelas.
Y este extraño drama, firme, frío, ambivalente, de víctima convertida en cazador persuasivo y avispado, de esa presa atacante que no se lo espera, aturde con perplejidad sentimental no definida, pues imposible sentir lástima por ella, tampoco empatía por sus actos; no se deja conocer, ni penetrar, demasiadas ramificaciones se extienden a partir de ella, únicamente cercioras que es luchadora, calculadora y superviviente, que no se achaca, que no se retira, que se adapta cual planta devoradora a las necesidades terrenales para salir victoriosa, con heridas menores, del puñetero destino que ella misma ajusticia a su manera.
Francesa es la producción y sin duda posee su innegable marca, esa ambigüedad de sensaciones para personajes duales que juegan a marear las relaciones y sensibilidades que de ésta reflexionas y se desvelan; te mantiene atenta, a ralla y expectante, por incomprensión de emociones, actitudes y desencaje del tormentoso camino.
Mujer exitosa que lidia con el reclamo patriarcal del dominio, con un marcado distanciamiento sensitivo con el mundo, por requisito de acecho ante la feroz competitividad dominante; un hecho violento abre el
telón, único testigo el gato, de la primera conmoción se pasa a una frivolidad del suceso y de cómo ésta se maneja; no hay debilidad, ni lágrimas, ni socorro, hay soledad vergonzosa que debe mantenerse viril en todos los aspectos, como asumido papel de heroína que toma decididamente.
El devorador suspense está presente, variando su lado de vigilancia y mira; Paul Verhoeven vuelve magistralmente a una tragedia, la de la violación, con desencajados toques de ironía negra que apabullan y confunden, alteraciones insensatas, de giros impensables, que encuentran su equilibrio gracias al arte y destreza del susodicho director y del que se beneficia un expectante vidente, enmudecido y vigilante del siguiente paso.
Intensa y magnífica Isabelle Huppert, intenso y fascinante su personaje, intenso y soberano un guión que apuesta por el absurdo escenario de un violento
ataque, que se convierte en seducción depredadora sin concesiones ni lástima.
“Elle”, ella, chica de ceniza/mujer gélida, dura, retorcida, impetuosa e intrigante, que protagoniza un thriller oscuro y cómico, enfermizo y retorcido que perturba y engancha, todo en uno con siniestra espera.
Domina y manda en un mundo de hombres, haciendo las cosas a su férrea y apabullante manera; asombra la máscara que encierra tan torturada esencia.

Lo mejor; la dirección y su soberbia protagonista.
Lo peor; deja asuntos sin perfilar con contundencia.
Nota 6,6


jueves, 20 de octubre de 2016

In your eyes

Dos personas alejadas geográficamente, se encuentran en realidad más conectadas de lo que nunca pudieron imaginar.


Creencia espiritual que no enamora.

Es muy inconexa, desvinculada del apasionamiento; busca el romanticismo de una manera bonita, delicada y hermosa pero destartalada, dulce y animosa pero fuera de todo orden y encaje novelero que despierte entusiasmo, energía o delirio.
Son simpáticos, encantadores, caen bien, viven ese cliché de desdicha que anticipa la ilusionada felicidad merecida, pero es tan poco coherente su engranaje y elaboración, dentro de la fantasía base que les conecta, que no acaba de funcionar como mediador de la magia romántica que te haga creer en ellos, seguir su historia con esperanza y desconsuelo y sufrir por su ansiosa unión, de perfección designada.
El tema no es original ni nuevo, Sandra Bullock y Keanu Revees ya se comunicaban a distancia, aunque éstos eran más estables, utilizaban el correo y la carta escrita a mano, más personal e íntima, enviada a distancia temporal; en esta ocasión, Brin Hill plantea, en tonos de ambientación natural y espontánea, dos personajes extremos en su antagonismo posicional, que sorprendentemente dialogan con la facilidad mental de decir hola y adiós, cual telefonía móvil pensante que sólo tiene que desearlo para que funcione, primer error de desconexión para con ellos, a pesar de contar con verdadera empatía entre Zoe Kazan y Michael Stahl-David delante de la cámara.
Tras esa imprevista unión telepática emocional, se pasa a una rutina de conversaciones entre dos amigos de toda la vida que comparten su adversidad, intimidad y prosperidad, aunque se supone la vivieron juntos en alternancia, pues llevan en unión mística desde pequeños, sin saberlo con certeza, pero creyéndolo intuitivamente.
Y a partir de ahí, una vez descubiertas las cartas, método y sensaciones compartidas, el sentimiento es de debilidad argumental, de pobreza imaginativa, de
escisión amorosa, pues no basta con dos personajes alejados, destinados a estar juntos, no basta con complicaciones y dudas personales sobre lo vivido, no basta con la lucha de superar los problemas cual intrincado Romeo y Julieta; falta el espíritu, la ilusión, la inquietud, la emoción, la creencia, el desgarro sufridor, el combate parejo y la alegría conclusiva, sólo con buenas intenciones, de escasa efectividad, no es suficiente.
La escoges por los favorables comentarios escritos hacia ella, por el apetecible tráiler visionado, aunque eres consciente de que hay amiguismo en esto de escribir las reseñas y que el tráiler no deja de ser un montaje publicitario para vender un producto; aún así confías y acudes a ella, por la querencia de una historia de amor que inspire y valga la pena, obteniendo un relato de buenos propósitos, de cándida alma, de predestinación mística que no alza el vuelo, se queda a rasante nivel del suelo pues,
dentro de la invención creativa, ésta debe seducir, ensimismar y embellecer al nutrir a un corazón hambriento, y únicamente logra aderezar los entrantes, dejando con hambre el resto.
Sin arrepentimiento de verla es excesivamente inocente, candorosa e inofensiva, sin garra, furia, lejos de llegar a producir calor o admiración por ella, tibieza negativa especialmente si acudes con la suposición leía de que será grato, increíble y fantástico el convite; puede que, desde la nada de quien se la encuentra sin información previa, suba enteros pero, no pasa de ser cine de sobremesa de domingo, echa para engatusar cálidamente sin mucha materia.
“In your eyes”, en tus ojos, aunque no es verdad, y
ese es su gran fallo, que tu mirada en ningún momento queda embelesada por esa romántica pareja, a la que te unes en su posibilidad de alcance de la dicha eterna.
Juega a intentarlo, eso es todo.
Modesta producción, de tierna fantasía, que pretende ofrecer fe en esa irrealidad que todo lo puede, al tiempo que espera aparezca tu considerada sonrisa; depende del nivel de tus exigencias, dicha mueca labial te será válida o nimia.

Lo mejor; pretende vender que ninguna montaña es lo bastante alta para alejarles.
Lo peor; su encuentro no compensa el esfuerzo de subir la montaña.
Nota 5,6


miércoles, 19 de octubre de 2016

Atrapa a un ladrón

El detective de Hong Kong Bennie Black ha estado siguiendo durante décadas a un conocido jefe de la delincuencia, Victor Wong. Cuando la joven sobrina de Bennie, Samantha, se mete en problemas con el sindicato del crimen de Wong, Bennie deberá localizar a la única persona que podrá ayudarlo: el jugador estadounidense Connor Watts


Jackie Chan, una leyenda aún en forma.

Malabarismos imposibles, de entradas y salidas rocambolescas y enmarañados escapes y atrapes, hechos realidad con esa peculiar mezcla de artes marciales y comicidad que tan estupendamente bien maneja este actor, como firma propia de su santo, identidad y seña.
Su papel siempre es el mismo y la trama no varía un ápice del clásico esperado, todo en su sitio fantásticamente encajado; hombre de principios y honor que cumple sus promesas, cuida de sus seres queridos y venga a ese fiel amigo fallecido, a quien dedica su tiempo y ofuscación mientras se hace acompañar de la pareja chistosa de turno, que le vuelve loco y ambienta mientras transcurre la resolución del caso.
Tropiezos, golpes, caos, malentendidos, acompañados del momento oportuno de fraternidad y sinceridad entre colegas; correr, saltar, esquivar lo que se viene, enviarlo de vuelta, todo adornado con rapidez escénica de estruendosa banda sonora, que acelere el ya de por si estrepitoso ritmo y altere a un espectador, que no tiene la vista lo bastante aguda
para digerirlo todo y no perderse algo por el camino.
Pero no importa, no es decisivo, nada lo es, puedes ir al baño y volver y retomar la ruta del acostumbrado tramo comercial en el que Jackie Chan se ha especializado; es divertido, es ameno, es facilón, es entretenido, es lo que esperas, pues no pretende alterar ese efectivo convencionalismo que sus fans expectantes desean ver, cuando eligen sus películas.
Está mayor y se le nota, no tanto en el resultado de su performance como en su rostro y físico; los años pasan para todos y para un intérprete del género de acción, es camino de anticipada baja por desacuerdo explícito entre lo que pretende la mente y lo que el cuerpo le permite.
Pero por ahora sigue ahí, eficaz, productivo y entero, tiene su público, quienes estarán contentos con lo presentado; al resto ni se le ocurra meterse en
concierto de charanga chistosa, cuando sus gustos viran hacia la ópera.
“Skiptrace”, nueva comedia de acción del tercer actor mejor pagado del mundo, récord de taquilla en China en su estreno, con 60 millones de dólares recaudados en un sólo fin de semana; más larga de lo requerido y necesario, se trata de atrapar a un ladrón que nunca es el señalado y si el obviamente adivinado.
Sencilla, comercial, inocente, vaticinable, olvidable..., lo requerido al escogerla, luego ¡no te quejes!
Meditación tonta tras su consumido paso:..., entiendo que lo busca y rebusca pero ¡cómo se complica la vida este hombre para dar patadas!, el tiempo
pensante otorgado a la coreografía debe superar con creces al dedicado ¡al enredo de la trama!, ¡los ensayos deben ser dolorosos y tremendos!, sólo hay que ver las fallidas escenas que se entregan a posteriori de los créditos finales, muchas veces ¡mejores que lo anteriormente visto! Y con su filosofía de no dobles ni artimañas pre grabadas, ¡lo que le espera sufrir a este hombre, conforme avance en edad y quiera mantener el tipo!, y ¡lo que cambia de país y ciudad para dar y recibir tortas!
¡Es lo que tiene ser Jackie Chan!, especialmente en China, ídolo de masas venerado y respetado.

Lo mejor; sigue siendo Jackie Chan, sin engaño de promesa no cumplida.
Lo peor; sigue siendo Jackie Chan, sin moverse un ápice de su sillón fijo.
Nota 5,6


martes, 18 de octubre de 2016

El benefactor

Franny es un filántropo rico y excéntrico. En un intento por revivir su pasado, acaba interfiriendo en la vida de los recién casados, Olivia, la joven hija de un amigo fallecido, y Lucas, su marido.

Un adicto con culpa.

El exceso es peligroso, incluso cuando se es generoso y altruista; dar en abundancia, sin motivo ni esperarlo, puede llegar a incomodar, hasta generar esa tensión comprometida de quien agradece pero es exagerado e inoportuno, inconveniente y desproporcionado el regalo recibido.
El equilibrio de quien conoce la porción justa, para cada momento y situación, es habilidad valiosa que facilita el roce y confirma el cariño nacido con la persona/la imprudencia de quien actúa por sensaciones extremas, dificulta y violenta el contacto con el susodicho y la madurez de la amistad querida, ambivalencia que se puede decantar fácilmente, por una de ellas, si se unen la soledad y la necesidad imperiosa de expiración de la culpa.
Actores de renombre reconocido, en la vejez de su profesión -en Hollywood, a partir de los 60 la llevas clara- se están reubicando como pueden, y Richard Gere no es de los peores en dicha labor -no opta por comedias lelas, donde hacer el ridículo sin ton ni gracia-, pero tampoco acierta del todo con tragedias de escaparate llamativo, que no profundizan en el género vendido.
Aunque para él, como actor, es un papel suculento, donde sigue realizando una labor concienzuda, de interpretación exitosa y sentida; aquí como drogadicto excéntrico, dramático y apabullante, martirizado y devastado emocionalmente, a quien el dolor corroe, hasta llevarle a la desesperada demencia de quien

necesita su dosis, un encantador y agobiante filántropo yonqui, llevado al límite de su locura creciente.
“Si me necesitas, llama” y la viva y colorida fotografía, más su conveniente banda sonora, son un punto a favor que llama a embellecer la tragedia, pues ésta es acomodada y llevadera; en teoría de sufrimiento y redención, en la práctica sólo cumple con el decorado, prefiere ser bienintencionada y suave, que afilada y punzante.
Cálido y templado guión, para un intenso y energético Gere que es el solo la película, ya que se deja, de banda y desnutridos, a la pareja objeto de ofuscación del héroe maldito, para centrarse exclusivamente en su desorden y martirio; “es mejor cuando tienes a alguien con quien esconderte” y el argumento deja escondido mucho, por obsesionarse en el trauma a posteriori surgido y relegar, el thriller de inicio, a olvido no resuelto.
Realizada para gustar y no irritar, para ser abrazada con

mesura de preocupación, que ni inquieta ni molesta; celebra la vida y el final de los fantasmas con un benefactor que luce por su intérprete, no por la historia que le respalda.
Busca ser aceptada, no recordada.

Lo mejor; Richard Gere y su explosión interpretativa.
Lo peor; no pretende ahondar en nada, únicamente relatar moderadamente.
Nota 5,7


lunes, 17 de octubre de 2016

The childhood of a leader

Narra la historia de una familia norteamericana que vive en Francia durante el periodo de posguerra, tras la I Guerra Mundial. La situación del país será el germen del fascismo que surgirá en varios lugares, y el benjamín de la familia será uno de sus futuros líderes.


Sin liderazgo convincente en su enfoque.

El nacimiento del mal, ¿estaba desde los orígenes, en igualdad de compartimento con su homólogo contrario el bien, o es un ángel caído, que perdió su propósito y rumbo, y por tanto está a nivel inferior de la completud del supremo?
Disfrutar provocando mal a los demás, estímulo como acto de vida, esquema de comportamiento que siempre se excusa y justifica a si mismo, por regresiones a un tormentoso pasado, mayoritariamente de la infancia; "no es el hambre, el amor, la ira ni el miedo la fuente de nuestros males, sino nuestra propia naturaleza", afirmaba León Tolstoi en cuento de mismo nombre.
Lucifer para los cristianos, no es una creación, es la destrucción de una relación sana que invierte su propósito, pues todos son buenos por inicio de amor; aunque ésta, u otra meta de salida poco importan, pues dicha tendencia y sentimiento es verdad presente a lo largo de toda la historia humana.
Sea como fuere, Brady Corbet recrea un filme sobre un crío rebelde, curioso, testarudo e impertinente, que debe simbolizar el nacimiento inocente de ese mal que deja asomar sus primeras intenciones, rabietas que deben interpretarse como recelo, desorden e inquietud de lo que está por venir; pero lo cierto es que no levanta motivación, interés o
enigma sobre el misterio del comportamiento de un hijo, al que cuesta enderezar, que no educar.
Oscuridad lúgubre, con puntuales focos de luz elegidos al detalle en su primera etapa, para recrear la tenebrosidad de la idea ocurrida, aunque no va más allá, el relato no logra abrir desconsuelo ni apetito; una cuidada fotografía, de esmerada ambientación epocal, para pobre contenido que permita girar hacia la indagación de un testarudo infante, que no claudica como buen futurible líder que el mundo jamás olvidará.
Fascismo de fondo, con autoritario padre militar y madre frustrada, su evolución trágica, de elementos emocionales, va en progresivo ascenso; vende promesas que no pasan de humo nunca confirmado,
pues esa mirada retrospectiva a la infancia, como explicación de los actos en edad adulta, no inspira ni capta.
Su principio y final cuentan con vigorosa acción, de presagiada música envolvente, pero es en su centro donde no extrae la potencia a la espléndida actuación de Bérénice Bejo y Tom Sweet, madre e hijo enfrentados en autoridad y poder; imposible mantenerse, con validez de rédito, únicamente con buenas intenciones, de nefasto resultado.
Ficticio o real es este joven hitleriano que desafortunadamente transformó el mundo para siempre, un apreciado naturalismo visual para ese tratado de Versalles, como excusa y respiración de fondo, pues el foco direccional está puesto sobre la hostilidad de una niñez que marcará sus años posteriores; no hay correlación ni destino, todo se insinúa pero no cumple, es más la imaginación del espectador, que otra cosa, la que realiza el trabajo
creativo, ya que el guión escasea en dicho objetivo y no ayuda a conformar ese trazado, del futurista mal encarnado en la persona de ese pequeño Adolf Hitler.
Teoría funcional de técnical que falla en su encrucijada narrativa, la espera agota, no hay incertidumbre de pasos, ni de sus consecuencias venideras; apenas hay nada, excepto la sonora musicalidad de ambientación exquisita.
"¿Por qué lo hiciste?" No hay respuesta; y aquí se deja mucho por nutrir y explicar, en la relación materno/paterno filial y sus pulsos y contraataques de respuesta.
Ni retorcida ni capciosa, le falta sadismo a su esencia, le falta el mal en su perversa potencia.
Sin ambición en su punto de mira.

Lo mejor; su caracterización, fotografía e infantil protagonista.
Lo peor; sino supieras lo que pretende narrar, ¡ni lo pillarías!
Nota 6,3



domingo, 16 de octubre de 2016

Captain fantastic

Ben es un hombre que ha pasado diez años viviendo en los remotos bosques situados al noroeste del Pacífico criando a sus seis hijos. Sin embargo, las circunstancias hacen que tal peculiar familia deba abandonar su modo de vida en la naturaleza y volver a la civilización. Asimilar su nueva situación y adaptarse de nuevo a la sociedad moderna no les va a resultar nada sencillo.


“Un hermoso error”, de repetible acierto.

“Somos definidos por nuestras acciones, no por nuestras palabras”, y aquí hay de sobra, de ambos; grandes palabras de acciones únicas, como la peculiar familia que forman estos seis hermanos junto a su padre, criados en personalidad exclusiva con la libertad de la comunicación sincera y abierta, del ejercicio firme y constante, de la sabiduría y poder que confieren los libros; una sólida unidad de enseñanza individualizada, osados aventureros supervivientes que viven cada día con plenitud de gozo, que exprimen su cuerpo y mente al máximo rendimiento, para vanagloriar el regalo de la otorgada vida.
La ciudad no aporta nada bueno/el bosque otorga todo lo necesario para una existencia conforme a sus creencias, y allí que se embarcan en un alternativo proyecto para criar a sus hijos; pero todo paraíso finaliza y el contacto con la sociedad abandonada supone un directo choque de mala praxis, tanto en el lenguaje como en el enfoque.
La muerte de una madre y el deber de cumplir su último deseo, una misión valiente donde las incongruencias, rencillas, desajustes y oposición de camino harán su aparición, de forma tormentosa; un bravo y salvático Viggo Mortensen, absorbente, vivaz y estupendo, acompañado magníficamente por un elenco de jóvenes actores, que le cubren y rematan con alegría, energía, dinamismo y contundencia de físico y alma.
Admiración e inquietud, aprobación y rechazo, un
persuasivo lado positivo/un nefasto negativo contrario, combinación que te hace experto en teoría de letra impresa e ideas asimiladas, pero que deja huérfano de convivencia social con seres semejantes; ningún problema si vives aislado y sin contacto en las montañas, dificultad irascible si estás de vuelta en el asfalto, con sus luces de neón y casas de cemento.
Es salvaje, es educativa, es humana, divulgación de sensaciones y aptitudes propias, elegidas con convicción y voluntad de seguimiento y experiencia; el planteamiento no es nuevo, ciudad versus campo, negación de la comodidad establecida, de la vagancia que trae la modernidad, adopción del esfuerzo y carácter de buscar uno la supervivencia.
Son “survivalistas”, una nueva raza emergente que se da en norteamérica; vida natural al 100% ante la decepción de lo urbano, donde los supuestos frikies son chavales muy competentes y preparados para abordar cualquier terreno, excepto el de la socialización banal e informal con otros jóvenes; es
clara su lectura optimista y de favoritismo por dicha elección hecha.
Película concebida para entretener con gratitud de espacio/para reflexionar tras ella, solventes interpretaciones, para la viveza dramática de un guión cálido y soberbio, sensible y agitado que lanza puñales, de herida ostentosa, al tiempo que distrae, adiestra y azota en el crucial dilema sobre la mejor educación para los hijos.
Abre sus puertas con potencia y agresividad -su primera escena ya rompe moldes-, continua con una visión fresca, vibrante, dialogada y perseverante, hacia el final pierde parte de su instinto de base, por el amoldamiento y complacencia de un final cándido y amoroso, beatitud que no llega al fanatismo entusiasta del resto.
“Captain fantastic”, un capitán decidido, al frente de un lozano navío fantástico, que decide ruta alternativa con sus pros y contras.

Lo mejor; sus intérpretes y optimismo dramático.
Lo peor; su toque a radical utopía soñada.
Nota 6,3



sábado, 15 de octubre de 2016

Burnt

Tras perder el prestigio por culpa de su carácter y sus problemas personales, el chef Adam Jones, pasado un tiempo, abre con su antiguo equipo un nuevo restaurante con el objetivo de alcanzar la perfección y conseguir las tres estrellas michelin.


Un samurái de la cocina, de esencia pobre.

Un demonio de la cocina está de vuelta, un prodigio arrogante, soberbio, estúpido e inestable que se cree puede controlarlo todo, genialidad de un chef que busca reclutar a ese fantástico equipo -al igual que Ocean con sus eleven-, que le permita acceder a la codiciada tercera estrella Michelín, el Yoda de la cocina.
Un millón de ostras peladas y pone fin a esa auto condena impuesta, que le lleva a Londres para resurgir de sus cenizas y ser lustroso y conflictivo ave Fénix; con sabrosa banda sonora y la combinación del inglés rutinario y la elegancia gastronómica -ya mito desbancado- del francés en la gastronomía culinaria, intenta ser divertida e irónica, atractiva y emocionante con ese loco inteligente, intratable, espontáneo e imprevisto, quebrado interiormente.
El mundo competitivo de la alta cocina, su tensión, presión, gritos y desequilibrios por la perfección del mejor, dilema inquisitivo que abarca mucho más de lo profesional, pues se trata de la reconstrucción de quien lo estropeó todo e intenta ganarse el respeto de los suyos de nuevo.
Y en esa prevesible cruzada, de la infernal piedad de sus rivales, a la satisfacción personal del logro abrazado, Bradley Cooper, el guapo de Hollywood por excelencia, de increíbles ojos azules, siempre ideal como perdedor en proceso de redención, se rodea de buenos secundarios para teatralizar esa noria auto destructiva, de prevista parada ganadora, a tiempo de enmienda.
Es fresca, motorizada y chocante, rítmica y acelerada, vende estilo visual del manjar cocinado, y de sus preparativos previos, combinados con el desorden caótico de una vida desecha, mezcolanza que no alcanza los decibelios adecuados para ser de superior categoría.
La locura de los genios de los cuchillos y platos, de su incomprensión, admiración y envidia, de su martirio, gozo y obsesión continúa por inventar y superarse, más ese aprender a confiar en los demás y “comer en
familia”, pues no es debilidad necesitar a otros, es sabiduría y fortaleza de superar el miedo; todo ello con frenética imposición hacia uno mismo e intimidación hacia los de alrededor, aunque no deja de ser un porte dicharachero externo, de exaltado escaparate, pero sin grandilocuencia ni calor en su alma interna.
No es una gran comedia romántica, no es inteligente en su retrato de la cocina exclusiva, su intento de orgasmo culinario se queda en simpatía por el protagonista y sus envolventes conocidos; carece de golpe de efecto, de enamoramiento progresivo, de entusiasmo constante, de agudo interés; es una alegría a primera vista cuya curiosidad se ve satisfecha medianamente pues, a su manera, todos te caen bien en este representación numerera de los peligros de conseguirlo todo y no saber cómo manejar el éxito, pues no se trata exclusivamente de poseer un don, es saber sacar su máximo rendimiento, sin que te destroce ni humille a los demás, ya que uno sólo no puede con todo, por muy magistral talentoso que sea.
“Burnt”, quemado, “Una buena receta” para España -paso de quejarme de estas tontas traducciones-, los actores estupendos en intensidad interpretativa y firmeza de presencia, cuando es el guión el que se olvida de ella; no endulza, no abre apetito, no tienta,
ni seduce a probar sus platos, ni a penetrar en su cocina; entretiene, distrae y se olvida..., y tú nunca, por ejemplo, olvidarías la posibilidad de acceder a las entrañas de David Muñoz, de su cabeza y cocina.
Una gran oportunidad perdida de John Wells, pues se conforma con un plato comercial, al uso, de menú diario.

Lo mejor; sus actores y actuaciones.
Lo peor; la limitación, inventiva y audaz, de su conformado guión.
Nota 5,7