lunes, 17 de octubre de 2016

The childhood of a leader

Narra la historia de una familia norteamericana que vive en Francia durante el periodo de posguerra, tras la I Guerra Mundial. La situación del país será el germen del fascismo que surgirá en varios lugares, y el benjamín de la familia será uno de sus futuros líderes.


Sin liderazgo convincente en su enfoque.

El nacimiento del mal, ¿estaba desde los orígenes, en igualdad de compartimento con su homólogo contrario el bien, o es un ángel caído, que perdió su propósito y rumbo, y por tanto está a nivel inferior de la completud del supremo?
Disfrutar provocando mal a los demás, estímulo como acto de vida, esquema de comportamiento que siempre se excusa y justifica a si mismo, por regresiones a un tormentoso pasado, mayoritariamente de la infancia; "no es el hambre, el amor, la ira ni el miedo la fuente de nuestros males, sino nuestra propia naturaleza", afirmaba León Tolstoi en cuento de mismo nombre.
Lucifer para los cristianos, no es una creación, es la destrucción de una relación sana que invierte su propósito, pues todos son buenos por inicio de amor; aunque ésta, u otra meta de salida poco importan, pues dicha tendencia y sentimiento es verdad presente a lo largo de toda la historia humana.
Sea como fuere, Brady Corbet recrea un filme sobre un crío rebelde, curioso, testarudo e impertinente, que debe simbolizar el nacimiento inocente de ese mal que deja asomar sus primeras intenciones, rabietas que deben interpretarse como recelo, desorden e inquietud de lo que está por venir; pero lo cierto es que no levanta motivación, interés o
enigma sobre el misterio del comportamiento de un hijo, al que cuesta enderezar, que no educar.
Oscuridad lúgubre, con puntuales focos de luz elegidos al detalle en su primera etapa, para recrear la tenebrosidad de la idea ocurrida, aunque no va más allá, el relato no logra abrir desconsuelo ni apetito; una cuidada fotografía, de esmerada ambientación epocal, para pobre contenido que permita girar hacia la indagación de un testarudo infante, que no claudica como buen futurible líder que el mundo jamás olvidará.
Fascismo de fondo, con autoritario padre militar y madre frustrada, su evolución trágica, de elementos emocionales, va en progresivo ascenso; vende promesas que no pasan de humo nunca confirmado,
pues esa mirada retrospectiva a la infancia, como explicación de los actos en edad adulta, no inspira ni capta.
Su principio y final cuentan con vigorosa acción, de presagiada música envolvente, pero es en su centro donde no extrae la potencia a la espléndida actuación de Bérénice Bejo y Tom Sweet, madre e hijo enfrentados en autoridad y poder; imposible mantenerse, con validez de rédito, únicamente con buenas intenciones, de nefasto resultado.
Ficticio o real es este joven hitleriano que desafortunadamente transformó el mundo para siempre, un apreciado naturalismo visual para ese tratado de Versalles, como excusa y respiración de fondo, pues el foco direccional está puesto sobre la hostilidad de una niñez que marcará sus años posteriores; no hay correlación ni destino, todo se insinúa pero no cumple, es más la imaginación del espectador, que otra cosa, la que realiza el trabajo
creativo, ya que el guión escasea en dicho objetivo y no ayuda a conformar ese trazado, del futurista mal encarnado en la persona de ese pequeño Adolf Hitler.
Teoría funcional de técnical que falla en su encrucijada narrativa, la espera agota, no hay incertidumbre de pasos, ni de sus consecuencias venideras; apenas hay nada, excepto la sonora musicalidad de ambientación exquisita.
"¿Por qué lo hiciste?" No hay respuesta; y aquí se deja mucho por nutrir y explicar, en la relación materno/paterno filial y sus pulsos y contraataques de respuesta.
Ni retorcida ni capciosa, le falta sadismo a su esencia, le falta el mal en su perversa potencia.
Sin ambición en su punto de mira.

Lo mejor; su caracterización, fotografía e infantil protagonista.
Lo peor; sino supieras lo que pretende narrar, ¡ni lo pillarías!
Nota 6,3



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