jueves, 31 de marzo de 2016

I'll see you in my dreams

Carol es una ex-profesora viuda que ronda los 70 y que tras conocer a un joven en una piscina, inicia una relación amorosa.


Aventurarse a vivir o hacerlo discretamente.

No esperes mucho, pero aprecia ese ínfimo ofrecido, ese atrevido y cohibido intento de una mujer madura de volver a sentir de nuevo, de aventurarse en ese apasionado caos de sentimientos, ilusiones y dudas que supone conocer a alguien, darle la oportunidad de mostrarle quién eres y permitirle pasar tu importante tiempo contigo.
Romper la cómoda rutina, el seguro aislamiento, la fiabilidad de saber a cada momento qué vas a hacer y vivir pues, tu calendario es preciso y no permite la interrupción de ajenas personas que quieran revolucionar tu descanso.
Pero, inesperadamente ese intruso llega, se abre la puerta de tu dormida disposición y sin entender cómo ni por qué, de un inofensivo saludo y posterior insustancial diálogo, ahí está presente, instalado en tu corazón y volviendo loca a un alma que se cuestiona la loca sandez en la que está, sin querer, involucrada.
Es cálida, relajada y sumisa, no narra una gran historia ni enlaza con un enorme drama, es una tierna y frágil, modosa y suave historia de amor, recién experimentado, que no se sabe dónde llegará ni cual será su recorrido.
De la soledad elegida, de esa individual y confortable elección durante años mantenida, a la amena compañía de dejarse amar y ver qué pasa, divertirse con distracción nueva que se acoge con esa bienvenida de probar, no pensar y simplemente hacer lo que apetece, en cada instante preciso.
A muchos videntes les parecerá pobre, sosa y carente, nula de motivación y nutrientes pues, no expresa narración categórica que deslumbra y desfallece, únicamente circula, realiza una breve
parada y continúa su marcha; porque lo cotidiano adormece, porque la rutina asfixia, porque un pequeño cambio supone enlazar caminos alternativos, de personalidad propia y resultado impredecible que alteran las sensaciones, levantan el ánimo y retornan esa pícara sonrisa hace tiempo ya olvidada, amén de resurgir voluntariamente un familiar y gustoso miedo que invita a retroceder y seguir adelante, contraposición aleatoria que confirma estás siendo, no sólo estando.
Porque no es lo mismo estar que ser, y seas o no, como ya Shakespeare debatió largo y tendido, con sinceridad merecida se ha de admitir que Brett Haley logra mantener tu atención curiosa y candorosa mirada a las espera de ese sumando que se añada a lo visionado, con la ayuda sensible, sobria y elegante de Blythe Danner que, con entereza, calma y precaución expone la delicadeza de un personaje corriente, pero único en su exclusiva historia.
Está vigente, con gran fuerza tentativa, la percibida
sensación de letargo, aburrimiento y poca chicha, por parte de un argumento que apenas se desplaza y que únicamente sacia en mínimos muy escasos, que lo poco que cuenta no inspira y que la jubilación retratada ahoga y evapora el interés de la audiencia.
Todo depende de tu sensibilidad y disposición a aspirar emociones comunes en una existencia distendida de quien ya no espera nada y simplemente, opta por pasar los días e ir restando tiempo, para poder ver a sus amados en directo de nuevo y dejar de hacerlo actualmente en sus sueños; repetitiva costumbre, pasajeramente interrumpida por la irrupción de varios elementos recientes que la desvían de su circular práctica.
Tan humilde, cotidiana y familiar que no levanta la
voz ni crea enorme ruido, sólo discurre de una controlada usanza a la interrogación de esa incógnita, todavía sin respuesta.
I’ll see you in my dreams, cada noche en esa ensoñación de pensamiento entrañable y afectuoso, mientras sin pretenderlo vivirás un poco de nuevo; que quieras saber cómo acaba ese súbito anhelo surgido depende de tu entrega a lo sencillo, amigable y templado de una reposada y confortable conversación, con la excusa de tomar una copa.
Modesta interrupción de las planeadas tareas marcadas en el calendario.

Lo mejor; la luz, serenidad y candor de su protagonista.
Lo peor; valorar de insignificancia el riesgo de volver a sentir de nuevo.
Nota 5,8


 

miércoles, 30 de marzo de 2016

Nadie quiere la noche

Josephine, una mujer rica y culta, inicia una expedición al Polo Norte para reunirse con su marido, el explorador Robert Peary. Durante el viaje se encuentra con una humilde mujer esquimal. Pese a sus numerosas diferencias culturales y personales, ambas tendrán que unirse para poder sobrevivir a las duras condiciones climáticas de la tundra.


“Hijo de dos madres” y una cabeza pensante.

La fotografía abre el telón, inicia el paso, se alza enérgica, se muestra valerosa, es una bella y pasional dama, lustrosa, peligrosa y cautivadora que hipnotiza y enamora con su sola presencia, con ese majestuoso acompañamiento de una entera, sobria y robusta Juliette Binoche quien deslumbra serenidad, miedo y fortaleza entre tanta poética y sublime helada naturaleza.
Atractiva crueldad que intercede entre sensibles sentimientos de rechazo, amor y respeto, impredecible agresividad que fascina y enloquece, seduce y encumbra tu deseo por ella, por ese tormentoso anhelo de su contacto, por esa imperiosa necesidad de su tacto, hermoso salvajismo, de cabal y fiero diálogo, que refuerza la espléndida y mimada observación de una complacida mirada.
Un inmenso blanco, demoledor y perpetuo que lo devora todo, y el invierno acechando y amenazando unos disciplinados planes que no se cambiarán, por cabezonería y orgullo de una titular que tiene fijo su destino; ansiosa intrusión de una rebelde invitada

que no respeta las normas de su permisivo anfitrión, que marcará cómo se hacen las cosas en sus dominios, en esa electrizante hazaña de alto coste y asoladas consecuencias en su dolorosa gesta.
Minuciosa postal de inconmensurable sacrificio, de heroicidad penetrante, de un acaudalado drama de aventura magistral, entre dos inhóspitas mujeres que lograrán una superviviente unión de necesidad y apoyo mutuo, donde todo cambia de importancia y sólo la persona destaca; humanidad de franco extremismo que ralentiza el pulso cardíaco y enmudece al alma, que escucha y capta la lealtad de generosas hermanas que se vuelcan la una con la otra.
“Si no hay camino, abre uno” e Isabel Coixet sabe perfectamente dónde lleva, cómo ir y cómo lograr su medido pleno, esa evidencia de confianza de quien lo tiene claro y lo maneja todo con decisión imperiosa para conformar una espléndida labor, de minuciosidad exquisita, donde se suplica por esa
necesitada salida del sol que supere una oscuridad acechante y castigadora, que por nunca jamás podrá olvidarse pues fueron ricas, sorprendentes y eternas las emociones allí descubiertas.
Es mimética y aguda, eclipsa las impresiones de tal manera, y a sabia conciencia, que es imposible no sentir y pausar una mente que consume con gusto, a mantel puesto, este menú de varios tenedores para una estrella francesa pues, sin duda alguna, ésta destaca por encima de todo en este épico trabajo de tenebrosidad floreciente, de solemnidad en su compás regio que capta cada instante con opulento goce, para sabor deleitoso de una audiencia agradecida.
“Hice míos sus sueños y olvidos los propios; o puede que nunca los tuviera”; poco más que decir para un conjunto que luce sus virtudes con elegancia y
prestación de saberse realizada, con aptitud y eficacia, en cada una de sus acciones.
“Nadie quiere la noche” pero esta desfila, en su insondable finitud, magnífica y sanguinaria, letal y suntuosa, excelsa y aterradora, convincente escultural asesina de sangre fría e imperdonables vientos que atacan sin concesión ni miramientos.
No te protejas, no dudes, no la rehuyas, deja que te abrace y te hiele, al tiempo que arde en tu esencia pues, asfixia lentamente para dejar ese mínimo hálito que permita su lectura, asimilación y captura.
Impacta en su viaje, magnetiza en su supervivencia, colisiona en ambas etapas.


Lo mejor; Juliette Binoche arropada por una impresionante fotografía.
Lo peor; la escasa distribución en las salas del cine.
Nota 6,6


domingo, 27 de marzo de 2016

My sweet pepper land

En el Kurdistán, cerca de la frontera entre Irán, Iraq y Turquía, nadie parece querer ya la ley y el orden, excepto el comandante Baran. Este hombre, que pasó la mitad de su vida luchando en la guerra, conoce a la bella Govend, la nueva profesora del colegio recientemente abierto.


...,y por el camino, de vuelta a destino, se encuentran.

Todo un pequeño tesoro, una brillante joya de exquisita fotografía y excelsa música, tan cruel como ridícula en su comicidad, tan dura como agravante en su drama, loable historia de amor entre valientes héroes que desafiaron el corrupto poder y la ultrajante voluntad impuesta.
Una mujer, devota profesora que sólo quiere enseñar, un hombre, ex guerrillero, que cree en la lealtad de su nuevo cargo de policía, un encuentro, la necesidad mutua y un apoyo incondicional que irá gestando esa intimidad introvertida que no se atreven a manifestar; honor de enfrentarse a las costumbres establecidas cuando éstas están viciadas y compradas por ese cacique, cuyo agravio es creerse el dueño del pueblo.
Embelesa, atrae e hipnotiza, acapara toda tu atención entre descubrimiento y sorpresa a cual mayor, todo un duelo del oeste de acusadoras verdades que se lanzan cual martillo perforador, en pleno Kurdistan de donde, salido el autoritario Sadam hay que enfrentarse a los muchos candidatos que ostentan repartirse el mandato de la tierra, la posesión de la gente y el beneficio del contrabando.
Un poema épico de valentía, resistencia, entereza y respeto por uno mismo, donde la tensión y la tragedia se sienten a cada paso, donde el cariño y la protección flotan en el ambiente, donde la amistad se pone a prueba y las agallas tienen un alto coste;
belleza y horror cogidos de la mano, abuso y lealtad poniéndose a prueba, liberación y miedo unidos por esa osadía de decidir propiamente como vivir la vida.
Tan sencilla y modesta como letal y penetrante, sólida y orgullosa, feroz e inquisitiva, una deliciosa oda que transcurre con esa inquieta paz que a cada segundo está a punto de quebrarse y que, entre amenaza y sosiego, aún le queda tiempo para la risa brutal y el humor agónico de quien se sabe en medio de una tradición, de formas despiadadas e injustas, demoledoras y salvajes.
El candor de una mirada furtiva después de luchar contra su acosado Goliat, implacables molinos de viento que soporta con carácter y determinación el quijote asignado; nadie esperaba temperamento, integridad y valor de quien únicamente tenía que obedecer las normas no escritas y dejarse de tanta moralidad insustancial.
Es una epopeya, es una hazaña, es un romance, es
un auxilio, es un plan justiciero, es un combate a supervivencia y muerte entre el despótico que domina la villa y el nuevo sheriff, cuyo único imperativo es la ley; las cartas se muestran, las armas se recargan, los avisos fluyen y, mientras tanto, una inesperada querencia, tierna, protectora y fiel surge entre sus titulares; resistir al pertrechado tirano y encontrar hueco para esa salida de sus explosivas emociones, que sólo muestran esa intimidad de esporádica sonrisa a medias, más una mirada fija y cómplice que todo lo llena sin decir nada.
Hiner Saleem escribe y dirige una cinta cautivadora en su interés, fascinadora en su presentación, expectante en su recorrido, valerosa en su resolución, un auténtico thriller que bebe sus orígenes del western clásico, trasladado con sabiduría y eficacia a una frontera, triángulo de las bermudas entre turcos, iraníes e iraquíes, donde todo desaparece, todo está contrariado y donde todos esconden la cabeza, excepto un adalid enamorado
que no se somete a la exigencia de los dictadores.
My sweet pepper land, dulce y picante a partes iguales, destructiva y creadora por solicitud imperiosa, se impone, arrasa y eclipsa; producción francesa de vistas majestuosas que se combina, con ardiente resquemor y sugestiva atracción, con la inmundicia de las personas que las habitan; se siente, se vive, se goza, el entusiasmo de su exploración te devora, el arrebato de su conquista te anima sin descanso, directa y apasionada dicta y sentencia con humildad sincera de abismal contundencia.
No te pierdas un logro de carisma, personalidad y presencia; ahonda en su construcción, padece con asombro, inquietud y desasosiego, disfruta de toda ella.

Lo mejor; su intenso guión, magnífica fotografía y potentes interpretaciones
Lo peor; que te pase desapercibida.
Nota 6,6



sábado, 26 de marzo de 2016

Primavera en Normandía

Adaptación de la novela gráfica de Posy Simmonds que cuenta la historia de Gemma Tate, una joven casada que empezará a dudar entre sus deseos y obligaciones como esposa, cuando su antiguo novio Patrick regrese al pequeño pueblo normando donde viven.


Despertar del tedio para fisgonear con ganas.

Y..., andaba el panadero de la villa aburrido en su lánguida y repetitiva vida, de escasas aspiraciones, cuando encontró distracción amena y entretenida en esa nueva vecina, hermosa y deslumbrante, e inglesa para más señas, de nombre igual que la espléndida obra “Gemma Bovery” cuya osadía, traición, dolor y tragedia de un amor imposible se perciben en cada una de sus brillantes hojas.
Porque “no ocurre nada pero, al mismo tiempo es interesante” esa desdoblación entre, la invención de Posy Simmonds para su obra, y las referencias literarias a la mencionada para enmarcar un fisgoneo cauto, dulce y subversivo de quien despierta de su letargo emocional, de su aparcamiento sexual y retorna a la existencia a través de una cultivada imaginación que une piezas, para adornar una realidad mucho más mundana.
Ese es su gran carisma y atractivo, el poder de entrelazar ese visionado cine con una escrita literatura a través de los ojos, pensamientos y cavilaciones de un hombre desganado que no soporta su anoréxico y circular, monótono y uniforme día a día.
Porque el cliché de la felicidad de vivir en el campo, de encontrarse uno mismo a través de su calma y tiempo ralentizado es tan superfluo como la exquisitez y virtud de la comida y el vino francés, cierto por un lado pero, trampa por otro, pues deja por mencionar los variados sinsabores de estar en esa maravilla de acogida de la vida campestre.
Bellas ruinas inmortales e imperecederas, estáticas y reiterativas en su ofrecimiento de pasatiempo y porte, y pocas alternativas para una letrada razón que verá compensada su letanía con ese hallazgo de
la sensualidad, pasión, engaño y sufrimiento posterior a través de la observación de un ángel, de su mirada, del roce de su piel y el encubrimiento cómplice de esa alegre frescura y desvergonzada soltura de quien se siente amada, satisfecha y muy ocupada en sus fervorosas ocupaciones.
Es bonita, rica y entretenida, cálida y gustosa en estado pausado, esa tranquilidad de un caminar que apenas narra para contar cosas serias, en ese tono de humor chispeante de estar husmeando en la vida ajena e inmiscuirse, sin permiso y sin tener en cuenta los sentimientos en juego ni su posible desenlace.
Cómica, afable y graciosa su guión realiza una perspicaz mezcolanza de alusiones a la majestuosa obra de quien toma prestado su nombre, lo suficiente para recordar los puntos referidos y observar con gratitud y picardía la habilidad para su ensamblaje aunque, no lo suficiente para acudir presto a
informarse de ella, en caso de desconocimiento personal de la misma.
Su impulso ni es tan bravo ni su intensidad tan devoradora pero, Frabrice Luchini invita a prestarle atención, mientras se deja llevar por su embelesamiento entusiasta y amoroso por una Gemma Arterton que adecua su papel irresistible, de quien quiere ser su romeo y debe conformarse con ser el perro del hortelano, que ni come ni deja comer, en ese “graduado” que, sin duda, le gustaría protagonizar para aliviar su vacua y cargante rutina.
Humanidad y desenfreno, todo ello enfocado a unos rostros tiernos, sensibles y apetecibles que hablan por si solos gracias a una dirección cercana de la cámara de Anne Fontaine que busca el cuerpo, su
insinuación y provocación, la locura de un apasionado descontrol que cualquiera puede sentir por quien menos se lo espera, para convertirse en quien menos pensaba.
La primavera la sangre altera, y en la deliciosa Normandía, cuya delicada y matizada fotografía la presenta con delicia de lugar para vivir y retirarse, hace que un cordial hombre pierda los papeles y de paso a ser ese vecino indiscreto e impertinente.
Comedia sana, sociable y querida que se saborea lentamente, sin prisas y a ínfimos sorbos, como destapar una botella de vino, oler su sugestivo aroma, servirse una copa, dejar que repose su contenido, aspirar su esencia, cogerla con mimo y proceder al placentero momento de su degustación merecida pues, al final, este pícara historia universal, de amores, desamores y sus líos, se consume y abraza con facilidad y grata ligereza.
Tómate esa copa de vino y observa su curioseo.

Lo mejor; la caracterización de los personajes y un texto lleno de ricas referencias.
Lo peor; que se observe como levedad insustancial.
Nota 5,9



jueves, 24 de marzo de 2016

Backtrack

Un psicólogo ve convertir su vida en un caos al descubrir que todos sus pacientes son los fantasmas de personas muertas en un accidente acontecido hace 20 años.


¡Qué desganado ver tanto espíritu circulando!

El niño del sexto sentido ha crecido, ahora es Adrien Brody, quien ya no necesita a Bruce Willis pues el mismo es psicólogo aunque, por costumbre y repetición cansina, continúa viendo muertos; sigue siendo introvertido, complicado, callado y sufridor innato, el pasado le acorrala y atormenta, mientras tanto se da al alcohol, las pastillas y la tortuosa vida.
La mala conciencia hace que todo vuelva, que no pueda dormir por las noches y que el día sea una pesadilla de imágenes e indeseables visitantes que no le dejan descansar tranquilo ni un instante; los espectros insisten..., ¡recuerda!, y mientras el deambula sonámbulo, pobretón y asfixiado haciendo lo que puede; la cabeza no se aclara, no deja de pensar y darle vueltas a esos angustiosos hechos de hace más de una década que tanto tienen que ver con el dolor presente.
Y la enigmática muñeca, que aparece y se pierde, dando por el saco, y él siguiendo las instrucciones y pistas de una niña, en principio angelical y perdida, ahora parece salida de un extra de “Walking dead”..., y se llega con mucha paciencia, poco estímulo y escaso pasatiempo a una resolución que no compensa el fiasco de presentación, el nefasto recorrido, los fúnebres personajes y toda la ficticia patraña de montaje sin acicate, interés o apetencia que no sea entretenerte con tus palomitas, bocadillo
o golosinas y soportarla mientras acabas la comida porque, levantarte, cambiar o dejar de verla es un esfuerzo extra que interrumpe tu gustoso manjar, a falta de una buena película.
Cuando no hay nada que ver, hacer o salvar la distracción se encamina hacia lugar distinto y es seguro que esta cinta de Michael Petroni, interpretada por un lánguido, triste y penoso protagonista, más extras secundarios que apenas tienen que decir, menos que aportar, no será recreo válido por mucho que reduzcas tus exigencias respecto a este thriller de suspense y miedo donde cada cual recibe su castigo, aunque hayan de esperar los fallecidos 20 años vagando por el limbo.
Aunque, puesto que hoy en día, según la iglesia católica, éste ya no existe, ya podría Michael Petroni -¡mira!, ¡si escribe quién dirige!- haberse puesto al día en su escrito y presentar un infierno de temor, agonía y secuelas más sabroso que el montado pues, este teatrillo barato, que sólo cubre como curso de refuerzo y enseñanza para actores, directores y guionistas que actualmente pasan por palpable
bache, da para hacer algo de trabajo y que tu nombre suene de nuevo, para ellos; en cambio, para la audiencia, si no tiene a mano algo extra, excusa como la holgazanería de levantarse e irse, dudo que le convenza o satisfaga tal merodeo misterioso que atonta en su dilema, planteamiento y enigma.
Backtrack, portaequipajes en retroceso para rendir cuentas y curar almas heridas; puede que loa susodichos afectados por fin descansen pero, de nada servirá a un vidente aburrido y ausente que se distrae con redundancias como este texto pues, si se pone serio debería preguntarse, cómo se puede tener
una idea tan tibia en su estímulo y realizarla aún más poco atractiva en su confección y rodaje.
Nadie se salva de este estropicio..., bueno si, sus buenas intenciones -seamos benévolos- y Elizabeth Valentine, la inocente ya estaba muerta de entrada y su nombre fue usado sin permiso y en vano.
El verdadero reto, la gran hazaña es visionarla y no lamentar haber dedicado tu tiempo a otra cosa; ¡menos mal que escribir sobre ello relaja y compensa!

Lo mejor; ¿por dónde empieza?, ¡es pensar tanto!
Lo peor; ¿por dónde empiezo?, ¡pensar ni hace falta!
Nota 4,4


miércoles, 23 de marzo de 2016

Spare parts

Una historia real sobre un grupo de estudiantes hispanos que forman un club de robótica bajo el liderazgo de su nuevo profesor Fredi (George Lopez). Sin experiencia, con 800 dólares, partes de coches usadas y un sueño, este heterogéneo grupo va contra el actual campeón de robótica, el MIT.


Los buenos, con sencillez, ganan de nuevo.

Este tipo de películas siempre son inspiradoras, sugestivas y leales en su mensaje, buenos sentimientos de compañerismo, emoción, esfuerzo y coraje son, entre otros, la salsa central de su banquete, esa valentía de superación de los reveses, agudeza ante las dificultades y talento de sobra sobre sus capacidades intelectuales.
Chicos marginados, sin papeles, que viven en continuo riesgo de deportación, en los que nadie cree, cuya vivencia de su día a hora ya es toda una complicada aventura, que no destacan, que no se les conoce, de los que no se espera nada, sólo que no se maten o pierdan en ese duro proceso de pasar por la adolescencia.
Un sueño, un impedimento, la necesidad extrema y la colaboración de un destino que une casualidades para juntar a este equipo; la amistad surge por si misma, se olvidan las diferencias, las carencias de unos las cubre el siguiente de la lista, colaboración, confianza y apoyo mutuo, más un encontrado profesor que sólo estaba de paso.
Una historia real, lo cual aumenta la importancia de la hazaña, extraída a partir de un artículo de la prensa, “la vida del robot”, basado en ese concurso de robótica submarina ganado por una secundaria de alumnos avispados, inteligentes y mañosos que sacaron toda su destreza, capacidad e ingenio para competir y ganar a prestigiosas universidades, sin apenas recursos pero, con mucha imaginación para salir del atolladero de no tener gran economía al abasto de sus manos.
Relato quijotesco de quien luchó contra molinos de viento, con su Sancho Panza y un rocinante
destartalado que les llevara a buen puerto; juegan sus cartas, marcan posiciones y aceptan el reto de un intento, a todas luces ridículo para los ignorantes mirones, válido para los ilusionados involucrados que creen en sus posibilidades a falta de todo lo demás; busca rendir homenaje a los desconocidos héroes, dejar constancia de su logro en celuloide y que llegue su historia a más gente.
Siempre es interesante y motivador conocer este tipo de narraciones, donde humanos davids vencen a un colosal Goliat imposible, en principio, de tumbar; trayectoria conocida, victoria asegurada, únicamente cambian los nombres, situación personal y género sobre el que se ejerce la maniobra; también son comunes los sentimientos que genera en la audiencia, apetencia, bienestar, admiración y empatía por sus protagonistas, más un dulce y afable sabor de boca al ganarse tu respeto, asombro y aprecio por ese más que merecido aplauso.
No ahonda en el drama de la inmigración, no hace
leña de sus dolorosas situaciones individuales, se centra en el grupo y su gesta lograda, todo ello con simpatía, cordialidad, ternura y buen rollo de mezcolanza para retratar un ambiente alegre y sano a pesar de lo que les rodea; quiere gusta, es claro, quiere dejar de lado el morbo y la lágrima, es obvia su preferencia por el retrato final de conjunto, aparcando la amargura individual que apenas se menciona; es para descubrir, alabar y sorprenderse en esa exposición de las verdaderos rostros y sus posteriores desenlaces.
Emotiva, alegre, agradable, bonachona, un puro cliché de chavales, a pesar de su existencia real, mucho más gustosa; es cómoda, lineal, ligera y se consume sin problemas, distinta cosa es el recuerdo y calado emocional que deja pues, no supera la
visión neutra, amena e indiferente, una vez su contado relato ha terminado.
Agallas y conocimiento al servicio de un entretenimiento llano, deportivo y fugaz. Para sesión descansada de sobremesa o como acompañamiento estándar tras una jornada pesada; no demanda mucho, ofrece encanto y gracia, a los pies del uso correcto y sabio de la razón.
Las ventajas de usar el intelecto, labrarse la posibilidad de un buen futuro por delante.

Lo mejor; saber de una nueva superación de las dificultades y su resultado.
Lo peor; no se sale un ápice de una construcción clásica y corriente.
Nota 5,2



martes, 22 de marzo de 2016

personas lugares cosas

Will Henry es un novelista gráfico padre de dos niñas gemelas que enseña en un aula llena de estudiantes universitarios. Intenta encontrar el nuevo amor y olvidar a la mujer que lo abandonó.


Me dejas, pero mis sentimientos no te abandonan.

Cómo superar una relación, cómo permitir que los sentimientos se vayan, cómo dejar que el pasado discurra, cómo dejar de estar varado, cómo despertar y ponerse en marcha, cómo volver a estar bien, entero y sobrio de inquietudes, limpio y libre para nuevas sensaciones, cómo volver a ser tú, seas quien seas ahora.
Volver a caminar cómodo estando solo, aprender a andar de nuevo sin compañía y con venideras expectativas, cómo levantarse cuando te han tumbado, arduo trabajo que dificulta su máxima práctica en ese primer paso dirigido hacia esa relajación y seguridad de la unidad, en lugar del binomio.
Aprender y dar las gracias, optimizar lo vivido aunque haya finalizado, no lamentar los años de amor invertidos y permitir la llegada de necesaria querencia imprevista; ser padre y soltero sin complejos ni dudas, con esperanza y ánimo, sin cobardía, tampoco con prisas.
Un buen hombre, padre devoto, que recibe un impredecible mazazo que hará tenga que recomponer su vida; cambios físicos forzados que van más rápido que sus revueltas emociones, las cuales aún se mueven a dos pares, en tierra movediza sin saber si saldrán a flote o se hundirán sin remedio en el fango creado.
Entereza, disposición, buena fe y posibilidad de

enmienda, lo entrega todo sin dudarlo, hace lo que puede sea o no suficiente, va día a día intentando derribar ese muro involuntario construido para paliar un dolor que sigue tan latente como el primer día.
Sin ideas, sin opciones, sin estratagema, simplemente deambula entre personas, lugares, cosas intentado no desfallecer en ningún momento; alma lánguida, cuyo hálito se ha secado de momento y se halla perdido en ningún lugar, estando en todas partes.
Es sencilla, frágil, discreta, aturdida, reservada, llena de un habla sincero proveniente de situaciones irónicas que, sin pretenderlo, permiten el avance hacia no se sabe qué dirección se tome; únicamente se siente, presiente mejor dicho -pues la duda golpea y fustiga sin piedad ni descanso-, que uno se desplaza y que, a cada puesta de sol parece más entero.
Desconcierto, paciencia y mal trago para un personaje bonachón y melancólico, de corazón herido
y esencia superviviente, que dibuja a través de los cómics esa agitada realidad que mantiene su existencia estancada; de evolución lenta y caótica va a sitio alguno, sin concretar ninguno pues, sólo da vueltas alrededor del devenir incierto de quién fue, ya no es, y busca ser de nuevo.
Honesta en su planteamiento, natural en su devenir, amable en su mira, James C. Strouse escribe y dirige un guión franco, leve pero intenso que, sin alzar la voz, pone el grito en el cielo; establece las dolorosas pautas de un forzoso cambio todavía no del todo aceptado, asunción pausada y confusa cuya incógnita abierta sigue con su resolución pendiente, para que la audiencia le observe con calma y entretenimiento, para que le acompañe como amigo observador, para que le capte en su aflicción y nostalgia, para que le entienda en el laberinto del desconcierto, desgana, cabreo y furia en el que se halla este decente hombre que sobrevive a la ruptura de su familia.
Cálida tragicomedia romántica donde el esquivo,
hiriente y maltrecho amor está en todas partes, que destaca por sus absorbentes interpretaciones, sus ingeniosos diálogos y un divertido surrealismo teatral que maneja con ocurrencia las fichas, para narrar lo cotidiano con frescura, alegría y perspicacia; talento de una dirección y manuscrito que acierta en su destreza comunicativa y en la elección aguda de sus escenas, para presentar ese drama de separación con ese leve tono cómico, que se disfruta por su inteligencia y entereza.
Gusta con facilidad, se visiona con apetencia y deja grato sabor de boca, más un recuerdo cordial y afectivo de su paso por ella; por tanto, escógela y haz una visita a sus personas, lugares, cosas.


Lo mejor; la dirección y escrito, junto a las sentidas y cercanas interpretaciones.
Lo peor; no llegar a apreciar la sencillez de su rotundidad y firmeza.
Nota 6,2


lunes, 21 de marzo de 2016

El regalo

Las vidas de un joven matrimonio se verán totalmente alteradas después de que un conocido del pasado del marido comience a dejarles misteriosos regalos y se revele un horrible secreto tras veinte años.


El mejor profeta del futuro es el pasado.

La pregunta que te haces todo el tiempo es ¿cuándo surge lo bueno?, ¿cuándo aparece el miedo?, pues sabes a ciencia cierta que vendrá, anticipas que se cuece algo suculento y que la explosión de su centro tarde o temprano llegará; y sobre la hora empieza la manipulación, tensión, argucia y sospecha, ese apasionado juego donde el abusador se convierte en acorralado y la víctima ejerce de mandatario dirigente, que maneja los hilos a su antojo para hacer sentir a su verdugo la humillación, dolor y trauma que éste le invocó en el pasado.
Una amistad no solícita viene a perturbar los ideales planes marcados, viene a alterar esa coordinación y disposición de quien es un triunfador y hará lo que sea para seguir siéndolo; el pretérito retorna indulgente y por sorpresa, con fuerza trae consigo unos cambiados papeles donde ya no se pone la otra mejilla, ni se aceptan las disculpas sino que se paga, y muy caro, lo que una vez se hizo y nunca se ha perdonado.
"Las cosas malas ¿pueden ser un regalo?" si, cuando no acaban contigo y te hacen más fuerte y resistente, duro y estratega; ya no eres débil, ya no te acobardas, ahora contraatacas y estás dispuesto a
darle a tu agresor donde más duela, donde más efectiva sea la venganza y más lágrimas de resquemor e impotencia le genere.
"Simón dice...," lo que no expresa Gordo el raro, un versus de navegación pausada, digestiva, conforme y medida en sus pasos, hasta ese punto clave donde se quitan la máscara y, la careta de gorila no es evidente sobre quién recae pues la única verdaderamente inocente es una mujer enamorada que empieza a sospechar que no sabe con quién está casada, y que tampoco puede confiar en la palabra mansa de ese extraño amigo, recién surgido de la nada, cuya amabilidad y miramientos es de sospechar, dado que no pide nada.
"Las buenas personas ¿merecen cosas buenas?", las malas ¿malas?, sería sencillo si así fuera; aquí la partida consiste en dilucidar quién es verdaderamente el honesto, quién el retorcido y si está sinceramente claro el reparto de papeles pues,
las cartas de inicio siempre son falacia y debes relajarte, confiar y estar atento para obtener esa información que te lleve a redondear tu conclusión dilucidada.
Partida de cluendo a dos bandas donde la inquietud y misterio se genera lentamente, sin prisas pero sin permitir el escape de la audiencia; un clásico de ritmo cordial y apropiado que no sorprende, pues no es original su formato aunque, tampoco defrauda.
Una feliz pareja, una nueva casa y un inesperado encuentro que se convierte en incómoda y constante visita, a partir de ahí a manejar los hilos con tranquilidad y moderación, también con artimaña de efectividad manifiesta pues, no socorre ni necesita la presencia del comodín de la violencia explícita o los grandes escándalos; ofrece sus tramos con cautela, entereza y esa elegancia de estar marchitando la hermosa flor cultivada poco a poco, con cuidado, sin expresar gritos ni enormes sofocos, únicamente lo
suficiente para hacerte la idea del realista rostro que encierra cada personaje.
Thriller de suspense escrito, dirigido e interpretado por Joel Edgerton que se acompaña sabiamente de un veterano Jason Bateman que sabe ejercer magníficamente de cordial compañero, triunfador merecido, simpático amigo y amado marido, escondiendo en sus entrañas su verdadera motivación y empeño.
Todos dan, todos reciben, la intriga está en el tempo y en ir descifrando, a sugestión propia, lo que queda en el aire, donde el espectador se convierte en fiel apoyo de esa tercera pieza que, ignorante, empieza a indagar y descubrir lo que se encierra detrás de esa sonrisa amena, cómplice y entrañable que ambos ofrecen a primera vista.
Ejecutor ejecutado, maltratado maltratando, los golpes van y vuelven, un convencional relato que sin esfuerzo y con facilidad te mantiene en desvelo hacia su siguiente movimiento, hacia esa justicia no escrita
que dice que, quien siembra vientos recoge tempestades, que si crías cuervos te sacarán los ojos, que quien todo lo quiere todo lo pierde, que quien mal anda, aunque lo esconda, mal acaba y que unos nacen con estrella y otros estrellados aunque, no dejes de vigilar tu espalda pues el golpeado puede aprender a devolver con vileza, acierto y gran puntería en sus consecuencias.
Simón(no) dice..., la manzana podrida pierde a su compañía; ves desgranando con serenidad, cautividad y reposada desazón dicha pérdida.
El regalo, aunque éste no se pida ni quiera, es enviado y llega, ábrelo a ver qué tal pues, sin grandes complicaciones ni halagos hace bien su trabajo..., interesar y entretener.

Lo mejor; su humildad para narrar lo conocido con esa voluntaria visión complaciente.
Lo peor; escaso temor y contundencia en sus escenas de nerviosismo y tensión.
Nota 5,8



 

domingo, 20 de marzo de 2016

Padres por desigual

Brad Taggart, un ejecutivo que acaba de casarse, intenta por todos los medios ganarse el afecto de los hijos de Sarah, pero le resulta muy difícil porque los niños echan mucho de menos a su padre. Las cosas se pondrán peor con el regreso de Dusty, ex marido de Sarah y padre de los dos niños. Entre ellos surge una fuerte rivalidad.


¡Hay que currarselo más, papis!

Un padre o un papá ¿realmente importa?, pues la verdadera pregunta es ¿funcionan como pareja cómica Mark Wahlberg y Will Ferrell?, ¿tienen empatía y vis humorística como dueto escénico, tanto como para recrear ese deseado escenario de alegría, pasatiempo y risa?
Es obvia la trayectoria del segundo en dicho género, en numerosas ocasiones a demostrado su talento y don para la burla, guasa y cachondeo de si mismo y del texto puesto en sus manos; y aquí vuelve a demostrarlo una vez más, vuelve a hacer gala de su habilidad y perspicacia para sacar los mínimos huecos de gracia y entusiasmo a un guión escrito de carrerilla, sin demasiado tiempo ni imaginación dedicado a su escritura, más el añadido de un co-protagonista que, de nuevo, demuestra ser poco más que mucho musculito y vendida simpatía, hacia una grada fanática que, no se sabe por qué o cómo le han encumbrado a actor de fama y trabajo de sobra.
Y no se me mal interprete, son varias las películas de dicho autor que he disfrutado y agradecido, la primera que admite que, cuando ha querido y se ha esmerado, ha mostrado una válida actuación más allá de su trabajado cuerpo pero, en esta ocasión, con un manuscrito tan estándar y poco nutritivo, donde lo original sería no adivinar con los ojos cerrados el siguiente paso, su nulidad para ser chistoso, salero y desenvuelto en su papel cliché otorgado es evidente, palpable y decisivo para inclinar la balanza, de lo único salvable, a ese compañero de tablas que es todo lo que le falta al susodicho y a ese guión tan anticipable, comodín y
corriente que no logra evadir la sensación de sosiego y ordinariez, ante su inapetencia de imaginación e inventiva.
Es lo que esperas, sin duda alguna, no engaña ni defrauda en ese sentido aunque, ello no quita que sea poco estimulante y sabrosa su visión y consumo, apenas agraciada o afortunada ya que el ánimo, coraje e ilusión de un vidente, a la espera de entretenimiento adecuado y válido se va estancando conforme pasan los minutos; la espontánea risa se convierte en una cedida sonrisa benévola y arbitraria, dado lo otorgado, y todo el disfrute y logro de un supuesto esparcimiento holgado y relajante, se tiene que adaptar a esa indiferencia e imparcialidad de quien observa sin carcajadas, sobresalto, emoción ni arrebato.
Puedo ser generosa y no castigarla, está realizada para esa distracción sin otra pretensión más que un rato de regocijo, de no pensar y a otra cosa pero,
incluso habiéndola consumido con esas intenciones, queda lejos de llegar a dicha finalidad; su progreso y recorrido no llega al aprobado de ese interés vago de quien únicamente quiere relax, mentalidad zángana y una bobería simple, torpe y sin otro propósito más que presentar memeces con algo de ocurrencia pero..., ¡son tantas las sandeces y tan escasa la agudeza!, que arrasa por goleada en su escaso fruto retribuido.
No niego que la predisposición del usuario al humor y la jocosidad ayudan a esa sumisa llegada de fácil entrega pero, también es cierto que una buena comedia lo es por lograr extraer esa diversión y relajamiento en los días y momentos más difíciles, por ello la escoges; este intento pobre de padre en apuros llega por mínimos al primer caso, y con mucha inocente entrega de un vidente considerado y
condescendiente que cede en sus pretensiones.
Entiendo no está pensada para ser de las mejores, tampoco para ser relegada al lugar opuesto, pero su informalidad y recreación no da para muchos enteros.
¿Padre o papá?, ¡qué más da si no cambia el resultado! No aburre, tampoco recrea como quieres, simplemente no llena; un guión más currado hubiera cubierto la falta de festiva pericia de Mark, y Ferrell hubiera hecho el resto.
Padres por desigual, igual que desigual es el talento de estos dos actores para la comedia gamberra pues, no por ser un gamberro molón sabes hacer reír con chispa e ingenio a la audiencia.
Optar por la venta simple y necia no siempre funciona.

Lo mejor; Will Ferrell haciendo lo que puede con su personaje.
Lo peor; un guión clausurado ya antes de abrir sus puertas.
Nota 4,3


La modista

Australia, años 50. Tilly Dunnage, una glamurosa modista, regresa a su casa en el turbio pueblo de Dungatar tras muchos años trabajando en exclusivas casas de moda de París, con el objetivo de cerrar heridas del pasado y vengarse de quienes la forzaron a marcharse años atrás.


El vestido maravilla, su personaje no.

Fotografía y música, con rotundidad y fervor, inician el comienzo de la sesión en ese amenazante duelo por venir, revancha a provocar por todos los años de rencor acumulados.
Y así es su discurrir, la Rita Hayworth de este pueblo encarnizado llega, con su máquina de coser y telas deslumbrantes, para cambiar la fisonomía de su añorado hogar y lograr la bendición de sus peculiares habitantes, gesta tildada de fantasía, provista con agudeza y articulada en ese tono guasón de tragedia envuelta con comedia, más ese apartado para el solicitado amor que toda narración encantada debe proveer entre sus letras.
Todo dispuesto para esa escenografía divertida, alegórica y perversa de esa cenicienta, injustamente destronada de su destino y mandato pero..., ¿qué no funciona en esta fábula de reconciliación y perdón?, ¿de metáfora ardiente que se pierde entre juego de regodeos para amenizar el ambiente?
Puede que una protagonista cuya actriz no sabe hacerse con la audiencia ni transmitir ese ímpetu, miedo, necesidad y añoranza de ser integrada por quienes en su día la rechazaron con manifiesto odio.
Y no es que Kate Winslet no le ponga ganas y talento, espíritu y empeño pero, de nuevo, no encaja con el personaje, no convence su performance, no estimula ni atrapa su interpretación y ahí se va gran parte de la ausente sugestión que debería hacerse presente, aspirada esencia de sentimiento y estilo que debería ser titular permanente en esa visión
ocurrente, graciosa y perspicaz de la liberación de una maldición que traerá su tiempo, contratiempos y vueltas hasta llegar a incendiado puerto.
Debería ser más convincente, grata y absorbente, en acoplado estado desbordante debería consumirse esta leyenda, con moraleja incluida, cuya lección queda neutra e insustancial, insípida y nada inspiradora, como esos torpes adultos que cuando eras niña te leían un cuento sin excitación ni vivencia, en ese tono uniforme y austero del que era imposible sentir ninguna pasión, mucho menos hacer tuyos los personajes, odiar a la bruja, temer por la heroína, soñar con el romance o desear ser la elegida para protagonizar tal hazaña de volver al hogar y rendir cuentas, para que los bastardos tengan su castigo y la doncella su merecida gloria.
Porque el manuscrito vale, tiene su intención de gracia y picardía, de insinuación y sonrisa pero, se diluye en su visión y presentación sin encanto ni embrujo; esta hechizadora, que utiliza la aguja y
telas como flauta de Hamelín, no logra que el espectador la siga con devoción y ánimo pues el deseable arrebato a padecer, emoción a experimentar e ilusión a encandilar nunca afianzan posiciones ni se dejan ver más allá de un voluntario esfuerzo, por que te llegue al alma, lo que queda apagado y ecuánime en una razón que asimila pero no estima, pues el corazón no colabora ni se involucra.
Grandioso vestuario que eclipsa la mirada para caldear esa mezcla irreverente de humor, ironía, dolor, resquemor, antipatía y envidia, todo en uno saltando de un extremo a otro, como ya emularan con gran arte y eficacia los hermanos Grimm, y confirmando que no falla la escritura ni la novela de Rosalie, sólo queda achacar esta mínima retribución
de sus poderosas armas escritas, en agudas palabras rematadas, a una dirección de Jocelyn Moorhouse que cumple adecuadamente pero se olvida de hacerlo con frenesí y pasión pues, una fantasía que combina despropósito y disparate con ofensiva de desquite y moralina de ser uno mismo, que las culpas bien pagadas anulen el deseo de aceptación erróneo, debe alentar y alegrar, sufrir y ensoñar, divertir y fascinar, no ofrecer una lectura opaca que no exalta al oído, aunque si este satisfecha la mirada.
Hay que cubrir todos los sentidos, en caso contrario, escuchas sin atención y no prestas el interés debido.
"Traicionada por un vestuario, ¡irónico!", te
equivocas, magnífica diseñadora; tus creaciones atraen, engatusan y se admiran con sinceridad manifiesta, es tu caminar, puesta en escena y labia pronunciada lo que no excita ni hipnotiza, solo se percibe, que no acaricia ni aprecia.

Lo mejor; su fotografía, música y vestuario para endulzar a unos agradecidos ojos.
Lo peor; que su guión y dirección no sepan transmitir un aspirado espíritu contundente y convincente.
Nota 6,1




sábado, 19 de marzo de 2016

Frente al mar

Francia, mediados de los años 70. Vanessa, una ex-bailarina y su marido Roland, escritor, recorren el país mientras se distancian paulatinamente el uno del otro, hasta que llegan a un pueblecito junto al mar y establecen relación con algunos de sus habitantes.


“Porque no puedes tener lo que tienen ellos”

“¿Soy una mala persona?”, ¿soy una mala persona al desear la infelicidad de los que me rodean, al repartir desdicha entre quienes se preocupan, al arrastrar a mi angustioso pozo a quien incondicionalmente me ama?
La pena repartida escuece un poco menos, el dolor en el ojo ajeno alivia el propio, el mal deseado consuela el padecido; sufrimiento llevado en silencio y amargura, con esa terrible desgana que te lleva a desfallecer en cada momento, a cada pulso, a morir viviendo sabiendo que lo ansiado está fuera de toda duda, inalcanzable bendición que destruye lo conocido, arroya la persona y mata agónicamente el alma, pues se resiste a aceptar y superar lo que la vida le niega.
Las vueltas que da un matrimonio, desde la dicha de inicio hasta ese devenir que dicta el destino, giro inesperado cuyo afronte marca quién se es ahora y a dónde se irá en breve ya que, quiénes fueron es algo ya perdido y repudiado.
La escritura y dirección de Angelina Jolie es pausada, sosegada y discreta, lo dice todo sin apenas expresar nada, quita importancia a las palabras para que la reina se la imagen, lenta, artificial y minuciosa, en ese cómodo y avenido dueto que forma con su marido, gran apoyo en todo momento.
La estrella es la fotografía, el horizonte y sus
espléndidos paisajes, destaca y deslumbra a cada toma, lidera cada escena como magistral dama, bella, cuidada, mimada y engalanada para brillar como única, como la mejor soberana dentro de esa apagada estancia cuya tensión permanece encubierta, que se mueve poco, que toma la paciencia y el regodeo como armas precisas de ese secreto de vida de no volverse loco con la decepción y desidia y que preside la pompa desunión de lo que, en su gran esplendor fue unidad perfecta.
Ella se ahoga en pastillas, él se sumerge en alcohol, el tiempo transcurre en letanía y su cargante monotonía, a ninguna parte, se ve interrumpida por una extrapolada observación de un experimentado pasado, ya ido, y un martirizador presente que se sufre con decoro y esperanza de mejoría, gracias a una vecina pareja que muestra lo tenido, lo perdido, lo sentido, lo abandonado, lo ilusionado, lo desahuciado.
Su amado Brad Pitt como marido de réplica que le
hace un gran favor al acaparar, nutrir y redondear los detallados fotogramas, cuando la presencia mustia de la protagonista no da para tanto interés y encuentro de motivación como ella espera; su devenir busca la intuición y colaboración de la audiencia, en su no revelado misterio y en el mezquino juego traído entre manos, un voyeurista entramado que permite abrir las puertas de ese infierno, bajo llave, que encierra en sus entrañas.
Drama que busca contundencia dentro de su finura de formas, solidez entre una elitista elegancia que vive del esmerado exterior cuando su decaída esencia se alarga en demasía; la tragedia se palpa, el conflicto se espera, la separación anímica es obvia, la destrucción coronaria es rotundidad ciega y todo se
centra, puede que en exceso, en esa representación majestuosa, de maravillosa estampa, que lidera la dejadez, en ese deleite visual de perfeccionada ilustración e imágenes exquisitas.
Con todo no pierdes atención, vas cogiendo hilo y fuelle a ese tempo sosegado y espacioso por el que opta para contar y describir la situación; relato de devorados sentimientos y emociones furtivas que surgen, se esconden, vuelven a irrumpir y nunca se sabe cuándo cesarán en su empeño de odio y destrucción del otro para caer, al unísono, uno mismo, en ese provocado suicidio cuando la realidad no se disfruta, cuando uno no se gusta y aborrece a quien la trata con aguante y cariño.
Apartar la sonrisa, ignorar la alegría, despreciar el
bienestar, “resistirse a la felicidad” pues se conoce al dedillo la mediocridad, sufrimiento, llanto y tristeza que transmite el inacabable desconsuelo.
Mucho se ha criticado el presente trabajo, desde la tachadura de pretenciosa y esnob a cargante y tediosa; exageraciones extremistas que sacuden a la actriz por su atrevimiento de coger el mando de la cámara con un texto de su puño y letra; la predisposición a sancionar cada vista hermosa de esta asfixiante habitación, trampa improvista, con salida de escape si se osa tener la valentía de una sinceridad demoledora, es obvia dada la contundente ferocidad expresada.
La cinta es para público escogido y tiende claramente a un montaje y modus operandis europeo pero, es en
su languidez e inmovilidad, en su estática apatía donde muestra el núcleo de ese desorden lacónico que no permite avanzar y que les mantiene arruinados y estancados emocionalmente; exterminio cuyo parásito radial necesita de esa pesadumbre, rutina y circularidad para mostrar sus cartas.
Será tuya si aprecias lo que se percibe pero no expresa, lo que se adivina pero no confirma, lo que se sospecha pero no manifiesta; tu templanza se verá compensada con una asimilación resignada y doliente, si sabes esperar a que ella te abra su alma cuando esté preparada, siendo tu entendimiento y frustración quien acompañen al escritor compañero en su martirio y perseverancia.
Están frente al mar, asumiendo una implacable tragedia que tú sientes con ellos; más que válido intento de exhibir el devenir de una pareja en su crisis, desilusión y tormento.

Lo mejor; su hermosa y apreciada imagen
Lo peor; no saber degustar su necesaria letanía desdichada.
Nota 6,2


viernes, 18 de marzo de 2016

Cien años de perdón

Una mañana lluviosa, seis hombres disfrazados y armados asaltan la sede central de un banco en Valencia. Lo que parecía un robo limpio y fácil pronto se complica, y nada saldrá como estaba planeado. Esto provoca desconfianza y enfrentamiento entre los dos líderes de la banda.


Mucho ruido para escasa nuez.

Todo ocurre correctamente, según disposición del género estilista de atracos a bancos, con trama adyacente pero ¿dónde está la tensión, el enigma, la incertidumbre?, ¿esa oscuridad y revés que acaece detrás del robo de simple dinero?
Nadie es profeta en su tierra, y se valora y agradece el esfuerzo e intento de un tipo de cine de acción, secretos y nerviosismo que se da escasamente en nuestra patria pero, no por ello debe dársele un aplauso gratuito sin condicionantes pues, estamos ante un interrogante cuya presión y sospecha alcanza pares de equidad pero, no ese escalafón superior donde reina el atrape e interés constante del espectador ensimismado.
Ni siquiera Luis Tosar, el gallego, y Rodrigo de la Serna, el uruguayo, lucen sus mejores habilidades -mucho menos un descafeinado José Coronado-, con unos personajes al que no le dan pie, letra ni oportunidad para expresar todo su arte y talento, y así más o menos pasa lo mismo con todos ellos; poco material, para un tiempo moderado, que da lo justo en el clavo para cumplir, entretener y poco más.
Gran venta publicitaria, por parte de una productora que sabe manejar los hilos del mercado y asegurarse la taquilla, antes de que el rumor corra y certifique que es válida pero neutra, apañada pero apenas electrizante, menos excitante, estable aunque sin estrés, angustia o motivación trepidante; una solidez, en un thriller convencional, que penetra con mínimos
apropiados y justos adecuado sin levantar pasión o fervor, aunque tampoco disgustando.
Seca en cuanto a arrebato y presión, un farol en cuanto a esa argucia hipnotizada que corta las venas y mantiene la tensión al límite, todo es conveniente, cada uno hace lo que puede, en conjunto se esfuerzan con todas sus ganas aunque, el conglomerado al completo y su escondida estrategia da para aprobado, para un progresa adecuadamente que apenas llega al bien, menos aún alcanza ese lejano notable.
Y la pregunta es ¿qué falla? pues los ingredientes son favorables, la receta típica, el plato de sabor tradicional, -que con todo, uno nunca se cansa de su gusto, por mucho que se repita una y otra vez-, copias de copias que se diferencian por la presión, chantaje y tirantez que logran crear en la audiencia; una relación “entre paciente y odontólogo que, ¡tratemonos bien!”, será lo mejor para estar todos contentos y nadie perjudicado o herido; sin embargo,
se olvidan de que no hay explosión que hipnotice ni bomba que prenda con su carisma y portento, el estilo de Daniel Calparsoro cumple con la horma del zapato pero, no lo viste para una noche de gala ni un desfile de moda.
Ladrones, policía y gobierno, y tu satisfacción únicamente se caldea a medias, tibio escándalo de eficacia propicia aunque, dada la presunción de su gloria marcada, no es el bombón suculento que se esperaba; cada elemento en su sitio, ninguno falla, lo cual sólo asegura un acierto de validez conformada, no la sesión misteriosa e indescifrable que se aventuraba; esperanzadora entrada de salida moderada.
“La gran mentira de esta época es creer que el poder
puede ser inocente”, la gran traición, de estos cien años de perdón, es creer que su guión y modus operandis son de alta altura, de energética mirada, letal y absorbente.
“Vísteme despacio que estoy apurao”, pues revelo poco para tanta monserga; es la propaganda previa la que cubre el trabajo no hecho por ella.

Lo mejor; la ilusión con la que acudes a este explotado y magnificado trabajo.
Lo peor; el conformismo con el que sales, dado su común resultado.
Nota 5,2