jueves, 31 de marzo de 2016

I'll see you in my dreams

Carol es una ex-profesora viuda que ronda los 70 y que tras conocer a un joven en una piscina, inicia una relación amorosa.


Aventurarse a vivir o hacerlo discretamente.

No esperes mucho, pero aprecia ese ínfimo ofrecido, ese atrevido y cohibido intento de una mujer madura de volver a sentir de nuevo, de aventurarse en ese apasionado caos de sentimientos, ilusiones y dudas que supone conocer a alguien, darle la oportunidad de mostrarle quién eres y permitirle pasar tu importante tiempo contigo.
Romper la cómoda rutina, el seguro aislamiento, la fiabilidad de saber a cada momento qué vas a hacer y vivir pues, tu calendario es preciso y no permite la interrupción de ajenas personas que quieran revolucionar tu descanso.
Pero, inesperadamente ese intruso llega, se abre la puerta de tu dormida disposición y sin entender cómo ni por qué, de un inofensivo saludo y posterior insustancial diálogo, ahí está presente, instalado en tu corazón y volviendo loca a un alma que se cuestiona la loca sandez en la que está, sin querer, involucrada.
Es cálida, relajada y sumisa, no narra una gran historia ni enlaza con un enorme drama, es una tierna y frágil, modosa y suave historia de amor, recién experimentado, que no se sabe dónde llegará ni cual será su recorrido.
De la soledad elegida, de esa individual y confortable elección durante años mantenida, a la amena compañía de dejarse amar y ver qué pasa, divertirse con distracción nueva que se acoge con esa bienvenida de probar, no pensar y simplemente hacer lo que apetece, en cada instante preciso.
A muchos videntes les parecerá pobre, sosa y carente, nula de motivación y nutrientes pues, no expresa narración categórica que deslumbra y desfallece, únicamente circula, realiza una breve
parada y continúa su marcha; porque lo cotidiano adormece, porque la rutina asfixia, porque un pequeño cambio supone enlazar caminos alternativos, de personalidad propia y resultado impredecible que alteran las sensaciones, levantan el ánimo y retornan esa pícara sonrisa hace tiempo ya olvidada, amén de resurgir voluntariamente un familiar y gustoso miedo que invita a retroceder y seguir adelante, contraposición aleatoria que confirma estás siendo, no sólo estando.
Porque no es lo mismo estar que ser, y seas o no, como ya Shakespeare debatió largo y tendido, con sinceridad merecida se ha de admitir que Brett Haley logra mantener tu atención curiosa y candorosa mirada a las espera de ese sumando que se añada a lo visionado, con la ayuda sensible, sobria y elegante de Blythe Danner que, con entereza, calma y precaución expone la delicadeza de un personaje corriente, pero único en su exclusiva historia.
Está vigente, con gran fuerza tentativa, la percibida
sensación de letargo, aburrimiento y poca chicha, por parte de un argumento que apenas se desplaza y que únicamente sacia en mínimos muy escasos, que lo poco que cuenta no inspira y que la jubilación retratada ahoga y evapora el interés de la audiencia.
Todo depende de tu sensibilidad y disposición a aspirar emociones comunes en una existencia distendida de quien ya no espera nada y simplemente, opta por pasar los días e ir restando tiempo, para poder ver a sus amados en directo de nuevo y dejar de hacerlo actualmente en sus sueños; repetitiva costumbre, pasajeramente interrumpida por la irrupción de varios elementos recientes que la desvían de su circular práctica.
Tan humilde, cotidiana y familiar que no levanta la
voz ni crea enorme ruido, sólo discurre de una controlada usanza a la interrogación de esa incógnita, todavía sin respuesta.
I’ll see you in my dreams, cada noche en esa ensoñación de pensamiento entrañable y afectuoso, mientras sin pretenderlo vivirás un poco de nuevo; que quieras saber cómo acaba ese súbito anhelo surgido depende de tu entrega a lo sencillo, amigable y templado de una reposada y confortable conversación, con la excusa de tomar una copa.
Modesta interrupción de las planeadas tareas marcadas en el calendario.

Lo mejor; la luz, serenidad y candor de su protagonista.
Lo peor; valorar de insignificancia el riesgo de volver a sentir de nuevo.
Nota 5,8


 

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