viernes, 11 de marzo de 2016

Deadpool

Basado en el anti-héroe menos convencional de la Marvel, Deadpool narra el origen de un ex-operativo de la fuerzas especiales llamado Wade Wilson, reconvertido a mercenario, y que tras ser sometido a un cruel experimento adquiere poderes de curación rápida, adoptando Wade entonces el alter ego de Deadpool. Armado con sus nuevas habilidades y un oscuro y retorcido sentido del humor, Deadpool intentará dar caza al hombre que casi destruye su vida.


Un guerrero parlanchín que agota.

Se llevan los héroes gamberros y descarados, faltones y maleducados, chulería en las formas para un atractivo porte, de osadía andante y soltura labial, que ose romper esquemas y pasar a ser ese prototipo de antihéroe con musculitos, poderes y todo lo demás que no aguanta estupideces, no se calla lo que piensa y hace lo que le viene en gana, según apetencia y momento; su adquirida potencia y fuerza, habilidad y destreza al servicio de asuntos y caprichos personales y, las necesidades de la ciudad de acogida o nacimiento ¡que les den!, a ella y a sus insoportables habitantes.
Supermanes que reniegan de ese ideal artificial de protección a las personas y ayuda a la humanidad, egoísmo de un punto de vista diferente pues, si alguien me jode y fastidia ¿por qué ser amable con él y no pagarle con la misma moneda?, multiplicada por infinito, por supuesto; injusto enfrentamiento de un combate poco original a estas alturas pues, dicho ocurrente juego -ya no tanto-, empieza a estar muy visto y super explotado.
Simpático y molón, sexy y divertido, don creativo para la retórica, son parte de los solícitos requisitos para el candidato al venerado puesto, que pase de las normas e imponga su ley según se disponga y, de equipaje en la maleta, haber sufrido un reciente e hiriente sentimental drama; todo ello con gracia y estilo, y ese garbo punzante y fresco de verborrea que alterna, por compases, al bravucón y bufón como condición imprescindible para ser chistoso y que surja el desternillante humor; la violencia como desahogo del enfado y la mala leche, la traición, el
desdén y la pena, anecdotario remate de un colofón que empieza a parecer el último comodín, para llevar a la audiencia a la sala de los cines.
Sólo que este titiritero con máscara y mallas es como el payaso del grupo, va de gracioso y ¡guay! y no lo es tanto; toda su palabrería a cámara, a los lados, a quien interesa y a si mismo, pues está encantado de escucharse, suena a fanfarrón fingido que cotorrea sin parar para decir poco de original/menos de ocurrente/escaso de gracejo.
Exagerado personaje, más tonto y jactancioso de lo normal si cabe, cuya forzada letra hablada no genera tanta diversión, ni risa, ni jolgorio, únicamente su insistente y sobrada petulancia; Tim Miller y Ryan Reynolds, con su traje rojo para que los malos no vean la sangre, parecen no caer en la cuenta de que, cuando te excedes en algo, tiendes a causar el efecto
contrario, y eso es una condena que sufre con tediosa constancia este pozo de la muerte, que cae al fondo del mismo para abundar y repetir su reiteración e insistente acción en él, sin casi remedio de salvación, y olvida ese esperada trágica o cómica muerte desternillante y jocosa, ya que ésta sólo es física y por número desbordante pues, puestos a matar y disparar, hagamos colección de cadáveres fúnebres, más alguno cromático que destaque.
Es un provocador guasón, de burlas continuas y desparpajo incesante, como centro de una personalidad vacilona que aborda la socarronería y la broma como arma seductora; su ritmo es ágil y juerguista, picardía intrépida que se incorpora a esos flasbacks temporales que recopilan información para que se perfeccione el destartalado cuadro montado, travieso e irreverente, agudo y locuaz aunque..., lo único que sigo percibiendo es una apremiada escenificación, de postizo resultado, que no provoca tanta risa, ni alegría, ni deslumbra con su diversión
vendida, únicamente desproporción y mesura que te llevan a esa postura adversa de escuchar el chiste, en boca de su atrevido locutor, y no provocar carcajada, sólo esporádicas alusiones a posibles sonrisas, no siempre confirmadas.
La pelea nunca es justa entre mutantes y mortales, aquí el humano se queda con ganas de efectiva genialidad, ingenio y coña, y no una extrema mutación que sobre-actúa, sobre-expone y sobre-explota; demasiada excedencia para tan desencantado plato.
Cuando cada frase pretende ser un chiste, de risa demoledora y espontánea, se produce un colapso que atosiga la recepción, complica su digestión y anula la sonrisa.
Pretende más de lo que es y no resulta, su comicidad y diversión ¡no es para tanto!

Lo mejor; el acierto indiscutible de su protagonista.
Lo peor; su pretendida vis cómica y chistosa es música que se percibe pero, no invita a bailar ni mover los pies.
Nota 6,5


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