jueves, 24 de marzo de 2016

Backtrack

Un psicólogo ve convertir su vida en un caos al descubrir que todos sus pacientes son los fantasmas de personas muertas en un accidente acontecido hace 20 años.


¡Qué desganado ver tanto espíritu circulando!

El niño del sexto sentido ha crecido, ahora es Adrien Brody, quien ya no necesita a Bruce Willis pues el mismo es psicólogo aunque, por costumbre y repetición cansina, continúa viendo muertos; sigue siendo introvertido, complicado, callado y sufridor innato, el pasado le acorrala y atormenta, mientras tanto se da al alcohol, las pastillas y la tortuosa vida.
La mala conciencia hace que todo vuelva, que no pueda dormir por las noches y que el día sea una pesadilla de imágenes e indeseables visitantes que no le dejan descansar tranquilo ni un instante; los espectros insisten..., ¡recuerda!, y mientras el deambula sonámbulo, pobretón y asfixiado haciendo lo que puede; la cabeza no se aclara, no deja de pensar y darle vueltas a esos angustiosos hechos de hace más de una década que tanto tienen que ver con el dolor presente.
Y la enigmática muñeca, que aparece y se pierde, dando por el saco, y él siguiendo las instrucciones y pistas de una niña, en principio angelical y perdida, ahora parece salida de un extra de “Walking dead”..., y se llega con mucha paciencia, poco estímulo y escaso pasatiempo a una resolución que no compensa el fiasco de presentación, el nefasto recorrido, los fúnebres personajes y toda la ficticia patraña de montaje sin acicate, interés o apetencia que no sea entretenerte con tus palomitas, bocadillo
o golosinas y soportarla mientras acabas la comida porque, levantarte, cambiar o dejar de verla es un esfuerzo extra que interrumpe tu gustoso manjar, a falta de una buena película.
Cuando no hay nada que ver, hacer o salvar la distracción se encamina hacia lugar distinto y es seguro que esta cinta de Michael Petroni, interpretada por un lánguido, triste y penoso protagonista, más extras secundarios que apenas tienen que decir, menos que aportar, no será recreo válido por mucho que reduzcas tus exigencias respecto a este thriller de suspense y miedo donde cada cual recibe su castigo, aunque hayan de esperar los fallecidos 20 años vagando por el limbo.
Aunque, puesto que hoy en día, según la iglesia católica, éste ya no existe, ya podría Michael Petroni -¡mira!, ¡si escribe quién dirige!- haberse puesto al día en su escrito y presentar un infierno de temor, agonía y secuelas más sabroso que el montado pues, este teatrillo barato, que sólo cubre como curso de refuerzo y enseñanza para actores, directores y guionistas que actualmente pasan por palpable
bache, da para hacer algo de trabajo y que tu nombre suene de nuevo, para ellos; en cambio, para la audiencia, si no tiene a mano algo extra, excusa como la holgazanería de levantarse e irse, dudo que le convenza o satisfaga tal merodeo misterioso que atonta en su dilema, planteamiento y enigma.
Backtrack, portaequipajes en retroceso para rendir cuentas y curar almas heridas; puede que loa susodichos afectados por fin descansen pero, de nada servirá a un vidente aburrido y ausente que se distrae con redundancias como este texto pues, si se pone serio debería preguntarse, cómo se puede tener
una idea tan tibia en su estímulo y realizarla aún más poco atractiva en su confección y rodaje.
Nadie se salva de este estropicio..., bueno si, sus buenas intenciones -seamos benévolos- y Elizabeth Valentine, la inocente ya estaba muerta de entrada y su nombre fue usado sin permiso y en vano.
El verdadero reto, la gran hazaña es visionarla y no lamentar haber dedicado tu tiempo a otra cosa; ¡menos mal que escribir sobre ello relaja y compensa!

Lo mejor; ¿por dónde empieza?, ¡es pensar tanto!
Lo peor; ¿por dónde empiezo?, ¡pensar ni hace falta!
Nota 4,4


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