miércoles, 2 de marzo de 2016

Mojave

Un artista rico y suicida se encuentra frente a un solitario y violento psicótico, al cual el artista casi mata mientras vagaba a través del desierto.


Un desierto, de descafeinado duelo.

El testigo equivocado, para una ideal situación de perfecto asesinato.
Nada vale algo hasta que te pierdes en la destructiva nada y necesitas algo de ayuda, apoyo y suerte para volver a tu anodina vida, ahora añorada y en falta por la estupidez de un desesperado acto, de quien cae en el voluntario vacío existencial para hallar sentido a esa tan despreciada rutina, actualmente tan valiosa.
El marginado ser, artista decaído que convive con su propio malestar y purgatorio, individuo que debe fascinar en su trauma y martirio, que debe seducir, que debe ser atractivo, misterioso, dañino, agresivo en sus formas, bueno en ese duro corazón que se protege de seguir sufriendo, pero sigue sumergido en su abismal dolor, callado, cansado, aturdido, incauto, de pasos locos y caóticos que se enlazan en esa carrera frenética, por arreglar un repentino y enigmático error producto del miedo y la precipitación.
“Cuando obtienes lo que quieres ¿qué más puedes querer? Acudir al desierto a descubir quién eres y lo que quieres”; pero la llegada a un campamento equivocado abre una caza a la liebre, por parte de un galgo no muy avispado, interesante ni penetrante pues se lo ponen todo demasiado fácil, de acceso excesivamente dócil, comodidad de búsqueda, cerraduras y hallazgo de víctima y parentela asequible que hace no despunte con vigor ni osadía su ofertado thriller.
Acosador de estrella que se rodea de conocidos actores para hacer más válida y apetitosa su vuelta, que inicia un debate sociopata entre dos monstruos
que argumentan sobre sus cualidades, sobre su ser o parecer ser, de cháchara poco talentosa/muy presuntuosa, donde su oscuridad no ciega, su penumbra no asfixia, su miedo no atemoriza por un argumento que eleva su ámbito de envergadura, que amplía su terreno sin controlar el suelo que pisa ni complacer con su texto hablado pues vota, exagera, traslada y abusa de sus elementos con desproporción, sin limitarse a narrar el acierto de lo que hubiera sido una cinta menor, pero adecuada y satisfactoria; se seca y astilla conforme evoluciona, dejando huellas de una ambición deseada, pero no al acceso, dado lo presentado.
Sus dos actores protagonistas despiertan ganas, devoción por saber de ellos, sólo que el baile amenazante que se traen es ligero, esquivo e irregular en su tensión, inquietud y sobresalto, el
guión no madura con solidez, coge minúsculas piezas para conformar una historia clásica que ensueña más que logra; el enfrentamiento cara a cara, de ruleta de la fortuna, entretiene pero no posee complejidad enérgica.
El diablo, la moneda, la dualidad y su afortunado sello reducen su carisma y autenticidad a un quiero, logro medianamente pero no corono la cima, pues la cumbre a escalar está lejos de convertir su sueño en presente auténtico, se quema en su propio desierto siendo muy poco lo que se extrae de ella.
Su estética fuerza una apariencia que enturbia sus reales aptitudes, distrae para un rato sin provocar calor, acelerar el pulso ni aferrase al recuerdo; quiere ser Byron pero no pasa de novato con algo de inspiración y suerte.
Su real destino no es de la categoría ambicionada, es de escalafón más bajo; para tal entorno, legítima pero, su codiciosa sombra la eleva a un erróneo perfil donde aprueba a duras penas, gracias a unos bondadosos decimales por parte de la amable audiencia.
Los combatientes comparten aptitudes, divergen en oportunidad y logros; ninguna intimida ni apasiona a la audiencia; floja en su pretensión de ilustrada jerga.

Lo mejor; la apetencia de unos actores por seducir y atrapar.
Lo peor; un guión que aspira a un trono demasiado alto.
Nota 5,1



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