sábado, 30 de abril de 2016

Julieta

Cuando Julieta está a punto de abandonar Madrid para irse a vivir a Portugal, se encuentra por casualidad con Bea, una antigua amiga de su hija Antía, de la que no sabe nada desde hace años. Aturdida por la noticia, Julieta cancela su viaje a Portugal, y decide escribir sobre su hija, desde el día en que conoció a su padre durante un viaje en tren.


Antía, ¡qué aburrido es saber de tu vida!

La culpa fue del cha cha cha, si, fue del cha cha cha..., porque no se entiende, si no es con ironía de consumo, el poder aguantar esta anodina tragedia de un Almodóvar descafeinado, que dejó atrás su época gloriosa de grandes ideas e impacto floreciente, y ahora se conforma con un destilado drama que no sube la bilirrubina, pues es un amor que (no) contamina, aunque si duerme a una audiencia que no puede creer que este trabajo lo firme el mismo autor que antaño elaboró propuestas sabrosas, firmes y penetrantes en su dolor, angustia y profundo sentimiento.
Ciertas características de él son eternas y siguen presentes; esos planos cortos, directos a unos marcados rostros que hablan expresivamente, sin necesidad alguna de palabra, donde cada fotograma es cuidado escrupulosamente en sus perfectos detalles para que cada una de las piezas de ese telar, magníficamente mimado, transmita con seguridad y confianza su participación y mandamiento en el logrado escenario.
Sólo que los diálogos no cautivan, no atrapan, no interesan, es cháchara curiosa, de conversación cotilla entre vecinas sin acicate, temblor, inquietud o desasosiego; todo es elegante estética, de gran calado y seducción para la mirada pero, si no hay enganche más allá de la fantástica foto y bella postal de encuadre..., como que la vista no es suficiente para nutrir el tiempo de su duración cuando los oídos toman vacaciones, por negada necesidad de mayor
atención, y la mente no se siente eclipsada por tan desganado relato de una madre y su hija ausente.
“Tu ausencia llena por completo mi vida y la destruye”, recita una esforzada Emma Suárez -única que se salva y se recuerda de todo el tinglado- en su misión de conmover y emocionar, de esculpir y provocar tensión y misterio pero, no despierta ilusión, no abre deleite, no quema combustible, no provoca ni ese ínfimo incendio que te mantenga entusiasta a su escrito relato; es más, te cuestionas a ti misma, con esa inquisitiva pregunta ¿esto es todo el dramón?, que interroga y sentencia, clara y concisamente, el poco alimento nutritivo que aporta este guión seco, flojo, de mucha palabra hueca y vacía, sin estímulo, que se pronuncia pero no llega más lejos.
“Cada uno tiene lo que se merece”, en este caso se equivoca tan proverbial frase, en su categórico dictado, pues el público merece más y mejor; un interior más profundo y complicado, sólido y penetrante que no reluzca únicamente por su estilizada planta, sino que hable con contundencia y
misterio de su trama y no parezca una sonámbula mujer, contando su amargura, a quien la escucha por respeto de estar sentada y callada en la sala, no por apego o disposición para ello.
Fraude narrativo por ser quien escribe y dirige la obra, desleal el manchego para con su expectante público, una continuación a menos que ya se confirmó en su anterior destrozo; intenta ser tan madura y reposada que pierde vigencia en lo que cuenta, y en lo que calla, afianzando esa indiferencia, frialdad e inverosimilitud que nunca motiva, que nunca logra transmitir nada.
Cero excitación, de tentación nula, para personajes
planos y lineales, de formas tranquilas y sosegadas, donde el vidente no se queja de la sensibilidad escultural modelada sino, del inerte sustento al rodar la talla.
Ulises y los griegos estarían decepcionados con esta Julieta; su melodrama, de desdicha e infortunio, no da para una clase sugestiva. El alumno tiende a distraerse, no siente aprecio por lo que cuenta la profesora.
Pedro, te has vuelto muy clásico e insípido, ¡quién lo diría!

Lo mejor; su grabada fotografía
Lo peor; el dictado de lo que cuenta.
Nota 6,3




viernes, 29 de abril de 2016

6 Years

El amor de una pareja aparentemente ideal comienza a desmoronarse debido a circunstancias inesperadas que tornan su vida inestable y violenta, amenazando el futuro que siempre habían imaginado.


¡Te quiero tanto!, que no es suficiente.

Son muchas las teorías que estipulan cuándo se produce una crisis en la pareja, cuándo esa rutina, monotonía y comodidad dan lugar a mirar, con excitantes ojos, lo de fuera y a desvalorar ese amor tenido por una seguridad falsa, por ese erróneo dictamen de que ya se sabe todo sobre esa persona y, por tanto, resulta ya menos apetecible e interesante.
De normal se sitúa en los cinco años, en esta ocasión se ha añadido un cumpleaños más al lustro mencionado, aunque el debate sigue vigente, ¿tanto te llena que no tienes curiosidad o necesidad de algo nuevo, fresco y distinto?, ¿aunque sólo sea un desliz sin consecuencias?
Una especie rara se presenta ante los ojos de quienes les rodean, admiración y respeto, también incomprensión y atractivo de romper tan buena racha, de saber si se puede tentar a quien tiene tan fuertes convicciones y las ideas tan claras. Todo ello envuelto en un edad complicada, la inestable y esperanzadora post adolescencia, esa distorsionada sabiduría de los veintitantos, que lleva a creer que todo será siempre tan idílico pues, es amor verdadero.
Pero se entienden, hay gran complicidad entre ellos, facilidad de costumbres por un conocimiento profundo que te relaja, acomoda y da la felicidad de saber que es una extensión íntima de una mismo pero ¿y si las preferencias cambian?, ¿si ya no van en correlación con la amada persona?, diferentes
apetencias de gusto, por variadas cosas, y distinto deseo de amigos ¿y?..., las cosas se desmadran.
Entonces viene la gran pregunta, el agónico dilema..., ¿vale la pena salvarlo?
Una dura decisión, de yo o nosotros, llevado con esa flexibilidad que ofrece narrar con naturalidad, sin artificios ni grandes dramas, el simple discurrir de una relación que tropieza con ese desvío de no compartir dirección de camino.
Simple, llana y sencilla, no cuenta gran tragedia, su escenario es honesto; un desacuerdo, un resentimiento y una pelea que lleva a decisiones límites, de consecuencias irreversibles; Hannah Fidell cuenta su existencia con tranquilidad, el día a noche con serenidad, la crisis de quienes afrontan una quiebra de sus planes y deben empezar a pensar en solitario, nunca más en unidad porque, aunque duela, es mayor el daño si se sigue unidos.
Sosiego, calma, placidez para una andadura que circula sola; puede parecer lenta, aburrida, poco latente pero, tiene el don de verter sus emociones
con esa franqueza de proceso que, no exalta ni arma enorme estruendo, únicamente rueda por su obviedad con franqueza de los hechos ocurridos.
Breve en su duración, ligera en su contenido, contundente en su desenlace, te lleva a sitio sabido por recorrido conocido; sabes la que se avecina y..., no te importa. No es gran cosa, el marchar de un noviazgo con sus baches, roces y decisiones donde, se pone en duda, la armónica fotografía juntos.

Lo mejor; su naturalidad narrativa.
Lo peor; puede resultar sosa y carente.
Nota 5,5


jueves, 28 de abril de 2016

Romance en Tokio

Amelie es una joven belga soñadora de 20 años que vuelve a Japón, donde pasó parte de su infancia. Allí da clases privadas de francés para ganarse la vida, y es así como conocerá a Rinri, su primer y único estudiante, un joven japonés con el que entablará un romance.


“Él me ve como Francia, yo como Japón”

¡Con lo bien que había empezado!, con todo su colorido y encanto, optimismo y frescura..., y es justamente todo ello lo que acaba ¡por atragantar tu entusiasmo!
Y eso que cuenta con la exquisitez de Pauline Etienne, quien realiza una labor magnífica para mantener el interés, hechizo y atracción por la película pero cero, carencia total; el agotamiento e ignorancia, desidia y un alicaído consumo se apoderan de un espíritu que no entiende como tanta simpatía, éxtasis y pasión acaban por aburrir a esa mirada de seducción y buenos ojos que no siente aprecio por nada de lo ingerido.
Y ya no es simplemente la ficticia pose de rodaje y contenido, la ausencia de credibilidad y cariño por la narrado, la pesadez de su transitado contenido, la nube anodina que se apodera de ti sin remedio, la desgana de su continuación implacable..., es que ¡en ningún momento se hace contigo!
Desconozco la obra en que se basa dicho relato pero, la intuición me susurra que debe ser mucho más placentera su lectura que esta muestra de Stefan Liberski, quien parece querer darle toda la importancia a la estética y su performance, olvidando
y relegando el vigor y sustancia de lo relatado a segundo plano.
Un halagüeño cuento incapaz de involucrar a la audiencia, inútil en su tarea de recrear una ensoñación rica y entretenida de la que sea irresistible no participar; se cierra la ilusión y se abre la melancolía por una cinta que debería haber sido gustosa y querida, animada y distraída, que respiraba lozanía dicharachera, de vocablos sabrosos, por sus múltiples poros pero, únicamente logra presentar ese divertido choque cultural como algo cansino, que lentamente va mermando tu deseo por ella.
“El humor, última barrera para el entendimiento universal” y puede que por ello se produzca tan indeseable distancia entre emisor y receptor pues, esa gracia y aguda ironía, don sencillo de pasos alegres y cordiales que insistentemente muestra, una y otra y otra vez más, se rompe en mil pedazos al no hallar conexión para la reciprocidad mutua pues, el espectador queda varado intransigente, sin pena ni gloria y al margen de esa ruta turística de
afianzamiento de idiomas, que fustiga la esperanza exitosa de su fogoso inicio.
“Tuve una historia de amor absurda”, pero no lo arregla la escenografía impartida pues no hay más que soltura visual, salero labial y chispa de andanza dejando hueco y vacío el interior de ese Japón francés, recorrido por una curiosa belga.
Todo con exceso pasa la barrera de lo grato y digerible, para mermar y asfixiar lo recibido; tan bonita que aburre, tan cómica que apaga, tan cliché que no abre lindeza ni embrujo por ella.
Romance en Tokio, donde por lo menos ves hermosas vistas de la misma pues, el resto es una bella postal, de estereotipo amable y simpático, que descontenta y produce rechazo por tan escaso espejismo fantástico para convertir, las palabras de la escritora Amélie Nothomb, en deliciosas imágenes de gran corazón y entendimiento.

Lo mejor, el arte y esfuerzo de Pauline Etienne.
Lo peor; el fracaso de tanta vitalidad y donaire.
Nota 5,9



miércoles, 27 de abril de 2016

The lady in the van

Un buen día, la señorita Shepherd, una mujer de orígenes inciertos, aparca su furgoneta en una acera de Londres, en el acceso a la casa del escritor Alan Bennett. Lo que al principio iba a ser algo temporal, un favor a regañadientes, se acaba convirtiendo en una relación que cambiará las vidas de ambos.


Atemperado ingenio británico.

“En su mayor parte verdadera”, en su mayor parte poco interesante porque, aprecias y valoras, por encima de todo, el magnífico trabajo de Maggie Smith, su afianzado logro como gran conductora de toda la trama pero, no hay nada más que apetezca; ni siquiera sus buscados diálogos, intercalados con esa ironía aguda y burla seca y sarcástica, que dice verdades dolientes como quien no quier ala cosa y que tanto gusta a los ingleses -expertos en manejarla con talento y gracia- tiene el don de extraerte de una somnolencia llevadera con ese conformismo de quien empieza un relato, trata de hacerse eco de su cariño y encanto relatado, de saborear su humor agrio, tirando casi a negro -lo dejamos en azul oscuro pues, el amarillo chichón de su furgoneta sería valorarla en exceso-, pero no logra más que una indiferente mirada por una desolada anciana, de mente ida, que paga en vida el error de un momento aciago.
La inspiración puede que le llegara a Nicholas Hytner de una noticia del telediario o de un sensacionalismo del periódico y, a partir de ahí, a idear la personalidad y vocablo demente de una anciana que dice improperios mientras molesta, y mucho, a unos dóciles y comprensivos vecinos que van de benefactores, cuando en realidad querrían
deshacerse de ella y que se largara a otra parte; ambigüedad en la que no entra ni perfora, únicamente la usa en sus vis cómica como querido acicate de un guión que no va sobrado de estímulos, más bien lo contrario, carece de atractivo por no inmiscuirse en temas serios que deja correr, como la homosexualidad encubierta, la culpa emocional, la maldad amable, la hipocresía de la gente, la inutilidad de los servicios sociales, el caro precio de tender una mano, lo barato de mirar a otra parte..., y simplemente dibuja un bufón escenario, que cuenta con su dosis de tragedia y misterio no resuelto pero, cuya exposición es tan leve y poco fructífera que, realmente te da igual si se llama Mary, Margaret o ¡es la virgen María a la que tanto reza!, te has convertido en uno más de ellos; pasas por su lado, miras, pero sigues por no estar interesado.
Locura graciosa, bondad dramática, sentencias ácidas y una gran interpretación de su actriz protagonista, todo valorado con conciencia plena de su existencia, aunque sentido con ese mínimo apego de un contacto superfluo.
Porque el espectador es de los que le ofrece un abrigo o le lleva comida, pero nunca le ofrecería
aparcar en su plaza de garaje pues no siente tanta devoción, estima, tristeza, alegría o curiosidad por ella; de hecho, cuando finaliza y se resuelve el enigma de su caótica vida, como que tampoco es una lindeza suculenta o apetecible de ser oída.
Todo es ligero, superficial y devaluado en este diseñado relato; bonita y cándida, suave y afable son sus estandartes, la cizaña que se oculta tras tan idílicos sentimientos, olvido que se posterga, por no ensuciar la blancura inocente de su tomada postura.
“Sólo necesito el aire”, necesitas mucho más, querida, un guión más puñetero y afilado en su perspicacia, que no deje caer bombas fétidas que no huelen apenas sino, que éstas provoquen ese estruendo, caos y alboroto mareante que invite a sentarse y participar de la cena, no ese simple observar inerte de quien no tiene apetencia por degustar la misma.
Calidez que no abriga, sarcasmo que no embruja, llana e intrascendente en su simpatía y carisma; sin química entre ellos, sin conexión con el espectador.
Sin aceite ni sal, únicamente verdura hervida.

Lo mejor; y único, Maggie Smith.
Lo peor; su beatitud nada incisiva.
Nota 5,6


martes, 26 de abril de 2016

Víctor Frankenstein

El científico Victor Frankenstein y su brillante protegido, Igor Strausman, comparten la noble misión de ayudar a la humanidad a partir de una rompedora investigación sobre la inmortalidad. Pero los experimentos de Víctor han ido demasiado lejos y su obsesión ha tenido terroríficas consecuencias. Solo Igor puede traer de vuelta a su amigo del umbral de la locura y salvarle de su monstruosa creación. Adaptación libre de la historia del científico Victor Frankenstein y su protegido Igor Strausman.


Una burlesca creación profana.

Geppetto ya tuvo la misma idea, crear un compañero artificial que suplirá las carencias emocionales de un individuo maltratado por la sociedad, solitario, reprimido, en este caso con enormes aires de grandeza -es lo que tiene pasar, de un encantador carpintero a un loco científico, que intenta romper las barreras de la lógica y sus opcionales posibilidades- que desea ese ser perfecto, de cariño incondicional y compañía eterna que le cubra sus necesidades afectivas, amén de alegrarle la vida.
Se puede decir que Yahvé, según las escrituras, fue el precursor de tal modalidad creadora, él nos infirió libre arbitraje para errar y equivocarnos; a Frankenstein no se le concedió tanta libertad, aunque su curiosidad y apetencias personales hicieron que tomara su propio camino de consecuencias desastrosas, por todos sabida.
Igual que por todos es conocida esta historia, muchas veces contada en papel o cinta; por tanto, sólo queda por averiguar si esta adaptación ofrece novedad alguna, que alimente la visión por ella en cuanto a exposición, estilismo, montaje, enfoque, discurso e intensidad ofrecida por la misma.
Los hechos ahí están, impensable una variación drástica que nos dejara sin el tortuoso y querido hombre fabricado aunque..., creo que me adelanto en tal conclusión, pues a los fantasmales hechos me remito.
Paul McGuigan se centra en la cabeza pensante, Víctor, más un ex jorobado, Igor, talentoso asistente,
salvado del malvado circo, para concebir a un prometeo moderno que ponga el apellido Frankenstein en los anales del nunca olvido.
Pero, ¿con qué han adornado su excentricidad y perversión?, ¿su tétrica personalidad?, ¿su altivo orgullo?, ¡con un Sherlock Holmes impertinente!, ¡con un hermano de conciencia paralela!, ¡con una actuación ridícula y grotesca, que pervierte cualquier recuerdo que se tuviera sobre el susodicho!
“Un acto directo de desafío a Dios”, y de quijotesca charanga hacia el espectador, que se ríe de todo lo válido, seductor y enigmático de tan lúgubre personaje para convertirlo en un parlanchín nervioso y fanfarrón, que se cree estrella del Londres dibujado y que va dando golpes necios, de muestrario caótico, en su intento de desmarcarse del clásico original, donde se elabora un nefasto tirachinas a tres bandas -o las que se quiera, pues no acaba de escoger en qué género quiere quedarse-, con tal de recrear mucho ruido frenético, de atroz espectáculo, pero sin ilusionismo hacedor, que ni siquiera como souvenir
distinto y alternativo es agraciado con el gusto de una audiencia, aún eclipsada por la desfachatez presentada.
Crear vida para compensar la muerte de los ya no presentes, mitigar culpas y equilibrar el erróneo balance, cháchara incesante que no perdona a unos oídos estupefactos por el teatro montado, al tiempo que los ojos confirman esa desmesura irrisoria, de número excéntrico, que vive de carreras, malabares y saltos a cual más pobre y estrafalario y que únicamente logra columpiarse, saltar y armar gran alboroto para nada, excepto una caricatura irónica del verdadero ser.
“A veces el monstruo es el hombre”, y el aquí retratado sirve de excusa para presentar un descafeinado thriller, un lastimoso terror y una empeñada cinta de acción que se nutre de nombre tan ilustre, para no rendirle homenaje.
Una montaña rusa que no sabe cuando parar y que va cambiando de ritmo, color y encuadre según su indefinición se hace más obvia y patente; quiere
jugar a demasiadas cartas, sin manejar ninguna con estilo ni vitalidad óptima pues no escoge, lo quiere todo, de ahí que su libre adaptación de Mary Shelley de pena, sea un pasatiempo frikie indeciso, triste y desamparado.
Jugar a ser Dios nunca fue tan poco motivador o estimulante.

Lo mejor; la pareja formada por Daniel Radcliffe y James McAvoy
Lo peor; querer mezclar varios géneros, sin que cuaje ninguno.
Nota 5,4


domingo, 24 de abril de 2016

Mi amor

La historia sigue a Tony, quien está ingresada en un centro de rehabilitación después de una grave caída esquiando. Dependiente del personal médico y los analgésicos, se toma el tiempo necesario para recordar una tumultuosa historia con Georgio. ¿Por qué se han querido? ¿quién es realmente el hombre al que amaba?


Ni contigo ni sin ti.

Hay sentimientos de los que nunca te vas a desprender, ya te hagan feliz o daño insondable, te aporten inmensa alegría o indeseable tristeza pues son la mayor bendición y el peor castigo de una hipnótica catarsis que te ciega, alimenta y a la que te aferras para seguir viva.
Vincent Cassel, encantador y delicioso, ideal en ese flirteo inacabable que seduce y mata, explosiona y paraliza a una voluntaria víctima -excelente la pareja que forma con Emmanuelle Bercot, magnífica su química- quien no puede evitar dejarse llevar por sus tejes, manejes y argucias que muestran lo perseguido y obtenido en todas sus facetas donde, por momentos, se ama y odia al portador de dichas emociones con gran intensidad, con todas tus fuerzas y capacidades.
Ese duro, eterno y polémico “acepta lo que tienes”, lo que conociste, lo que te embrujó, enamoró y volvió loca, no intentes domarlo y adaptarlo a tus necesidades pues te cautivó su frescura, te eclipsó su desparpajo, su libertad vivida se apoderó de tu ser para nunca más soltarte y, cualquier cambio de las piezas originales, sólo llevarán a un fracaso y desastre.
“Con el tiempo todo se va”, aunque hay cosas que quedan y se afianzan, como esa inexplicable obsesión enamoradiza por quien te hace reír y llorar por partes iguales, donde su posesión te enloquece/su distancia te amansa pero vuelves, como desvalido que no
puede andar sólo, a por tu enamorado lazarillo, a por otra ronda de frenesí, lujuria y desenfreno.
La adicción, con su dicha y con su oscuridad, con su fortuna y disgustos, una combinación peligrosa que puede llegar a desear el destrozo anímico, si es la condición imprescindible para sentir esa envidiada plenitud corporal, ese anhelante desenfreno carnal que domina tu cerebro a cambio de una caricia o un beso, aunque luego proceda de nuevo volver al adepto sufrimiento.
La obra de Maïwenn Le Besco se sostiene por la frescura, lozanía y atractivo de sus dos intérpretes y de su venenosa mímesis descubierta pues, en su zigzagueante desarrollo deja huecos de aflicciones que se pierden, que no cuajan mientras realiza sus desconcertantes saltos temporales para seguir subido en su virulenta noria, en esos perturbados altibajos, de choques y fusiones, donde intenta crear ese ambiente tenso, turbador, placentero, sufridor,
deleitoso y catastrófico que supone toda relación tóxica que vive de bofetadas y abrazos pero, que no supone inquietud o sorpresa alguna ya que, a pesar de tantas idas y venidas, es fácil anticipar su línea de camino y final.
“Me di cuenta de que quería complacer a la gente”, y en esas máximas se mueve un guión divertido pero blando, agraciado y simpático pero esquivo y difuso que busca, en el fondo, gustar y ser acogido por la apetencia cariñosa de la audiencia, más que definirse con carisma y carácter, más que entrar de lleno en lo que muestra; esa lascivia corrosiva, que contenta al momento, para engatusar el día y la semana hasta la llegada de ese dolor por la ceguera oclusiva producida, que convierte la personalidad de un sujeto en identidad de papel para jugar al ahorcado, sin poder volver a respirar profundamente mientras se está bajo su influencia y yugo.
Es sencillo entenderse con ella, entretiene y se saborea con complacencia pero no deja de tener ese tono febril de estar de broma, jugando, nunca entrando seriamente en faena.
Como anécdota para la cena, como último cotilleo
entre los amigos, como juerga distendida e inocente que no pretende más que ese rato de buenas y amargas sensaciones, una ardiente vehemencia y apacible bienestar que no alcanzan el grado de fogosidad necesario para crear nerviosismo y dependencia de la cinta.
Que puedas anticipar, con jovial claridad, el decante de la misma, no evita su disfrute moderado; un aceptable bien, que no levanta pasiones, pero tampoco quita ese mínimo interés sano y asequible por ella.
Impetuoso y exagerado drama romántico cuyo suplicante “déjame ser feliz”, al tiempo que desdichada, son de cortejo ficticio, aunque cordial y grato.

Lo mejor; el impulso de la pareja protagonista.
Lo peor; su lógica narrativa se estrella.
Nota 6


sábado, 23 de abril de 2016

El cazador y la reina de hierlo

Mucho antes de ser apuñalada y vencida por Blancanieves, la malvada reina Ravenna fue testigo de cómo su hermana Freya sufría una desgarradora traición y huía del reino. Freya vive desde entonces en un lejano palacio invernal, donde ha creado una legión de cazadores. Al enterarse de que su hermana ha muerto, Freya reúne a los cazadores y les ordena traer el espejo mágico de la única hechicera capaz de destruir su poder.


¡Hay, si lo hubiéramos dejado en Blancanieves...!

“Espejo, espejo mágico, dime una cosa ¿qué mujer, de este reino, es la más hermosa?”, pues la verdad no está muy claro ya que, Blancanieves y su malvada madrastra han sido utilizadas de excusa para retratar a un cazador de los espejos, que se hace rodear de hobbits enanos que buscan su propio trono de juegos.
“El amor perdurará”, lema que impregna todo este señor de los anillos, ¡perdón!, señora de los espejos y su estéril conglomerado, que infunde su partida con disposición y ánimo de cumplir con su lustrosa coraza pero que, sin embargo, da lugar a una caótica revuelta, de jugada desesperada y estratagema rocambolesca, de quien reparte cartas, sin ton ni son, y que no convence a nadie y donde, un trampero mentalista enamorado se monta su propia juerga, con esa ocurrencia chistosa y chulesca de quien es guapo, va de sobra y cae bien a todo el mundo.
“¿Tendrás algún plan?” “Si, uno simple”, un duelo de reinas malvadas, mientras el héroe hace un poco el fanfarrón para caer en gracia y se tienen algunas batallitas de decoración, más algún gorila centauro, de fatídico ordenador exagerado, como extra y, mientras tanto, para pasar el rato, su valeroso adalid, única baza con la que cuenta, a sufrir de corazón, a luchar de cuerpo y a presumir de burla simpática en su dicharachera palabra que al final ya
tendrá su recompensa pues, no deja de ser un cuento y debe acabar como cabe, con ese conclusivo y esperado..., ¡y fueron felices y comieron perdices!
“Aprende de la derrota..., ¡y tu día llegará!”, y Charlize Theron, como insoportable y envidiosa madre de pega, puede dar buena fe de ello, aunque no tanto el espectador, quien ve truncadas sus esperanzas de un logro tan magnífico, hipnotizador y seductor como lo fue la cinta de la que parte ésta.
Porque la inspiración para este argumento no explota en soberbia y osadía, no reluce elegante y distinguida, no sentencia con contundencia, convicción y firmeza, simplemente -y con escaso acierto, sea dicho- adorna y amplia, torpemente, la historia clásica de una hija destronada, que destruye a la falsa reina, con más familiares y personajes de merodeo que entretengan el previo de la contienda, más ese perdurable amor y codiciado espejo como centro de toda la polémica y disputa pero..., ¡no!, no y ¡nooo!, no acaba de convencer, estimular o impresionar, lo cual ya se intuye catastróficamente a los pocos minutos de su comienzo.
La fantástica fotografía ya no impacta, la bruja ya no tienta, la historia no eclipsa, el discurso es largo y
toda la recreada fantasía, obtenida de una pobre imaginación que no tuvo en cuenta cómo encajarla para que entusiasmara tanto como la robusta madre de la que procedía, no te mantiene atento sin aliento ni pestañeo, mucho menos satisfecha; de hecho, el interés decae bastante y ni siquiera consuela ver los golpes de batalla, el gran romance puesto en duda o toda la riña y vertida malicia ya que ni sobresalta, ni atiza ni asusta, únicamente cansa y defrauda.
“Cuando miro el espejo, veo aquello en lo que me convertiré”, pero los guionista olvidaron mirar con determinación o, ese día el espejo estaba de vaga porque, no se entiende creyeran que dicha historia podía colorear y enmarcar a aquella que tanto vislumbró en su día, y eso a pesar -o puede justamente que por ello- de ser clásica y de memoria consabida; los demás siguen correctamente su pausa, se esfuerzan en darle vigor y coraje a sus personajes y danzan según se estipula en las páginas
memorizadas pero, ya no es lo que era, ha perdido mucho fuelle, gasolina y desacelera por escenas donde, siendo mayor y más pesado su equipaje, su estela no deja de ser muy inferior a la de la eterna y tradicional fábula, de mayores a pequeños, con cariño relatada.
“¡Qué afortunados sois!”, de pequeños os leyeron “Blancanieves”, la original y buena; no os dejéis engañar por paralelos relatos que pierden su magia y embrujo, por una ambiciosa taquilla a quien no le importa la decepción de esa audiencia que tanto gozo con la previa; esto ya no es lo que era, mucho hielo, colorido y sentencias supremas que caen en saco roto pues no hay encantamiento, no hay ensoñación, incluso has distraído la mirada de ella por culpa de un interés que nunca se afianza; parloteo de vocablos sonoros, pero huecos, donde el diálogo no capta, los personajes no ilusionan.
Chris Hemsworth capitanea una nave en la que la tripulación no fascina ni hechiza; tira de ella, se esfuerza, le sale su vis cómica y socarrona, explota sus atributos físicos..., pero nada, sin el fabuloso golpe de martillo parece que no lidera, únicamente arrastra el peso de un guión que no emociona ni enciende ni hace reír, suspirar o volar a la pasota
concurrencia, pues es cierto, reconozcámoslo, sin remedio te evades de ella y retornas por acabar la historia, no por otra cosa.
“Espejo, espejo mágico, dime una cosa ¿qué mujer, de este reino, es la más hermosa?”; perdona bonita, pero es..., “espejito, espejito mágico en la pared, dime una cosa ?quién es, entre todas las damas de este reino, la más hermosa?”, que se empieza cambiando una palabra y ...,¡mira la vanidad monetaria dónde nos ha llevado!, a un cazador descafeinado y a una reina que se hiela ante la ausencia de un público fugado por desengaño, que no la adora en su pedestal ni le sigue la huella.
Y, para más inri, ¡no tenía palomitas!, eso si que es ser cazada y atrapada sin aprecio ni respeto.
¡Hay Blancanieves, que desastre de familia y herencia!

Lo mejor, el esperanzador enamoramiento con el que acudes a verla.
Lo peor, diez minutos de rodaje y tu mente, corazón y alma se hielan al tiempo que la desaborida reina.
Nota 5,8



viernes, 22 de abril de 2016

Sin filtro

Pía es una mujer que lleva una vida agobiada llena de problemas, hasta que
un día recurre a una extraña terapia que la hará no tener filtro lidiando con las personas que la rodean.


“La verdad duele, el perdón sanea” filosofía barata de un chino, sin galletas ni fortuna.

Hay días que mejor no levantarse pues todo va a la derriba, directo a una explosión incontrolada de efectos duraderos; aunque, puede que no sea tan mala idea pues, el dichoso papelito de propaganda que encuentras en todas partes, parece insistir en que vayas a verle para probar una nueva terapia que ayude a sobrellevar mejor las cosas y a no ser tan desgraciada, a pesar de tanta maravillosa pastilla terapia de nulo efecto.
Y ¿por qué no?, ¡peor no pueden ir las cosas!
Y a partir de ahí, un torrente de emociones serán vertidas hacia todos aquellos con quienes se tienen cuentas pendientes de rencor, resquemor y decepción por todos los años acumulados de sufrimiento y mal sabor hacia ellos.
El problema es que ¡hay para todos!, y lo que empieza siendo una nueva yo más liberal, suelta y cómoda consigo misma se convierte en una despiadada mensajera, de crueldad sin freno ni pensamiento antes de hablar y despotricar a bandazos, con excesivas ganas gustosas en su alocada andadura, con esa sincera verdad que satisface pero duele y lesiona al oyente que la recibe.
Ahora ya sonríe y está más relajada, por fin es capaz de dormir sin dolor en el pecho aunque, a costa de una soledad donde ha expulsado a todos de su vida
pues, la honestidad se solicita y sanea por dentro pero, si no se controla su dosis de salida y los convenientes tiempos de exposición en que se ofrece, lo único que logra es lesionar a quien se quiere y a uno mismo.
Una simpática historia, de producción chilena, que se mantiene gracias al estropicio de personaje que llega al súmmum del aguante y escoge nueva ruta, de firmes convicciones y letales restos dejados a su estallido paso.
Paz Bascuñan interpreta con gracia y donaire a una mujer que, finalmente se cabrea y expresa en alto sus quejas, en muy alto y con una desproporción numerera, de escenario tirante, que juega a romper y estallar con todo lo que encuentra.
Un comedido y modesto día de furia de una trabajadora competente, pareja indulgente, amiga comprensiva y hermana bonachona que dice ¡ya basta!, ¡hasta aquí hemos llegado! y no, no, “¡no estoy en la reglaaa!!!”
“No hay mejor psicóloga que una ex”, y no hay mejor consejero que un filósofo, de contrabando en su
aspecto, para ganarse la vida e ir de oriental ilustrado pero, la verdad es que ayuda, surte efecto, su espontánea clienta despierta del sonambulismo y se convierte en una kill bill que sólo necesita, sus estrepitosas palabras y acciones alocadas, para poner a cada cual en su merecido puesto.
Nicolás López dirige una comedia simple y ligera pero de grato efecto, fácil de digerir, más fácil de disfrutar pues, entre sus miras está el recrear un ambiente distendido de entretenimiento solvente y chistosa andadura.
Ver a una pagafantas, lela de la que todos abusan, transformarse en toda una lanza misiles de puntería en el blanco es divertido, cómico y no demanda ningún esfuerzo; una subida de adrenalina franca,
que no ingenua ni inocente, sin filtro que le permita mentir, ser educada socialmente o expresarse a través de una camuflada lástima.
Ya le pasó a Jim Carrey que, esto de decir a todos la verdad y no poder mentir a nadie, nunca, era un desastre y todo un lío, mejor volvamos a la locura de querernos, aceptarnos y soportarnos con pequeñas medio verdades que esconden una mentira como una casa, más esa cobardía necesaria, por convinencia, de no expresar nuestras opiniones sin ton ni son y sin calcula sus ventajas y riesgos que, vivir en sociedad tiene sus reglas de convivencia no escritas pero, por torpe y padecida experiencia, bien sabidas y asimiladas.
Risueña, chillona y dinámica, una permitida pequeña travesura en una adulta, agotada de tanta resignación asfixiante; para relajar y que afloren apetencias pobres de no exigir pensar en nada.

Lo mejor; su ágil ritmo de humor cómico.
Lo peor; no se permite, a su desmadre, llegar muy lejos.
Nota 5,7


El incendio

Lucía y Marcelo tienen 30 años y están yendo con cien mil dólares a pagar su futura casa. Pero el vendedor no llega y la escritura se posterga. Tensos y frustrados vuelven a su antiguo departamento alquilado y esconden el dinero. En el transcurso de esas 24 horas de espera se revela la verdadera naturaleza del amor entre Lucía y Marcelo.


La insana dicha de dar y recibir..., daño y golpes.

En los malos momentos uno descubre que clase de persona es la que le rodea, y es donde se pone a prueba la solidez de ese vigente amor que se comparte; en los momentos, de toma de decisiones importantes, se averigua si se piensa en dueto o cada uno marcha por su lado y, cuando dejan de contarse las cosas mutuamente se deja de ser pareja, para ser dos alejados que comparten piso, con el vicio de tratarse con maldad y desprecio.
¿Por qué puede llegar a gustar tanto ser desgraciado?, ¿cómo se convierte el dolor en una drogadicción?, ¿los moratones en seña de identidad?, rutina conocida que evita la toma de decisiones nuevas, que esconde esa cobardía de reiniciar camino, de seguir adelante en solitario, nunca más en pareja asfixiante y doliente que hiere y nada bueno aporta.
Sufrimiento como unión/costumbre como seguida, validez ninguna para formar en común una vida, pero donde ésta se crea, mantiene y avanza con sus desvaríos, errores y desgracias que se imponen a dos bandas porque es lo que impera, esa lujuria
destructiva, de belicoso roce, donde es mayor el miedo a lo desconocido y a no estar juntos.
“¿Estamos bien?” “Claro”, pues esa edulcorada mentira, que encierra una verdad contraria datada por ambos, sirve como pasaje para una felicidad disfuncional que se alimenta del daño, la irritabilidad, la humillación y el placer de provocar al otro, de herirle con devoción y ganas pues ese es su diálogo existente, un insistente incendio que con malicia se busca y desata para sentir al otro, para sentir uno mismo vivo.
“Estamos haciendo todo mal” pero seguimos haciendo pues, parar y deternerse da lugar a pensar, a plantear temas, a tener que recomponer y, esa cómoda inercia de aceptar lo malo ante el interrogante de lo no tenido, ese letal “más vale pájaro en mano que ciento volando” inmoviliza, acepta el presente agrio y deja de soñar con un futuro más digno, satisfactorio y suculento.
Cinta de sentimientos profundos, de sugestivo indecoro emocional, de conmoción embriagadora
vertidos con esa brutal sinceridad que coge y lesiona, con una honestidad salvaje y afilada agresividad cuya aceleración se palpa con resquemor y disgusto, con esa progresiva inquietud y nervio que turba, atrae, se cuestiona e intimida, adjetivos obvios de una sintonía y seducción total con la historia, que impide te mantengas al margen de unos vecinos tan correctos en público/tan escandalosos cuando están juntos al calor de ese hogar que los enciende, fustiga y agota a un espíritu maltratado y un corazón dañado, sin poder evitar volver a por otra ronda de golpes y lesiones, pasados los nocivos efectos de la anterior servida.
Expresiva, intimista y robusta interpretación de ambos, tanto Pilar Gamboa como Juan Barberini realizan una exposición veraz, ardiente y obsesiva del destrozo anímico en que se encuentran ambos personajes; sentido trabajo recogido, con contundencia y cercanía, por una cámara en manos de Juan Schnitman que sabe mostrar la anhelante ferocidad de ese destructivo amor-odio, desde esa corrosiva lucha de poder que se muestra, con
claridad incisiva, en unas escenas divergentes que van subiendo de temperatura hasta explosionar en puro control y dominio del rival contrario; eclipsante relación devastadora, de tensión angustiosa y sofocante combate, buscada en una incomunicación que vive del oprimido cuerpo y que se establece como sometimiento tradicional, que alimenta y afianza la pareja.
Ahora si/ahora no, paremos/sigamos adelante, caos hambriento que recela al tiempo que ama, que agrede al tiempo que abraza, un tirante compás de acometida impaciente que estalla con esa necesidad de respirar el desconsuelo y aflicción de esa persona que se ama, desprecia, odia y consume con deleite, rigidez y armonía de ser ambos iguales.
Te echa el guante, te engancha y se apodera de tu interés con sencillez, humildad y con ese realismo de una violencia que ciega, corrompe, degenera y te aficiona a volver a caer en ella, pues ofrece un regocijo gustoso, de oscura diversión, que complace y pervierte.

Lo mejor; la interpretación y conexión de sus intérpretes para con el púbico.
Lo peor; que se ignore por parecer superflua.
Nota 6,1



jueves, 21 de abril de 2016

Objetivo: Londres

Tras el fallecimiento del primer ministro británico en extrañas circunstancias, todos los líderes mundiales se reúnen para su funeral. Pero existen planes para que el acto, que cuenta con la mayor seguridad del planeta, sea una oportunidad para acabar con los mandatarios y sembrar el caos en todo el mundo. El presidente de los Estados Unidos y sus colaboradores del Servicio Secreto son los únicos capaces de evitar la tragedia.


“Buenos días, Londres”, ¡cuidado que llegan los yanquis!

Si ¡mira el éxito que tuvimos con la primera!, ¿hacemos una segunda?, el escocés está disponible. Vale, es taquilla fácil, sea la que sea, pero cambiamos Washington por capital de Inglaterra, que son aliados y hablan el mismo idioma aunque, a veces, muy bien ¡no se les entienda!
Y allá que se lanza Gerard Butler, con su previo paso por gimnasio para poner en forma a los músculos previstos - ¡que es agente del servicio secreto!- a este planteamiento robot que, según ficha, ha necesitado de muchas cabezas pensantes para ser redactado, cuando todo lo que se solicita es una acción entusiasta, de ritmo vertiginoso, con una decente trama y algo de estilo inspirador para que ésta no resulte aburrida, repetitiva y desnutrida por lo ínfimo ofertado.
Aunque, tampoco ¡tan bestia y exagerada que se les fuera de las manos! Un termino medio ¿no?
Además, todo el rato con ese impoluto traje, de anclaje perfecto, que no se estropea ¡ni un segundo!, que está ¡en el anuncio de Emilio Tucci! Bueno si, un poquito se ensucia, que incluso a Mike Hammer se le caía el sombrero de vez en cuando, ¡muy, muy a la larga!
“Todo el mundo comete errores”, sin duda alguna, ejemplo de ello es este tour urbano, por la capital del Reino Unido, intentando recrear un nerviosismo, inquietud y adrenalina fallida pues, olvida que su predecesora sólo necesitó un edificio, esa blanca casa como objetivo ¡y punto! Y es que, en ocasiones, la sencillez es un don de enorme aprecio.
“La venganza siempre tiene que ser profunda y absoluta”, y parece haber dado en la clave pues, lo confirma ese estado neutro y apagado de la concurrencia al final de la estruenda, pero hueca, carrera de tiros y persecuciones que apenas motivan o transmiten nada; es “el sonido de lo inevitable”, esa manifestación evidente de una escasa ilusión y
pobre apetencia por un argumento de pocas opciones a la hora de agradar, intimar o revolucionar a un espectador que se indigna ante la garrafal bajeza de ideas, para elaborar un relato de acción valedera y digno de ser visto y recordado.
Más que un largometraje ¡parece un videojuego exhibido en gran pantalla!, que ni siquiera posee la facultad grata que estos otorgan; distracción relajante para evadir los problemas, no pensar en nada y salir nuevo de esa ducha de actividad energética que recibe un cerebro atento a cada acto, avance y estratagema para seguir vivos en la partida.
Pero, aquí los hilos los maneja un guión vacío cuya dirección pone mucho énfasis, de escaso provecho, en las volteretas, las bromas dialécticas, las explosiones por doquier y en sacarse motorista a la caza de dónde sea, no importa cómo, pues es la era de internet, de los drones, los satélites y las globales comunicaciones, más un triste planteamiento de quién es el culpable, ese traidor infiltrado a escala superior que lo facilita todo, sin darse cuenta de que ¡podrían haber tirado una moneda al aire!, para ver a
quién le toca el marrón de ser el topo porque, al vidente, como que le da lo mismo.
Entretenimiento distendido y facilón, es el objetivo de las películas de acción pero, hay categorías según su efectividad y eficiencia, más cuando existe una sabrosa antecesora que marca el nivel mínimo que, por anticipado, ya se espera de ésta; claro queda que la presente no llega -ello a pesar de que la trampa inicial está bien pensada pero, ¡se les va tan rápidamente la olla!- y que se queda a tanta distancia, en kilómetros reales o calidad cinematográfica, como la que hay entre Washington y Londres; sencilla la comparanza/brutal el resultado que se obtiene de la misma.
Heroicidad en los actos, perspicacia de mente, socarronería de palabra, gracia de estilo, diversión y pasatiempo a cada paso y unánime tensión entre tanto, que se aplaca con ese reír insolente de las situaciones peligrosas que desbordan cualquier argucia pensada, inventiva e inteligencia para superar todos los baches y poder ser, por fin, ese héroe que sonríe ampliamente, lleno de sangre y moratones, por ese trabajo bien hecho; pero, este solitario ha bajado de categoría por la ineptitud, en
cuanto a ocurrencias, de los responsables sobre el trazado que debía recorrer en su desbordado trayecto.
Jugar al ratón y al gato, sin más, ¡genial, se espera y acepta, John McClane y su espléndida locura lo llevaban a la perfección suprema, en ese rascacielos de tortuosos cristales -y eso ¡que sólo era un poli de Nueva York!- pero, lo que empieza óptimamente, debe seguir la misma estela y no estrellarse contra un tendencioso correr, conducir, disparar, decir una estupidez, volver a empezar..., tan ecuánime y neutro que, si cesa tan atontada rueda de girar por rellenar minutos, apenas te despierta de tu parsimonia.
Carente respecto lo ofrecido en tierra norteamericana, falta en cuanto a soltura y perspectiva sobre qué hacer en tierra inglesa, menor en cuanto a cinta perteneciente al género de la acción; aprueba, sin duda, pero el thriller de la primera tenía más pasión y enganche, puede que por ser aquella una primera cita a ciegas, aquí es segunda y con pre aviso de antemano.
Por cierto, al entierro no acude ningún ministro español, ¡tan poco valemos!, ¡ni para matarnos como extra!, ¡pero si hasta hay un canadiense!

Lo mejor; vas a ver tiros, carreras y acción.
Lo peor, el menú guión que une a éstos comensales.
Nota 5,2


miércoles, 20 de abril de 2016

El hijo de Saúl

En el año 1944, durante el horror del campo de concentración de Auschwitz, un prisionero judío húngaro llamado Saul, miembro de los 'Sonderkommando' -encargados de quemar los cadáveres de los prisioneros gaseados nada más llegar al campo y limpiar las cámaras de gas-, encuentra cierta supervivencia moral tratando de salvar de los hornos crematorios el cuerpo de un niño que toma como su hijo.


Los autómatas trabajadores del infierno.

En ocasiones te sientes confusa y negada pues, reconoces la grandeza de una película pero ésta no ha logrado tocar tu alma, no te ha hecho llorar por dentro, no crea esa indiscutible adhesión que debe temblar en todo tu ser..., y tampoco es realmente eso, es más simple y frustrante; existe un desbarajuste y desacople entre la lectura cognitiva que la mente realiza, a través de unos ojos sorprendidos por el enfoque de una barbarie conocida y múltiples veces filmada, y las sensaciones subjetivas que logra evocar, esa intimidad, cercanía y eclipsado hechizo que aceleran el corazón hasta ese inquieto límite, donde la angustia y la zozobra no paran de rondar una razón que mira y digiere aturdida.
László Nemes ofrece un sobresaliente punto de vista alternativo al horror nazi, ese indiscriminado masacre visto desde lo más bajo, desde ese crematorio y matadero que tenía sus necesidades de reclusión, limpieza, orden y mantenimiento, exasperado obligado quehacer, de ejecución robótica, para que la persona no cayera en una locura vomitiva de quienes están tratando a seres humanos como desechado ganado, cuyo único valor son sus pertenencias; gente sin nombre ni rostro, despreciados como carne de sobra, hasta que se enciende el familiar reconocimiento de un pasado digno y la mecanizada
actuación pasa a segundo plano, ante el respeto de tratar como se merece al difunto hallado.
Los sentimientos afloran y todo cambia de importancia, la misión ya no es sobrevivir como sea sino, la urgencia de amor y cariño por un difunto crío a quien se perdió en vida y que reaviva todo lo olvidado; la supervivencia ya no tiene sentido si no se despide como cabe al ilusionado hijo descubierto.
Y una demencia lúcida entra en acción, esa que relega lo que le rodea a un exclusivo objetivo, el encuentro con ese rabino que, no exculpa el miedo pero, permite el consuelo de una obra bien hecha, esa última voluntad por la que se dejará la cabeza para limpiar la memoria y sus posibles remordimientos.
Concisa fotografía de estupor estudiado, actuaciones incisivas que desprenden el martirio agónico de un deleznable trabajo y un abrumado guión, que orienta su horripilante narrativa hacia ese estructurado mecanismo torturador y asfixiante, espeluznante y estremecedor que, con toda la admiración por lo narrado y su forma de exponerlo, no logra tu participación intimista y recóndita, personal e
inseparable de conjunción agria; no te sobrecoges en tu sensibilidad a pesar de ser todo el panorama escalofriante, no te acongojas de palabra y sentimiento a pesar de ser mortal y espantoso en su mensaje, no es intrínseca tu emotividad a pesar de seguir sus pasos con voluntad estupefacta y desprecio mayúsculo.
Las emociones leen pero no se sienten intimidadas, paralizadas y atónitas, acogen la terrible historia con valentía, aplauso y coraje de estilo marcado, un memorial trabajo de admiración por su tremendo valor, en una exposición veraz que altera y arde en el juicio del incómodo vidente pero, con toda la satisfacción y deferencia por lo ofertado, cierta distancia separa esa sobria lectura de una atrocidad, tan sabia e inusitadamente reflejada, y la desasosegada aversión que implícitamente tus sentidos deben vivir y reflejar de forma natural; estando presentes y pasando revista a lo visionado, no alcanzan ese grado considerable de desazón y
trastorno martirizado al padecer, con profunda conmoción, todo lo relatado.
Explosiva desesperación en un cuerpo rígido, de rostro helado, que logra entorpecer esa postura desgarradora, de temporal salvación, por ese pequeño al que se desea rendir cortesía de merecida despedida; planos cortos, intensos y milimétricos para expresiones que magnifican el sobresalto falleciente del momento, una inédita representación del holocausto impresionable y loable, magnífica y acertada aunque, toda su reconocida brillantez pierde cierto sabor al no ver anuladas, por parálisis y crueldad, unas emociones que acompañan pero no se agotan ni
anulan ante tan depravado escenario.
“Sólo se que no soy yo y que sigo vivo”, hasta esa mirada a un organismo inerte, de belleza inocente, brutalmente asesinado; entonces surge el hijo de Saúl, por el cual luchará hasta la muerte de ese espíritu desgarrado, cuyo soporte aún sigue teniendo fuerzas de hacer lo correcto, entre tanta maldad e inmundicia.
Impresionante, singular, atractiva e insólita descripción de lo ya, tantas otras veces, descrito.

Lo mejor; su planteamiento y rodaje de una historia tantas veces digerida.
Lo peor; su repetición cíclica impide esa unión emocional explosiva.
Nota 6,8


martes, 19 de abril de 2016

Palmeras en la nieve

Es 1953, Kilian abandona la montaña oscense para emprender con su hermano un viaje a Fernando Poo, una antigua colonia española en Guinea Ecuatorial. Allí les espera su padre, en la finca Sampaka, donde cultiva uno de los mejores cacaos del mundo. En la colonia descubrirán que la vida social es más placentera que en la encorsetada y gris España, vivirán los contrastes entre colonos y nativos y conocerán el significado de la amistad, la pasión, el amor y el odio.


Viajas por ella con gusto, pero sin dolor ni pena.

Vista en retrospectiva, después de oír hablar tanto de ella a favor y en contra, se ha de admitir que la historia necesitaba su tiempo para hablar por si misma y dejarse sentir, para ser proclamada como la elegante señora que se auguraba cuando se presentó; aunque, también sea cierto que es tremendamente fácil y tentador que los oídos tomen vacaciones temporales entre tan larga duración, que el corazón apenas participe y que la mente permanezca fría en su análisis.
Tan cierto como la escasez interpretativa que muestra Mario Casas en esta ocasión, limitación gestual confirmada por una torpeza de andadura y rostro de nulas expresiones alternativas que no sea la fijada inicialmente y que se mantiene perenne y obsoleta durante todo el relato; tan obvio como la esperada soberbia fotografía, las cuidadas formas, perfecta música y estilismo detallado de un esfuerzo meritorio, para una producción española.
La novela visionada se presenta como dama suntuosa y orgullosa de su trabajo realizado, costosa exposición de todo un melodrama romántico de pasión, enfrentamientos, deseos, agresiones, valentía, humillación e intento de sobrevivir a todo ello; corrillo de aventuras y desvelos que abren apetito con calma y mesura, con esos reposados entremeses que deben dar paso a la confirmación de esa suculenta cena, de seductores comensales.
Aunque la pregunta clave es ¿el romance reclamado sube lo suficiente de tono como para colmar
esperanzas e ilusiones previas?, ¿tiembla el pulso de emoción?, ¿la aceleración progresiva del corazón se percibe con rotundidad o todo queda en fabulosa venta de marketing, que ofertó lo que no daba?
Esta leyenda, en su proclamada conjunto, progresa adecuadamente, aunque no apasionadamente -que no es lo mismo-; su energía se mantiene constante a dosis de cápsulas entregadas sin lograr el fervor, ímpetu y colofón que se espera de estas épicas narraciones, que deben sacudir el alma e hipnotizar a la conmocionada esencia; atrae sin duda, interesa su seguida pero, no sacude vorazmente a unos sentidos que se emocionan lo justo para no perder hilo aunque, no inmensamente como reflejan esas hermosas y sobrias palmeras en la nieve.
“La vida es un tornado; paz, furia y de nuevo paz”, y por esos pasos desfila, en procesión ordenada, todo el relato, sólo que la furia no arranca tejados ni su viento molinos derrumba; estéticamente es de sobresaliente pero, su parte dramática no deja huella
ni incide en la memoria una vez finalizado; es más, durante las escenas de batalla sentimental y su frustrada agonía, tu sensibilidad permanece en esa calma de visión de quien lee, comprende pero, no se exalta ni perturba ante el desfallecimiento y quiebra de la felicidad construida.
Tenue en su conmoción, magnífica en su ambientación, cojea de un pie para afianzarse en el otro pero, ello no evita la cojera de tan opulenta obra.
“Ten cuidado no vayas a encontrar lo que estás buscando”, ya no hay cuidado que valga pues, tímidamente se acerca a la tragedia esperada; hay amor, hay peleas, hay desavenencias, hay conflicto político, hay decepción humana; un polvorín de llanto, alegría, esperanza, muerte y desolación que no explosiona con contundencia pero, atraviesa por sus trágicos puntos con validez de intento novato, que aspira a ser gran veterano.
Tiempo a la experiencia y que se repita el intento; osadía hay de sobra, con talento se cuenta,
únicamente hacen faltas nuevas ganas, oportunidad y ampliación de miras y capital de nuestro cine.
“Mi suerte se termina aquí y ahora”, y has aprobado Fernando González Molina, que no redondeado; sigue con tu énfasis de intento y logro en la siguiente aventura y, futura suerte a quien se empeñe, con carisma y fortaleza, en la representación de un libreto de tal calibre; este ha quedado correctamente retratado, ahora vayamos, en la próxima, a por más nota.

Lo mejor; su rotunda fotografía, diestra ambientación y música escogida, más ese valor de un director empeñado.
Lo peor; perfila tanto esos detalles que se olvida de la importancia de un pulso cardíaco, que no logra tener la tensión alta.
Nota 6,5