domingo, 31 de julio de 2016

Born to be blue

Biopic sobre el legendario trompetista de jazz Chet Baker en los años 60. La historia se centra en la época en la que Baker comienza a rodar una película sobre sí mismo y se enamora de su compañera de rodaje, la enigmática Jane. El conflictivo pasado del músico vuelve para atormentarlo, hasta el punto de que parece que nunca volverá a poder ser capaz de componer.


La chica o la música, no se puede tener todo.

Quedas fascinada, hipnotizada por Ethan Hawke, desde ese primer instante en que aparece con su inseparable trompeta y su amada música, con esa bella melodía, de alma agónica y esencia devastada, que invade todo el espacio y tiempo de un largometraje arrebatador en su embrujo y exquisito en su herida.
Magnífica interpretación la del actor tejano, profunda, sensible, serena, desgarradora en su composición, devoradora en su persona, absorbente en su estela, tentadora en su corazón, obsesiva en su meta, apasionada en su huella, consistente y plena en conjunto..., el resurgir de un trompetista caído a los infiernos por cuya desmadrada ruta hallará el amor y el valor del respeto y cariño hacia uno mismo; reconstrucción de un mito de la música, que deslumbró en terreno dominado por negros y que desbordó y arrasó, tanto en el escenario, como cuando se manejaba en su vida privada e íntima.
Robert Budreau dirige un embriagador filme donde se conoce la actualidad, pasado y futuro de una derrumbada estrella, que halla alas nuevas para volver a la gloria del cielo: una cinta, dentro de otra, que recobra vida sobre esas añoradas tablas de las que fue violentamente desalojado.
Biopic emocional, sobrio, quebradizo y de calmada e inquietante respiración sobre Chet Baker, persona maltrecha, desahuciada y moribunda que nunca hirió a nadie excepto a si mismo, su peor enemigo a
solas/su ausente compañero en compañía, que gusta de ser un desastre pues le aporta la felicidad extasiada del eminente momento; un insólito talento que florece de sus cenizas, las notas llevan su nombre, le llaman con insistencia, le impacientan hasta volverlo loco por esa vuelta donde lo dará todo por demostrar que es, que sigue siendo y que puede ser, a pesar de vender su confianza y perder todo lo apostado con serenidad y cordura.
Agudo y perspicaz enfoque de un escritor-director, ya referido, que se toma licencias en la invención de sus personajes, para centralizar la mirada en ese conmocionado drama que cuenta la historia de este artista del jazz, a través de escogidos emotivos y traumáticos momentos que le permiten elaborar un loable y meritorio retrato de su carcomido y superviviente espíritu; expositiva y dolorosa humanidad de un drogadicto, cuya ansia y exigencia por la música está lleno de grandes éxitos y tropiezos, fotogramas en blanco y negro y en color
combinados con maestría, para mostrar el icono de un doble personaje que lucha consigo mismo; desmorone y dependencia se entrelazan, con orgullo y sacrificio, para realizar una combinación armoniosa de una existencia, peculiar y única, que inunda la pantalla y hechiza tus oídos, al tiempo que le sigues con el atento cuidado de quien se preocupa por su ángel caído.
Más que una biografía musical es un enérgico romance, donde la química de Hawke y Carmen Egojo es espontánea, cálida y de una complicidad vivaz y adorable para disfrute de la audiencia; la tragedia relatada no vibra tanto como la actuación de Ethan, quien mantiene al público pendiente de sus pasos, por exclusivo mérito suyo.
Una buena realización para unos años 50 y 60 que terminaron abruptamente en los 80, cayendo por la ventana de un hotel en Amsterdam, notoria leyenda que dijo “hola al miedo, hola a la muerte, ¡vete al carajo!”, como fiel mandamiento que cumplió a rajatabla toda su escabrosa vida; se le ofrece una
segunda oportunidad, pero añejos fantasmas insisten en hacer peligrar su futuro expectante..., “Born to be blue”, nacido para estar triste y representar ese desquiciado papel de dependiente necesitado, cuyo don y talento son un regalo endemoniado.
Te involucras conforme rueda y te lleva por ese esfuerzo de limpieza y regresión que tanto anhela, al son de esa creencia en su persona y en el amor que manifiesta, para llegar a ese momento decisivo de levantarse justo donde había caído y perpetuar para siempre su destino.
No es fidedigna ni convencional, privilegios narrativos se intercalan para lograr un consumido beneplácito que saca partido a ese periodo concreto en el que se centra, suficiente para hacerte una idea de la figura y que Ethan Hawke -¡ya se que me repito!- haga gala de su sobrada inteligencia actoral y quedes prendada de él, de su personaje y de la tragedia romántica narrada, todo en torno a esa asfixiante devoción por un ritmo vocal y sonoro que lo son todo, hasta hacer
desaparecer al individuo y que, por breves pero inmensos minutos, viva el genio de la trompeta.
Empieza echado en el suelo, maloliente/finaliza de pie, inspirado, enamorando a la concurrencia con su voz y trompeta..., ¡el destronado rey ha vuelto!

Lo mejor; Ethan Hawke, ¡última vez que lo digo!
Lo peor; para quienes conozcan del trompetista, sus alteraciones biográficas pueden ser un fraude.
Nota 6,9



sábado, 30 de julio de 2016

Moonwalkers

¿Y si el Apollo 11 nunca hubiese llegado a la luna? ¿Y si fue Kubrick quien rodó la llegada del hombre a la luna en un estudio? En el Londres de los años sesenta, un agente de la CIA intentará sin éxito encontrar a Kubrick; en cambio, se juntará con un penoso mánager musical.


“El hombre camino por la Luna”..., ¿seguro de eso?

¿Por dónde empezar?, ¿qué analizar primero?, ¿por dónde comenzar a describir esta destartalada jarana, de desbarajuste en aumento?..., sinopsis loca de un despropósito de argumento, divertida, surrealista y psicodélica, cuyo compás es un desastroso derrame de frenesí cómico, caótico y trastornado que se mueve cual lioso guión, de pies y cabeza lógica, pero cuyo dicharachero rumbo se tuerce hacia el desmadre urgente de un montón de perdedores, que juegan al vagueo malabarista para salir al paso del accidente provocado.
Porque todo es un estropicio de infortunios y violentos atropellos que intentan esquivarse, imponerse y dominar el espacio, contratiempos imprevistos, de precipio elevado, para saltar sin paracaídas y caer en nuevo percance de desgracia, aún pero si es posible; auténtico embrollo lunático, cuya esquizofrenia reina perpetuamente en el ambiente, como compañero fiel y necesario para representar tal desparrame de malogradas intenciones, cuyos majaretas apalabrados resuenan cual simpático y descontrolado chiflado, imposible de predecir y controlar.
Majadería de golpes, tiros y sangre por doquier, como complemento de ese absurdo universo que pretende llegar a la luna desde un postizo Londres lleno de frikies y rallados mentales; una misión, un error identificativo y mucho dinero perdido, un proyecto, un agente de la CIA con temblores de mano, una cutre banda de rock y un mánager mentiroso que sólo quiere que algo le salga bien, más esos desternillantes amigos que montan un
intrépido y fortuito rodeo donde nadie se salva de la idiotez, el espanto, la resaca, la fantasmada y la regresión ensoñada de quien permanece en realidad artificial, mucho más llevadera y gratificante.
Excelente guión, de combinación maestre en su calamitoso cuerpo, cuyo latente y juerguista espíritu se mantiene indemne y en acelerada progresión hacia la risa, la burla, la ridiculez y la desmesurada fiesta de un galimatías y embrollo que no parecen tener fin ni vergüenza, en su recreación esperpéntica.
La diversión está garantizada, pues tiene la guasa como seudónimo incorregible, el alboroto como etiqueta, el cachondeo como esencia, el desparpajo y la burrada como mira, la frustración como reguero que lo invade todo con su perturbada áurea de sonrisa puesta en tu rostro; disparatados adictos encabezados por Rupert Grint, superado amigo de Harry Potter, y un genial Ron Perlman, cuyo porte es impagable para rematar con firmeza macabra este revoltijo de todo y nada, que te lleva directo a un fantástico pasatiempo de perturbada memez y
estupendo resultado para tus ilusiones colmadas y tu satisfacción plena.
La eterna leyenda. sobre la verdad o falsedad del hombre pisando la luna, como excusa para un torrido y disparatado recreo de ilustre composición; no falla, da de pleno en la diana de esa yonqui carcajada, natural y espontánea, ante tanta adrenalina sin rumbo ni marcaje.
Disfrútala, es única en su drogata fórmula para entretener y contentar.
Lo que se perdió el Apolo 11 por el espacio, cuando su tripulación se podía haber quedado en un estudio londinense y ¡habérselo pasado en grande!... tú, sin duda, lo haces.

Lo mejor; su destartalado y brillante guión.
Lo peor; perderse su risueña diversión.
Nota 6,7


viernes, 29 de julio de 2016

La correspondencia

Una joven universitaria que trabaja como doble en escenas de acción de series de televisión y películas, se ve constantemente expuesta a situaciones muy peligrosas; se trata de una forma de sublimar la horrible sensación de culpa que le causa el sentirse responsable del trágico destino de su pareja. Su profesor de astrofísica la ayudará a recuperar el equilibrio perdido.


Falaz diálogo con una estrella que no calla ni muerta.

Hilary Swank era más clásica y emocional en “Posdata: te quiero”, recibía cartas en sobre y papel, de puño y letra de su eterno amado, con ese sentido sobrecogimiento compartido con la audiencia; Jeremy Irons opta por la comodidad accesible del ordenador o el teléfono móvil, más impersonal y menos romántico, aunque en realidad es siniestro y turbador, no reconforta ni conmueve recibir esos pitidos, de mensajes electrónicos e imágenes de vídeo, de quien se fue sin despedirse y agobia e inquieta estando muerto.
Secretos llegados de ultratumba, a perfecto tiempo y correcto momento, una sincronización maestra de un hechicero cuyo curtido y milimétrico compás no levanta grandes pasiones, ni expectativas afines de curioseo enorme, más bien se asemeja a impostor montaje.
Una gran parte poco creíble/otra bastante aburrida, Giuseppe Tornatore ofrece una galaxia llena de desconocidas estrellas que se desgastan por insistente y molesto reclamo, y cuya destreza por descubrirlas y conocerlas se convierte en fatiga, de correo fingido, para recrear una decorada atmósfera que lleva a resolución resignada, y por cuyo camino se transita con el tormento de esa manipulación obsesa, sin posibilidad de réplica, que molesta, confunde y dictamina la ruta, cual pesado lazarillo de una domesticada e insensata alma que necesita de ese ferviente amor, presente en sentimental recuerdo, para mantenerse en pie y que decida rumbo ante su torpeza de elección diestra, pero cuya emoción y vivencia no se traslada con rotundidad y firmeza a un espectador que escucha y observa pero no participa del drama, aunque sí de su desidia.
Llegas a cansarte de ambos, su “te amaré
eternamente” asfixia en lugar de fascinar y seducir, no sientes envidia por Olga Kurylenko, no digieres su romance con apetencia codiciada, únicamente aspiras, con distancia emotiva, su desencajado rostro de desconsuelo vaporoso sin punto concreto; consumes su remordimiento, obstrucción y desespero como una maldita broma de quien, ya ausente, quiere seguir manejando los hilos, hasta que esa explosiva sonrisa, seguida de corte de pelo, certifican la relajada aceptación de quien ha recibido una original despedida/pesadilla escabrosa según se mire.
“Tú nombre, once veces y se acaba..., kamikaze”, el moribundo fantasma se silencia y quedas con la idílica imagen confeccionada hasta el momento por el mismo, pero la curiosidad pica, aunque mate al gato o rompa el saco de esos inmaculados recuerdos que no volverán a ser lo mismo; artificial correspondencia cuyos diálogos, entre el ignorado más allá y el rutinario presente, son pobres y ridículos en su afán
poético y divino, y monótonos en aparecer una y otra vez de similar y repetitiva forma, estructura que vale para la sorpresa inicial pero que acaba desgastando todo el inverosímil cuento de leyenda representado.
Cuidados paisajes para unos actores, que como pareja expresan nula credibilidad, aunque por separado muestren su talento y arte, un veterano Irons, que desfila con la sabiduría de la experiencia, y una Kurylenko que sabe atraer la cámara y mantener el centro de la mirada del vidente, a pesar de contar con un manuscrito soso e inútil para emocionar al corazón o avivar a una mente que no apuesta por nada de lo recitado; puede que el fallo se encuentre en la traducción del original italiano a su comercial versión inglesa, o puede que simplemente, tan ardua y elaborada preparación para recibir la correspondencia post mortem, peque de un absurdo y asfixiante acoso cuya lógica duerme y desfallece por si sola.
Un tutor que se excede en las horas extras dedicadas
a su labor y cuya asignatura tiene altas miras de contenido, de efectividad fraudulentas.
Lástima que no se quedara sin batería o sin conexión a la red pues, es mejor ser un desastre por opción propia, que la madura serenidad de un incordio de virus; la tecnología no siempre es beneficiosa en su auxilio.

Lo mejor; Kurylenko y la fotografía ambiental que la rodea.
Lo peor; el falso recital de un amor eterno.
Nota 5,7



jueves, 28 de julio de 2016

Vulcania

Jonás, que acaba de perder a su familia en un misterioso accidente, comienza a trabajar en la fundición del pueblo. Ahí conoce a Marta, con la que comparte tragedia y de la que intentará sacar información sobre lo sucedido. Su descubrimiento sacudirá los cimientos de la comunidad. 


El oprimido pueblo, frente a la ciudad secreta.

No voy a criticar que sea una clara copia de “El bosque”, de Night Shyamalan, adaptada a nuestra tierra y cultura, pues la producción hollywoodiense está llena de imitaciones de películas de otros países y nadie les cuestiona, se acogen con agrado y solvencia; por tanto, el dilema reside en si, a pesar de poseer misma sustancia y esencia que la susodicha, esta versión española aporta algo de interés, misterio y congoja a lo ya conocido por quienes vieron tal película.
La estructura la sabes, su proceder es hermético y sencillo, frontera que no debe atravesarse sin riesgo de ser castigado, por incumplimiento de un deber con el que se ha de cumplir para mantener la estabilidad del pueblo y estar a buen recaudo; está escrito, ha sido dicho y se repite como mandatario lema a grabar en la mente de cada habitante, por si alguien osa pensar en hacer algo imprudente.
Aquí es la forja del hierro, el metal y el acero la tarea encomendada a la comunidad, como obligación para preservar el orden y estatus, los altos hornos como hogar y refugio del frío y la desolación del exterior, como misión y destino de nacimiento que nadie equivoca ni discute hasta que..., ese fisgón imprudente, que una noche inoportuna encuentra un objeto extraño, abre dudas y genera un reguero de preguntas que ya no habrá forma de ser silenciadas; a partir de ahí, la incógnita de la existencia de una
ciudad, de transcurrir feliz y pacífica, se despierta y la monotonía del pueblo asfixia y se pone en duda.
“¿Qué es la ciudad?”, es el misterio que queda fuera, esa comunicación rota que les tiene trabajando como esclavos, mano de obra barata y obligada por un miedo insertado con letra religiosa, centro de todo el dilema; aquí hay alambrada, como separación del edén del libre albedrío, que la natural curiosidad rompe sin pudor ni problemas, al cerciorar que hay vida más allá de la fábrica.
Sólo que el personaje de Joaquín Phoenix, y fundamentalmente el mismo, eran espléndidos y exquisitos, te devoraba las entrañas, un desafío a la autoridad que hipnotizaba y seducía lánguidamente, con evidencia certera de sugestión y disfrute; aquí tenemos a Jonás, un mesías salvador de su gente, que cuenta con poderes de subversión revelada, aunque entre ellos no se halle el atrapar, seducir e interesar a una audiencia que, además de anticipar lo relatado con facilidad pasmosa, no es favorecida con elementos extras que adornen, nutran y ensalcen lo visionado.
“Mantened vivo el fuego”, dictamina un José Sacristán desperdiciado en su rico talento interpretativo pues, tampoco es que su papel de jefe
mandatario de para mucho; en general, todo es leve, débil y poco gratificante, buena voluntad de intenciones positivas, que no alcanzan para mucho más que para pasar el rato, sin mayor anhelo que ver correr sus minutos paralelos.
¿Vale la pena?, rellena ese tiempo muerto que no demanda altas ni medias exigencias, ¿te pierdes gran cosa por no verla?, en absoluto, pues antes se recomienda el fabuloso original que esta pasable recreación aunque, como he referido al inicio, la definitiva pregunta es si aporta algo extra y nuevo que alimente la base de la que parte y..., no, no contribuye en nada para mejorar, igualar o rendir
homenaje a su precursora.
Pasa mucho en la música y en el cine, se tiende a traer de actualidad lo que en otra época fue obra maestra, sin contribuir en nada a su enriquecimiento, ni siquiera en hacerla digna de su maestra de partida, aunque también es cierto que existen suculentas excepciones que justifican y validan tal osadía por engrandecer a la misma.
Entonces ¿para qué?,pues..., ante las ganas de rodar una cinta, la falta de ideas y dinero al acceso, “Vulcania” es la respuesta.

Lo mejor; buenos actores.
Lo peor; desperdiciados por la llaneza infructuosa de la copia.
Nota 4,7


Criminal

Las memorias y habilidades de un agente muerto de la CIA le son implantadas a un convicto peligroso e impredecible.


... pero se toca la nariz ¡con tanta gracia y estilo!

El holandés es la excusa, da igual no esté bien definido ni constituido, es la gallina informática de los huevos de oro que buscan todos; la CIA, Gary Oldman, siempre ha remolque, ya es un clásico; el malo malísimo, con porte gélido y artificioso Jordi Mollá, español para más señas; un cirujano Tommy Lee Jones jugando a experimentos con forzados voluntarios y..., un magnífico veterano Kevin Costner, de loco psicópata/criminal sin remedio a emocional, reflexivo y afectivo ser humano, sensibilidad e inteligencia provenientes de unos recuerdos ajenos, Ryan Reynolds, que son lo mejor que ha sentido y poseído jamás en su vida.
Un agujero de gusano, una computadora, la seguridad mundial en peligro, dinero y desesperación por poseer la clave del programa y su escudo, honradez de un cruel delincuente que, confuso, se mueve entre su antigua avaricia y desdén por el mundo, a la ética de actuar correctamente por involucradas y sentidas emociones; gracioso, irónico, directo en sus golpes, sin contemplaciones en su maldad, todo se ve sacudido por unos afecciones imprevistas que alteran su agonía y desprecio, por un bienestar anímico de quien ha crecido con amor y ha hallado la felicidad completa.
Acción incesante, de idas y venidas frenéticas, para un satanás mártir que es el ángel salvador de la
civilización sin quererlo, sin solicitarlo, sin saberlo; rápida, eléctrica, diablilla, se mueve con energía; su sinopsis carece de sabiduría argumentativa, de guiada ilustración para convertir su perpetuo escape a contrarreloj, de yo-contigo/próximo yo-sin-ti, en algo más que un divertimento teatral, de violencia atropellada con dosis de humor, pero sin enigma ni suspense que cautiven tu conciencia y ralenticen tu respiración.
“Me gustaría seguir siendo él”, ese bourne ya entrado en edad, de memoria invadida -que no borrada-, que se decanta por su huésped, por el cariño y las ventajas que ofrece éste, pues el dueño de la existencia original no cuenta con buenas credenciales; lealtad a un desconocido que provoca surja la moralidad y sus reparos, una bofetada de sentimientos incontrolados que desencadenan en una unión torpe e imperfecta de dos mentes en única persona, concatenación de ramalazos estimulantes que abren la puerta a un combate a dos bandas, de convivencia difícil pero imperiosa, opresiva pero esclarecedora, de quien se desea ser/nunca más volver a percibir.
“Si me haces daño, yo te lo hago peor”, lema
comandante de un thriller de acción, donde Costner vuelve a mostrar su mejor baile con lobos, fusionado con un inválido emocional que se vale de un mensaje encriptado en su cerebro, sin botella, para ser el mensajero guardaespaldas de un sueño de playa, que no de campo, donde hallar tierra, después de tanta agua revuelta.
La cinta es él, se exhibe con talento, se explaya sin límites, se certifica en todos los aspectos como valedor único de la historia; una intriga de mínimos en su audacia e inquietud, de ritmo vertiginoso y aceleración entretenida que pasa de explicaciones necesarias, pues se sube al carro de la persecución incesante, de las carreras desmadradas, de los puñetazos secos y las ejecuciones indispensables, para llegar a enfrentamiento final y que gane el bueno de mente/no se sabe si aún de corazón retorcido.
Final amoldado que deja abierta la posibilidad de secuela, en caso de éxito de taquilla de ésta, aunque
los sondeos no vaticinan buenas perspectivas pues, aunque divierte, distrae y maniobra con celeridad como válido pasatiempo, también es indiscutible que su trama no aporta tensión ni levanta incertidumbre; no es hábil en su enredo, ni ingeniosa en su malla, reveses que aducen a un libreto endeble, que vive únicamente del carisma de su intérprete y de la velocidad como etiqueta de obsesionado porte.
Esta “mente implacable” no cuenta con un gran cerebro de impacto severo y despiadado, sólo un simpático déspota asesino, vuelto candidato a padre adoptivo del año, que ameniza y alegra pero, el contento no tasta las mieles de la suculencia depravada, del rencor perverso, del afecto inconexo, del error purgado, de esa oportunidad de ser dejando de estar, para que un último gesto permita decir sin hablar.
Empiezan, correr y se detienen, pues ya no hay más terreno que avasallar y el reconvertido canalla no da para más.

Lo mejor; la penetrante interpretación de Kevin Costner.
Lo peor; la debilidad argumentativa de un guión saturado de agujeros.
Nota 6,1


martes, 26 de julio de 2016

La reina del desierto

Una crónica sobre la vida de Gertrude Bell, escritora, arqueóloga, exploradora y cartógrafa que colaboró con el Imperio Británico a principios del siglo XX.


“La torre del silencio” emocional e instructivo.

Me lo pensé mucho antes de decidirme a verla, no tanto por su duración -hoy en día, las dos horas de filme es ya un clásico estándar, que aquí se hacen largas- sino porque, de forma abrumadora se habla negativamente de ella, desde el desdén de una pesadez asfixiante a fallo inexplicable de Werner Herzog, quien firma la cinta; mis perspectivas, por tanto, eran la curiosidad de comprobar si se avenía mi opinión a la de la mayoría, o tomaba camino meditado en solitario, como en otras ocasiones, amén de descubrir al personaje y averiguar si su biopic despertaban mi deseo de saber más de ella, o me fundía en una posible desgana..., el tráiler abre apetito, los actores apetecen, así que ¡allí que fui!
Qué rabia da sentarse a degustar un plato que prometía mucho, por la excelente decoración del restaurante, por la meticulosa disposición de la mesa, por la adecuada elección de los comensales, por la interesante información a ser compartida..., y que, a pesar de todo el acertado elenco, su sabor quede distante y aciago; perpleja y desvalida te sientes ante tanta maravilla perceptiva, de ceremoniosos actos y sentido espectáculo escenográfico, donde tu razón, avalada por unos desnutridos oídos, se frustra y cabrea de tan somnífero y desacertado guión, error que no se compensa con la delicia de sus envolventes elementos.
Si se aprecia la espléndida imagen, pero aburre su historia, ésta no realiza con eficiencia la labor para la que nace, al igual que si un camello cojea, por
deficiencia de una malograda pata, será inútil para la función que debe desempeñar en el árido desierto; puedes intentar subirte, ha riesgo de caerte, de modo similar que se deja mirar y percibir este relato histórico, cosa distinta es que salgas agradecida de la misma pues, como caballo de pura raza es lustroso y majestuoso, ahora, nefasto y nulo para atravesar el páramo desértico.
Renqueante sensación que anula el conjunto pues, aunque su comité de bienvenida es de una elegante belleza sensual, musical y visual, y ésta se mantiene y repite como constancia lograda a lo largo de su narración, su argumento no seduce, no despierta interés, no logra pasión y locura por su corazón impulsivo, ni por su osada aventura ya que, parece les preocupa más sacar guapa a la Kidman que la misma.
“¿Quién puede conocer mejor a los candidatos?”, la mujer del desierto, una esbelta Nicole Kidman que luce estilo, pero transmite ausencia de ratificación unida con ella, comunicación majestuosa, de domesticada pose fotográfica, sin sentimiento
perspicaz o vivo en su consumo, cuya nulidad se confirma, además, con la torpe pareja que forma la estrella con sus compañeros de reparto -bastante usual en ella-, tanto con James Franco como con Robert Pattison, química cero que mejora algo con Damiam Lewis, pero tampoco en exceso.
“Gertrude, no asustes a los hombres con tu inteligencia”, y no lo hace, pues espía para si misma sin permitir que el oyente tenga acceso a su bravura y atrevimiento, a su disposición y perseverancia; historia de una mujer valiente, sólida y decidida que halló una tierra adoptiva con la que fundirse de por vida..., sin embargo, lo que el espectador recibe es un tenue tentempié, de presencia gloriosa, cuyo libreto es superficial y esquivo a la hora de ofrecer el prometido majar que anticipa la existencia de la protagonista, una dama de honor y fe, que supo ser y estar, y cuyo coraje y resistencia le permitieron la invitación -que no requerimiento- a un nuevo y
amado mundo, donde dejó huella, señalado recuerdo que a la audiencia no le llega.
Desierta y sin corona yace una valiente reina del desierto, que pudo haber sido, pero se conforma con la habido; entreveía maneras, que con evidencia externa cerciora, pero que no se ven acompasadas con ese pretendido interior salvaje, cuya altura de miras nunca hace cima.
Con tristeza me uno a esa generalizada opinión de pobreza y escasez, en tan desatinada biografía.

Lo mejor; su fotografía y exposición escénica.
Lo peor; su cuerpo no late con la misma intensidad y fervor que su fachada.
Nota 5,6


lunes, 25 de julio de 2016

Sunset song

Un relato épico e intimista sobre la esperanza, la tragedia y el amor ambientado a principios de la Gran Guerra (1914-1918). Se trata de una adaptación de la novela del autor escocés Lewis Grassic Gibbon.


La tragedia que ni martiriza ni inquieta, sólo sucede.

“Necesitamos más gente haciéndonos la pelota, porque es lo que nos gusta”, expresó rotundamente Richard Gere, con su expresiva tarjeta de crédito en “Pretty woman” y ¡por favor!, es lo que pido, es lo que deseo, es lo que ruego pues..., se busca una historia de amor ambientada en el pasado, de tragedia personal y percances de guerra, de superación de las dificultades y de logro de beneficios arduamente perseguidos, de pasión y rebeldía en una época donde la mujer era esclava de su dictaminado destino, con esa inocencia de juventud donde la ilusión de lo venidero está por resolver, abierto a todas las posibilidades mientras se soporta el castigado presente, donde la consecución de la madurez cumple ese romance soñado de cariño, respeto y querencia, donde la dureza de los años y la época tiemblan en un espectador inquieto y adosado al porvenir de la pareja, a las emociones de la dama estrella, donde formas parte de ella, la has visto soñar, padecer, reír, llorar, anhelar, conseguir, cuyo esfuerzo coronario de padecimiento de su relato vale la pena pues te invade su esencia, te abruman sus penas, te entusiasma su resistencia, te alegra saber de su persona y existencia en esa clásica y convencional cinta que narra al detalle lo esperado
del libreto que parte, con esa angustiosa esperanza de vivir las mismas sensaciones que la heroína protagonista.
¡Que me hagan la pelota como espectadora!, ¡que me mimen y tengan en cuenta al relatar esa contundente epopeya que en libro tanto atrapa!, esa enmudecida letra, cuya visión es la imaginación del lector la encargada de poner imagen y..., es ahí donde nos damos de bruces, donde se estrella pues, la fotografía es magnífica en su precisión y detalle, escrupulosos pasos seguidos al dedillo donde nada se objeta en esa recreación de su mundo, circunstancias y evolución del mismo pero ¿qué hacer con los actores? ¿qué hacer con ese parapeto que impide una conexión válida?, ¿qué no reprocharles?, pues se valen en la recitación del texto, en encarar las escenas pero, ¡son tan nulos en transmitir sentimiento de afinidad, apetencia, estima e interés por ellos!
La corrección en el trabajo, sin alma envuelta, está bien para el panadero, ya que la clienta no se quejará de su sabor en caso de fatiga y desgana mientras se elabora éste pero, un músico, un pintor,
¡una actriz!, que escenifica con rectitud y obediencia, pero no tiende puente comunicativo emocional y sensitivo con su audiencia es un lastre que entorpece toda la bella exactitud que la abraza y rodea.
Terence Davies rueda con determinación y conciencia, sus fotogramas desfilan con la hermosa consagración de su porte pero, con una total ausencia interior de corazón vivo y agitado, un azote que se sufre y padece con lamento, de esperanza herida, en sus 135 minutos, necesarios para la concisión del global manuscrito/largos para un vidente, cuyo nutrido observar echa en falta el apoyo de una razón participante y unos sentidos devotos a los sucedido en pantalla.
“Hay hermosas cosas en el mundo” y poco a poco llegan, y borran esos inicios tremendos de
sufrimiento y penurias paternas, su propia familia en construcción se encuentra cuando los temores del pasado hacen su aparición, como desagradable actualidad padecida pero, sigues sin levantar el ánimo o agudizar la atención por una damisela, ya señora casada, cuyos hechos acontecidos en su día a semana no trascienden la pantalla, ni en realidad vigente ni en voz en off.
Sunset song, la puesta de sol es fantástica pero su canción tiene el alma rota y el corazón partido, pues canta con propiedad su contenido, pero deja sin expresión al arte de su melodía, entonación y ritmo.
¿Qué es Shaskepeare sin la pasión de su lectura?, ¿qué es Jane Austen sin la fervorosa rendición a sus personajes?, una historia mayúscula en su exterior/pobre en su consumo, al igual que esta película, que por mucho que la respetes y valores visualmente, cojea gravemente en su esencia..., y así no hay forma de que la concurrencia salga contenta, ¡esto no es hacernos la pelota!

Lo mejor; el libro del cual parte.
Lo peor; falta de afecto y carisma en su transferencia.
Nota 4,7


domingo, 24 de julio de 2016

600 millas

Arnulfo Rubio es un joven de Sinaloa que está implicado en el tráfico de armas de Estados Unidos a México. Por su parte, un veterano agente de la ATF, lo vigila desde el otro lado de la frontera. Un incidente mínimo hace que los dos entren en contacto y vayan juntos a un lugar muy peligroso. Aunque son enemigos, durante el largo viaje se darán cuenta de que quizá el único modo de salvarse será confiar el uno en el otro.


Intimidad tramposa, de compás crédulo.

Termina abruptamente, lo cual hace te quedes con estupefacta cara, observando los rótulos y esperando continuación de ella, la aparición de esa última pieza que nutra las partes famélicas dejadas sin alimento; pero no llega, no lo hace, por tanto, pasas a analizarla.
La presentación del personaje abre curiosidad por saber en qué anda, qué es de él y su entorno, la venta del negocio de armas sorprende y deja anonadada por su facilidad, aceptación y comodidad de acceso a la venta y uso como negocio sucio, la conversación de la dispar pareja te entona hacia un estado de involucración por su relación y resolución futura, los breves y escogidos diálogos permiten conocerlos, situarlos e intimar con ellos, que te importe su persona y desenlace, hace que éste empieza a suceder dentro de su caos, reveses y respuestas inesperadas, en un cierre cortante y gélido que clarifica insensiblemente la situación relatada.
Porque expone crueldad seca, de humanidad envolvente, en esa combinación novato/experto que define cada una de sus intenciones, la ingenuidad frente a la argucia y frialdad de resolver los hechos, reconducir la situación y sobrevivir, sin pena ni martirio, a lo sucedido; un desamparado chaval, cuya familia no es el apoyo necesario en los malos momentos y esa duda, de acto repentino e impulso descontrolado, que vira hacia la urgencia del escape, donde los mandos y roles se intercambian y establecen con fuerza.
Gabriel Ripstein escribe y dirige una breve y sencilla historia, de violencia intimista y física, donde todo vale para hallar la ruta de regreso a la seguridad del inicio; austera, directa, de planos cercanos, en su facial enfoque, para la manifestación de una esencia limpia que esconde su verdadera naturaleza;
consigue que te intereses, pero también deja muchas preguntas sin respuesta, insinúa en varios aspectos, dejando mención y rastro de cada uno de ellos, pero con una escogida levedad que no sacia en lo dicho pues, en el fondo, se centra en esa evolución y progreso de una pareja que va mostrando sus cartas, para tejer su jugada y ganar aquel con cara de poker que mejor controlaba sus emociones y que iba a lo importante, salir entero con el botín de la vida, no importa a quién se lleve por delante.
En esa conversación escueta, de escogidas sentencias e información clave en el anticipo de sus pasos, se centra y perpetua decorando la misma con el control, detección y abastecimiento del ilegal mercado de armas entre la frontera mexicana y estadounidense; dos trabajos, cada uno a lo suyo, que convergen por precipitación de circunstancias, ayuda, confesiones y traición en un argumento escueto, letal por escenas, hueco en instruir y documentar que anda a cámara fija para mostrar, sin filtro ni tapujos, el rostro emocional, severo o confuso, tenaz o acobardado de quien debe decidir
en un segundo, pues la partida continua, más viva que nunca y no para a esperar a nadie.
No defrauda, aunque tampoco cumple todas las expectativas, quedas con la sensación de querer más; corta la historia y sigues mirando la pantalla, con ese descubierto desconcierto que te cerciora únicamente quería relatar la agónica anécdota de una impersonal jornada de trabajo, no profundizar en sus vidas, ni marcar tendencia emotiva.
Sabes de ellos lo suficiente para conformar un retrato honesto y duro, tirante y atormentado de cada uno de ellos, pero sin huella definitiva que prenda mecha en el recuerdo pues, una vez acabe el trabajo, hay que volver a la desconexión, calma y estabilidad de la
existencia y dejar la maloliente basura y los rasguños ocasionales, fuera de ella para que no la roce ni ensucie.
600 millas de carretera y conducción ingenua que viran hacia el desorden y peligro de conducir con precipitación, sin el instinto de controlar el tráfico y la carretera; árida y afilada, estimula sin colmar todas las exigencias de tu apetito, el sofoco de su desasosiego se soluciona rápido, hay que volver a casa.

Lo mejor; la tensión y confianza que genera con apenas elementos.
Lo peor; quedas con hambre en su argumento.
Nota 5,7


viernes, 22 de julio de 2016

Un pequeño caos

Año 1682. En la Francia del rey Luis XIV, la inteligente, tenaz y enérgica paisajista Sabine de Barra es elegida para diseñar uno de los principales jardines y fuentes del nuevo palacio del monarca en Versalles, a la afuera de París.


Deferencia por el jardín/indiferencia por el arquitecto y su jardinera.

¿Qué tipo de historia intenta, Alan Rickman, rodar alrededor de la construcción de los jardines de Versalles?, ¿qué intenta compaginar con la edificación de un palacio de resonante y eterno esplendor, para la gloria exquisita de Francia, de inigualable belleza nunca vista?, ¿es un enfrentamiento orden/caos, razón lógica frente a la corazonada de los sentidos, una adelantada lanza feminista o el hallazgo de un amor moderado?
Un romance natural, nada forzado, decorado con todos los inconvenientes de la vida en la corte, más los personales, aciagos y dolorosos, que aporta la nueva invitada; elementos varios que requieren una observación como demanda, que ya por adelantado anticipas, y a la que se entrega, con ganas, la ferviente voluntad de una audiencia que quiere disfrutar de pleno del proceso ceremonioso pero ¿hasta qué punto debe entregarse esa mirada beneplácita, sin quejarse o reclamar más de lo recibido?
Kate Winslet atrapa tu atención, sin duda, su trabajo es espléndido, tu interés y pasión por ella son evidentes, por su atrevimiento, compostura y seguridad en un mundo enrevesado de hombre mandatarios, su directo hablar con tanto que ocultar que no muestra su dolor, su saber hacer, su lucha, su
ilusión, sus emociones, todo un compendio de habilidades y aromas frescos, lozanos e impetuosos que permiten captar tu fascinación y admiración por ella; el resto es una bonita y elegante decoración que agrada, ambienta, ilustra la pantalla, enamora artísticamente, seduce en colorido y formas, en escenografía visual pero no caldea en exceso, más allá de la simpatía y cariño, júbilo y devoción por el baile y su performance.
Tan maravilloso salón de música y danza al aire libre merecía una historia al nivel de la profundidad y esmero, de la sabiduría y delicadeza de su teatro coreográfico, no quedarse desteñida ante la solemnidad y decoro de su galante y complicado proceder; da la impresión de que el relato no está a la altura pícara, coercitiva y enérgica de la estética presenciada, que la inventiva creada se apoya en exceso en la luz de su armonía óptica, que no en el corazón roto, en camino de reconstrucción, de un alma que resulta ser la amante débil de una presencia artística que le gana por goleada.
Vivaz ella/contenido él, una libre para hablar y expresarse/el otro constreñido y recatado a suposición, admiración mutua, una manifestada/la
otra llevada en esforzado silencio; la hipocresía y el libre albedrío reinan en el ámbito del pomposo monarca sólo que, el siglo XVII y su real y aristócrata petulancia francesa dan para más jolgorio, maldad, recreo y osadía, no un simple acontecer tibio y sutil, encorsetado y apenas floreciente de un amorío que rompe la barrera de las normas establecidas y marca las suyas propias.
Tal lugar y época y no vibrar con el contenido puede tacharse de delito pues, tras la seria y escrupulosa formalidad se esconden deseos y delitos suculentos y, aunque se trata de amor, verdadero y sincero entre maestro y pupila, y el resto sólo son invitados de entretenimiento, si dejara ver el mismo arrebato y pasión en la letra que en las imágenes, todos hubiéramos ganado en seductor caos, pues es tal la pequeñez de éste, que impera el desanimado orden.
Mucho sentimiento vertido en los personajes que
apenas se respira o vislumbra, no con el galanteo y bravura de ser lo único honesto entre tanta falsedad.
“Como una planta me adapto”, lo cual no significa quedes contenta y satisfecha pues, como experiencia de otras ocasiones, la intensidad y magnificencia de una parte no compensa ni hace olvidar las carencias desnutridas de la otra, más cuando es la esencia que mueve y late a sociedad altiva tan vanidosa.
Con gran estilo y arte, pero sin ingeniosidad dramática ni sutileza emocional; de convencional espíritu abatido.

Lo mejor; su fotografía y protagonista.
Lo peor; el romance excede en pulcritud, quedando lejos de ser devorado y sentido.
Nota 6,1


jueves, 21 de julio de 2016

Redención

Una antiguo mensaje es encontrado en una botella en Escocia tras un largo viaje a través del océano. La nota es difícil de descifrar, pero cuando el investigador danés del departamento Q lo consigue, tratará junto a su particular equipo de resolver otro diabólico caso abandonado a pesar de que las huellas de este prácticamente han desaparecido.


El hijo del Señor, por Satanás guiado.

Han vuelto Carl y Assad, la pareja de investigadores del departamento Q de casos imposibles que nadie quiere tragarse, siguen con su carisma y prototipo dual, ese bien armonizado dueto que tan bien les sienta; caminan juntos, se apoyan incondicionalmente, se ayudan mutuamente y sobreviven a la tensión, podredumbre e incertidumbre de cada caso.
Porque, en esta tercera entrega se ha recuperado la fascinación quebradiza de la primera, y por tanto de su lúgubre, opaco y fanático descubrimiento; son secos, austeros, de pocas palabras vertidas a su devoción por el trabajo, indiscutible empeño que no quita empiecen a conocerse y a afianzar su amistad firme.
El clásico continúa, el trauma de uno/la convicción religiosa del otro, la amargura y abandono frente a la constancia y la mano tendida, ambos perfectos en su labor policíaca, ambos con una marcada personalidad que actúa de enlace y seducción cuando están juntos.
Producción sueca que se está convirtiendo en una apetecible serie por entregas, pues la base no varía,

es segura y constante, los casos pueden multiplicarse tanto como inventiva acertada tenga el guionista.
En esta ocasión, desapariciones de niños cuya sospecha se inicia a través del mensaje en una botella, la creencia en Dios, el mantenimiento de la fe y la tentación del diablo detrás de una cadena de muertes que se vienen repitiendo, año tras año, desde hace tiempo.
Buen ritmo, de siniestra fotografía, para un guión que no se complica en su marcha, ni enreda en exceso en la andadura y resolución de su argumento pero, que tiene el don de captar tu atención al instante y no soltarte en todo el proceso; rigurosa, sobria y tirante, su inquietud se mueve pausadamente al ritmo del desasosiego de sus pasos, avanza conforme, sin magnificencias pero con eficiencia segura, entretiene, crea un acorde pulso y les acompañas hasta el final
con la gratitud y curioseo de querer estar presente cuando se resuelva todo el tinglado, más que probable magullados, pero dispuestos para la siguiente ronda.
Suspense depravado, de negrura anímica, para una redención agónica, oscura y opresiva que mueve sus hilos al son de un valorado thriller gracias a sus efectos absorbidos y a su respirar agónico, punzante, doloroso e irrespirable; no asfixia ni conmueve, pero ralentiza el pulso cardíaco para que centres tu razón en ella.
Luz en el corazón vuelta tiniebla, que pone a prueba
la mano de un Señor que no llega para ayudar a los hijos de su rebaño, que permanece inmóvil y al margen ante el sufrimiento y desespero de aquellos que le aman y veneran; se puede ahondar más, y más enrevesado, pero no lo echas de menos, no lo necesita, pues cubre sobradamente su propósito de distensión, pasatiempo e interés por un departamento Q que ya se ha ganado sus incondicionales adeptos.


Lo mejor; la pareja protagonista.
Lo peor; sus tragedias podrían subir de intensidad física y dialéctica.
Nota 5,7



Cuando cae la nieve

1950, Moscú. Katya es una espía estadounidense en plena carrera armamentística de la Guerra Fría. Cuando le asignan su misión más importante, conseguir información secreta de la joven promesa del gobierno ruso, Alexander, lo último que espera es que va a enamorarse de él. Intentar conciliar su pasión hacia a él con su rechazo al comunismo la llevará a hacer el mayor de los sacrificios, un gesto que Alexander descubrirá treinta años más tarde.


Cuando no percibes, únicamente relata.

“Trata de arrancarlo ¡por Dios!, ¡trata de arrancarlooo!..., y como en aquella fatídica ocasión, no logra llevarlo a cabo, se queda en válido intento aunque descafeinado pues su pasión, tensión y suspense no caldean la habitación, su medida emoción no compromete, no atrapa, no sugestiona, sólo narra e informa de un clásico en todos los sentidos, tanto en su tenue tragedia como en su blandengue romance.
“Sabes lo que hay que hacer, ten cuidado” y tiene lugar el primer contacto entre ellos, ella seductora y enigmática/él prendido de su belleza y, a partir de ahí, ha rodar una pelota que no tiene previsto ninguna sorpresa, excepto la de transitar adecuadamente, con sosería manifiesta en esas regresiones al pasado, para recordar, desde ese presente donde encajar todas las piezas.
Su visión es tranquila y reposada, siempre al margen del drama que revela, se observa y consume como quien observa la caja tonta por costumbre, por no desviar la mirada, lo cual deja una sospecha de indiferencia no apropiada pues, si no te seduce, no te
envuelve, no te conmociona ni sensibiliza ¿de qué sirve su correcto trabajo?..., para un desfavorable cumplir y salir del paso.
Pero cuando cae la nieve quieres recibirla, contactar con los sentidos, quieres aspirar su sensación, notar sus efectos y emociones, sentir su poder y nutrirte de ella, de su gelidez impactante, de su abrumador encontronazo, de su hipnótico recibimiento, de todos los inesperados sentimientos que despierta conforme entras en contacto y avanzas; aquí hay uniformidad, historia mínima que puede, en leído papel, suba enteros de adrenalina, en celuloide es cómoda, sencilla y asequible, moderada en sus pretensiones/escasa en sus efectos.
La guerra fría, espionaje, el KGB, los americanos y una Rebecca Ferguson, con doble papel interpretativo, y no entretiene lo suficiente para estimular tu interés o alimentar tu apagado aliciente; merece algo mejor el espectador que contemplar sin estimar, reflexionar o valorar lo contado porque, es tan plana, estándard y anodina que, no verla es no perderse nada, y verla es pensar que podrías estar
viendo otra cinta, más entusiasta y generosa en su dar para que reciba la audiencia.
Shamim Sarif a las ordenes del guión y la dirección, por tanto ella sola se come el marrón del desencanto y fraude porque, aunque realiza con gusto y delicadeza, escribe con carencia de vigor sensible y amante, fallo que reduce el conjunto a una cinta conveniente y discreta cuyo argumento no colma.
Y confórmate, ¡es lo que hay!, ¡tú elegiste!, no sabías qué querías ver, dudaste entre varias opciones y
optaste por la más mediocre, esa película insustancial que circula por la pasión, el amor, la traición, el riesgo y la deserción sin pena ni gloria, sólo relatar para pasar los minutos.
Y es que, cuando la noche empieza mal, ¡no mejora!, y llega un punto en que ya te da igual..., pues ese es su resumen, ¡te da igual!, la nieve cayendo y todo lo demás.
Comprobar, en persona, si una cinta vale la pena, tiene su coste; he dado fe de ello, en múltiples ocasiones.

Lo mejor; su pretensión de transmitir.
Lo peor; transmite desgana.
Nota 4,7


martes, 19 de julio de 2016

Soltera a los 40

Ave María Mulligan ha vivido toda su vida en Big Stone Gap, un pintoresco pueblo minero enclavado en los Montes Apalaches del suroeste de Virginia. Atoproclamada soltera, Ana María rehace su vida y la cambia para siempre tras enterarse de un secreto familiar, flirtea con el chico de quien siempre ha estado enamorada y se muestra expectante ante la visita de la estrella Elizabeth Taylor a Big Stone Gap.


Ni sufres, ni ríes, ni emociona..., ¿entonces?

Cenicienta a los 40, esperando a que el príncipe se decida a ir a por ella -porque tomar ella la iniciativa ¡qué osadía!- pero éste es tímido y lento, espera y se lo piensa, pues es minero y le gustan las cosas sencillas y la muchacha en cuestión, ya pasadita de reclamo, es de carácter exigente -¡quién se creerá que es!-, le da por reclamar romance y besos de final de película.
Hemos cambiado detalles pues, es el padrastro quien no la ama -pero aparece ya muerto de principio, sin inconvenientes ni molestias de relato- mientras es su devota madre quien la abraza, protege y es la luz que guía sus pasos, un poco sosos y ridículos, la verdad sea dicha, pues sólo le falta la compañía de un gato y una verruga para ser declarada persona no apta para -obsesivo- matrimonial enlace.
Pero, en el fondo, lo desea, todas soñamos con ese amor, -aunque sea amigo gay encubierto- que nos libre de ser señaladas por no tener un hombre al lado -¡quién bajaría la basura!, aunque aquí la misma no aparece...- bueno, es igual, que me pierdo y la solterona sigue esperando romántica declaración venidera.
Un triste planteamiento, de drama insulso,que no convence ni a la más dulce rosa del infantil jardín de ensueño pues, como ella misma expresa “la belleza desaparece, la estupidez molesta”, y aquí hay muchos reproches que recriminar, a un vulgar guión que sólo cuenta con la presencia guapa y hermosa de sus dos protagonistas, unos maduros Ahley Judd y Patrick Wilson, buenos actores de base que no han
sabido escoger bien los papeles representados -o no han tenido otra ¡vete tu a saber!- y que se han encasillado en cintas mediocres e insustanciales, cuyo argumento roza la desfachatez de la locuacidad y cuyo cuerpo es tan desabrido y simple, penoso y vulgar que maltratan su buen saber hacer, con niñerías vocales dichas por maduros que provocan la risa y desespero, dado el fatídico efecto provocado en pantalla.
Pero, no perdamos el hilo que, aunque surgen tontos e irrisorios inconvenientes a superar por el testaduro caballero andante, que se resiste a su definitivo lanzamiento -un primer intento fallido que no cuenta, por nulidad de magia y grosería de estropear el momento especial de la gran pregunta-, “siempre hay que apostar por el amor”, así que si de cenicienta asusta y no cuaja, cambiamos de cuento a
la bella durmiente, pues ese solícito beso que la despierte será tierno e inmaculado para siempre.
¡Hay!, que no se contaba con que todavía queda mucho largometraje, si resolvemos tan pronto ¡qué hacemos con el resto de minutos!..., pues eso, entretener nefastamente con acoso de familiares odiosos, con gratitud de benevolencia generosa, con cariño vecinal y con proyecto de aventura por conocer a padre -Marcos buscaba a su mamá, ¡por qué no Ave a su descubierto papi!-, y en general una soporífero relato que no levanta cabeza por lo anodino de su estructura, la dejadez de su recorrido, el agotamiento de sus angelicales intenciones, la total ausencia de química ¡dónde sea!, la nimiedad de sus diálogos, la planicie de su tragedia y la esterilidad de un romance donde cenicienta, o cualquier otra princesa, hubiera dado la vuelta y dicho ¡ahí te quedas!, con tu cutre galanteo de perspectivas somníferas.
Y es que no alcanza una dignidad mínima que
permita acogerla sin sensación de fraude en la venta; la felicidad está en juego, parece que todos alrededor la encuentran y de ella huye como gacela a favor de viento, teme no hallarla, tampoco quiere conformarse pero, al final es un irrisorio tostón, de beatificada memez para los oídos, y exigua para una razón que observa y reflexiona su insignificante conjunto, de fatídico y garrulo acto final; si hubiera logrado un escaso acierto en dicho espectacular tramo, de chico a por chica ¡para no perder el amor de su vida!, se le podría sumar puntos pues ¡es el colofón del cuento romántico!, bien hecho, se olvida parte del previo nefasto..., pero ¡qué va!, lo peor visto en años, incluidas obras de teatro escolares ¡mira lo que digo!
Pobretona guional y representativamente, no puedes con ella, por su tradición argumental a nivel narrativo tan bajo, sedante y aburrido; “¿tú a qué le temes?” “A pasar mi vida sin ti a mi lado”, bella expresión, de contenido sentimental, que dicha en esta parodia de fallido amorío/tragedia/comedia no provoca ni fu ¡ni fá!
Big Stone Gap, pueblo que deja un lamentable recuerdo de su visita; una ruinosa tragicomedia romántica.
Posdata: el incidente de Elizabeth Taylor es cierto.

Lo mejor; ...,mmm ¡ya!, no, no sirve ...,mmm...
Lo peor; toda enterita.
Nota 3,7


domingo, 17 de julio de 2016

Premonición

Un psíquiatra se alía con el FBI para dar caza a un asesino en serie.


Un piadoso dios, de fugaz suspense indagador.

Un martirizado mentalista, de poca conversación y simpatía justa, asfixiado por su experiencia previa, que se pasa al lado de Clarice pues, de Hanibal Lecter, bondadoso y misericordioso en la ejecución de la preparada muerte, ya se ocupa su compañero de reparto, un tétrico loco, de sensato raciocinio en su causa, Colin Farrell, que realiza un buen papel como contrincante, y posible heredero perverso del mejor Anthony Hopkins, co-protagonista, vidente paranormal cuya labia explicativa y excusa terapéutica no alcanzan altos grados de pasión o fervor, cuando por fin tiene la decencia de aparecer, para rematar una investigación y persecución cuya trama no logra seducir, inquietar ni atrapar con estima de interés incesante o atención constante.
Juega en exceso con las imágenes intuidas, futuras o pasadas, con la conversación intimista de quien comparte presagios, con la clarividencia perceptiva como pieza clave de un completado puzzle, poco astuto en su enrevesada argucia moralista, para dar explicación a todo el asunto; le falta corazón, impulso, adrenalina, angustia y turbación por ella, su correcto proceder, de querencia enigmática, reparte bien sus elementos/que no con devoción y misticismo, mirada neutra sin implicación es lo que te aporta.
El inicial planteamiento no despierta novedad entusiasta por ella, de hecho tarda mucho en arrancar expectativa mejorada, tras un caminar convencional y escaso en la suculencia de su
misterio; y para cuando empieza la lógica temática de quién es, de su por qué y de su ética deductiva, de estratégicos pasos, mejora en curiosidad, con exclusivo punto álgido, pero poco más, pues tampoco es que caldee con contundencia el ambiente.
“A veces los mayores actos de amor son los más duros de cometer”, y ese benefactor pecado es compartido entre dos almas sugestionadas a percibir e inmiscuirse mutuamente, a través de vidas ajenas; la pareja, o terceto policial, según momento y preferencia, ofrece menudencias apropiadas de un avance acorde, aunque mínimo en su objetivo de motivación o involucración del espectador para no soltarle..., y para cuando se pasa al dueto artístico, de joven innovador en delito/maduro ya herido por tiempo, que aventuran lo aún por venir o cercioran lo ya ocurrido, se puede admitir que el conflicto sube en adrenalina, por el posible enfrentamiento de dos aventajados que hacen trampa por su divino don otorgado, tanto como bendición como castigo pero, también es cierto que pronto queda en insuficiencia, por un guión que promete expectativas de intriga y tormento que no sabe cumplir con persuasiva firmeza.
No hay congoja en el diablo, aunque se disfrace de angelical mandatario de un incompetente Yavhé, que
equivoca sus tareas y erra en sus creaciones; no hay suspense ni maquinación estupefacta en su despliegue de urgencia policial; no hay sentimiento afín al dolor y sufrimiento de los personajes; no hay confabulación ni compenetración con sus pasos; no hay deferencia por sus reflexiones, ni excitación en su resolutivo camino..., hay adecuación de estructura, que apenas aviva conmoción o alteración por la misma.
Práctica una manifiesta superioridad, de escenografía y argumento, que repercute en su contra pues, ante tanto fotograma adivino, pose estática, mirada comunicativa y palabras filosóficas intercambiadas, queda un thriller de asesino en serie que se adjudica más importancia de la que en realidad tiene, haciendo gala de una suficiencia por su sinopsis y diálogos, por su enrevesada lógica que no sabe explotar con permanente talento, ni conducir con continua apetencia, pues nunca llega a poseerla con evidencia de éxito, sólo leve escaramuza en el
instante de su descubrimiento.
“No podemos elegir lo que somos”, somos mandatarios de un destino cuyo deber llama y obliga, sólo que no fuerza sensación alguna en un vidente que reza, suplica por la elevación de su temperatura tormentosa, de su núcleo aflictivo, de su drama intimista, de su tensión ardiente, de su anónima incertidumbre pero, halla que hacer con adecuación un trabajo no basta, que con entrega y ganas no basta, que con la titularidad de los actores no basta, que con el intento de imitar a hermanas de filmografía -”Seven” ¡ni más ni menos!- no basta, que con unas cuantas ideas de mezcla al uso no basta..., que es una pena el desperdicio de actores tan buenos -a los que añadir Jeffrey Dean Morgan y Abbie Cornish-, donde Afonso Poyart maneja con habilidad los aspectos técnicos del género, pero se olvida de la entrecortada respiración, del asombro resolutivo, del alma impactante de estos antagónicos, que forman parte de la misma cara.
“El juego se detiene aquí y ahora”, y sin sobresalto ni
gran expectación nos despedimos de una lúgubre premonición, obstruida y entorpecida por ella misma, que por momentos te sugestiona, para dejarte libre en otros tanto.
Lo siento pero no, no hay consuelo en este “Solace”, de sombría pretensión inteligente en su desenredada malla, que valga el presagio de toda la película.

Lo mejor; su elenco de actores.
Lo peor; su argumento no sube enteros en interés y adrenalina.
Nota 5,7