viernes, 29 de julio de 2016

La correspondencia

Una joven universitaria que trabaja como doble en escenas de acción de series de televisión y películas, se ve constantemente expuesta a situaciones muy peligrosas; se trata de una forma de sublimar la horrible sensación de culpa que le causa el sentirse responsable del trágico destino de su pareja. Su profesor de astrofísica la ayudará a recuperar el equilibrio perdido.


Falaz diálogo con una estrella que no calla ni muerta.

Hilary Swank era más clásica y emocional en “Posdata: te quiero”, recibía cartas en sobre y papel, de puño y letra de su eterno amado, con ese sentido sobrecogimiento compartido con la audiencia; Jeremy Irons opta por la comodidad accesible del ordenador o el teléfono móvil, más impersonal y menos romántico, aunque en realidad es siniestro y turbador, no reconforta ni conmueve recibir esos pitidos, de mensajes electrónicos e imágenes de vídeo, de quien se fue sin despedirse y agobia e inquieta estando muerto.
Secretos llegados de ultratumba, a perfecto tiempo y correcto momento, una sincronización maestra de un hechicero cuyo curtido y milimétrico compás no levanta grandes pasiones, ni expectativas afines de curioseo enorme, más bien se asemeja a impostor montaje.
Una gran parte poco creíble/otra bastante aburrida, Giuseppe Tornatore ofrece una galaxia llena de desconocidas estrellas que se desgastan por insistente y molesto reclamo, y cuya destreza por descubrirlas y conocerlas se convierte en fatiga, de correo fingido, para recrear una decorada atmósfera que lleva a resolución resignada, y por cuyo camino se transita con el tormento de esa manipulación obsesa, sin posibilidad de réplica, que molesta, confunde y dictamina la ruta, cual pesado lazarillo de una domesticada e insensata alma que necesita de ese ferviente amor, presente en sentimental recuerdo, para mantenerse en pie y que decida rumbo ante su torpeza de elección diestra, pero cuya emoción y vivencia no se traslada con rotundidad y firmeza a un espectador que escucha y observa pero no participa del drama, aunque sí de su desidia.
Llegas a cansarte de ambos, su “te amaré
eternamente” asfixia en lugar de fascinar y seducir, no sientes envidia por Olga Kurylenko, no digieres su romance con apetencia codiciada, únicamente aspiras, con distancia emotiva, su desencajado rostro de desconsuelo vaporoso sin punto concreto; consumes su remordimiento, obstrucción y desespero como una maldita broma de quien, ya ausente, quiere seguir manejando los hilos, hasta que esa explosiva sonrisa, seguida de corte de pelo, certifican la relajada aceptación de quien ha recibido una original despedida/pesadilla escabrosa según se mire.
“Tú nombre, once veces y se acaba..., kamikaze”, el moribundo fantasma se silencia y quedas con la idílica imagen confeccionada hasta el momento por el mismo, pero la curiosidad pica, aunque mate al gato o rompa el saco de esos inmaculados recuerdos que no volverán a ser lo mismo; artificial correspondencia cuyos diálogos, entre el ignorado más allá y el rutinario presente, son pobres y ridículos en su afán
poético y divino, y monótonos en aparecer una y otra vez de similar y repetitiva forma, estructura que vale para la sorpresa inicial pero que acaba desgastando todo el inverosímil cuento de leyenda representado.
Cuidados paisajes para unos actores, que como pareja expresan nula credibilidad, aunque por separado muestren su talento y arte, un veterano Irons, que desfila con la sabiduría de la experiencia, y una Kurylenko que sabe atraer la cámara y mantener el centro de la mirada del vidente, a pesar de contar con un manuscrito soso e inútil para emocionar al corazón o avivar a una mente que no apuesta por nada de lo recitado; puede que el fallo se encuentre en la traducción del original italiano a su comercial versión inglesa, o puede que simplemente, tan ardua y elaborada preparación para recibir la correspondencia post mortem, peque de un absurdo y asfixiante acoso cuya lógica duerme y desfallece por si sola.
Un tutor que se excede en las horas extras dedicadas
a su labor y cuya asignatura tiene altas miras de contenido, de efectividad fraudulentas.
Lástima que no se quedara sin batería o sin conexión a la red pues, es mejor ser un desastre por opción propia, que la madura serenidad de un incordio de virus; la tecnología no siempre es beneficiosa en su auxilio.

Lo mejor; Kurylenko y la fotografía ambiental que la rodea.
Lo peor; el falso recital de un amor eterno.
Nota 5,7



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