domingo, 10 de julio de 2016

El experimento de la prisión Stanford

Esta película está basada en una historia real que tuvo lugar en 1971, cuando el profesor de Stanford Dr. Philip Zimbardo creó lo que se convirtió en uno de los experimentos sociales más impactantes y famosos de todos los tiempos: en unos días fue capaz de convertir a un grupo de ciudadanos de clase media en gente sádica por un lado y víctimas sumisas por otro.


Espectador participante.

Lo llaman experimento pero ¿hasta qué punto realmente lo es?, pues nada más empezar, el primer día, ya se salta ¡su estructura y propias normas!
Lo principal es esa implicación personal y emotiva de unos observadores, que debían ser objetivos y neutros en su juicio y dictamen, y que ellos mismos se ven sorprendidos de su errónea participación y excesivo entusiasmo, amén de esa variación de las condiciones de inicio, que alteran todo el previo trabajo desviándolo hacia un-haber-lo-que-sale, más esa ausencia de variable independiente que de autoridad externa a lo extraído y veracidad a los resultados obtenidos.
Conforme rueda pasas de ese legítimo estudio psicológico sobre el comportamiento humano, cuando éste se encuentra sometido a una institución que le priva de libertad e individualidad, en caso de prisionero, o le permite acceso a otro ser humano con poder imaginativo sin receso, en caso de guardia, a un juego de rivalidad y enfrentamiento, docilidad y superioridad donde ya mandan las humillaciones y averiguar la capacidad de resistencia de cada cual, de disfrute infringiendo dolor y de aguante soportándolo.
Ya no tiene sentido, es un mediocre espectáculo del que no se pueden extraer conclusiones válidas pues ¿qué halla?, que un individuo, con autoridad absoluta sin vigilancia sobre otro, abusa por diversión y se convierte en un ser irreconocible y que otro, sometido a la voluntad caprichosa de su carcelero, se somete y anula por pura necesitada supervivencia; ausente ecuanimidad, de seis días, que ya quiebra
sus posibilidades desde ese minuto en que se modifican las variables de investigación previstas.
“A nadie le caen bien los guardias”, de ahí que todos opten por ser delincuentes con pena, hasta que descubren que “¡eres el jefe!, deben obedecerte” y la tensión se dispara, la comodidad de partida de lugar a un juego mental, donde se trata de someter al dominio propio a ese número de enfrente, ya no persona, mando que no tiene límites en su inventiva de degradación y desprecio.
Sin duda alguna atrapa tu interés y mantiene tu atención en vilo en todo momento, pero tus sensaciones se mueven más por ese inexplicable entender al cabeza pensante de todo ello, su inesperada alteración y enredo, que por los descontrolados chavales; se comprende y descifra el desarrollo de sus marionetas contratadas, pero se escapa esa exigencia ansiosa, imperiosa y preponderante del diseñador de continuar sin medida, en esta ficticia prisión, cuando sus propias demandas habían sido violadas; esa incesante prerrogativa subjetiva que solicita saber más, averiguar el límite, descubrir el siguiente paso
cuando ha dejado de ser un experimento investigado y se ha convertido en mero simulacro curioso.
Una cárcel simulada, 24 voluntarios estudiantes y dos semanas por delante bajo la supervisión de un psicólogo doctorado interesado en el cambio de rol, según el papel otorgado; versión fiel a los hechos, con esa fría y austera escenografía donde los personajes se convierten en una etiqueta numérica sin rostro, de mirada vacía e identidad perdida ante el sadismo de sus carceleros, que no son más que estudiantes compañeros que han extraviado toda humanidad y empatía con quien está delante.
A ratos cautivadora, a espacios monótona, ellos van perdiendo fuelle a cambio de fijar tu seducción y cuestionamiento en el capataz de todo el rodeo; actuaciones naturales y convincentes que reflejan al detalle la agresión y remisión de cada uno; despierta fisgoneo y espionaje por su planteamiento, pero pronto pierde el centro de su idea y desvía el foco al
investigador de la misma, atrayendo más su ego que lo manifestado a través de su cámara, confusión e incomprensión por un sujeto convertido en dios intimidador de sus criaturas.
“¡Tú hubieras hecho lo mismo!”; no se sabe, pues es adivinar lo que no se practica ni padece, emociona, sensibiliza y abre preguntas, de respuesta evidente algunas/otras quedan en el aire, cuyos actos son parte de esa insondable y sorprendente naturaleza humana, para lo bueno y para lo malo.
Seis días y el teatro se corrompió de su propia osadía, hazaña de imprevisto cálculo en su desarrollo y efecto que se indaga con ameno entretenimiento, sin ser el alarmante proceso figurado; acabas más centrada en las motivaciones e indagaciones del doctor que en sus pacientes, insisto y reitero, como la cinta.
En algunos sentidos escasa/en otras llamativa; desconcierta, más que impacta.

Lo mejor; la plasmación veraz del experimento.
Lo peor; su cierre abrupto.
Nota 5,7


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