domingo, 3 de julio de 2016

Demolición

Davis Mitchell es un exitoso ejecutivo que lucha por entender su desconexión emocional tras la repentina y trágica muerte de su mujer Julia en un accidente de coche. A pesar de la presión de su suegro para recuperarse, Davis continuará desconcertado y lo refleja desmontando compulsivamente objetos de su alrededor hasta que conoce a Karen. Con la ayuda de ésta y su hijo Chris, comenzará un nuevo proceso.


Vacaciones de la sensatez y la compostura.

Hay actores que son un seguro interpretativo, una maravilla en el quehacer continuo de su labor, y Jake Gyllenhaal es uno de ellos, garantía absoluta de esfuerzo, empeño y resultado fructífero en una esmerada entrega, donde siempre da el cien por cien; se diluye con el personaje de forma tan completa, intimista y palpable que es un fantástico placer ver, sentir y experimentar todo lo que muestra, con esa gran habilidad y talento que expone en todos sus trabajos.
En esta ocasión, un reciente viudo que no sabe cómo lidiar con la inesperada situación planteada, desde ese bloqueo inicial, catatónico caminar sin expresar nada, excepto un narcótico cumplimiento de la rutina que le mantiene gélido y estático, pasando por esa segunda fase de percepción extraña, donde adquieren importancia subterfugios y pequeñas realidades sensitivas a las que antes no hacía caso; estado curioso y disparatado que le lleva al siguiente paso, ese deseo irrefrenable de destrucción y desencaje de todo lo habido y por haber, para armar y recomponer desde esa devastación elegida; todo con una lograda manifestación honesta encumbrada desde tan fatídico momento, que le llevan a conocer a dos personas afines a su nuevo porte de sinceridad brutal y elección de hechos y palabras libre, sin resquemor ni valoración de daños, para conformar un triángulo extraño, desequilibrado y reaccionario que encaja a la perfección con las necesidades de cada uno.
Sonrisa de acelerado desmadre, humor esporádico,
de desolado atropello, que halla la excentricidad y el aliento de su ira y cabreo en la violencia mobiliaria, esperpento de desarrollo y desahogo que gusta, encanta y embauca en su triste alma de socorro maltrecho; una demanda de auxilio no solicito, pero atención urgente, que encuentra una manera extravagante de procurarse remedio y salida.
El guión es una absorbente delicia de andadura lenta, torpe, estrafalaria y precipitada que exhibe, con sentimiento acreditado de atroz locura, la desproporción a la que se enfrenta un ser perdido, hasta que logra enderezar rumbo y respirar con calma; confusión de existencia, desbarajuste de ideas, asfixia de presente, escaparate de nulo brillo que busca abrir puertas y derrumbar paredes, para que la luz entre y vuelva la dignidad de mirarse y quererse de nuevo.
“Yo no amo a mi esposa”, pero su imagen le persigue y acosa en cualquier momento, es Gyllenhaal quien hace adorar su historia, quien logra disfrutes con sus
excesos, te emociones con su desmoronamiento, participes de su caos, rías con su paranoia; te inunda sin ser consciente, pues deja espacio para la divagación y la contemplación relajada, su observación es de implicación e interés manifiesto pero con esa distancia que permite ver, escuchar y abrazar conservando la sobriedad y entereza.
Genialidad musical para un “rey pescador” que busca su anclaje, divierte, alumbra, conquista y sugestiona sin el recurso de la melancolía, de la lágrima o del soporífero drama; una tragedia honda, cruel y catastrófica llevada con peculiar carácter de originalidad, versatilidad y gracia ruinosa, para construir un pictográfico teatro, de danza comediante, que crea su propio arco iris en un día nublado de temporada nefasta.
El encanto del absurdo, de lo exuberante, de lo irracional en un artificioso relato que exagera en sus máximos y no alimenta bien sus evidentes huecos, explosiones altruistas colocadas diestramente para
bombardear y que enamore la fantasía representada; y lo logra con efecto hechicero, pues la relación de Naomi Watts y Jake no necesita de química, la tiene con su adolescente segundo soporte, sólo se requiere la ilustrada y sensible representación del protagonista, para que te envuelva en su lucha interior por sobrevivir y reconstruirse.
Vivacidad y frescura para afrontar el dolor y la pena, insolente acierto, de aplaudida osadía, dada el deleite del rato pasado; interesante versión dramática que huye de clásicos y presenta un innovador panorama, donde “joder” todo lo que está al alcance es un uso apropiado de la palabra.
Tanto si es de tu devoción, como si no, vale la pena verla; aunque su cándido final enturbie la tan anómala y querida desfachatez de albergada etiqueta.

Lo mejor; Jake Gyllenhaal
Lo peor; su alternativa narrativa puede provocar desconexión.
Nota 6,7


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