domingo, 24 de julio de 2016

600 millas

Arnulfo Rubio es un joven de Sinaloa que está implicado en el tráfico de armas de Estados Unidos a México. Por su parte, un veterano agente de la ATF, lo vigila desde el otro lado de la frontera. Un incidente mínimo hace que los dos entren en contacto y vayan juntos a un lugar muy peligroso. Aunque son enemigos, durante el largo viaje se darán cuenta de que quizá el único modo de salvarse será confiar el uno en el otro.


Intimidad tramposa, de compás crédulo.

Termina abruptamente, lo cual hace te quedes con estupefacta cara, observando los rótulos y esperando continuación de ella, la aparición de esa última pieza que nutra las partes famélicas dejadas sin alimento; pero no llega, no lo hace, por tanto, pasas a analizarla.
La presentación del personaje abre curiosidad por saber en qué anda, qué es de él y su entorno, la venta del negocio de armas sorprende y deja anonadada por su facilidad, aceptación y comodidad de acceso a la venta y uso como negocio sucio, la conversación de la dispar pareja te entona hacia un estado de involucración por su relación y resolución futura, los breves y escogidos diálogos permiten conocerlos, situarlos e intimar con ellos, que te importe su persona y desenlace, hace que éste empieza a suceder dentro de su caos, reveses y respuestas inesperadas, en un cierre cortante y gélido que clarifica insensiblemente la situación relatada.
Porque expone crueldad seca, de humanidad envolvente, en esa combinación novato/experto que define cada una de sus intenciones, la ingenuidad frente a la argucia y frialdad de resolver los hechos, reconducir la situación y sobrevivir, sin pena ni martirio, a lo sucedido; un desamparado chaval, cuya familia no es el apoyo necesario en los malos momentos y esa duda, de acto repentino e impulso descontrolado, que vira hacia la urgencia del escape, donde los mandos y roles se intercambian y establecen con fuerza.
Gabriel Ripstein escribe y dirige una breve y sencilla historia, de violencia intimista y física, donde todo vale para hallar la ruta de regreso a la seguridad del inicio; austera, directa, de planos cercanos, en su facial enfoque, para la manifestación de una esencia limpia que esconde su verdadera naturaleza;
consigue que te intereses, pero también deja muchas preguntas sin respuesta, insinúa en varios aspectos, dejando mención y rastro de cada uno de ellos, pero con una escogida levedad que no sacia en lo dicho pues, en el fondo, se centra en esa evolución y progreso de una pareja que va mostrando sus cartas, para tejer su jugada y ganar aquel con cara de poker que mejor controlaba sus emociones y que iba a lo importante, salir entero con el botín de la vida, no importa a quién se lleve por delante.
En esa conversación escueta, de escogidas sentencias e información clave en el anticipo de sus pasos, se centra y perpetua decorando la misma con el control, detección y abastecimiento del ilegal mercado de armas entre la frontera mexicana y estadounidense; dos trabajos, cada uno a lo suyo, que convergen por precipitación de circunstancias, ayuda, confesiones y traición en un argumento escueto, letal por escenas, hueco en instruir y documentar que anda a cámara fija para mostrar, sin filtro ni tapujos, el rostro emocional, severo o confuso, tenaz o acobardado de quien debe decidir
en un segundo, pues la partida continua, más viva que nunca y no para a esperar a nadie.
No defrauda, aunque tampoco cumple todas las expectativas, quedas con la sensación de querer más; corta la historia y sigues mirando la pantalla, con ese descubierto desconcierto que te cerciora únicamente quería relatar la agónica anécdota de una impersonal jornada de trabajo, no profundizar en sus vidas, ni marcar tendencia emotiva.
Sabes de ellos lo suficiente para conformar un retrato honesto y duro, tirante y atormentado de cada uno de ellos, pero sin huella definitiva que prenda mecha en el recuerdo pues, una vez acabe el trabajo, hay que volver a la desconexión, calma y estabilidad de la
existencia y dejar la maloliente basura y los rasguños ocasionales, fuera de ella para que no la roce ni ensucie.
600 millas de carretera y conducción ingenua que viran hacia el desorden y peligro de conducir con precipitación, sin el instinto de controlar el tráfico y la carretera; árida y afilada, estimula sin colmar todas las exigencias de tu apetito, el sofoco de su desasosiego se soluciona rápido, hay que volver a casa.

Lo mejor; la tensión y confianza que genera con apenas elementos.
Lo peor; quedas con hambre en su argumento.
Nota 5,7


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