viernes, 22 de julio de 2016

Un pequeño caos

Año 1682. En la Francia del rey Luis XIV, la inteligente, tenaz y enérgica paisajista Sabine de Barra es elegida para diseñar uno de los principales jardines y fuentes del nuevo palacio del monarca en Versalles, a la afuera de París.


Deferencia por el jardín/indiferencia por el arquitecto y su jardinera.

¿Qué tipo de historia intenta, Alan Rickman, rodar alrededor de la construcción de los jardines de Versalles?, ¿qué intenta compaginar con la edificación de un palacio de resonante y eterno esplendor, para la gloria exquisita de Francia, de inigualable belleza nunca vista?, ¿es un enfrentamiento orden/caos, razón lógica frente a la corazonada de los sentidos, una adelantada lanza feminista o el hallazgo de un amor moderado?
Un romance natural, nada forzado, decorado con todos los inconvenientes de la vida en la corte, más los personales, aciagos y dolorosos, que aporta la nueva invitada; elementos varios que requieren una observación como demanda, que ya por adelantado anticipas, y a la que se entrega, con ganas, la ferviente voluntad de una audiencia que quiere disfrutar de pleno del proceso ceremonioso pero ¿hasta qué punto debe entregarse esa mirada beneplácita, sin quejarse o reclamar más de lo recibido?
Kate Winslet atrapa tu atención, sin duda, su trabajo es espléndido, tu interés y pasión por ella son evidentes, por su atrevimiento, compostura y seguridad en un mundo enrevesado de hombre mandatarios, su directo hablar con tanto que ocultar que no muestra su dolor, su saber hacer, su lucha, su
ilusión, sus emociones, todo un compendio de habilidades y aromas frescos, lozanos e impetuosos que permiten captar tu fascinación y admiración por ella; el resto es una bonita y elegante decoración que agrada, ambienta, ilustra la pantalla, enamora artísticamente, seduce en colorido y formas, en escenografía visual pero no caldea en exceso, más allá de la simpatía y cariño, júbilo y devoción por el baile y su performance.
Tan maravilloso salón de música y danza al aire libre merecía una historia al nivel de la profundidad y esmero, de la sabiduría y delicadeza de su teatro coreográfico, no quedarse desteñida ante la solemnidad y decoro de su galante y complicado proceder; da la impresión de que el relato no está a la altura pícara, coercitiva y enérgica de la estética presenciada, que la inventiva creada se apoya en exceso en la luz de su armonía óptica, que no en el corazón roto, en camino de reconstrucción, de un alma que resulta ser la amante débil de una presencia artística que le gana por goleada.
Vivaz ella/contenido él, una libre para hablar y expresarse/el otro constreñido y recatado a suposición, admiración mutua, una manifestada/la
otra llevada en esforzado silencio; la hipocresía y el libre albedrío reinan en el ámbito del pomposo monarca sólo que, el siglo XVII y su real y aristócrata petulancia francesa dan para más jolgorio, maldad, recreo y osadía, no un simple acontecer tibio y sutil, encorsetado y apenas floreciente de un amorío que rompe la barrera de las normas establecidas y marca las suyas propias.
Tal lugar y época y no vibrar con el contenido puede tacharse de delito pues, tras la seria y escrupulosa formalidad se esconden deseos y delitos suculentos y, aunque se trata de amor, verdadero y sincero entre maestro y pupila, y el resto sólo son invitados de entretenimiento, si dejara ver el mismo arrebato y pasión en la letra que en las imágenes, todos hubiéramos ganado en seductor caos, pues es tal la pequeñez de éste, que impera el desanimado orden.
Mucho sentimiento vertido en los personajes que
apenas se respira o vislumbra, no con el galanteo y bravura de ser lo único honesto entre tanta falsedad.
“Como una planta me adapto”, lo cual no significa quedes contenta y satisfecha pues, como experiencia de otras ocasiones, la intensidad y magnificencia de una parte no compensa ni hace olvidar las carencias desnutridas de la otra, más cuando es la esencia que mueve y late a sociedad altiva tan vanidosa.
Con gran estilo y arte, pero sin ingeniosidad dramática ni sutileza emocional; de convencional espíritu abatido.

Lo mejor; su fotografía y protagonista.
Lo peor; el romance excede en pulcritud, quedando lejos de ser devorado y sentido.
Nota 6,1


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