miércoles, 31 de agosto de 2016

Locos de amor

La historia de cuatro primas que viven en la misma residencial y afrontan los diferentes situaciones que les pone la vida: amores, desamores y un sinfín de aventuras tragicómicas; todas en el marco de divertidas canciones interpretadas por los mismos personajes.


Se pelean y rejuntan, como excusa para cantar y pasar el rato.

Se lleva el cine de amigos, esa recepción de coleguitas -da igual género- de toda la vida que van de fiesta, borrachera y charlotadas, que comparten intimidad de amarguras y tragedias, de ayuda y socorro mutuo, con el don de llevarlo todo con buena sintonía de tropiezos alegres y cómicos; ya no más solitarios, sino conjunto de historias amenas y guasonas, que se comunican a través de esa sólida amistad, raíz de crecimiento de toda la estructura.
Comedia musical, alegre, festiva, ligera y fresca, de sonrisa incorporada en el rostro, acompañada de alguna carcajada esporádica y natural en su gracia sentida; romanticismo convencional, de típica telenovela sudamericana, con divertido ambiente e interior tolerable.
Canciones conocidas y pegadizas, que entonan el limitado y pobre actuar de sus intérpretes; “Vivir así es morir de amor, Quererte a ti, A esa, A escondidas, Eres tú, Gloria...” para ese coloquial enfrentamiento sexista, ellas desesperadas y lanzadas/ellos huevones y míseros, de entrañable patetismo, calidez risueña y dicharachero intercambio, que vive en su clásico televisivo de diálogos y escenario.
Teatrera rumba a cuatro notas que, sobre la hora, empieza a mostrar su escasez de ocurrencias y limitación en calorías nutritivas, excesiva duración para estructura tan acotada al común patrón esperado, de creatividad nula, jamás pretendida; empieza su ridículo con atractivo burlón y contento divertido pero, también es cierto que su centro de princesa, con príncipe al acecho, no da para su sobrada duración; el acomodado bajón, ante la falta de novedad y estímulo, una vez entrados en materia,
desciende la motivación, el encanto e ilusión por ella.
Sabes el camino, lo sigue a pies juntillas, sin novedad de interesante revolución o intercambio válido donde, llegado cierto tiempo, únicamente el anhelo y seducción simpática de las añoradas canciones, mantiene el tipo.
Fondo bonito para un teorema de amor, de cuatro axiomas, que busca única deducción, interpretaciones reducidas y carentes, cubiertas por esa finalidad de bobada campechana, cándida y extrovertida, abrazada por dulces escenas festivas como recurso, en caso de insuficiencia argumentativa.
Se hace el tonto y el ridículo, entre atropellos y conflictos de amoríos que van a punto fijo; revoltijo suave, indemne y lacónico que no rompe ni quiebra, únicamente juega a rupturas tenues para entretener una estándar partida, de resultado consabido.
Hace tiempo que el cine peruano está ganando terreno, dentro de su modestia de medios y humildad de miras; ofrece, en esta ocasión, un cine familiar, inocente, de ternura y contento generalizado, suficiente para cubrir un tiempo informal de pasatiempo moderado, sin grandes expectativas.
Un ocasional tentempié que entra con ánimo gustoso,
pero se estanca una vez se alarga su ya probado, escueto y convencional, sabor a película de sobremesa.
“Locos de amor”, ¡no tanto!, más bien juerga liviana, baja en grasas y de alcohol 0,0

Lo mejor; su espíritu simpático y amable.
Lo peor; larga, de actuaciones menudas y chicas.
Nota 4,9


martes, 30 de agosto de 2016

La punta del iceberg

Una gran empresa multinacional se ve sacudida por el suicidio de tres de sus empleados. Sofía Cuevas, alto cargo de la compañía, es la encargada de realizar un informe interno para esclarecer los hechos. A traves de sus entrevistas con los empleados irá descubriendo abusos de poder, mentiras y la existencia de un ambiente laboral enfermizo.


“¿Qué haremos? Cumplir con los plazos”

Que Maribel Verdú iba a estar bien, genial, estupenda era una obviedad, ya cierta incluso antes de ver la película, pues sus últimas interpretaciones confirman una serenidad y entereza de sabiduría de los años de experiencia, que se unen a la ya de por sí comprobada habilidad natural que ha demostrado siempre a la hora de hacer con satisfacción y esmero su trabajo; esa unión, empatía y transformación con el personaje, de credibilidad palpable y absorbente por la audiencia, es don y esfuerzo con el que cuentan un número contado de actores, a los cuales siempre es un placer ver en pantalla, tablas o escena, por supuesto entre ellos, a la susodicha, en esta ocasión me remito.
Firme, dura y formal es Sofía, segura de si misma y de sus decisiones, la mejor en la lucha por estar en las altas esferas ejecutivas, siempre preparada/siempre dispuesta, no se le dan bien las relaciones personales, su última encomienda volver donde empezó a poner a prueba su moral y ética, y a descubrir que tiene más importancia, las personas o cumplir los plazos y llevar a cabo lo convenido.
“Los suicidios son la tasa más alta de mortalidad entre los 30 y los 60”, no hay forma de averiguar si es causa laboral, personal o una combinación de ambas, en las empresas “no se habla de suicidios, dicen que son contagiosos”, hay que dar positivos resultados, sacar la empresa adelante, reflotarla en caso extremo y si, hay que exprimir a los peones ¿cuál es el problema?
“Las mentes humanas no son engranajes perfectos”, son complicadas y variantes, “nos atrae el vacío”, como posibilidad de liberar remordimientos de conciencia, por esa venta del alma a cambio de más sueldo y mejor despacho; hacer lo correcto no tiene beneficios, las alimañas están al acecho de un mal paso o de una debilidad mostrada, todo depende de a qué se le dé prioridad e importancia, a la triunfante carrera laboral/a la descansada paz íntima.
Es eficaz, seria y directa, expone la cruda realidad de la sociedad capitalista donde no hay pausa, ni tregua, y donde la competencia es feroz y tirante; “la presión
ayuda a rendir mejor” hasta que se sobrepasan los límites y ya no se es un trabajador, se es un esclavo supeditado a las rígidas exigencias.
Crédito, emoción y entregada atención fija, en su directriz recta, son sus signos más visibles y disfrutados, más ese afirmado reflejo que admite es conocido lo narrado/te ha tenido atrapada en su evolución e intriga; Maribel te lleva con concisión y entrega a través de este sendero de lobos hambrientos y víctimas presa, miedo a hablar/insoportable no hacerlo, abusos y atropellos que se soportan por un sueldo y el consuelo de volver a casa con los seres queridos tras la jornada, hasta que la vergüenza de lo hecho, o no hecho, dificultan dicha vuelta.
Familiar la historia/con prudencia contada, apunta a evidentes malos/deja entrever la movilidad de esa línea, a través de excusas y contratiempos por los cuales todos participamos del juego, con mayor ventaja o claro perjuicio, pero todos dentro, pues a nadie apetece la opción de estar fuera del mercado.
Desnudez directiva cuya respiración se acelera sin sofoco ni aspavientos, muestra la radiografía con gelidez, la evolución del paciente a distancia y cada
cual a hacerse su idea, mayormente todos a favor de la misma; David Cánovas aprovecha los tiempos de crisis actual para ofrecer un thriller solvente, sobre un tema de actualidad en boca de todos, ¿a qué estamos dispuestos por trabajar, por ascender, por triunfar?
“La punta del iceberg”, no provoca el hundimiento del Titanic, pero compromete lo suficiente para reconocer, hacer pensar y dejar huella de admitida reflexión sobre ella, no como para no olvidarla/si para conversación tras salir de la sala.
Violación de los derechos laborales y deshumanización del trabajador, que los sentimientos interfieren en el logro de los máximos rendimientos.

Lo mejor; la actualidad de su tema y Maribel Verdú.
Lo peor; tras esos malos capitalistas, hay mucho más que hurgar.
Nota 6,1



lunes, 29 de agosto de 2016

La ley del mercado

Después de 20 meses en el paro, Thierry, un hombre de 51 años, encuentra un nuevo trabajo, pero pronto tendrá que enfrentarse a un dilema moral: ¿puede aceptar cualquier cosa con tal de conservar su trabajo?


Suerte de maldito trabajo encontrado.

Es Vincent Lindon, voraz, auténtico y cautivo en su innato saber hacer, en su día a día superando baches, debacles e intentando mantenerse en pie, entero, y disfrutar de los pequeños momentos; sólido y firme por fuera/quebrado y al límite por dentro, vuelve al mercado de la competencia por un puesto de trabajo, con sus ineptos cursos, programas, títulos..., con los que lucha por ser óptimo y válido para el contratante, rodeado de jóvenes aspirantes que hablan mismo idioma, de lenguaje muy distinto al que él recuerda y maneja, soportando la lenta e ineficaz burocracia, de estúpidos protocolos, obligados para estar en la bolsa de esa enorme plantilla, que exasperada, súplica por oportunidad para demostrar su valía.
“Estoy cansado..., me gustaría seguir adelante..., por la salud mental de mi cabeza”, con excesivo tiempo libre, no requerido, y una carga familiar a cuestas, intenta mantenerse ocupado para controlar la misma, dispuesto a lo que venga, a trabajar donde se tercie, a exprimir al máximo cada opción, sin rebajarse a pedir limosna, al menos no por ahora, todavía no está tan cuesta abajo.
Relato frío y parco en palabras, únicamente las justas para acomodarse a los cortantes y humillantes hechos, donde cada cual mira por su propio interés y beneficio; habla con la indagadora mirada, unas veces triste y derrumbada/otras altiva y
esperanzadora, y con la rigidez corporal de un hombre maduro, ya en la complicada cincuentena, casado y responsable de un hijo con problemas físicos, que ve la impotencia y dificultad de volver al estilo de vida que tenía, que como planta tenaz y resistente, flexible y peleona se adapta a las circunstancias con voluntad y coraje, pero también con ese conformismo de una andadura de triste losa pesada; sonríe muy poco, de reír ni se acuerda, no se detiene a imaginar que le gustaría, apenas saborea su vida, sólo hace lo que hay que hacer para seguir adelante.
Seca, austera y rutinaria, introvertida en su enorme carga emocional, nunca expresada para no molestar ni que se transparenten las debilidades; oprime, aprisiona y agota en su incesante errático círculo, devastados congelados sentimientos que se cruzan con quienes comparten situación de precariedad y combate, pero no se permite la compasión o lástima por el compañero, no quieres volver atrás ahora que has avanzado, pues la urgencia y necesidad mandan, aunque no guste ni la dirección ni el paso.
Mata lentamente el ánimo, asfixia sutilmente la esperanza, es veraz, actual, humana, agónica y afligida, una vida más entre millones que se mueven
al mismo repetitivo compás de ritmo angustioso, asesino y destructor, que la sociedad de este siglo ha asumido como parte natural de su ambiente.
Martillea en silencio, neutraliza a la persona restringiendo su compasión, anulando su empatía, carcomiendo su ilusión e imposibilitando toda alegría, sólo esfuerzo, resignación y consistencia de no rendirse y sucumbir a la tentación de hacer una locura pues, “Dios aprieta pero no ahoga”, aunque a veces, aprieta tan fuerte, que impide seguir respirando con sosiego y calma, la felicidad mejor dejémosla fuera de tan ruinosa posible expectativa al alcance.
No hay oratoria, ni sermón, ni lección, ni crítica, ni debate, únicamente exposición rígida, ilustrativa, llana y concisa en su violencia y ofuscación reprimida, un drama conocido y familiar que todos, alguna vez, hemos sentido cerca; cruda realidad en solvente ficción reflejada, nítida, sin tapujos ni bellos adornos morales que la endulcen pues, cuando hay
que comer y pagar al banco, de nada sirven el orgullo de tener principios éticos.
Vincent es la mejor y única baza de un director, Stéphane Brizé, que expone con rigor documental, con determinación honesta la aniquilante rutina de un ex parado desesperado, aunque el corazón y apego de la cinta no caigan con la misma eficacia y puntería en la absorción atenta de su audiencia.
Interesante denuncia social que no juzga ni reflexiona ni optimiza, aunque sí deprime, desmoraliza e individualiza, para una ley del mercado que dicta, manda y ejecuta.

Lo mejor; la labor verosímil de un palpable Vincent Lindon.
Lo peor; su alma latente y sufridora no alcanza altas cuotas de conexión emotiva.
Nota 5,7


domingo, 28 de agosto de 2016

Nuestra hermana pequeña

Sachi, Yoshino y Chika son tres hermanas que viven en Kamakura (Japón), en la casa de su abuela. Un día reciben la noticia de la muerte de su padre, que las abandonó cuando eran pequeñas. En el funeral conocen a la hija que su padre tuvo trece años antes y pronto las cuatro hermanas deciden vivir juntas.


El puente de los cerezos en flor.

La calidez, recogimiento e inocente entusiasmo de parte del cine japonés abraza y entumece, encanta y seduce en sus formas y protocolos.
Una historia tan vieja como el mundo, la relación con esa hermana pequeña de padre, pero madre culpable de la infelicidad de la propia, narrado con sobrecogimiento, curiosidad y templanza de sus recogidos sentimientos, amargos y dulces, dolorosos y alegres, mezcolanza de sin remordimientos/sin olvido, en una inocente figura desvalida ante los inesperados contratiempos de la vida; desamparada criatura, recogida con cariño por quien padeció un inmerecido castigo, de abandono y soledad, también siendo niña, que lleva a compartir su querencia, preocupación y bienvenida sincera con ella, al tiempo que se desatan multitud de sensaciones dispares, en un fuego de incendio atenuado.
Porque es suave su provocación, bondadosa su andadura, tierna en su apetito, “la familia y una más” con sus tropiezos, desencuentros y aventuras, con su alegría, vitalidad y amabilidad de saber y descubrir a una nueva jovial personalidad, que altera la acostumbrada calma, que busca su propia espacio y se integra, con afianzada serenidad, en el grupo de hermanas.
Gustoso, bello y relajado paisaje, para una atractiva familia de tierra atractiva y fascinante; armonía e inquietudes, de buenas intenciones e inesperados roces, para cohibidas emociones de pensamiento dispar, que abren el dilema de no castigar a quien no es culpable pero, que revive la pena y sufrimientos vividos sin merecimiento alguno.
Entonada humanidad, de enriquecida presencia y suavidad en los gestos, crece con gratitud de contenido en su valor afectivo, su corazón palpita a interesante ritmo, ese que es sensible a las desgracias, sacrificado en el momento, esperanzador ante la dicha; vidas que se encuentran y siguen
adelante, fortaleciendo la raíz de un árbol, en camino de florecer y perpetuarse.
Con identidad propia en estilo y quehacer, te envuelve en sentencia definitiva, que te lleva a estimarla y valorarla con calma ciega.
Brisa ingenua, de atención en la escucha y la observación, bonachona, amable, familiar y cándida; el reflejo conectivo, de la mayor con la pequeña, afianza su tenaz personalidad, para una convivencia feliz y entrañable, que abre ruta con complacencia de lentitud estable; cuida de la casa, cuida de los suyos, cuida de todo el mundo menos de si misma, responsabilidad marcada a experiencia dañina, que es la base de una familia gratamente unida.
“Una niña no es una mascota”, tampoco quiere que sea como ella, por ello la incorpora a su hogar, para evitar y compensar lo que ella padeció en su amargo momento.
“Cuida las cosas pequeñas y las grandes se cuidarán solas” y, unas por otras, en su hermosura visual y sonora, de delicadeza en los detalles, al equilibrio llegarán por si mismas.
Madura y reflexiona, con discreción y sensibilidad,
sobre el crecimiento personal y colectivo; cierto amalgamado efecto puede sentirse, al exceder en beatitud sentimental, pues no cambia su discurso ni mueve más ficha que la ya vista pero, el conjunto es prosa de dulzura vivificadora y de fortaleza troncal penetradora.
“¡Que te jodan, papá!”, “¡Que te jodan, mamá!” “Puedes quedarte aquí para siempre”; seleccionado público es el que disfruta de ella.

Lo mejor; el pasar de la vida.
Lo peor; su larga duración, sin novedad alguna, puede atenuar la entregada mirada.
Nota 6,3


sábado, 27 de agosto de 2016

Bridgend

Sara y su padre, Dave, acaban de instalarse en un pequeño pueblo de Bridgend County. Un lugar idílico, de no ser porque está siendo asolado por una epidemia de suicidios adolescentes, que nadie es capaz de explicar. Como nuevo miembro de la policía local, Dave está decidido a parar esta dramática situación. Pero mientras, su hija empieza a relacionarse con los jóvenes del pueblo.


Presagio de un terrible desenlace.

Quieres integrarte y saber de ellos pero, no les entiendes, al igual que la inocente protagonista estás confusa y perdida, acompañas en deseo y curiosidad a esa recién llegada que tampoco comprende ni encaja, por mucho que lo intenta y se esfuerza pero que, sin embargo, se deja engatusar y nublar por su gélida, enamoradiza y prometedora esencia.
Un padre protegiendo a su hija, un jefe de policía intentando resolver tantos inexplicables suicidios, más la escrutinadora mirada de quien es nueva en el grupo y comparte sensaciones, y vive mismas angustiosas experiencias; fosca, misteriosa, esquiva, todo está presente/todo se te escapa, condenados silencios que mortifican, desinhibidas fiestas que liberan, reservados actos que unen, pues ese es el propósito, “permanecer unidos”, que nadie abandone el pueblo ante la única salida, la partida voluntaria y apasionada donde la muerte ya no tiene dominio.
Un paisaje precioso, enigmático y seductor, perplejo personaje que vigilante corteja y conquista, sombras de hipnótica niebla, lluvia revitalizadora, oscuridad calmante, tensión abrazadora para escrutar ese mortificante “¿por qué?”, la gran pregunta no resuelta, donde nadie habla de ello, aunque todos viven expectantes con desconsuelo y nervio.
Felicidad de momentos fugaces inundados de agónica tristeza perenne, lúgubre fotografía, de color mortecino, para una desesperada huida de lo inevitable; de sentimientos extremos e
incomprensibles hay fuerza, hay inquietud, hay conmoción, hay confusión de no acabar de penetrar en ella, su secreto permanece oculto, vigilado por aullidos humanos de luna llena al acecho.
Y el martirio sigue, y tú expectante digieres un inaccesible drama, basado en hechos reales, tan arrebatador, desolador y frustrante como la hermosa naturaleza que la envuelve, donde su brisa parece susurrar ven conmigo, donde su lustrosa presencia se erige tentadora y culpable señora, magistral dama, de sublime porte, que engancha y atrae hacia un viaje eterno, donde convivir con ella para siempre.
Maldito bosque de fuego en sus entrañas, de corazón ardiente y ocultas enrevesadas trampas, te hechiza, te anula, te cambia y domestica; se impregna de romanticismo oculto y atractivo, de distanciamiento paterno filial e incomprensión de la sociedad hacia sus necesidades y anhelos, dolor emocional liberado ante la epopeya de conjunción de motivaciones y encomienda, decepción compartida que mitiga el desamparo y fortalece la solidez del grupo.
Jeppe Ronde tampoco pretende dar explicación definitiva alguna con dicha película, únicamente exponer unos documentados hechos, en tierra
galesa, que a día de hoy siguen siendo una incógnita, ahorcamientos masivo de jóvenes sin dejar nota de despedida.
No vas a descubrir la razón, su ambiente es de desconcertante aroma, los chavales no permiten el acceso a su compleja intimidad, los mayores están de inconexo bulto y lloriqueo pega; observar y asumir es la función de la audiencia, intentar elaborar una teoría posibilidad de nulo crédito, contagio colectivo de un estado de ánimo rodado con voluntad firme y gusto exquisito, en una tragedia que acaba igual que empieza, sin saber nada, sólo que en Bridgend hay muchas muertes por suicidio, sin nota de despedida y nadie entiende ni conoce el por qué.
Se elabora un potente e intenso danés trabajo, aún contando con pocos datos.
“Cuando te matas no vas al cielo”, vas a vernos.

Lo mejor; la recreación de su ambiente y el precioso misterio fotográfico de su naturaleza.
Lo peor; oferta pobres razones del por qué, en lugar de dejar mandar a la isotérica ignorancia.
Nota 6,1


viernes, 26 de agosto de 2016

Escuadrón suicida

Mientras el gobierno de EE.UU no tiene claro cómo responder a una visita alienígena a la Tierra con intenciones malignas, Amanda 'El Muro' Waller, la líder de la agencia secreta A.R.G.U.S., ofrece una curiosa solución: reclutar a los villanos más crueles, con habilidades letales e incluso mágicas, para que trabajen para ellos. .


Golpe directo, de KOs a la concurrencia.

Advertida voy de que es una ruina, como siempre, ha comprobarlo en persona...,¡qué buenos amigos tengo!
¡Por todos los cómics! ¡qué mejunje estoy viendo!, aunque ¿acaso importa, visto lo visto?
Tan exagerada en su fantasmada excentricidad que provoca el efecto contrario, arrogancia y chulería arrolladora echada al cubo de la basura por pasarse de bravucón soberbio, de insolente etiqueta, sin fondo atractivo en su composición y cuerpo, el fuego de sus entrañas es de títere falso, sin crédito, un agotador engaño de efecto nulo, peor aún, de absorción patética.
Desinflado show de magia tarumba, que de tan estrafalaria y grotesca aburre y cansa; desespera toda ella, pues no es divertida ni entretenida, no hay emoción ni entusiasmo en sus actos, la acción es un inesperado desastre, la trama confusión de enredo, como pasatiempo parece que el madito tiempo ¡no pase!..., un fraude de blockbuster cuya ironía graciosa y perspicaz nunca se halla.
Sin tirón como grupo villano/sin gancho como testarudos enfrentados, idea de posible interés y apetito en imaginación y letra impresa, cuya práctica supone toda una demoledora agresión y paliza para los oídos; su poder no luce, su autónoma batería es débil y floja, artificial y numerera, espectáculo de corazón penoso y andar ruinoso cuya brujería ni hechiza ni tiene encanto, la picardía y estilo de los
malos apesta y ¡da asco!, y eso que se supone que ser el malo malote ¡mola!
Antes de llegar a la hora ya te preguntas si vale la pena acabar este mediático circo, sin digno ni merecido share de audiencia, y mucho antes ya percibes el nefasto argumento construido y el inútil fallo de unir a tanta psicodélica estrella y que resulte todo ¡tan desganado!
El lado oscuro se impone como una pesadilla en un largo mal sueño, malvado terrorismo visual para una irrecuperable ilusión, dado el elenco de actores, la seductora propuesta y la suculenta venta de su unida armonía.
Y, ¿que pasa con Viola Davis, la apodada aquí “palabra de Dios”, que siempre está de coordinadora y reguladora de conflictos con delincuentes diversos?, ¿encasillada?, ¡es para mirárselo!
Valientes agallas para los responsables de este bodrio, en concreto un David Ayer que deja -negativa- huella irrepetible en la memoria, toda la
que su cinta no logra, pues no hay sustancia para ser recopilada por el recuerdo.
Escuadrón, cuya estrategia de enfoque y ocurrencia se suicidan nada más cobrar vida, su descaro hace aguas, su filosofía escéptica se hunde, sin complicidad simpática por los personajes, su chispa y salero son una burla; has pagado la entrada y te quedarás hasta el final, en la butaca sentada,b ¡esto es todo!, mejor olvidarla, antes incluso de salir de la sala.
¡Tiro al blanco y asesinada!; que razón tenían mis amigos, ¡es una ruina!; este género empieza a estar ¡super explotado!
Al menos, después de tanta torrada maltrecha, he disfrutado brevemente de la exquisitez melódica de “Bohemiam Rhapsody” de Queen, pues las palomitas no daban para tan agónica duración..., ¡con lo poco que se conforma una!

Lo mejor; fui el día del espectador a verla.
Lo peor; ¡debo elegir sólo una cosa!
Nota 4,3


jueves, 25 de agosto de 2016

Ahora me ves 2

Un año después de despistar al FBI y conseguir la admiración del público con sus espectáculos mentales, los cuatro jinetes vuelven a la luz pública, pero un nuevo enemigo se propone arruinar su golpe más espectacular y peligroso hasta la fecha... Secuela de "Now You See Me" de 2013.


Y el sabor de su magia sabe a ¡rancio caducado!

“Cuando crees que me ves, cruzo la pared, hago ¡chas! y aparezco a tu lado, quieres ir tras de mi, pobrecito de ti, no me puedes atrapar” y la pregunta a responder, sino se quiere ser pobrecito público que mira aburrido, es si esta segunda parte atrapará a la audiencia con la fresca lozanía, con la diversión entretenida, con el enigma ingenioso que logró la primera, contando con la ausencia de sorpresa en su ya manifiesta novedad previa; lo que supone el esfuerzo imaginativo de un guión que cubra dicha desventaja, con motivo suculento e interesante que mantenga la atención y el secreto de lo desconocido, y no una simple comercial cinta que, con cumplir en taquilla y con los requisitos menores, valga.
El grupo sigue en forma, están todos -bueno, falta una sustituida-, las ganas siguen, el espíritu en principio se mantiene intacto, cómo avancen en su espectáculo visual, personal y entre bambalinas -donde se cuece el verdadero atractivo enredo- es misterio apetecible, que lleva a elegirla.
Porque es pasatiempo ligero, de grandes artificios malabares para impresionar y engatusar a la audiencia, pero también vende ese trasfondo de thriller y acción en su trama que debe estar a la altura, amén de esa inevitable comparación que juzgará lo visto; aquella gusto, de ésta no se espera menos, pero se parte de exigencia mayor por haber recorrido ya camino.
La ventaja, de la que erróneamente abusan, es que hablamos de magia, por tanto cualquier cosa vale, pueden sacarse de la chistera lo que quieran y quedarse tan anchos y, de hecho, lo hacen; con ese astuto y listillo “siempre mantengo algo bajo la manga”, dan las enmarañadas volteretas que les
apetece según escaso ingenio, entran, saltan, salen, se esconden, cogen y escapan, cualquier opción hecha posible, sólo se elige la que convenga y te dan la explicación que les viene en gana.
Pues, parece que ese es su proceder, tras un motor de arranque recordatorio para situar a cada cual en su sitio, primero seleccionar el truco/después inventar la descripción encajada que les plazca, por el camino hacerse los simpáticos y graciosos, un poco de cháchara distraída, un poco de emocional conflicto y a resolver el puzzle según se concuerde y ansíe; hay un nuevo, hay que hacerle hueco, a los veteranos los removemos para llegar a sentimental acuerdo, mucho estruendo, espectáculo de masas y colores vivos, rapideza de escenas que no permitan pensar a la concurrencia, en el vacío nutritivo de su truco ilusionista -y, aún así, se percibe conforme rueda- y esa venganza, de ojo por ojo, con doble sentido en su contenido.
Porque ¡esa es otra!, con la ambivalencia de lo dicho, visto y creído, te llevan de aventura a su parque de atracciones, con la facilidad pasmosa de nada inteligente ni perspicaz que aportar, únicamente aturdir con la loca montaña rusa, con golpes de choque, con el vagón fantasma y el saltamontes que va y viene de país, ciudad o distrito callejero, según ellos soliciten, a capricho nulo de diversión y entretenimiento.
¿Y debe complacer?, ¿que te distraigan, con llamativos fuegos artificiales y locución exigua como comodín de alternancia, es suficiente para satisfacer al ávido vidente?
“A los magos les gusta controlar las percepciones del público” y puede que por ello, marean la perdiz, para
que pase desapercibido una trama pobre y sensiblera, floja y destartalada, desfallecida de alimento válido, que juega a ser villano o héroe según trucada carta, que remueve a todos los participantes y espera que el dado reparta suerte.
Resultona, pero exageradamente artificial y numerera, danzarina, pero con escasez de gracia, sabiduría y estilo en la creación de la partitura y la solvencia atractiva de su performance; se les ves, se les escucha pero, no se les cree ni soporta, pues cuentan con tantas trampas de carta de escape y reconducción que, llegado el momento, que cuenten lo que quieran y acaben con su altivo trampolín, de funambulismo alterno.
¡Y como juegan a hipnotizar, cual truco barato adquirido en el bazar de los chinos de la esquina! Es verdad que ellos viajan a Macao pero ¡si eso diera algo de credibilidad a todo lo referido!
“..., pero lo que tú, tú no sabías, es que los sueños no se pueden dominar”, pero si inventar, superponer, caricaturizar y resolver a petición emotiva de deuda
pendiente; acrobacias de descaro sin personalidad propia, únicamente un llamar la atención para obtener el aplauso fácil de quien no exige ni presta mirada indagadora, a lo mínimo que rebusques comprobarás que no hay mucho excepto porte y glamour en la etiqueta, su interior es superficial, de ganga barata.
Los cuatro jinetes, su encubierto enlace, el malo encarcelado, el otro malvado libre, uno nuevo muy locuaz y fanático, un pelele a quien robar, la poli siempre llegando tarde, recuerdos dolorosos, removemos la baraja ¿y?..., gana su revuelta confusión, con más solidez y calado de lo que pretendían pues, puestos a elaborar faroles escapatorios, ¡bienvenidos todos los ofertados!, ¡caben más si se lo curran!
Y, para el obsesivo Ojo, de identidad secreta, ¡por qué no Harry Potter!, va más con el fabricado
disparate, que la oferta familiar y entrañable que se pretende.
“Ahora me ves 2”, te veo, ahora ¿que valga la pena hacerlo?, no tomes el pelo con ese número par, que debería haberse quedado en exclusivo número primo.
Y, el inmaculado lanzamiento de cartas al vuelo, ¡y te pillo sin que toque el suelo!, ¡mi perro hace lo mismo con su frisbee!

Lo mejor; la vista se llena de trapecistas actuaciones.
Lo peor; no haber dejado las cosas como estaban.
Nota 5,3



miércoles, 24 de agosto de 2016

Black

La historia de amor imposible entre dos jóvenes que pertenecen a bandas urbanas rivales. Mavela, 15 años, origen africano, es una “Black Bronx” del barrio de Matonge; y Marwan, un magrebí “1080” del distrito de Molenbeek Saint-Jean. Cuando ambos se enamoran hasta el extremo de emprender una relación clandestina, la lealtad hacia el clan pandillero les plantea un serio conflicto.


Desapasionada rebelión belga.

¿Estaría Shakespeare orgulloso de este contemporáneo Romeo y Julieta?, ¿de su fuerza, carácter y localización ubicada?
De la Italia de su tiempo a la Bélgica actual, cuna de radicalización religiosa, de violencia extremistas y de clanes pandilleros procedentes de una desconexión social, exclusión laboral, vacío moral y desestructuración familiar que les convierte en grupos cerrados, de apoyo incondicional entre sus apadrinados miembros, esos eternos hermanos de alma para lo bueno y lo malo, al tiempo que incluye su no leída letra pequeña, ese ser esclava servicial de una angustiosa cárcel coercitiva, de atrape y desconsuelo peligroso, por la osadía de intentar abandonar a la familia adoptiva, pues sólo la muerte separa el matrimonio de sangre establecido entre ellos.
Se elige el estatus social opuesto, la marginación y las dificultades económicas van más con los tiempos, esa frustración y pasotismo de una sociedad que te arrincona y en la que no encajas, aunque el fondo y recorrido no cambie ni una coma.
Dos jóvenes coinciden, se conocen y gusta, nada malo en principio, hasta que entra en acción la presión de alrededor, esa que dicta orden y sentencia a ejecutarse.
Música seductora para una ciudad que enamora con su habla fotográfica, fiel reflejo de una criminalidad juvenil, vandalismo urbano a cargo de adolescentes que se burlan del sistema, que no valoran el peligro y sus consecuencias, que viven al límite de un impuesto desmadre, sin rumbo ni sentido, que marca sus existencias.
Atraviesa los clichés clásicos con rápida ligereza, flojedad generalizada para diálogos sin calado ni
consistencia, únicamente lenguaje corporal escénico inunda la pantalla, obligación de paso necesario para llegar al asunto importante, los golpes, las peleas y el amor imposible; su lectura es relajada y adivinable, sabes lo que hay/sabes lo que viene, todo con corrección de intenciones/con suavidad de aspirado latido, establece el camino sin mayor registro que observar lo sabido y esperar que suceda, sin inquietud ni escándalo.
“No puedes dejarlos, ellos deciden”, y Adil El Arbi y Bilall Fallah deciden coger una mítica historia y expresar su corazón potente con llaneza pasiva, una propuesta más de un relato mil veces contado, sin decibelios que deslumbren o ardor que queme, de hecho nunca llega a encenderse ningún incendio, pues su fuego es tan tenue y convencional, que los bomberos no hacen falta.
“Aunque hayas nacido aquí, eres diferente, siempre serás un extranjero”, no seas flamenco, recuerda que
eres negro de otra tierra, odio, venganza, protección, asalto, una combativa combinación caótica, cuya línea de separación es el atrevimiento y ofensa de llevar la contraria y decidir por ti misma; eres de una banda, ya, por nunca más, tocarás en solitario.
Lo mejor; la fotografía de una trama que sigue dando mucho juego.

Lo peor; correctos ingredientes, de libro teórico, para un plato sin sabor ni fascinación en la práctica.
Nota 5,3


martes, 23 de agosto de 2016

El hombre que conocía el infinito

Narra la historia de Srinivasa Ramanujan, un matemático indio que hizo importantes contribuciones al mundo de las matemáticas como la teoría de los números, las series y las fracciones continuas. Con su arduo trabajo, Srinivasa consiguió entrar en la Universidad de Cambridge durante la Primera Guerra Mundial, donde continuó trabajando en sus teorías con la ayuda del profesor británico G. H. Hardy, a pesar de todos los impedimentos que su origen indio suponían para los estándares sociales de aquella época.


Tan académica, que anula la vitalidad del genio matemático.

Dudo mucho que salgas con la sensación oportuna y verdadera de la mente brillante que se está describiendo, de la importancia de sus descubrimientos y la grandeza de sus ideas y pensamientos, ese imposible parar de pensar en números, fórmulas y demostraciones, que acapara su razón y tiempo de forma constante y acosadora; la liberación de escribir lo que su cabeza dibuja una y otra vez, darle sentido y que lo conozca el mundo entero, pues es demasiado grande y necesario para quedarse únicamente en su persona.
Originalidad de procedimiento, sin base educativa previa, que se desarrolla de forma autóctona por sus propio medios, indiscutible mérito de un hombre genuino que volaba a ritmo avanzado en su compleja imaginación, ya que veía el cuadro finalizado donde otros no veían aún ni los colores ni la pintura, menos aún su perfecto orden de magistral simetría.
Dev Patel hace una labor concienzuda en la plasmación de tan ilustre personaje, pero todo queda en esforzado trabajo práctico, cuya alma nunca se siente ni aspira con rotundidad válida; demasiado rígido, técnico y estrecho de miras su formato, se ciñe a los datos cronológicos y al paso escrupuloso de los acontecimientos, con la lamentada objeción de no percibir al genio, de no inquietar o conmover su gran
esfuerzo, sacrificio y voluntad firme de demostrar su valía y conocimiento.
Tu impresión no queda impactada, no sales de la historia impregnada de ella, no queda en tu recuerdo lo visto, ni hay palpable estupefacción, admiración y respeto por la gran figura..., y eso ¡es imperdonable!
Porque sí lo fue, fue grande entre los mejores, con todas las dificultades y trabas que se le impusieron y los percances que sufrió por la tierra de la que procedía; Matt Brown filma un relato correcto en tiempo y sucesos/escaso y mundano en espíritu célebre y vigoroso, estéril absorción cuando ni siquiera digieres la dramática, tensa y complicada convivencia de dos sabios irrepetibles, así como su estancia en la altiva y arrogante Cambridge, y tampoco es que queda retratado el fervor de la época con estupor y enigma; lectura cumplidora y discreta que extravía la pasión y el entusiasmo, que olvida
dar a conocer a la persona con la plenitud y templanza que merecía.
“El gran conocimiento suele venir de los orígenes más humildes” y, tras verdad tan imponente y contundente, esperas un relato que te deslumbre, que te de a conocer a este sabio en toda su magnitud y grandeza, cosa que no sucede en todo su tamaño y esplendor.
El interés es acotado y restringido, dado que el estricto formato de la historia no permite una implicación enorme en ella; la observas, aprendes a pronunciar su nombre y percibes parte de la importancia de su trabajo, aunque no por lo visionado en la cinta, sino por las acotaciones escritas que se añaden y lo afirman.
“Las matemáticas no sólo poseen la verdad, sino la belleza suprema” pero, dependiendo del elegido enfoque, la verdad y su belleza se aspiran y devoran con más intensidad y estupor, o únicamente con simpleza de saber lo sucedido, sin más; lo segundo
queda claro, los pálpitos y latidos del corazón de la primera brillan por su ausencia.
El reto de estar a la altura de la imaginación y talento de Ramajudan no se ha visto, con impacto y solidez, cumplido; para ser el hombre que conocía del infinito, su película es muy limitada y reducida.

Lo mejor; Ramajudan y Dev Patel interpretándolo.
Lo peor; Ramajudan merecía una mejor película de su vida.
Nota 5,7



lunes, 22 de agosto de 2016

Guilty

Tras una investigación poco ortodoxa, un inepto policía acusa a un polémico primer sospechoso cuando aparecen muertos una joven y un miembro del servicio doméstico.


Culpable..., ¡hay que encontrar a alguien!

El cierre de la película es un jarro de agua fría, abrupto desconcierto donde te quedas observando, callada y estupefacta a la espera de una explicación añadida que corrobore lo reseñado, que te de esa seguridad resolutiva por la que tú también has estado dudando, pues oír ambas conclusiones no hace decantarse a favor de ninguna de ellas, testimonio fiel de que el relato ha prendido mecha en tu interés y ha atrapado tu entusiasmo investigador durante todo su trayecto.
“Tengo fe en el sistema, espero que se haga justicia”, aunque es difícil llegar hasta ella cuando, el policial paso previo ha sido toda una ineptitud, de incompetencia mayúscula; toda una guasa, en sus pasos esclarecedores para el destartalado proceso de investigación al cargo, que haría gracia -de hecho, la tiene-, si no fuera porque están tratando con una gran tragedia, la muerte de una niña de catorce años y el sirviente de cincuenta de la casa, donde sólo habitan, aparte de los fallecidos, unos desolados padres, sobre los que recaen todas las sospechas iniciales.
Pero, cambiamos de analistas y subimos un peldaño de nivel en la asignación del complicado caso y, por tanto, todo cambia, éstos son mas listos y deben demostrarlo; nueva mirada, inesperadas pruebas halladas y diferente enfoque de conclusión opuesta, entran en escena nuevos posibles culpables y..., nuevo jefe de sección, quien no aprueba los métodos empleados para la obtención de dichas pruebas, es
designado, y un tercer equipo vuelve a dar nueva vuelta, a una rosca ya harta y desgastada de tanto abuso.
Atropello investigador, con consecuencias humanas y legales definitivas, que se mueven cual malabar circo, sin propensión ecuánime ni sensatez de dictamen, intentando llevarse la razón como premio vengador ante sus rivales compañeros; éstos no se apoyan, no colaboran, compiten y disputan a cual más torpe gallito ganador, apostando con la vida de quien, según parte preguntada, es el culpable.
Película correcta en la exposición de los hechos y del proceso policial y concluyente, no opta por bando, espera que tú lo hagas llegado el caso pero, “como una espina de pescado, trabada en nuestra garganta”, éste es molesto, indeciso y equivoco desde el principio, lo cual impide a cualquier equipo posterior -y a ti misma- fiarse de las evidencias, dado
el fiasco de aquellos que llegaron en primer lugar a la escena del crimen.
Teoría dos, ambas enfrentadas en su explicación y aclaración de lo sucedido, con diferente inculpado al término de cada una, y la ciega justicia, con su balanza de equilibrio -aquí desmadrada y nunca lograda-, a la espera de esa solución que aporte luz aclaratoria al caso; aunque, nadie parece observar que la dama justiciera, de igualdad para todos gracias a sus ojos vendados, maneja una espada en la otra mano, esa que corre a cargo de una policía oxidada, negada y caótica que, supuestamente, debe ayudar a nivelar dicha balanza, con su sabio y diestro esfuerzo de trabajo.
“Mejor liberar a diez culpables, que encerrar a un inocente”, loable teoría ética, cuya práctica pierde toda su moral en una historia veraz, humana y logística de cómo sucedieron los acontecimientos, en
un famoso caso real dado en la India; rigor informativo, acompañado del aroma personal de hacer las cosas de la tierra, su observación canaliza tu pensamiento, vives con inquieta nulidad su quehacer y modos de rutina, cierta ironía pícara y graciosa se cuela entre tanto desorden y necedad profesional, al tiempo que estás absorta voluntariamente por este solvente cine, de una región que se desnuda honestamente en sus vergonzosas entrañas.
Sólida y firme en su natural exponer, cruda e intensa en el desbarajuste de sus cartas, latente en el desmadre, corrosiva en lo legal, negligente en lo que uno cree que debe hacer, para destapar la verdad, y malograda en la costosa validez para hallar armonía
entre ambas; embauca y sugestiona con sencillez, con esa evidencia de contar con un estupendo relato y ejecutarlo con eficiencia demostrativa, de honestidad grata y disfrutada.
Buena historia, buen guión, buen compás, buena dirección..., buena sorpresa.

Lo mejor; descubrir, al detalle, el desarrollo del caso.
Lo peor; es un caso real juzgado, que sigue generando dudas.
Nota 6,4


domingo, 21 de agosto de 2016

Shelter

Hannah y Tahir se enamoran mientras sobreviven como unos sin techo en las calles de Nueva York. La película explora como llegaron a esa situación y mientras más sabemos de su pasado, más nos damos cuenta de que se necesitan para poder construirse un futuro.


Una buena acción, para hallar el camino de la redención.

Enmudece lo narrado, atormenta lo recorrido, conmociona las interpretaciones de ambos, un doloroso conjunto para un drama incisivo, humano y desgarrador de dos personas con un pasado tormentoso, que se encuentran para sobrevivir y ayudarse mutuamente.
Sin saber en quién confiar, la adicción y dureza de la calle ayudan a mitigar la pena del alma, ese castigo merecido por el cual uno se abandona y lesiona, en un intento por anular el recuerdo de lo hecho y vivido.
“Solía ser una persona” y nos cruzamos con ellos a diario, pidiendo en las plazas, durmiendo en los cajeros, rebuscando en la basura..., con tristes y agónicas historias como equipaje, con ese anonimato de nombre que les convierte en invisibles, para así poder mirar a otro lado.
Pero Paul Bettany escoge no hacerlo, decide narrar las vicisitudes, amarguras y experiencias de dos seres que se unen en apoyo y confianza compartida, que son el pilar sólido del otro cuando la debilidad acecha y que subsisten a las gélidas calles neoyorquinas, mucho mejor que a tratar con la congelada mirada y despreciable aptitud de los transeúntes que las recorren.
Para ello cuenta con una fantástica e hipnótica Jennifer Connelly y un firme Anthony Mackie, ambos espléndidos y veraces en sus interpretaciones, magistrales catalizadores de esas emociones que cautivan a la audiencia en su angustia y dificultades, y cuyo atrape permite absorber, con devota
sensibilidad y tirante curiosidad, todo el exhibido arte que ambos manejan.
Un guión emotivo, para personajes frágiles que caminan por la cuerda floja de una incesante y tentadora recaída, que han perdido el cómo vivir en el mundo, que han extraviado el respeto por si mismos; enorme humanidad, rodeada de continuo desprecio y de burocracia estúpida, para una tierna y absorbente pareja que crea su propio refugio.
Poco a poco, sin soltarte y con afligido interrogante, te guía por el contenido de una novela sensible, dura y melancólica que nada contra corriente, a pesar de todo el esfuerzo y buena voluntad que ponen.
“Nunca juzgues un libro por su cubierta”, y es por ello que el relato se adentra suave, imperturbable y de forma resistente en mostrar las vidas de dos sin hogar, que se refuerzan con el valor, martirio y carisma de lo revelado y entregado; emociones a flor de piel, cuya intensidad va por tramos, para interpretaciones serenas y profundas, que son la clave de tu absorción y enamoramiento de la cinta.
Dos partes, en la primera sostiene él a la pareja, en la segunda será su recuperada mujer quien vele por
su amado compañero porque, para lo bueno y lo malo, en la salud y en la enfermedad y hasta que la muerte les separe, marido y mujer son, con o sin anillo.
Evolucionas al tiempo que lo hacen ellos, sufres de ambivalencia por ese inesperado corte, salto y continuo; dueto superviviente a la calle, con tragedia anímica sobre sus hombros y propósito de enmienda gracias a la unidad que forman; el gran acierto de Bettany es la elección decisiva y acertada de los actores, la historia sensibiliza y encariña aunque, también es cierto que hubiera valido cualquier tragedia escogida en manos de esta acoplada pareja, que logra empatices, te involucres y te dejes abrazar y arrastrar por su drama.
El lapsus para establecer cambio de papeles turbia y exige adaptación a la nueva ruta, la cual, una vez en marcha, cuenta con el mismo motor y gasolina que su previa; redención para unos seres que nunca dejaron de serlo, aunque las atrocidades y
arrepentimientos, vergüenza y culpa les hiciera olvidarlo.
“Para la pareja que vivió fuera de mi edificio”, y que sirvió de inspiración para idear una historia, la cual podría haber sido la de sus vidas; de la cruda realidad al rodaje para la gran pantalla, a través de la imaginación de un actor metido a escritor y director, que encara con buena actitud este novel registro.

Lo mejor; su dúo protagonista.
Lo peor; el desestabilizador corte, para cambio de designio.
Nota 6,3



sábado, 20 de agosto de 2016

Money monster

Lee Gates, un famoso presentador de televisión, es también uno de los principales gurús de Wall Street. Pero cuando el joven Kyle Budwell, siguiendo sus consejos, pierde todo el dinero de su familia, decide secuestrar a Gates durante la emisión en directo de su programa.


Fallido pasatiempo televisivo.

“¡Vamos a conseguir respuestas!”, vale, y de paso vamos a conseguir algo de credibilidad, tensión, inquietud e interés sobre lo narrado, porque todo es tan superficial, desvalido e incompetente como thriller, como drama, como estrategia, como polémica, como fraude financiero.., como conjunto explosivo, de corazón apagado y alma ausente que, sino fuera por sus dos estrellas protagonistas, dudo no hubiera pasado directamente a dvd, en lugar de llegar hasta la sala de los cines.
Y, tampoco es que ambos actores salven la papeleta de tan desganado y desnutrido guión; tenemos a un George Clooney de pena en su papel dramático, enormemente limitado en su solvencia interpretativa, y a su querida amiga-compañera de reparto, la eterna novia de América de sonrisa de leyenda, Julia Roberts, quien posee un papel tan desconectado y rígido, de mínima aportación para levantar el espectáculo, que tampoco ayuda en un show que nunca resurge de esa ruina inapetente que se establece como fondo, pues no posee armas suficientes con las que lidiar, en su finalidad de acaparar la atención y aprobación contenta de la concurrencia.
Miedo y pánico desaparecidos, mejor dicho: nunca presentes, para un argumento que ni siquiera alimenta el deseo por descubrir la suciedad humana que se esconde tras el codiciado dinero, menos gracia aún para elaborar un posible dilema sobre el bien y mal legal y ético, y la responsabilidad moral de cada uno por sus palabras y actos.
“¡Nosotros no lo sabemos!”, menos aún una inocente audiencia, quien es testigo de una pobre cinta, firma
por Jodie Foster -la cuarta- que no deja de ser correcta y pulcra en su dirección, matemática y predecible en sus pasos, accesible y acorde en su resultado pero, “¡estuvo mal!” conformarse con ese mínimo grado adecuado, de acomodado trabajo y beneficio exiguo, que no aporta sensación alguna, ni álgida, ni absorbente ni afortunada en su entretenimiento.
Porque, para ser “un cisne negro” bursátil, civil e inversor de engaños, trampas, corrupción y malas artes en el manejo del dinero ajeno, y la conducción intencionada de éste para propio beneficio, a través de esos asesores mundiales que deciden cuando baja y sube la noria de una intangible y desconocida bolsa, éste es tan suave, ligero e inofensivo que se transforma en un incompetente secuestro, de aburrido circo mediático, que apenas logra un digno share de pantalla.
Foster encara su objetivo de rodaje hacia el tan sonado y amañado mercado de valores, sin escrúpulos ni piedad hacia las personas, para acabar
dirigiéndose hacia la avaricia particular de un individuo que se confiesa pecador no arrepentido, todo desde esa ineptitud de un desacreditado captor, de un forzado consejero televisivo de finanzas y de una frígida directora de programa, pero nada ofrece un aliciente mayor que el observar como anoréxico mirar, habiendo oído la lección expuesta ya antes con mayor atractivo, complejidad y acicate; excesiva simpleza y liviandad, para tan suculento tema y actores tan sugestivos y dispuestos.
No invita a la reflexión, no crea polémica, no establece rotunda crítica, no abre entusiasmo verosímil, no entretiene más allá de rellenar los minutos y pasar el tiempo con evidencia de hambre no colmada por la escasez de la oferta; no hay estrés, ni nervio ni ansiedad, únicamente una predecible trama, contada anteriormente con mucha más perspicacia, eficiencia y voluntad.
“¿Cuánto vale mi vida?”, poco, visto lo visto; no hay socorrida humanidad, no hay preocupación agónica, no hay incertidumbre resolutiva, no hay debate
capitalista, únicamente dos guapos y simpáticos actores, queridos por el público, que se pasearon por Canes con expectación inmerecida, dado el argumento tan pobre y mediocre que tenían para exponer, pues este maestro del dinero tiene poco que enseñar en tan desmotivada clase.
“Entré sabiendo que no iba a salir”, farol de un perdedor, tan grande como la estafa de esta comercial venta.
No esperaba gran cosa, aunque ¡tampoco tan poco!

Lo mejor; el nombre de las estrellas que llaman a taquilla.
Lo peor; el escaso aliciente que genera.
Nota 5,1


jueves, 18 de agosto de 2016

El caso Fischer

"Pawn Sacrifice" (El sacrificio del peón) narra la historia de la preparación y del legendario enfrentamiento por el campeonato del mundo entre Bobby Fischer, campeón de ajedrez norteamericano, y el campeón soviético Boris Spassky. El duelo, que tuvo lugar en 1972, en plena Guerra Fría, fue mucho más que un conjunto de partidas para conquistar un campeonato; prueba de ello es que captó la atención televisada de todo el mundo.


Magistral y lúcido en el juego/tormentoso y ofuscado en el resto.

Para alguien que no sabe nada de ajedrez, de estos jugadores o del resultado de su enfrentamiento, ha sido una experiencia curiosa, divertida y loca conocerlos, pues parece todo un confirmado cliché que, para ser un genio único y excepcional en una materia, debas poseer cierto porcentaje de locura, cierto grado de paranoia y un toque personal, extravagante y lunático, que confirmen se está ante un individuo insólito y extraordinario, todo un portento de visionada inteligencia para el juego, que a la vez es auto destructivo y desequilibrado en su personal existencia, como seguro sello de su grandiosidad, arrogancia e inteligencia superior al resto.
“La tercera guerra mundial sobre un tablero de ajedrez”, en el pasado rusos y norteamericanos compitieron por la luna, en otras el deporte también ha sido motivo de enfrentamiento patriótico, ahora toca bajar a la gravedad de una tierra cuyos dos protagonistas frotan sobre la inestabilidad de sus cabezas, esas prodigiosas mentes que les abren camino en los momentos cruciales y les abandonan en los sencillos y asequibles de la vida rutinaria.
Concentrarse en un punto hace que desaparezcan los acechantes fantasmas que se mueven alrededor con perturbada insistencia; un juego, en apariencia sencillo, que esconde una inagotable madriguera de opciones y posibilidades, donde conviene la calma y paciencia, pero quebrarse siempre está tentando el
hilo de una rotura, que explota cuando menos lo esperas, hacia lado insospechado.
Mucho más que una victoria o derrota, mucho más que una partida entre dos rivales finalistas; es sorprendente e interesante conocer a Bobby Fischer, estar pendiente de su excéntrico paso siguiente, una historia real que narra los acuciantes y destartalados previos hasta llegar a esa sexta partida del Campeonato Mundial, minutos grabados y memorizados en la memoria de fanáticos de este señorial juego, como la mejor partida de todos los tiempos, inesperada apertura para enrevesado cuerpo, donde la turbación y desasosiego de su contrincante fue la tónica media.
Cuando se nace con un don perturbador y agraciado/habilidad angelical y endemoniada, que marca la personalidad irracional de una mente que se mueve según su propia lógica; revolucionaria música, entrañable y pegadiza, representante de una época revulsiva y atrevida donde nada permanecía estable, para un diferente biopic que desgrana las entrañas, agudas y corrosivas, de un deporte mental de
estratagemas, cálculos y riesgo de elegir una senda y ver dónde lleva el camino.
Ilustra, entretiene y recuerda, deja constancia para que, por todos se sepa, el devenir esquizofrénico de un brillante del ajedrez con problemas de socialización y estima en la vulgar vida; un incisivo y meritorio trabajo de Tobey Maguire, quien participa también de la producción de un relato esquivo y disonante, extremista y centrado, por tiempos alternos, que gusta y ameniza con fisgoneo válido.
Concisión y albedrío en los hechos se combinan, más una perspicaz interpretación que te seduce y envuelve en su razón refrita; sin comparativa veraz con la realidad vivida, que desconozco, lo elaborado es atractivo y ocurrente, funciona con espléndido
reclamo ante tan divergente y altruista anzuelo.
Graciosa y plácida, apuesta por la irreverencia, arrogancia y maestría de Fischer, un sabio con una meta que se perdió tras llegar a ella donde, no sólo sacrifica a su peón, sacrifica su vida entera.
Bobby Fischer era puro ajedrez, cuando jugaba todo era fácil y accesible, pensar, deducir y arriesgar, pero desaparecía cuando se retiraban las fichas y el tablero se guardaba pues, su punto fijo y estable se multiplicaba en infinitas conexiones descontroladas, de imposible cálculo.
“Odia las tablas”, o como el pide o nada; para ser campeón se ha preparado desde niño, el resto no importa.

Lo mejor; Tobey Maguire y el viaje a la cabeza de Fischer.
Lo peor; las libertades que se toma respecto la veracidad formal de los hechos.
Nota 6,3