martes, 23 de agosto de 2016

El hombre que conocía el infinito

Narra la historia de Srinivasa Ramanujan, un matemático indio que hizo importantes contribuciones al mundo de las matemáticas como la teoría de los números, las series y las fracciones continuas. Con su arduo trabajo, Srinivasa consiguió entrar en la Universidad de Cambridge durante la Primera Guerra Mundial, donde continuó trabajando en sus teorías con la ayuda del profesor británico G. H. Hardy, a pesar de todos los impedimentos que su origen indio suponían para los estándares sociales de aquella época.


Tan académica, que anula la vitalidad del genio matemático.

Dudo mucho que salgas con la sensación oportuna y verdadera de la mente brillante que se está describiendo, de la importancia de sus descubrimientos y la grandeza de sus ideas y pensamientos, ese imposible parar de pensar en números, fórmulas y demostraciones, que acapara su razón y tiempo de forma constante y acosadora; la liberación de escribir lo que su cabeza dibuja una y otra vez, darle sentido y que lo conozca el mundo entero, pues es demasiado grande y necesario para quedarse únicamente en su persona.
Originalidad de procedimiento, sin base educativa previa, que se desarrolla de forma autóctona por sus propio medios, indiscutible mérito de un hombre genuino que volaba a ritmo avanzado en su compleja imaginación, ya que veía el cuadro finalizado donde otros no veían aún ni los colores ni la pintura, menos aún su perfecto orden de magistral simetría.
Dev Patel hace una labor concienzuda en la plasmación de tan ilustre personaje, pero todo queda en esforzado trabajo práctico, cuya alma nunca se siente ni aspira con rotundidad válida; demasiado rígido, técnico y estrecho de miras su formato, se ciñe a los datos cronológicos y al paso escrupuloso de los acontecimientos, con la lamentada objeción de no percibir al genio, de no inquietar o conmover su gran
esfuerzo, sacrificio y voluntad firme de demostrar su valía y conocimiento.
Tu impresión no queda impactada, no sales de la historia impregnada de ella, no queda en tu recuerdo lo visto, ni hay palpable estupefacción, admiración y respeto por la gran figura..., y eso ¡es imperdonable!
Porque sí lo fue, fue grande entre los mejores, con todas las dificultades y trabas que se le impusieron y los percances que sufrió por la tierra de la que procedía; Matt Brown filma un relato correcto en tiempo y sucesos/escaso y mundano en espíritu célebre y vigoroso, estéril absorción cuando ni siquiera digieres la dramática, tensa y complicada convivencia de dos sabios irrepetibles, así como su estancia en la altiva y arrogante Cambridge, y tampoco es que queda retratado el fervor de la época con estupor y enigma; lectura cumplidora y discreta que extravía la pasión y el entusiasmo, que olvida
dar a conocer a la persona con la plenitud y templanza que merecía.
“El gran conocimiento suele venir de los orígenes más humildes” y, tras verdad tan imponente y contundente, esperas un relato que te deslumbre, que te de a conocer a este sabio en toda su magnitud y grandeza, cosa que no sucede en todo su tamaño y esplendor.
El interés es acotado y restringido, dado que el estricto formato de la historia no permite una implicación enorme en ella; la observas, aprendes a pronunciar su nombre y percibes parte de la importancia de su trabajo, aunque no por lo visionado en la cinta, sino por las acotaciones escritas que se añaden y lo afirman.
“Las matemáticas no sólo poseen la verdad, sino la belleza suprema” pero, dependiendo del elegido enfoque, la verdad y su belleza se aspiran y devoran con más intensidad y estupor, o únicamente con simpleza de saber lo sucedido, sin más; lo segundo
queda claro, los pálpitos y latidos del corazón de la primera brillan por su ausencia.
El reto de estar a la altura de la imaginación y talento de Ramajudan no se ha visto, con impacto y solidez, cumplido; para ser el hombre que conocía del infinito, su película es muy limitada y reducida.

Lo mejor; Ramajudan y Dev Patel interpretándolo.
Lo peor; Ramajudan merecía una mejor película de su vida.
Nota 5,7



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