jueves, 30 de junio de 2016

La presa

Un atracador se fuga de la cárcel para buscar a su ex-compañero de celda, un asesino en serie decidido a atribuirle todos sus crímenes.


Por ser de nuevo confiado.

El fugitivo, que corre y corre desesperado, y no por probar su inocencia, que también, sino por salvar a aquellos que ama, de un error de cálculo por confiar en extraños.
Y es que, ya nos enseñan, de pequeños, a no hablar con desconocidos, y su compañero de celda lo es; por ello apenas hablan ni intercambian amistad, hasta esa necesidad urgente que le lleva a creer en la inocencia de un diablo enmascarado y perderlo todo a partir de una decisión errónea.
Solo ante los salvajes presos, solo ante los corruptos carceleros, solo ante la equivocada policía, solo en esa agónica contrarreloj llena de golpes, tropiezos, humillaciones y ese enloquecido resquemor y desconsuelo por no llegar, por hacerlo fuera de tiempo y ya no poder arreglar el grave estropicio propiciado, de posibles horribles consecuencias.
Un padre y un pederasta, preso y ex preso, ambos fuera de la cárcel por circunstancias y motivos diferentes, mano a mano en una cacería por encontrarse y ajustar cuentas; es rápida, directa y no se entretiene con tonterías, un hecho imprevisto que favorece otro, que lleva a un desencuentro y a una situación alarmante y abrumadora, de situación máxima, donde el tiempo apremia y la inteligencia es un grado por ver cuál de los dos va en cabeza y esquiva los contratiempos; todo sencillo, diestro y eficazmente ejecutado, más esa válida policía que se empeña en hacer un buen trabajo, haciendo caso de sus instintos.
Luce buen ritmo, acapara su tormento, eclipsa su rabia, es nivelado su contrapunto, su exasperación mantiene viva la tensión y llama a esa visión
entregada, con óptimo gusto, por la rectitud y contundencia de lo ofrecido.
¿Qué no haría un progenitor por su niña?, escapar, disparar, rebuscar, correr, matar..., y eso hace un sugestivo Albert Dupontel; correr, correr y correr, aguantar, resistir y permanecer vivo hasta que su pequeña se halle a salvo, no importa él como quede.
“Créeme, no soy yo el loco”, pero soy el artífice de esta sesión de acción viva y audaz, para un thriller clásico cuyo convencionalismo es su mejor baza al ofrecer, con calidad y destreza, lo supuesto y rodearse de buenos actores, en personajes claros, donde cada uno sabe su deber y lo ejecuta con talento.
Entretenimiento puro, de trepidante velocidad, que atrapa con su compás de escenas vibrantes y dirección correcta, al pasar casi desapercibida y dejar
que las imágenes hablen por si mismas, con vigor y energía, lograda aptitud que el vidente agradece.
La proie, la presa, y un depredador, papeles alternativos que cambian de mano al confirmar, una vez más, su nueva equivocación de confianza entregada; para ti será un acierto apostar por ella, como pasatiempo honesto y cumplidor en su buscada acción.

Lo mejor; un clásico talentoso.
Lo peor; que no te valga ese convencional formato.
Nota 5,7


Experimenter

En 1961, Stanley Milgram llevó a cabo una serie de experimentos sobre la obediencia en la Universidad de Yale. La investigación, planteada a raíz del juicio a Adolf Eichmann (el criminal de guerra nazi que alegó obediencia debida en su defensa durante su juicio en Israel), pretendía dilucidar la relación de las personas con la autoridad. La violencia del experimento hizo que Milgram fuera tildado de sádico y de monstruo.

Toda persona tiene siempre elección.

El comportamiento masivo sometido a investigación sociológica que intenta explicar el por qué de ciertas conductas, justificadas a través de esa obediencia a un poder superior que nos exime de toda responsabilidad moral.
Pues ese es el gran debate presente, ese seguir órdenes que nos convence de la liberación de toda carga ética, para continuar con un proceder cuya pauta no se detiene, a pesar de ese primer sentimiento de afinidad con la víctima; momento en el que surge esa actuar robótico de quien responde a una autoridad suprema que le protege de toda culpa, en esa conciencia humana que le susurra que no está bien lo llevado a cabo.
Pero no se cuestiona, no se para, se realiza sin pensar pues es un mandato de una jerarquía más elevada que nos anula como ciudadanos, o eso gusta pensar; el individuo elige pero se parapeta tras esa presión e influencia de la mayoría, para no romper el patrón establecido, sea este horrible, vergonzoso o dañino.
Seis grados de separación para la comunicación y contacto con cualquier ser del planeta, experimentos que certifican sigo instrucciones, ¡eso es todo!, para limpiar esa mente que sufre emocionalmente pero continúa actuando con ausencia de raciocinio individual, pues el sujeto desaparece ante el hábito de la masa, copia pautas y costumbres por semejanza y ansia de formar parte del colectivo y no

ser excluido por ser la única respuesta contraria a todos.
Empieza con gran interés, capta tu atención inmediatamente con disposición, ánimo e interés a escuchar, reflexionar y participar de los resultados del estudio pero, se hace algo cansino hacia la mitad cuando repite desde diferentes matices y posturas lo mismo, sin aportación extra motivante; un estancamiento leve de decir más de lo mismo, de monotonía adormecida que no empaña la labor metódica y sobria en que se sirve el trabajo de tan importante profesor, que ha trascendido épocas.
Taryn Manning como titular de un trabajo de años de constancia y dedicación, con una serenidad y rigidez propia del análisis y observación que realiza, acompañado por una eficiente Winona Ryder, como compañera de vida y apoyo en sus firmes creencias.
¿Cómo fue posible el holocausto?, ¿que tanta gente siguiera, al dedillo, las instrucciones de otra persona sin razonar o dudar sobre el bien o mal de las mismas?; tema que obsesiona a este científico, de padres inmigrantes que a punto estuvieron de ir a un
campo nazi, que trata de hallar el por qué de comportamientos autómatas donde no se siente ni asume la responsabilidad, se siguen órdenes, ¡eso es todo!
Biotopic que se centra en la investigación, no en las referencias biográficas del autor, subordinación ciega a estados totalitarios donde se invalidan las creencias, esa flexibilidad de una voluntad humana que puede ser reconducida con facilidad pasmosa; barbarie de actos que nunca admitiremos de llevar a cabo, que acaban haciéndose realidad en manos propias.
Su habla a cámara interroga e indaga en el interior de la audiencia, simpleza combinada de profesión y vida personal a un compás austero, pero exigente y contundente en su efecto de hacerte pensar sobre todo ello.
Ambiente retro para escenario teatral formado por
proyecciones, sugestión colectiva mostrada de forma desapasionada, neutra y estéril que busca te concentres en el contenido; atraviesas momentos álgidos, con otros más reiterativos una vez observado y digerido el formato y lo descubierto aunque, en general, es atractiva al exponer los datos objetivos de Milgram y su famoso y discutible experimento.
“La vida sólo puede ser entendida mirando hacia atrás, pero tiene que vivirse mirando hacia delante”, y aún así es complicado entender y descifrar el comportamiento humano. Michael Almereyda escribe y dirige un rígido y serio retrato.


Lo mejor; su contenida concisión al darle a conocer.
Lo peor; su reiteración de lo dicho, ya demostrado.
Nota 6,3


miércoles, 29 de junio de 2016

El valle oscuro

Los Alpes austríacos, mediados del siglo XIX. Poco antes de que comience el duro invierno, un forastero llega a caballo hasta un aislado pueblo de las montañas. Aparece con su cámara fotográfica, viene desde la lejana y mítica América de los indios y cowboys y se hace llamar Greider, pero nadie sabe quién es ni qué ha venido a buscar a un rincón perdido entre las nieves.


Hay cosas ¡que jamás se olvidan!

Y llegando el momento de descubrir el por qué de la venganza, la razón de la aparición de ese extraño llegado de otro continente, como que te vale cualquier historia o escusa pues, el previo a su explicación no ha logrado capturar tu interés e incógnita, por mucha lentitud y tiempo reposado que se tome para entrar en materia, como táctica de suspense y desvelo sobre el invitado y sus peculiares nuevos vecinos de acogida.
Y con las primeras nieves llega la oscuridad al valle, a ese diminuto pueblo aislado que obedece al mandato y dominio de los Brenner, familia que establece la ley y el orden a su gusto, capricho y conveniencia; pero no se afianza el martirio, ni la pena presente, ni el dolor recordado, no inician andadura ascendente de solidez consistente; muestrario que quiere hacer valer su garra y fuerza, su valor y empeño pero únicamente logra cumplir con los mínimos requisitos, para contar un relato de ajuste de cuentas contra el mal y sus aliados.
Empezando por su nada carismático/aún menos potente y atractivo héroe, pasando por el resquemor de limpiar la suciedad del pueblo que hizo valer la traición -para verse en la actualidad las caras-, más una bella y gélida fotografía, de hermosas y seductoras montañas, en un western austriaco donde el poder rivaliza con el amor, donde se cabalga y dispara con abuso de poder, donde las buenas gentes están martirizadas, donde la justicia se hace valer en ese tradicional, y apetecible, sólo ante el peligro.
Obediencia ciega y miedo inquisitivo imperan sin consuelo, hasta la venida de ese resplandor que batalla por y para la tragedia; disparos, muertes y
una orquesta final de sangre y remate para un clásico, de pocas palabras, actos ruines y abusones hechos que, sin llegar a cuajar con profundidad y calado, cumple correctamente con lo de ella esperado.
Largo, sin necesidad manifiesta, en ese decidirse a llegar al momento álgido -pues las posiciones están claras-, cada uno con su estereotipo, sólo cabe esperar a que surja la primera víctima y que, como fichas de domino colocadas con estrategia, una a una éstas vayan cayendo.
Música de fondo, para escenas ralentizadas, que pretenden encumbrar la solemnidad del suceso, miradas penetrantes que hablan lo que no se permite expresar con palabras, asumida cobardía que despierta ante la valentía de un fotógrafo paladín y, de fondo, esas magníficas y cautivadoras vistas, testigo de como todo se coloca en su sitio por voluntad de una única persona.
La llegada de un inesperado invitado, que rompe la rutina y altera la establecida pausa, siempre es sinónimo de problemas, y aquí no lo es menos; la ceremonia precedente al sonoro estallido no llega a
ser especialmente suculenta, si así el recreado fuego artificial de revancha y vendetta, extensa una/acorde la otra; Europa como escenario del aprisionamiento de una comunidad, varada en ninguna parte y al margen de todo, de hermetismo hostil, frialdad y represión para una tensión que se hace esperar, todo un clásico narrativo situado fuera de su habitual escenario y de sus presuntos convencionalismos que, con formalidad y rigor afronta su tarea.
“La libertad es un don que no todos poseen”, orgullo de llevarlo a cuestas, valentía de practicarlo, una combinación de elementos cumplidores/con otros menos satisfactorios, para una ceremonia procesional que respira pausadamente para coger ritmo; dramatismo en los Alpes del siglo XIX, con buenas actuaciones, concienzuda escenografía y una disonante combinación, donde todos poseen
personalidad propia excepto el cowboy que viene a rescatarles de la inmundicia.
No da para tantos minutos, de ahí su obligado ralentizar como emblema; cubre las requeridas necesidades, sin levantar pasión ni entusiasmo, olvida el fervor, cumple con lo previsto y se larga del pueblo ¡que por allí hace bastante frío!
El valle oscuro..., impresiona el valle, no tanto su oscuridad arraigada.

Lo mejor; un western en los Alpes.
Lo peor; le falta espesor a su negrura.
Nota 5,7


martes, 28 de junio de 2016

Dioses de Egipto

La supervivencia de la humanidad pende de un hilo, pero Beck, un héroe mortal, está decidido a salvar el mundo y a rescatar a su verdadero amor. Para conseguirlo busca la ayuda del poderoso dios Horus, con el que establecerá una alianza contra Set, el despiadado dios de la oscuridad que ha usurpado el trono de Egipto, sumiendo al país en el caos.


Carnaval disparatado, en pleno verano.

Y por fin, con valor y esfuerzo ¡la he terminado!..., y no puedo más que reír, por no llorar, de la garrula distrofia que acaban de presenciar mis ojos, y la dialéctica cerril y cateta que han tenido que oír mis oídos de forma constante, y con masacre, pues es cutre, ridícula, digna de lástima y ofensiva para todos los sentidos, incluida esa paciente razón que ha tenido que soportar y tolerar mucho más de lo esperado.
Horus, Dios del aire, su tío Seth, Dios del desierto, su abuelo Ra, Dios del sol, su novia Hathor, Diosa del amor, y un enamorado mortal que le complica o facilita la vida, según momentos y posturas; toda una inspirada muestra dicharachera, de nulidad hueca en su corazón maltrecho, y locuacidad sufridora hasta la extenuación, dada la cantidad de tonterías mediocres y bobas que se pueden recitar y observar por escena, donde es el AMOR -en letra mayúscula, ¡que las divinidades tienen más altura!, por lo visto, no acorde al tamaño de su sabiduría cognitiva-, repito, el AMOR, el motor de toda esta desproporcionada borricada, de disparate narrativo monumental, que no tiene ningún respeto por los egipcios y su fabulosa historia.
Un gigante y un enano, unidos con desesperada cola, como Don quijote y Sancho Panza jugando, bajo el sol ardiente, a una epopeya llena de desmadre y
tonterías, donde el referido dueto cómico, un inconexo Laurel and Harvy, deben aportar el humor, drama, acción y tragedia -cuatro en uno, como en las rebajas de enero-, un intento de labor sin pizca de gracia, talento, sagacidad o sabiduría.
Atragantadas interpretaciones, para diálogos patéticos, acompañados de una imagen torpe, irrisoria y escandalosamente indigna -dadas las técnicas al uso de hoy en día-, con una ofuscada e incompetente imaginación, cuya limitada inventiva no merece el mérito de su análisis y reflexión por partes pues su conjunto, desde el minuto uno, ya se presenta como una memez impresionante difícil de superar, en caso de querer hacer las cosas mal desde el principio ya que, si contando con la buena voluntad de sus directores y participantes sale esto, ¡imagina si hubiera mala fe manifiesta!
Chistosa, si te gusta el humor lacerante y triste, superficial, banal y mendruga, en perspectiva general; un constante , aunque ineficaz, tono irónico y burlón, para una guasa de fábula y festival farandulero narrado para inocentes crédulos, que
estén dispuestos a aceptar lo que sea, incluida esta payasada inútil y sobrante, soporífera e hiriente dado su desatino, vergonzosa dada su finalidad de pasatiempo y recreo, estrafalaria sea lo que fuere a lo que aspiraba.
¿Hay forma de sentir otra cosa?, algo distinto a un profundo y desabrido lamento, por la errónea elección de distracción para un tiempo irrecuperable, donde cualquier otra cinta al azar, ¡la que sea!, ¡en serio!, hubiera suplido de mejor manera tal espacio, para más inri de rematado aguante y coña, en concreto 127 largos y castigadores minutos, sufridos en las propias carnes y en una asfixiada mente que busca desahogo con la mosca que revolotea por los alrededores de la sala; ni entusiasmo, ni diversión, ni interés, ni un mínimo de apetencia por una payasada que, ni como bufón de la corte distrae, ameniza o gusta a menos que optes por darle la vuelta y encontrar el sabor a ver algo de tal calibre y grima, especialmente si te paras a pensar la animalada de presupuesto que se habrá dedicado a tan hortera gansada.
“Todos son bienvenidos al más allá” y, después de
ver la presente cinta ¡no me extraña! pues, es peor castigo quedarse entre los vivos, que pasar las fronteras y cargar dicha visión en la balanza de las arrepentidas equivocaciones y, pedir perdón, para ir dónde sea sin la maleta de su devastado recuerdo.
Y Egipto como sede de estos juegos olímpicos de la humillación, el bochorno y el vilipendio legendario, para un romeo y julieta terrenal que emociona ¡a tan inútiles, tontainas y necios dioses!
“¡Nada puede complacerme!” ¿y te sorprende?, tal vez por ello lideres, Gerald Butler -que para una vez que haces de malo altísimo ¡te has lucido!- este patoso cuento de caricatura grotesca, deshonrosa e insultante.
“Dioses de Egipto”, ¡para vosotros también ha sido un martirio!; ¡menos mal que me compré palomitas!
Posdata..., ¡qué ha gusto me he quedado!, ¡menos mal que aún me queda su machaque por escrito!, ¡algo compensa!

Lo mejor; el sacrilegio acaba.
Lo peor; la narración de la cinta.
Nota 4,1


domingo, 26 de junio de 2016

Desde allá

En medio de la convulsionada Caracas, Armando (50), dueño de un laboratorio de prótesis dentales, busca a hombres jóvenes en paradas de autobús y les ofrece dinero para que lo acompañen a su casa y observarles. Al mismo tiempo, Armando tiene la costumbre de espiar a un hombre de edad avanzada. Un día Armando se lleva a casa a Elder, líder de una pequeña banda de delincuentes juveniles. De este encuentro nacerá una relación que los cambiará para el resto de sus vidas.


Golpea, tras domar a la fiera.

Extraño personaje, extraño proceder, extraño entender su interior, extraño conocer sus apetencias, extraño hacerse con él, extraño descubrir sus verdaderas motivaciones pues ¿estaba todo premeditado o, va sucediendo según sale al paso de los acontecimientos? Complejo es su adjetivo.
No es fácil ni gustoso acercarse a tan solitario ser, hombre maduro, que actúa misteriosamente sin cambiar el rostro ni variar su ánimo; automatismo, de repetición cíclica, que se ve interrumpida por la erupción de un joven muchacho con quien establece una relación opaca, de desconocido generoso a desesperado pillo, y que irá evolucionando hacia una confianza y fraternidad que despierta sentimientos inesperados, de viveza emocional y fidelidad extrema, que desemboca en una particular relación que oculta más de lo que parece.
Pardillo que no lo es tanto/listo más inepto de lo que piensa, encaminada estratagema donde el patético cuarentón, de muda mirada y palabras escasas, resulta más interesante y enigmático de lo que en principio muestra; revelación que lleva su tiempo y calma, paciencia y sumisión en un relato lento, seco, pesado e intratable, de apenas explicación o intercambio de aclaratorios diálogos, que demanda observación neutra, sin la molestia de esas preguntas pertinentes que tu mente elabora al comprobar tan chocante y singular conducta práctica, pues la teoría
sugestiva sólo la conoce el sujeto en cuestión y no será revelada hasta ese segundo final, donde toda tu previa opinión conformada se verá tambaleada por su última insólita jugada.
Porque está jugando de forma anónima y con certera cara de poker; Lorenzo Vigas expone a un individuo, indefinido e impreciso, que mueve los hilos con esa hábil técnica de hacer creer al otro que es él quien domina, quien decide, aventaja y lleva la batuta de una pareja ganada a partir de darlo todo, sin demandar nada.
Pero lo hace, y ¡hasta qué punto!, con esa sencillez, parsimonia, entrega y voluntad de no pedir, dejar que el otro sugiera, de forma feliz y voluntaria, como pago de esa gratitud, afecto, complacencia y miramiento por quien te acoge sin exigencias.
Igual de chocante va a ser la evolución de una audiencia que no se siente involucrada en su inicio, que se aburre intentando asimilar al individuo, que
no encuentra entusiasmo ni acicate en su compañía, que trata de envolverse y complicarse con la situación vivida, con su seguida, con su disyuntiva pero, sus protagonistas no lo ponen accesible ni cómodo; actuaciones naturales para un sagaz y astuto zorro, que se deja domesticar siendo un depredador con piel de cordero, más un fogoso e impetuoso chaval que no conoce realmente el bosque, de mezquina hierba, donde se está introduciendo.
Vale la pena ese aguante, ese contemplar, analizar y esperar descubrir a los interventores de una historia bonachona y estéril, que posee un alma perversa y egoísta en su interior.
Difumina la imagen para confundir, amansar y llevarte por ruta elegida, hasta focalizar su centro en
la verdadera cuestión de fondo.
Vas a necesitar ese sexto sentido, que tan inútil fue en tan recordada película, cuya nota decisiva no surgirá hasta ese acto conclusivo, donde toda la trayectoria cambia, pero vale la pena la confusión y apatía previas..., ¡descúbrelo!
“Desde allá”, y desde acá, sin ser visto.

Lo mejor; cuando descubre sus cartas.
Lo peor; la partida es desabrida y cargante.
Nota 6,3


sábado, 25 de junio de 2016

The midwife

Retrata el romance entre una partera lapona y un oficial nazi de la SS, en el contexto de la Guerra de Laponia que enfrentó a los ejércitos de Finlandia y Alemania entre 1944 y 1945.


Necesidad y desesperación, entre dos buenas personas.

¿Cómo escapar del infierno donde naces y al que estás destinada? Yendo a otro infierno a buscar una salida.
Y así acaba Katilo en el campamento, donde la barbarie y sin piedad se mezclan con la esperanza del cariño y su abrazada compañía, para componer un artístico relato atroz y salvaje, triste y demoledor donde se abre paso el hallazgo de una perdida razón, que se rindió a la locura y agonía, y ahora encuentra la dignidad de una promesa que debe ser cumplida.
Con un comienzo desgarrador, lento y poético Antti Jokinen inicia la cautivadora historia de una partera lapona, mujer fuerte de la época que halla el amor en medio de una brutal masacre, aquella que practican los alemanes en tierra finlandesa con el permiso de un poder que les permite tratar a las personas como ganados e investigar inhumanamente con ellas; baile atronador que juega a ralentizar las escenas más extremas, tanto de horror como de alegría, más esa pasión y entusiasmo que nacerá entre una pareja, extraña y desigual, que comparten el dolor sufrido y el rechazo endemoniado de lo vivido.
“Soy culpable de muchas cosas pero no de falta de amor” entre dos ángeles que trabajan para el diablo, llegando a realizar una desahuciada crueldad cuyas pesadillas siempre agobian; pero es la guerra, su martirio y hambre están presentes, se sobrevive y obedece, se engaña y traiciona, a todos menos a esos corazones que prometieron reunirse en caso de separación obligada.
Espíritus sangrantes llaman a la puerta con escenas vigorosas de muerte, ansiedad, placer y búsqueda de
ese milagro que permita la vida amada entre tanta devastación moribunda; auxilio, escape, temor y valentía, todo en misma partida a una única carta, esa que se alarga como la mezquina sombra del mal, queriendo devorarlo todo.
Espeluznante y bella fotografía combinada a recesos intermitentes, esos que transcurren desde el odio a la cordura, desde la aniquilación hasta el beso más anhelado nunca recibido; amantes que se descubren entre la inmundicia, como reflejo de esa convivencia entre extranjeros enemigos en país inquieto, que da lugar a relaciones y descendencia no reconocida ni perteneciente a ningún lugar pues son de nadie, son de ignorada procedencia.
“No haré el trabajo de satán por ti nunca más” expresa contundente una firme y concisa Krista Kosonen, mujer sólida, fuerte y enérgica que elige su camino y espera el cumplimiento del compromiso adquirido; voluntad de oferta para un argumento
destructor que aniquila sin compasión, dejando un mínimo resquicio para ese grato indicio de frenesí y arrebato que se confirma en emociones irresistibles, nunca conocidas/jamás olvidadas.
“Perdóname si muero”, búscame si resisto, recuérdame donde quiera que estés, no olvides lo que compartimos; late con intensidad al tiempo que escupe sangre, arranca la tranquila visión de un plumazo con sólo acariciar su impactante inicio; duele e ilusiona, atenta y aprisiona, un choque visual, de maligno engranaje, que permite el nacimiento de una pareja y sus férreos sentimientos, base de aguante y resistencia, valor y ruta por volver a sentir el amado cuerpo y sus candorosos abrazos.
Dispara a la mente, para ametrallar al espíritu con su
incesante derroche de torturas verbales y atropellos físicos; incomoda y turba la mirada, irrita y succiona al oído, todo para dejar constancia de su real historia de amor.

Lo mejor; el robusto registro del papel femenino.
Lo peor; tan demoledora en el horror/tan tímida en el romance.
Nota 6,7


viernes, 24 de junio de 2016

La leyenda de Barney Thomson

Barney Thompson es un torpe y tímido barbero que trabaja en una peluquería de Glasgow. Lleva una vida mediocre de soltero empedernido, se siente ninguneado en el trabajo y en casa, donde debe lidiar con una madre dominante. Su rutina sufre un cambio inesperado el día que su jefe le comunica que lo va a despedir por su incompetencia y por su mal talante con los clientes.


Aciagas injurias y agravios.

Las comedias de guión ácido e irónico, a la vez que burlón y estrafalario, plantean el dilema de haber apreciado su punzante verborrea, pero que se escape el humor que se supone va acompañado a ellas; esa sensación frustrante de entender el chiste, pero que su práctica no haga ni gracia y que puede provocar el absurdo de forzar una risa que, voluntariamente no está dispuesta a salir, por ella misma.
La sala entera se está divirtiendo, hay carcajadas dispares y tú sólo puede admitir no-está-mal pero, ¡no es para tanto!, desconexión que se agudiza conforme sigues observando y reflexionas sobre ella.
Así que con el miedo de no experimentar ni disfrutar de ese supuesto recreo asegurado, con la querencia de un tiempo grato y distendido/el temor de no lograrlo y que la broma y payasada, que tanto gusta a la mayoría, pase desapercibida y nublada para la presente acudo a verla aunque, no está mal ser de grupo reducido y exclusivo, ese que no falsea por encajar con la opinión de la mayoría.
Y se confirma el fiasco de velada anticipada, al observar los caóticos accidentes y sus torpes movimientos sin sorna ni retintín, únicamente cháchara loca, sin incentivo ni entusiasmo en su majadera aventura.
Y es una contrariedad que se cumpla dicha intuición, previa a su visionado, desencanto que la fantástica Emma Thompson no da para compensar a pesar de
su excelente trabajo y la picardía de su personaje pues, el principal, su nefasto hijo el barbero, se escribe con esmero de crear ambiente incisivo y sarcástico en su locuacidad y andadura pero, no halla gloria, ni siquiera remate con eficiencia a pesar del esfuerzo nulo de Robert Carlyle quien, siendo correcto en su interpretación, nunca crea brizna ni aura satisfactoria que alegre y aplauda haberle conocido.
Lidiar con esa molestia de observar y deliberar sobre sus diálogos, sin que una mínima sonrisa o grata mueca distendida surja entremedias es cansino y agotador, pues has elegido como distracción una comedia, cuya diversión y fanfarria están acabando contigo.
Duras palabras, lo reconozco pero, es la conclusión de siempre, esa que sobre papel escrito es meritoria y contundente en su ingenio y ocurrencia, pero cuya práctica no provoca dicho talante, sino una visión apagada de quien oye agudas sentencias sin sentir
nada, ni su fresco acicate, ni su vertiginosa adrenalina.
Hilaridad negra que Carlyle, metido a director novel, no sabe ejecutar con maestría y audacia, transita por el rocambolesco mundo de la muerte, de las amputaciones, de la incompetencia policial, del resquemor profesional, del dictamen materno, de la bestialidad inocente, de la amargura ofensiva..., sin demasiado talento pues, pretende mucho más de lo que consigue perpetuando una sensación de fallo variopinto, a pesar de sus groserías y excentricidades.
Creerse gracioso no es tener don para el rodaje de una historieta anecdótica, guión que evidencia falta de profundidad y acierto en sus intenciones humorísticas; apremiada chistosidad británica, escocesa para más inri, que de tan evidente muestrario anula la capacidad de que ésta se forme y
disfrute, su portavoz, de ese prometido humor que se deja caer en la sinopsis y en su confeccionado tráiler.
Lo siento Barney thomson, no das para leyenda, ni levantas apenas interés, a pesar de tus involuntarias aspiraciones a matón imprevisto; génesis de un grotesco monstruo, que no inspira adoración ni adulación alguna.
Intrascendente en su exposición, cohesión y réplica; de tanto forzar la situación, la fastidia.

Lo mejor; Emma Thompson y Ray Winstone.
Lo peor; falla como comedia.
Nota 5,5



jueves, 23 de junio de 2016

Heist

Un padre no tiene los medios para pagar el tratamiento médico de su hija. Como último recurso, se asocia con un codicioso compañero de trabajo para robar un casino. Cuando las cosas van mal, se ven obligados a secuestras un autobús de la ciudad.


Excesivas ramificaciones, para ser padre del año.

De Niro de mafioso como que le pega más, está más habituado a dicha firme personalidad por costumbre repetitiva, aunque en este caso hay tendencia ligera a no componer al capo con la contundencia merecida; está en las últimas, lleno de lamentos y penas, intento de reconciliación con sus errores familiares que no acaba de funcionar ni cuajar, ni para él ni para la audiencia pues, aunque están todos los ingredientes que cuentan, su uso, profundidad y revelado manejo, en su supuesta situación tensa, se queda en un abanico de claras intenciones que no osan ir más allá de ese consumo tenue y acomodado cuyo efecto no inquieta, no altera, no crea misterio sobre su evolución ni tira de la cuerda lo suficiente para que, el casino flotante y todos sus tejemanejes, te atrapen con adoración convincente.
Y es que “yo estoy al cargo”, pero no es rotunda la impresión recibida, por mucho que insista con esas frases prototipo, de categoría veterana para el género que trata; “nunca dejes que nadie te robe a ti, es señal de debilidad, agujero en las cañerías por donde tus enemigos tratarán de colarse”, que suena a lección vieja conocida, de amenaza neutra, teniendo en cuenta qué ilustre afirma dichas sentencias.
El guión peca de tocar muchas teclas, sin confirmación ni decisiva parada en ninguna de ellas; que si “robar a Pope es un suicidio”, que si “quien dijo que el amor no se puede comprar no tenía suficiente dinero” -¡que manera de vapulear a los beattles!-, que si un socio de negocios turbulentos que ejecuta las palizas, que si cuestionamos
el funcionamiento financiero de la sanidad y sus políticas, que si el héroe en duda toma vestigios de un Denzel Washington más glorioso de otra época, que si su compañero -de errónea aventura- llega para fingida pose de escasez realizada, que si por momentos recuerda a la mítica Speed pero sin su talento e inteligencia, con un formato humanitario de fondo que no coagula ni emociona ni se solidifica como debiera, más esa resolución altruista, de fondo bonachón, gracias a una poli que razona y juzga propiamente pasando de las órdenes del jefe ya que, el malo es un bueno en difíciles circunstancias, ¡hay que comprenderlo! que, con todo, no convence, únicamente remata lo que era un mirar sin sentir ni apenar, menos revolucionar al vidente, cuyo deducción cede y abandona pues no hay materia, no vale la pena.
Y es que se trata de una más en el haber de Robert de Niro, ¡sin más!, que se dudara si mencionar en su futuro homenaje; un digno Jeffrey Dean Morgan, sobrio y esforzado en su papel de padre desesperado/ex combatiente de torpes decisiones/desfalleciente
malogrado en el presente cuyo personaje no da para mucho -le dan emociones, de pasado angustioso, sin calidad narrativa para ser expresadas-, con un recorrido sin secretos, que abarca en exceso para tan pobres lineas.
Porque su argumento tiene intenciones obvias de ser un avalado clásico, quiere cumplir y gustar pero, abarrota el escenario con un escrito sin carácter ni aptitud para abordar, con cualidad, todo lo pretendido; es de rango inferior, y tal vez en ese sentido se la pueda excusar y aprobar pero, quieras o no está de Niro, hay un casino y un drama sentimental en el interior de tanta soltura de dinero, amén de que es esperado acción acelerada de robo cometido; por tanto, sin evitarlo y con exigencia de demanda, deseas más y mejor, tanto en su validez como vigor.
Típica para pasatiempo temporal y moderado, de nimiedad obvia, pero aún así sabe a poco, a limitada en su entretenimiento.

Lo mejor; de Niro y los buenos propósitos de inicio.
Lo peor; compone una cinta 
estándar que no satisface.
Nota 4,7

miércoles, 22 de junio de 2016

Entre amigos

Richard, Gilles y Philippe han sido amigos durante casi medio siglo. Un verano, deciden hacer un viaje en yate a Córcega con sus novias. Pero la convivencia a bordo no siempre es fácil. Especialmente porque cada pareja tiene sus propios problemas, pero también porque tendrán que afrontar cambios inesperados en el estado de la mar.


Fraternal tempestad.

Un titanic en potencia, con toda la gracia, encanto y simpatía de ese avenido grupo de amigos, ya entrado en años y sobrado de tropiezos y aventuras, que funcionan magníficamente en pantalla.
Las esperadas vacaciones, que empiezan con ese mal pie de la tirantez e incomodidad de una joven intrusa, que sustituye a una querida veterana; armonía dulce y alegre, de plantel externo, que vaticina la esperada tormenta sentimental de arraigo interno -aparte de la del mar embravecido-, esa que surge de forma natural tras esas charlas inofensivas que, con unas copas de más y unos cuantos cabreos acumulados, se convierten en golpes directos a la persona, en irritante tirachinas de verdades a la cara, difíciles de ocultar, ingratas de soportar e hirientes para un corazón dolido y un alma cansada de la situación presente.
Espléndida armonía de un grupo de actores fantástico -ellos de sobra conocidos-, que se coordinan con esa inteligencia y habilidad de ser buenos en su trabajo, y que una audiencia agradecida observa y valora en todo momento, con unas vistas magníficas de apoyo para un plan de relax y diversión, el cual va cediendo al estropicio y al caos cada vez más ridículo y estrafalario, hasta crear un absurdo de cachondeo espontáneo y jarana bulliciosa por parte de ese guión estratégico que, sin ser ninguna maravilla y partiendo de un planteamiento cotidiano, muchas
veces utilizado, desenlaza en un humor sincero de
sonrisa a bordo, carcajadas esporádicas y amenizado ambiente, para esa charlotada en que se convierte una reunión de amigos que hace tiempo ni se ven ni coinciden.
Es entretenida y salada, de dialéctica chistosa y jovial espectáculo, alboroto desproporcionado de sentencias ocurrentes y torpeza como comandante, payasada que no conoce la medida adecuada pero logra un escenario teatral dicharachero, gustoso y ameno; nada no visto, nada original y meritorio pero, logra un camarote de los Marx a bordo de un barco flotante que provoca risa y que te embauquen, a gusto, en sus tonterías.
Busca agradar y compenetrase con el público, y sobradamente lo logra con buena aptitud y demostrado talento; certero grupo de colegas, ya maduritos, para dar rienda suelta a los resquemores, las rencillas y el malestar de años, pequeñas mentiras educadas de inicio, que desembocan en tormenta sincera de agravios bajo una hermosa puesta de sol, anticipo de ese temporal huracanado, ideal para el desmadre y la fanfarronada incesante.
La fórmula funciona y ha sido utilizada en múltiples
ocasiones, emociones pendientes de estallar e inundarlo todo con su perverso proyectil de dar donde más duele, y que el merecido pasatiempo surja con placer y recreo de consumo; estereotipos clásicos que se mueven como adolescentes impertinentes, con sentencias ingeniosas que no descubren nada nuevo pero, dentro de su explotada sinopsis, es distendida, es agradecida, es afable, es festiva.
“Un barco es como un amigo, sabes si puedes contar con él”, la fachada es bonita, suntuosa y de generoso aspecto, conforme entre en mar empieza a dar traspiés y a mostrar sus primeras debilidades para acabar hecho añicos e hundiéndose, pero sin perder la chispa y su donaire, soltura cordial de mucha parranda, para positiva sesión de cine de confort garantizado..
Las excelentes previsiones se van por el desagüe, todo sale mal y se apuesta por ver quién hace más estupideces; no es una elegante y sofisticada comedia francesa pero, te estás riendo, ¡es lo que cuenta!

Lo mejor; la simpatía que despierte, la risa que provoca.
Lo peor; el cliché de sus personajes.
Nota 5,8


martes, 21 de junio de 2016

Más allá de las montañas

China, a finales de 1999. Tao, una joven de Fenyang, es cortejada por sus dos amigos de la infancia, Zang y Lianzi. Zang, propietario de una estación de gasolina, está destinado a un futuro prometedor, mientras que Liang trabaja en una mina de carbón. Su corazón está dividido entre los dos hombres, y debe tomar una decisión que sellará su destino y el de su futuro hijo.


Tres puntas, para un desganado triángulo.

Te quedas absorta pensando en lo no visto, meditando sobre lo obviado y recapitulando lo mucho pasado por alto; no se si como experiencia sugestiva, de relleno intelectual propio, o como técnica reflexiva alentadora, para dejarte conmocionado y recapitulando sobre ella.
Tres tiempo distantes, acto triangular que va desde 1999 al 2014, y desde éste al 2025, con tres formatos cinematográficos distintos y con una banda sonora clave para entender el momento y la transición vivida, desde ese puntero de guitarra clásica para la meditación y duda, la tristeza y el dolor de la elección hasta Pet Shop Boys y su fantástico “Go west”, para la celebración de la vida y su alegría; todo ello con una fantástica Tao Zhao, que protagoniza los dos primeros tercios, dejando el revolucionario último a la aparición de un imprevisto joven, desorientado, con mucho que desandar.
El amor, las decisiones, los errores y la soledad, amargura de pena infringida, abrazada por un estatus económico que no logra paliar la desgracia, el abandono y el encierro de quien se alimenta de añoranza y buenos recuerdos, incomunicada en su voluntario retiro, hasta ese salto temporal a un inconexo hijo que ya no tiene vínculos, ni memoria, ni ilusión, en búsqueda de una libertad emocional
que le atrapa y condena, más que darle paz y tranquilidad.
Todo ello con esos tres anodinos lapsus, correspondientes a los años transcurridos entre las épocas clave elegidas donde, no se cuenta nada del por qué o de la evolución sufrida, simplemente apareces en la determinada fecha y ¡paf!, nueva situación/nuevos acontecimientos.
Y, aunque reconozco que esa es la originalidad cautivadora de la cinta, también es un tormento y suplicio para la audiencia, pues te aísla y fuerza a ser una incomprendida receptora que al no entender, saber ni obtener respuestas a las muchas lagunas, se distancia y cede en interés y apetencia por ella.
Porque estar en una clase y no comprender al profesor hace que resulte más estimulante mirar por la ventana que oír una historia sin correlación ni nexo seductor y, aunque “observar lleva su tiempo”, pasar de la disputa de jóvenes, en las minas de carbón, a los adultos ya curtidos en manejo de petróleo, a una Australia que desprecia su apellido y nombre chino no llama ni apela a la razón cognitiva; simplemente miras, aunque cada vez con menor atención, pues te has perdido el hilo nunca narrado, para Jia Zhang Ke prescindible en la belleza de su relato, para la presente necesario para no quedarse varada, en
medio de ninguna parte, sin resolver nada.
Desconcertada devastación expuesta sin anhelo, con gelidez pálida y curtida experiencia del cataclismo padecido, momentos decisivos que inclinan la balanza y marcan la pauta del destino dejando de lado, y como inútiles, el relleno de aquellos tantos otros que se dan entre medias.
Género dramático que busca novedad expresiva y alternancia narrativa, como base para su florecimiento y aprecio exquisito, y que transcurre desde la esperanza y deseo de todo por vivir, al olvido y pérdida de la memoria, con esa nueva identidad intercalada de súbitos déjà vú que indagan y perforan en el pasado; un volver a la tierra, a la lengua, a la clase obrera con hastío y lentitud, desapego y escisión, que terminan por coronar esa actitud desabrida de quien quiere estimar e involucrarse pero, no hay manera por mucho que lo intente y se esfuerce.
“Lo más difícil del amor es la atención”, pero por mucho que el destinatario ofrezca ésta, con gusto y querencia de beneficio argumentativo, el emisor es tan negado en su competencia discursiva que logra
nos se sienta el amor, que no emocione el sufrimiento, que no turbe la desgracia y que el sentimiento final sea de negligencia, al no poder afirmar haber disfrutado de ella.
Singularidad, de torpe desilusión, es la contrariedad que te deja.

Lo mejor; Tao y su interpretación solemne.
Lo peor; el cansancio y agotamiento de no conectar y sentir indiferencia.
Nota 6,1



domingo, 19 de junio de 2016

Espías desde el cielo

La coronel Katherine Powell, una oficial de la inteligencia militar británica, lidera una operación secreta para capturar a un grupo de terroristas en Nairobi, Kenia. Cuando se da cuenta que los terroristas están en una misión suicida, ella debe cambiar sus planes de 'capturar' por 'matar'.


Guerra a control remoto.

Es difícil agrupar en un adjetivo los sentimientos que genera, en un sustantivo la algarabía de sensaciones que supura tu cuerpo y medita tu mente pues, es tan amplia la polémica y tantos los puntos de vista, ninguno absolutamente inocente o culpable, que te tambaleas en un mar de confusión y duda, de aceptación y desprecio que se intercalan y mezclan sin descanso ni permiso ya que, abrazas todas las posturas, cada una con su razonado debate y evidente acierto de enfoque en esa carrera de suspense a contrarreloj, con tibia tragedia incluida, que te lleva a meditar y especular por cuál de ellos te decides, cuál sería tu aptitud dado el caso, si la de los que ceden la pelota por no querer acarrear con el peso moral de la autorización dada o, de los que deja de ver ese mínimo daño colateral y se apoya en la estadística matemática de salvar a muchos más.
Porque ahí reside la cuestión, la importancia de una vida anónima, angelical y pura, para detener una operación militar de alto grado, un presente indemnizado o abatido por una real probabilidad, próxima a ejecutarse con horribles consecuencias sintomáticas; conciencia combatiente en ese interesante, agobiante, curioso y complicado sistema de mando, donde se procede a consultar a
superiores, una tras otro, para ver quién tiene la valentía de asumir su cargo y tomar la decisión correspondiente al mismo, poder que acojona y asusta por las consecuencias propagandísticas de no querer nadie comerse el marrón de la culpa pública.
Pero siempre hay alternativa para esquivar la situación y que los datos se decanten a favor pues, como abre certeramente la cinta “en la guerra, la verdad es la primera baja”, sentencia dictatorial ejecutada a rajatabla que, en su peculiar antecedente, expone un abanico de frentes dispersos, todos coordinados, con el único objetivo de llevar a cambio la misión encomendada, aunque ésta cambie de finalidad resolutiva dada las nuevas circunstancias.
“Tu trabajo es ser sus ojos en el cielo”, y así se muestran los nuevos métodos y armas de los actuales conflictos bélicos, esos que se juegan desde una cómoda silla de despacho, con café y bollos, mientras el piloto comandante se halla en un cubículo portátil, en Nevada, jugando a los marcianitos humanos con una pantalla, una cámara, un control
remoto y una discutida orden, complicada o sencilla de asumir, según se mire.
Porque hay controversia, hay discusión, hay rechazo, hay acuerdo, todo tan palpable y tan distante, tan impersonal y frío, inquietante y necesario; debate ético que no deja a nadie indiferente mientras la inesperada pequeña, motivo central de toda la contienda, sigue vendiendo panes, en la esquina de su barrio, con esa ignorancia de no saber la gran presión, incertidumbre, enfrentamiento y colisión de mandos que está provocando, por obedecer a su madre.
Y cualquier decisión, de avance o retirada, tendrá sus consecuencias, ninguna buena para ningún caso, y estupefacta oyes las conversaciones que dan a lugar, inquieta percibes la tensión de lo que hay en juego, con sinceridad entiendes a cada uno, con tristeza corroboras que hay que postularse, con conocimiento de causa de que no existe área segura que libre de la responsabilidad de decidir o callar, se asume la autoridad que va acorde al traje y los galones.
El precio de la guerra, siempre justificado, tal vez por
ello habría que evitar llegar a ella pues, una vez puesto en marcha todo el conglomerado de procedimientos e instrucciones alguien saldrá herido, y suerte si sólo cae uno pues, se cuentan por mayoría desechable esos peones caídos involuntariamente en el arte de la guerra; ésta y sus tácticas han cambiado, y mucho, con el uso de las nuevas armas técnicas, lo que da escalofrío pensar es el día en que los del otro bando posean esas mismas formas de combate, y la baja en cuestión sea tu hija jugando en el patio de tu casa.
Buenos y malos, todos mezclados/ninguno limpio, un guión certero en su blanco a las emociones, puntero en atacar la moralidad de la audiencia, decisivo en crear argumentos a favor y en contra, todos unidos sin apenas distancias; dos actores sobresalientes, Hellen Mirren y Alan Rickman, que pasan a segundo plano dada la importancia del intercambio dialéctico y
la reflexión que conlleva, aguda, cínica e intolerable pero real como la vida misma, y la situación actual que la sociedad soporta.
Ojos en el cielo que espían y deciden quién continua viviendo, qué se deja a riesgo, quién es amenaza, qué ciudadano es prescindible, cuál debe salvarse..., importa el color de piel, importa la procedencia, importa quién tiene turno esa mañana, importa lo que diga el informe, importa lo que se cuente a la prensa, importa lo que trascienda de esas agónicas horas, para salir todos indemnes y legalmente protegidos..., lo que ya no importa es una pequeña niña vendiendo panes, en la esquina de su barrio, como le había dicho su madre.
La ventaja o martirio, beneficio u horror de tener espías en el cielo, de ojos autómatas pero pulsador humano.

Lo mejor; la habilidad de la dirección y su escrito para aspirar y devorar la cinta.
Lo peor; su postulado de tragedia humana es débil.
Nota 6,4



sábado, 18 de junio de 2016

Life's a breeze

El film cuenta la historia de una familia en su búsqueda de una fortuna perdida por las calles de Dublín.


Un bote de un millón de euros.

Una anciana, un colchón y los ahorros de su vida, la gracieta de unos hijos que limpian la casa para darle una sorpresa y, la tortilla vira y son estos los que se llevan el susto de esa buena nueva, convertida en loca pesadilla, que hará delirar a una peculiar familia, complicada de avenirse si no es por esa recompensa que aliviará sus penas y arreglará sus maltrechas existencias.
Una abuela cuya opinión no se tiene en cuenta, unos padres que no escuchan, unos tíos que invaden y alborotan, todo desde los ojos de esa niña -cálida y sentida Kelly Thornton- que observa a sus queridos parientes con asombro, vergüenza, estupefacción y tristeza, pues nunca están conformes, siempre discuten, no encuentran la calma ni ese espíritu de estar bien con uno mismo.
La búsqueda de un tesoro que acabará por implicar a la ciudad entera, reválida para comprobar la personalidad de cada miembro de este clan, que se azotan igual que abrazan, que se quieren de forma extraña, esa que únicamente comprenden sus miembros y que desde fuera resulta singular y esperpéntica, pues nunca están de acuerdo pero siempre salen a flote como uno solo, siempre están peleando pero nunca se duda del amor mutuo compartido; una alianza familiar retratada con la veracidad sugestiva de esa tierra irlandesa, que tanta habilidad y gracia tiene para contar sus historias.
Lance Daly escribe y rueda una particular tragicomedia de humor corrosivo y drama ácido; no ahonda ni se detiene con determinación en ninguna, paso tenue, aunque perceptible en su efecto, que deja esa particular seña de identidad que respira por todas partes la cinta.
Modesta pero con carácter, bien conducida, sin
dejarse llevar por la típicas burradas que dan juego en este tipo de ridículas situaciones; tres generaciones en búsqueda de la extraviada fortuna, clase trabajadora como centro de esa esperanza que les saque de un malvivir de tragedias donde, las pocas risas duran poco y les cuesta aparecer en escena.
Pat Shortt a la cabeza de ese lanzado torpedo que siempre golpea en su persona, prototipo de hijo fracasado/hermano vapuleado/el hazmerreír de las bromas del grupo que nunca hace nada bien, ni servido en bandeja, y que destaca por encima del resto en gusto y atractivo, más esa pícara y avispada madre, una fantástica Fionnula Flanagan, cuyo aguante y paciencia parece no tener límites, entre tanto hijo y yerno caradura.
Pequeño filme, lleno de encanto y cariño difíciles de ver a primera vista, pero presente en esa observación profunda de un escenario mundano donde se expone, sin tapujos, ese estudio
humanitario de un grupo de parientes cuyo soporte es el apoyo mutuo, a pesar de las enormes rencillas servidas.
Sencilla y llevadera, simpática y entrañable, llena de vitalidad en esa caótica jungla que es una familia con los diferentes temperamentos de cada uno de sus personajes; mueve las piezas con franqueza rotunda, con esa determinación de ir por camino propio y que lo asuma el agradecido vidente; exprimida fotografía de quién es cada cual alrededor de esa matriarca que se utiliza sin permiso o invade sin consideración ninguna.
No te reirás a carcajadas, no surgirán lágrimas pero es pleno tu abrazo con ella, pues en todo momento cuestionas lo dicho, invalidas sus pasos, te sorprende su desfachatez, comprendes su postura; variados sentimientos que rebotan cual pelota de tenis, con momentos brillantes y unos diálogos punzantes y
vibrantes que ponen la puntilla a tanto sarcasmo y traspiés, en una inesperada aventura que puede cambiar el destino de todos ellos en un segundo.
“¿Qué harás si encuentras el dinero, abuela?” “¡Gastarlo!”, pero antes hay que pasar por las torpes correrías, las estúpidas decisiones, los acuciantes reveses y la pequeña alegría que se resiste de ser hallada; life’a a breeze, la vida es fácil aunque ¡hay que ver cómo se puede complicar ésta!
Describe, con discreción y sabiduría, el alma y corazón de una familia.

Lo mejor; el proyecto de Lance Daly, tanto en dirección, escritura, fotografía y música.
Lo peor; no llegar a captar la profundidad de su modestia.
Nota 6,3


viernes, 17 de junio de 2016

Si Dios quiere

Tommaso, un cardiólogo de prestigio, es un hombre de firmes creencias ateas y liberales. Está casado y tiene dos hijos. Uno de ellos, Andrea, prometedor estudiante de medicina, revoluciona a la familia cuando les anuncia que quiere hacerse cura.


Amistad con el amigo imaginario.

Queriendo ayudar al hijo, acaba ayudado el padre; porque “no es malo cambiar de idea”, más si eres un autoritaria, firme, exigente y severa persona que manda y grita por allá donde pasa, espíritu sabelotodo, que camina orgulloso de su altivez y soberbia, y que se topa con un obstáculo enorme que le hace ver y sentir lo ridículo que era, lo minúsculo que es, lo grande que puede ser.
Nada peor para un ateo que un progenitor que quiere hacerse cura; calvario mental, motivo de torpe recorrido/dulce destino, para deshacer tanta tristeza, aislamiento y soledad y así otorgarle serenidad, alegría, bondad y empatía con quienes le rodean, para apreciar lo poseído, reconquistar lo olvidado y cuidar a ese enfermo corazón saneado.
Fábula tierna, cariñosa y amable, simpática, dicharachera y divertida, por momentos, sobre las creencias, el amor, la amistad y la familia, hallarse sin saber que se está perdido, cambiar a mejor sin solicitarlo y plantear quemarse por haber puesto la mano en el fuego al afirmar, con contundencia, “los milagros no existen, soy yo quien lo ha hecho todo bien” y dar media vuelta.
Se inicia con entusiasmo, se circula con ritmo jovial y ameno, su planteamiento es gracioso y, aunque pierde gas en escenas, movimientos y contenido por espacio alternativo conforme entra en materia, al no querer profundizar en la seriedad de los temas expuestos, mantiene con ilusión, alegría y bonanza su esencia, esa que dice como lema “lo importante es amar” y si se está bloqueado o vacío, anulado o seco, alargar la mano y pedir ayuda sin necesidad de

habla, sólo con esa esencia que se cuela a través del interés por el porvenir del lobezno de la casa que acaba por abrazar al lobo del clan, quien cede en su mandato para terminar rodeado de amor, sereno, feliz y contento.
Comedia convencional, ligera e inofensiva que abre mejor que termina al ir cediendo en su válido e interesante enfrentamiento ciencia-religión para conformarse con algo más banal, insustancial y bonito; tolerancia de creencias/descubrimiento de opciones unidos de la mano sin contradicción ni mal indigesto ya que, con o sin Dios, se pueden creer en ambas estructuras, sin extremos, y vivir de acuerdo al sentimiento que se genere.
Relajada y cordial, la transformación del padre, el revivir de la madre, la maduración del hijo, el respeto por la hija; demandas y sacrificios, generosidad y recriminaciones, personajes altisonantes de un mismo clan alterados en presente hacia evolución futura a mejor, gracias a ese intruso sacerdote que cae bien y mola, aunque sea un coñazo reconocerlo.
“Se Dio vuole”, si Dios existe, y quiere, utiliza rutas
extrañas de encuentro y formato, le gusta jugar a marear la perdiz, nunca va directo al grano, da vueltas enrevesadas hablando con subterfugios y doble sentido, para comunicarlo todo en ese tiempo moderado y lento en que uno lo descubre solo; siembras/recoges, das/recibes pero, este cirujano lo tiene tan mal que se le da un mes para trabajar desde la base y volver a plantar, para esa fructífera cosecha nunca pensada, pero si muy necesitada.
Colaboración es el consejo, entendimiento su exigencia, convivencia su anhelo; grata mezcolanza donde lo importante es esa complaciente brisa humana, de bienestar y sonrisa en tu cara.
Los caminos del Señor son inescrutables; aquí, más bien predecibles.


Lo mejor; comedia clásica que logra gustar.
Lo peor; pasa de puntillas por temas honestos e interesantes, que no desea indagar.
Nota 5,5