domingo, 26 de junio de 2016

Desde allá

En medio de la convulsionada Caracas, Armando (50), dueño de un laboratorio de prótesis dentales, busca a hombres jóvenes en paradas de autobús y les ofrece dinero para que lo acompañen a su casa y observarles. Al mismo tiempo, Armando tiene la costumbre de espiar a un hombre de edad avanzada. Un día Armando se lleva a casa a Elder, líder de una pequeña banda de delincuentes juveniles. De este encuentro nacerá una relación que los cambiará para el resto de sus vidas.


Golpea, tras domar a la fiera.

Extraño personaje, extraño proceder, extraño entender su interior, extraño conocer sus apetencias, extraño hacerse con él, extraño descubrir sus verdaderas motivaciones pues ¿estaba todo premeditado o, va sucediendo según sale al paso de los acontecimientos? Complejo es su adjetivo.
No es fácil ni gustoso acercarse a tan solitario ser, hombre maduro, que actúa misteriosamente sin cambiar el rostro ni variar su ánimo; automatismo, de repetición cíclica, que se ve interrumpida por la erupción de un joven muchacho con quien establece una relación opaca, de desconocido generoso a desesperado pillo, y que irá evolucionando hacia una confianza y fraternidad que despierta sentimientos inesperados, de viveza emocional y fidelidad extrema, que desemboca en una particular relación que oculta más de lo que parece.
Pardillo que no lo es tanto/listo más inepto de lo que piensa, encaminada estratagema donde el patético cuarentón, de muda mirada y palabras escasas, resulta más interesante y enigmático de lo que en principio muestra; revelación que lleva su tiempo y calma, paciencia y sumisión en un relato lento, seco, pesado e intratable, de apenas explicación o intercambio de aclaratorios diálogos, que demanda observación neutra, sin la molestia de esas preguntas pertinentes que tu mente elabora al comprobar tan chocante y singular conducta práctica, pues la teoría
sugestiva sólo la conoce el sujeto en cuestión y no será revelada hasta ese segundo final, donde toda tu previa opinión conformada se verá tambaleada por su última insólita jugada.
Porque está jugando de forma anónima y con certera cara de poker; Lorenzo Vigas expone a un individuo, indefinido e impreciso, que mueve los hilos con esa hábil técnica de hacer creer al otro que es él quien domina, quien decide, aventaja y lleva la batuta de una pareja ganada a partir de darlo todo, sin demandar nada.
Pero lo hace, y ¡hasta qué punto!, con esa sencillez, parsimonia, entrega y voluntad de no pedir, dejar que el otro sugiera, de forma feliz y voluntaria, como pago de esa gratitud, afecto, complacencia y miramiento por quien te acoge sin exigencias.
Igual de chocante va a ser la evolución de una audiencia que no se siente involucrada en su inicio, que se aburre intentando asimilar al individuo, que
no encuentra entusiasmo ni acicate en su compañía, que trata de envolverse y complicarse con la situación vivida, con su seguida, con su disyuntiva pero, sus protagonistas no lo ponen accesible ni cómodo; actuaciones naturales para un sagaz y astuto zorro, que se deja domesticar siendo un depredador con piel de cordero, más un fogoso e impetuoso chaval que no conoce realmente el bosque, de mezquina hierba, donde se está introduciendo.
Vale la pena ese aguante, ese contemplar, analizar y esperar descubrir a los interventores de una historia bonachona y estéril, que posee un alma perversa y egoísta en su interior.
Difumina la imagen para confundir, amansar y llevarte por ruta elegida, hasta focalizar su centro en
la verdadera cuestión de fondo.
Vas a necesitar ese sexto sentido, que tan inútil fue en tan recordada película, cuya nota decisiva no surgirá hasta ese acto conclusivo, donde toda la trayectoria cambia, pero vale la pena la confusión y apatía previas..., ¡descúbrelo!
“Desde allá”, y desde acá, sin ser visto.

Lo mejor; cuando descubre sus cartas.
Lo peor; la partida es desabrida y cargante.
Nota 6,3


No hay comentarios: