miércoles, 1 de junio de 2016

Madame Bovary

Emma Rovault, hija única de un humilde granjero de Berteaux, contrae matrimonio con Charles Bovary, un doctor de una pequeña ciudad. Emma, transgresora, romántica y soñadora, pronto es consciente del enorme vacío que provoca su matrimonio en su interior, por lo que buscará consuelo en numerosas relaciones extra conyugales que deben servirle para colmar sus deseos más íntimos, así como ascender en su estatus social.


Demasiado tiempo libre, demasiadas inquietudes que complacer.

El hallazgo de un amor, la ilusión de un noviazgo, la confirmación de su matrimonio, excelencia de pasos nunca experimentados que abren a una forzada nueva vida amarga; despedida del hogar conocido, bienvenida incierta a lugar nuevo, todo ello en una época donde las emociones no se manifiestan, se guardan y controlan con mucho cuidado de ser descubiertas pues alteran el orden, interfieren en los planes e interrumpen la cómoda rutina de saber cada cual su sitio y deberes que acompañan al cargo.
Pero qué hacer con el aburrimiento de una esposa, con esa soledad que le acompaña, con ese dolor que la inunda, con esa decepción que le ha sacudido súbitamente al despertarla de su soñado cuento, nunca confirmado pues el acuerdo manda, la situación obliga, la necesidad no permite alternativa; obligación sin satisfacción, apariencias sin contenido, cortesía teatral para un exterior de sonrisa benévola e interés pertinente, que se desvanece en ese espíritu vacío de sentimientos y sensaciones no exploradas.
Un marido al que no conoce, intimidad que no complace, donde la costumbre rige los días, donde nada se comparte pues no hay comunes afinidades, disciplina sin convicción ni felicidad que le
acompañe..., y sin esperarlo, la alegría viene a su vida, la sonrisa a su rostro, la diversión a su dormida esperanza y se prueba lo prohibido de una diablesa tentación, que altera su somnolencia.
“Disfruta del día, querida”, y sin duda aprende a llevarlo a cabo y su existencia deja de ser una amargura, al tiempo que se vuelve la razón de su miseria pues nada permanece, todo se evapora y el peor de sus martirios llega para instalarse.
Sin necesidad de hablar sobre la famosa obra, se reconoce que Mia Wasikowska ofrece un trabajo grato y sereno, cortés y esforzado que, aún con todo, queda lejos de lo intuido y esperado pues la pasión nunca coge vuelo, el romance nunca aprisiona, la vitalidad nunca respira y el drama se va tejiendo, con hilos consabidos, para ofrecer un retrato de eficiencia adecuada, pero lejos de cualquier tortura, hechizo, brío, inquietud o anhelo que envuelvan a un espectador que observa anónimo, sin involucrarse ni participar de ella, ya que nunca alcanza tintes de agonía o desesperación, de lascivia o lujuria, únicamente neutralidad de un moderado tentempié que distrae, pero no enloquece.
¿Malo? No está del todo claro pues todo depende de
la perspectiva creada, de la exigencia demandada o del válido conformismo; cada cual acapara una opinión distinta según la calidad de lo ofrecido y lo previamente leído, elección que determinará tu desnutrición o querencia por ella; aunque, sinceramente, incluso siendo benévola resulta pobre y escasa, tibia y moribunda en cuanto a sus afectivas impresiones; transcurre por los oportunos puntos sin dejar huella ni sobrecogedor recuerdo.
Se siente poco está adaptación de la novela de Gustave Flaubert, madam es correcta y precisa, está espléndida en su reflejo de mujer incomprendida, desdichada y complicada pero toda ella no vibra, no palpita, no conmociona, es estática y funcional dejando al margen, sin aspiración vibrante, su espíritu indefenso, herido y maltrecho.
Bovary se viste de seda, con sus mejores galas luce
en esa fantástica ambientación que la rodea y protege con esmero y aprecio pero indecisa no explosiona su portento, no cultiva su osadía, no inspira la devoción de su historia en letra transcrita; cuidado escrupuloso en los detalles, para aportar un toque exclusivo a tantas adaptaciones como hay de la misma, que logra una genial fotografía gracias a su precisión rigurosa pero, no evitan que la audiencia se mantenga distante y ausente de su tristeza, revolución y opresión perecedera.
Brilla a la vista, se apaga cuando es absorbida por la mente; Madam Bovary no merecía tal desagravio.

Lo mejor; su localización, ambientación, fotografía y protagonista.
Lo peor; Sophie Barthes olvida dar vida y orgullo, coraje y poder a tan lustrosa obra.
Nota 6



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