miércoles, 29 de junio de 2016

El valle oscuro

Los Alpes austríacos, mediados del siglo XIX. Poco antes de que comience el duro invierno, un forastero llega a caballo hasta un aislado pueblo de las montañas. Aparece con su cámara fotográfica, viene desde la lejana y mítica América de los indios y cowboys y se hace llamar Greider, pero nadie sabe quién es ni qué ha venido a buscar a un rincón perdido entre las nieves.


Hay cosas ¡que jamás se olvidan!

Y llegando el momento de descubrir el por qué de la venganza, la razón de la aparición de ese extraño llegado de otro continente, como que te vale cualquier historia o escusa pues, el previo a su explicación no ha logrado capturar tu interés e incógnita, por mucha lentitud y tiempo reposado que se tome para entrar en materia, como táctica de suspense y desvelo sobre el invitado y sus peculiares nuevos vecinos de acogida.
Y con las primeras nieves llega la oscuridad al valle, a ese diminuto pueblo aislado que obedece al mandato y dominio de los Brenner, familia que establece la ley y el orden a su gusto, capricho y conveniencia; pero no se afianza el martirio, ni la pena presente, ni el dolor recordado, no inician andadura ascendente de solidez consistente; muestrario que quiere hacer valer su garra y fuerza, su valor y empeño pero únicamente logra cumplir con los mínimos requisitos, para contar un relato de ajuste de cuentas contra el mal y sus aliados.
Empezando por su nada carismático/aún menos potente y atractivo héroe, pasando por el resquemor de limpiar la suciedad del pueblo que hizo valer la traición -para verse en la actualidad las caras-, más una bella y gélida fotografía, de hermosas y seductoras montañas, en un western austriaco donde el poder rivaliza con el amor, donde se cabalga y dispara con abuso de poder, donde las buenas gentes están martirizadas, donde la justicia se hace valer en ese tradicional, y apetecible, sólo ante el peligro.
Obediencia ciega y miedo inquisitivo imperan sin consuelo, hasta la venida de ese resplandor que batalla por y para la tragedia; disparos, muertes y
una orquesta final de sangre y remate para un clásico, de pocas palabras, actos ruines y abusones hechos que, sin llegar a cuajar con profundidad y calado, cumple correctamente con lo de ella esperado.
Largo, sin necesidad manifiesta, en ese decidirse a llegar al momento álgido -pues las posiciones están claras-, cada uno con su estereotipo, sólo cabe esperar a que surja la primera víctima y que, como fichas de domino colocadas con estrategia, una a una éstas vayan cayendo.
Música de fondo, para escenas ralentizadas, que pretenden encumbrar la solemnidad del suceso, miradas penetrantes que hablan lo que no se permite expresar con palabras, asumida cobardía que despierta ante la valentía de un fotógrafo paladín y, de fondo, esas magníficas y cautivadoras vistas, testigo de como todo se coloca en su sitio por voluntad de una única persona.
La llegada de un inesperado invitado, que rompe la rutina y altera la establecida pausa, siempre es sinónimo de problemas, y aquí no lo es menos; la ceremonia precedente al sonoro estallido no llega a
ser especialmente suculenta, si así el recreado fuego artificial de revancha y vendetta, extensa una/acorde la otra; Europa como escenario del aprisionamiento de una comunidad, varada en ninguna parte y al margen de todo, de hermetismo hostil, frialdad y represión para una tensión que se hace esperar, todo un clásico narrativo situado fuera de su habitual escenario y de sus presuntos convencionalismos que, con formalidad y rigor afronta su tarea.
“La libertad es un don que no todos poseen”, orgullo de llevarlo a cuestas, valentía de practicarlo, una combinación de elementos cumplidores/con otros menos satisfactorios, para una ceremonia procesional que respira pausadamente para coger ritmo; dramatismo en los Alpes del siglo XIX, con buenas actuaciones, concienzuda escenografía y una disonante combinación, donde todos poseen
personalidad propia excepto el cowboy que viene a rescatarles de la inmundicia.
No da para tantos minutos, de ahí su obligado ralentizar como emblema; cubre las requeridas necesidades, sin levantar pasión ni entusiasmo, olvida el fervor, cumple con lo previsto y se larga del pueblo ¡que por allí hace bastante frío!
El valle oscuro..., impresiona el valle, no tanto su oscuridad arraigada.

Lo mejor; un western en los Alpes.
Lo peor; le falta espesor a su negrura.
Nota 5,7


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