jueves, 30 de abril de 2015

¡Land Ho!

El toque, distintivo e interesante, de mezcolanza y colaboración australiana y estadounidense por tierras islandesas, no logra ser funcional pues intenta embelesar con su estética olvidando nutrir, con acierto y ganas, su esencia.
Jack Nicholson y Morgan Freeman se escaparon de un hospital para cumplir su lista de deseos, una última juerga, correría de amigos en su último empeño, aquí no hay ni juerga, ni correría, ni deseo, sólo escarceo de una excursión donde invita el que habla incesantemente y, el compañero ex-cuñado, sólo se deja llevar y arrastrar ya que tampoco tiene cosa mejor que hacer y, de paso, ¡hace turismo gratis!
Dos jubilados, pretendiendo una gracia y un encanto que no es su fuerte, conduciendo un Hummer por Islandia, sin levantar mucha pasión ni entusiasmo en su camino, con diálogos igual de insustanciales y baratos y una sucesión de espacio/tiempo/escenas que no se sostienen pues aportan poca gratitud/escaso alimento a su observación, paisajes preciosos de deliciosa fotografía local que no cubren ni arreglan el ínfimo interés por una pareja que vive de su antagonismo y de un espíritu aventurero gamberro que no cubre necesidades, naturalidad de exhibición y actuación que no despierta gran atención por su compañía, sirve como guía turística para visitar tan deslumbrante región pero no para desear su presencia como compañeros de viaje.
Aaron Katz y Martha Stephens, un apunte: sólo dos personajes expuestos a la incentidumbre de qué hallarán y su mutua compañía no es competente ni hábil, no es suficiente con exponerlos a su suerte, colocarlos en un punto y que rueden, se deben cuidar las conversaciones, las gentes, los anexos con lo que se cruzarán, que intercambien información suculenta, una relación atractiva entre ellos, familiaridad que absorba y seduzca, aquí sólo te aburres de sentencias sin condimento, de cháchara monologuista, de palabras por apalabrar.
Adquiere mejor ritmo en su segunda mitad, conforme deja el ingenio sin talento eficaz y se adentra en crucigramas más ricos pero, sigue dependiendo, en exceso, de su firme y espléndida estética de vistas y panoramas exquisitos y de escenas de postal preparadas y forzadas para provocar un ánimo, coraje y diversión que nunca llegan a presentarse ni a cuajar, venta de desfachatez a edad madura que se queda en colorario de pretensión que nunca fue.
"La extraña pareja" queda muy lejos de la química, arte y comicidad espontánea de Walter Matthau y Jack Lemmon, estos sólo necesitaron compartir un piso en Nueva York para enamorarte y cautivarte ya 
que contaban con un guión delicioso de diálogos ocurrentes, chispeantes y punzantes, acá los protagonistas conducen, caminan, comen, beben y se hacen fotografías moviendo el culo pero la juerga cómica que vende la sinopsis sigue perdida y a la espera pues creyeron que con otorgar personalidad a la cinta no necesitaban más, que no era necesario incluir carisma, que Tip y Coll podía hacerlo cualquiera y que el público se enamoraría de la vejez de dos ancianos, sencillamente, por el hecho de estar ahí, que con la simple complicidad de dos amigos de toda la vida, de años de relación con su intimidad, confianza y seguridad mutua no se necesitaba esfuerzo, ni caricaturas ni adorno mayor pero erraron y se equivocaron pues se mira, observa y visiona sin complacencia, ni connivencia, ni satisfacción resultando, todo ello, insuficiente para su completo disfrute.
Acepto la venta de sus intenciones, no el resultado que con ellas logra. 



In lieu of flowers

En vez de flores, gratitud de una tierna, querida y confortable compañía.
Sabroso caminar de ritmo pausado, lento y armonioso, sensibilidad expuesta que permite interiorizar con los personajes, con su devastación anímica, con esa desolación diaria que supone tortura de levantarse cada día y afrontar sus largas horas, envoltura de desidia para un destrozado corazón que bombea por efecto mecánico pero que ya no siente nada, sólo inmenso dolor de quien vive estando muerto, resquicios de voluntad que se aferran a la posibilidad de mejora, de sanar de una horrible enfermedad solapada que no suelta a su víctima por nada e impide un necesitado respirar que se busca y anhela con intensidad.
Emociones a flor de piel en este silencioso y ardiente luto que aniquila con esplendor en su performance, que muestra sus penas y amarguras con clara inteligencia, nítida exposición de la pérdida del ser amado y del sufrimiento de encarar la existencia con su sombra eterna dando vueltas pero con la ausencia de su persona, personajes en misma situación sentimental que se encuentran y descubren una comodidad compartida que es inicio de amagada sonrisa y tenue descanso y que alberga la urgente perspectiva de risa, bienestar, tranquilidad en su iniciada andadura, deshacerse por fín de la agonía de que nada tenga sentido, nadie importe, sólo se desee abandono, soledad y vacío y que la ínfima emoción de apetencia, afán, deseo inicie su desarrollo con relajación, regocijo, confianza y una intimidad que se 
palpa en cada fotograma gracias a la cercanía, naturalidad, carácter y dulzura de una actuaciones intimistas, sentidas y tiernas que Josh Pence y Spencer Grammer exponen con sobriedad, serenidad y elegancia, sutileza que permite su disfrute, su enganche y su acompasada ansia de saber más, de abrazarles y estar presente en su tortura, fugaz ánimo y próspero renacer. 
Película romántica donde no hay romance, sólo vestigios de su añoranza, de lo que fue y la inmensa impotencia de su recuerdo que asfixia y ahoga, dos almas errantes que intentan sobrevivir a la ausencia de su amada pareja y cuya amistad y desarrollo ofrece el nacimiento de la posibilidad, de la cura, de sanar de un mal inmerecido, abrupto sin tratamiento pues el dolor nunca desaparece, sólo se acopla y amolda con el tiempo.
William Savage presenta un trabajo de ritmo ameno y fresco, diálogos concordantes y apetecibles para un guión ligero a pesar del suplicio que narra, que no se ceba en la amargura a pesar de su constante existencia, visión apetente, gustosa de formas delicadas que exhiben el sufrido proceso de duelo sin clemencia pero cariño y complacencia de una flicción que se devora, se palpa con exquisita afinidad. 
Fantástica sencillez para tan costoso tramo, arduo panorama decorado con hermoso atractivo, fragilidad de melodía expresada con compás y espacio y oída con profundo placer de un alivio que se evidencia sin lágrima, con serenidad, coherencia, con la firmeza y orgullo de seguir entero, de que la memoria sea bella y no una losa, aires tranquilos de recepción deliciosa y calma redundante que rehabilita tu creencia y amor en el avance, en el progreso, en la superación del desconsuelo y el regreso de la alegría, virtud de presentar la depresión, el hundimiento, la rabia sin desesperación, sin prisas, con la relajada quietud de volver a casa.
"La muerte vino por mí el primer día de primavera", pero pasó de largo, se negó a cogerme de la mano, "..., y realmente sentí que alguien había muerto, sólo que me equivoqué de persona", de modo que volví a la vida, al poder de respirar, a mi sonrisa, al futuro de una existencia plena.



miércoles, 29 de abril de 2015

Justi&Cia

"Todos los pensamos pero nadie lo hace" y para alguien, Ignacio Estaregui, que se decide a tomar el mando y llevarlo a cabo ¡va y le sale esta chapuza!
Porque, por mucho que quieras ser condescendiente, benévolo y no excesivamente cruel, la verdad sea dicha y la justicia proclamada que, aquí, sólo hay una buena idea, apetitosa teoría de expectativas halagüeñas pero que se estrella contra la nulidad de su práctica, la incompetencia de un deseo mancillado al ser transformado en hecho, la pifia de plasmar en realidad filmográfica lo que en su mente era delicia y, acá, la impericia y torpeza no reside en su bajo presupuesto, en el modesto planteamiento, en lo limitado de sus recursos sino en la falta de trabajo, inteligencia y esmero por diseñar un guión acorde al argumento pactado, en el corto alcance de sus pretensiones y de sabiduría para elaborar un conjunto que complazca, cuidar el volcabulario, diseñar los diálogos, mantener un ritmo equilibrado, frescura en la movilidad, consistencia en los pasos, carácter en los personajes, determinación en la estructura, atracción en su centro y motivación cumplida, amén de actuaciones más vivas, convincentes y palpables que transmitan impresiones sentidas y no un triste desfilar, sin mucho arte ni ingenio, que se une a unos fotogramas muy bajos de intensidad y una evolución de los hechos narrados que, en lugar de transmitir la fuerza, valor y coraje que estaba previsto en el menú, se resigna con ser corolario de mediocridad que no lleva a ninguna parte.
"Dos cobardes hacen un valiente", poca valentía se encontró en unos papeles, simplones e insustanciales, donde lo único válido es tener la oportunidad de volver a ver a un actor querido, Alex Ángulo, del que nunca más se podrá disfrutar pues la interpretación del resto es de tal sosez, desgana y falta de crédito que más le valdría haber recurrido a estudiantes de futuro profesión compartida quienes le hubieran puesto más vivacidad, dinamismo y ganas.
Lamento de oportunidad perdida y abandonada a una suerte poco agraciada que se podía haber realizado mucho mejor de lo, finalmente, ofertado, más acorde con lo esperado de una anticipada suposición que le otorgó propiedades de las que, con mísera obviedad, carece, condimento más apetecible, gustoso y consistente con un relato que se conforma con migajas y realiza abstinencia de alimento para quedarse famelico en lugar de preferir pasar al engorde.
No se disculpa la bajeza de miras, el escaso orgullo de meta y altivez de imaginar un desarrollo más suculento y voraz, la ausencia de habilidad y destreza para confeccionar un recorrido más deseable y un consumo más satisfecho, talento generalizado que se escapa por no se sabe dónde pues se intuye pero, inmediatamente, se desinfla cula globo etéreo que vuela por inercia, no porque sepa lo que hace.
No capta tu atención, no seduce tu conciencia, no estimula, ni con convicción ni sin ella, a unos estímulos que ven actuar a Justino y compañía y no les hace gracia, ni drama, ni alteración, ni conmoción ¡ni Santas Pascuas!
Dirección pobre, manuscrito ínfimo, esterilidad de una merienda apenas sabrosa que no llega a despertar la gana y ansia de un paladar que la devora ausente y distraído, filme casero realizado para ellos, imposible que consiga adeptos.
"Antes de cambiar el mundo, da tres vueltas por tu casa Justino"; con la que cae políticamente, desde hace tiempo en nuestra sociedad, corrupción, fraude, malversación y robo de los mandamases de traje, decepcionante visión de unos gobernantes a quienes les importa aumentar su patrimonio y pasan del bienestar del pueblo y ¡esto es todo lo que se te ocurre!, ¡lo único que sabes hacer con material tan suculento!, ¡más imaginación que ahora se entiende su corta duración!
"Yo no te pido la luna, tan sólo quiero.." emocionarme, seguirte en tu aventura y sentirme parte de la familia y no sentarme en una esquina y ver como el baile tiene lugar sin que participe aunque, visto lo visto, ¡dudo hubierta aceptado la invitación a salir a la pista del baile!
Aquí la sencillez cansa, molesta y apesadumbra.



Take this waltz

Para gustosos de lo de siempre dicho de manera diferente..., pero siendo más de lo mismo.
El personaje de una película debe tener carisma, fuerza, poder atractivo para llamar la atención, el don de despertar tu curiosidad y querer saber de su andadura, simpatía o antipatía, rebote o devoción, abrazo o desdén, tulipán de sensaciones diversas que no alienten tu apatía y nulidad de entendimiento, deseado sentimiento que anime tu interés por conocerlo y seguirle en su aventura allá donde vaya, ya sea película independiente, comercial o estrafalaria.
Aquí, una sensible y espléndida Michelle Williams interpreta el catatónico deambular de quien ríe segundos después de llorar sin saber por qué, de quien es receptiva a todo lo que le rodea sin sentir nada, de quien no es feliz viviendo una vida dichosa, joven casada, ausente y vacía, que arrastra su pesadumbre y melancolía interior como losa pesada ante el miedo de tener miedo, ante el horror de quedarse atrapada en la duda y perderse por el valle que transita entre dos opciones, camino a recorrer entre dos puntos distantes de compleja elección que se convierte en eterno desasosiego, horrible incertidumbre, honda pesadez y perpetua agonía  de soltar las riendas de una y nunca alcanzar la otra y, quedarse varada en un mar negro sin retorno cuyo simple pensamiento asfixia, marea y provoca pavor. 
Niña insensata, en cuerpo de mujer y mente inconsciente del peligro de sus actos, que circula sin tomar decisiones pero jugando con la línea que separa su estabilidad dormida del caos novedoso del recién conocido, una singular historia de amor a tres bandas donde el dilema de querer a dos personas a la vez se expone de forma extraña, reposada y embelesada, seducción que nunca se expone con evidencia, que nunca se adentra en la exhibición, que no desarrolla todas sus armas, sólo juega a insinuar ese momento de atrape y cautiverio que te arrasa para demoler toda tu serenidad y no poder apartar tus emociones de esa posible y deseada locura, nunca más, que ha echado por tierra tu tranquilidad, calma que intentas retener y apreciar pero tu alma ya ha sido vendida y transportarda, sin remedio pero con alto coste, a otro lugar.
Nimias conversaciones de perdidos diálogos y escenas llanas que expresan poco pero lo ocultan todo, elevada cuota de silencio para no revelar la naturaleza de las cartas en juego que prefiere insinuar con el flirteo manso, dulce y esquivo de quien no quiere pero necesita desesperadamente, acritud que devora y tormenta donde, Sarah Polley, relata esta fulminación de quien avanza para mejorar pero sólo consigue ahondar de nuevo en su depresiva soledad, sin excesiva gracia ni fruto, distinto titular para misma cuenta que no excita ni apasiona en su conjunto ni en su individualidad, peculiar dilema y enamoramiento narrado de forma altruista huyendo de lo ordinario e impregnándose de autismo, rechazo de lo cotidiano para decantarse por baile excéntrico de esencia difusa, nunca clara, en un intento de desmarque original que puede pasarle factura cara pues la música escogida  para su recorrido está lejos del fantástico ritmo sonoro que adopta para nombrar su película.
Encabeza una ruta dispar y anómala que puede encontrar el rechazo de videntes no satisfechos con tanta languidez sosegada envuelta de exclusiva ya que, la osadía y alternancia de salirse de lo establecido y rutinario, es aplauso loable que no todos saben llevar a cabo pues su material e ideas viven de una consistencia y firmeza que está más en la teoría de quien la crea que en la práctica de quien observa, formato ideal de ensoñación creativa pero recreación artística de motivación leve y apetencia tibia pues buscando ser único en su perspicacia e independencia puede quedarse triste y sola como Fonseca.
Audaz proyecto de comedido resultado pues los personajes no deslumbran, el guión no sobresale y su argumento destaca por haber sido ya visto otras veces, chica conoce a chico y se enamora, a pesar de sus reticencias, siendo su gran tesitura decidir entre el amor por dos buenos hombres, presume de vestido que marca la diferencia siendo ese detalle, torpemente confeccionado/peor llevado, su mayor lastre.
No resulta tan agraciado este boleto pues no ha sabido ganarse la suerte que debe acompañar a su esfuerzo, o es que todo su esfuerzo por lucir desatendido, desprendido y liberal, cae en saco roto ante el posible aprecio del público expectante ya que no toma este vals convencido de su garantía de éxito, al igual que esta indecisa damisela, que se halla abandonada de espíritu y floja de mente, que no sabe lo que quiere y está mal en todas partes, que no tiene claro por dónde anda, que pie calza, que ruta emprender, despiste de enfoque de martirizante incógnita que le hace dudar de si misma y, al tiempo, dudar tú del beneficio de su compañía y desgana.
Triste canción de amor que no le hace mucha justicia a tan bella melodía de Leonard Cohen.



martes, 28 de abril de 2015

El destino de Júpiter

Bebe de todas las fuentes para acabar rallándose con sus propias ideas y sin ser capaz de crear corriente alguna, sólo estropicio mal barruntado/peor llevado.
Estás viéndola y te da todo igual, te parece todo ¡una maldita broma!
Entiendo que, después de tantas películas del mismo estilo, uno intenta ser diferente para destacar y sobrevivir a la copia de copias pero, si esa pretendida exclusividad supone ir a peor, ¿qué mérito tiene?, ¿en qué hemos mejorado?
Cinco minutos decentes de aburrida vida terrenal que te hacen albergar la esperanza de que no será tan mala como lo leído sobre ella vaticinaba pero, entonces llegan los clones de Caín -la maldad de hermano de ET- más un héroe, simulador de Spock sin su añorada Enterprise, cuyas zapatillas le hubieran encantado a Michael J. Fox para desplazarse en "Regreso al futuro" más, un montón de estrafalarios seres de otro mundo disputándose la Tierra como próxima cosecha de merienda mientras los humanos, especialmente los que hayan visto esta película, alelados oyendo una explicación de leyenda milenaria que no interesa ni a la propia protagonista que mira como la trasladan de limpiar habitaciones a ser Su Majestad, a estar rodeada de frikis y, entre tanta herencia, burocracia, intentos de matarla y posible matrimonio de conveniencia, sólo pensar y suspirar por que Mister musculitos, de labios carnosos y perilla lustrosa, la abrace, le de un beso y declare su amor eterno.
Este universo parece una partida de coloridas canicas entre críos caprichosos, extravagantes y bastante ridículos, por su excesivo maquillaje y disfraz elegido, que apuestan a ver quién dice más tonterías, hace más payasadas ruidosas y mantiene su cháchara más creíble sólo que, la primera que pierde toda credibilidad en este circo surrealista, de recreación futurista bastante torpe y nada fructífera, es Mila Kunis, que desfila por este tour planetario de ciencia ficción, sin aliciente ni provecho, al igual que tú, oyendo bla, bla, bla y dándole todo lo mismo pues, por fín, tiene ese deseado beso de su chico enamorado.
Minutos y más minutos de malabarismos teatrales, de velocidad galopante y ritmo atontado, que dan volteratas entre gárgolas y demás seres inventados con escasa imaginación, abuso de unos efectos especiales, de gran connotación negativa, que malogran a su referente -un, aún hoy, preciado y estimado "Matrix", en su momento, revolucionario y deslumbrante- y un competidor afónico, con el síndrome de Edipo, que trata de matar a su madre por consejo ilustrado de un, ya arcaico, Sigmund Freud que, aunque hacía referencia al genérico para expresarse, aquí la concreción es importante.
"El tiempo es el bien más preciado del universo", pues aquí hemos perdido 127 preciados minutos, imposibles de recuperar, pues para ser la dueña de la tierra, sólo ella y su fiel escudero, que abandonó a su compañero poli en Jump Street por patinar, sin manos, por el espacio, parecen divertirse porque, el resto, sentados, bastante aburridos ¡a verlas venir!
De tontería a estupidez, a revoltijo de ensalada mixta y tiro porque me toca, para acabar no cenando dado el estrafalario menú presentado, toda una caótica aventura, de nulo beneficio, donde ni siquiera la parte artística, de imaginación e inventiva sobre 
seres superiores que dominan y se reparten el universo, destaca por encima de una media, tirando a menos, que desacelera progresivamente al intentar desmarcarse de lo habitual, robando pedazos de todos sus parientes cercanos, para confeccionar un telar insustancial, vacío y poco motivante que desactiva todos los sentidos conforme avanza y construye un cómic sin gracia, interés o adrenalina, poco lucimiento para todo el espectáculo montado y su director de orquesta, los Hermanos Wachowski, que ni a propósito son capaces de cosechar menos elogios.
"Cuando una campana suena, un ángel consigue sus alas" se afirmaba en la inolvidable "Qué bello es vivir", aquí, que el guardaespaldas consiga sus alas es aviso de campana que pone fin a la película para que enciendan las luces de la sala y poder volver a tu vida bella pues la has visionado, has superado la prueba y mereces la recompensa..., cambiar la compañía y albergar la esperanza de que mejoren las cosas.
¡Ánimo!



lunes, 27 de abril de 2015

La dama de oro

Tremenda manía de intentar emular éxitos cuya copia es imitación banal y abstracta imposible de cubrir necesidades o llegar lejos pues ésta se define por si sola, obra insípida, baja en calorías, poco agraciada/menos agradecida donde es complicado y arduo encontrar el talento y la motivación a tan tibia recreación.
"Si la vida es una meta, ella es la que ha ganado, si es un combate, yo soy la que sigue en pie", frase que se dice nada más empezar y donde van a quedar varadas tus emociones pues el resto es un observar con pasividad desfalleciente un guión histórico superficial, estéril y hueco que dudo reviva alguna sensación que no sea la tristeza y lamento de presenciar el profundo desaprovechamiento de una excelente intérprete británica y el desfile de su compañero de batalla que, por mucho que se esfuerce y lo intente, no logra subir la temperatura ambiental de una estancia fría, distante, sin gota de calidez, sensibilidad o crédito ante el horror narrado.
Se nos presenta el tópico de pareja antagónica que inicia su aventura procesal por la siempre dificultosa burocracia que adorna y mancilla el fundamento de la palabra justicia pero, se perdona, es un caso real, habrá que aceptar al joven inexperto que se vuelca en espíritu y la anciana dolida que rememora toda la crueldad vivida, por mucho cliché anticipativo que suponga; lo que ya no tiene tanta veracidad, aliciente o gracia es la relación simpática y entrañable, afectuosa y cómica que se intenta presentar entre ellos pues cualquier danone cuaja más que este intento de cariño y familiaridad, complicidad y chispa que ni seduce ni fascina claro que, la tentación de revivir la esencia de "Philomena" es golosina dulce y apetitosa difícil de renunciar.
Por una parte, ella, Helen Miller, maravillosa actriz de experiencia deliciosa para gusto del espectador, aquí quisquillosa y encantadora cuyo papel no funciona, puede que sea su actuación más vacía, insípida y banal; a su lado, acompañándola en todo momento, él, Ryan Reynolds, que pone todo su empeño por apasionar, dar fuerza, carisma y vivacidad a su personaje y a todo el trajín que le es encomendado pero tanto trasiego, papeles y viaje no expone ni la más mínima adrenalina e interés por rellenar, siquiera, un dócil y amansado episodio de "Caso abierto", ¡no te digo ya si hablamos de Perry Mason!
Sentada en la butaca escuchas la narración sin gran desvelo ni enorme preocupación, observando la pantalla, escuchando la sucesión de los hechos y prestando poca atención a los eventos pues estos no lo requieren, no lo solicitan y tampoco apetece ofrecer aquello a lo que no aspiran ni se ganan con su valentía y esfuerzo pues merecen el interés pobre y nimio que les otorgas al no encontrar en su trabajo más que gratuidad expositiva de afectividad cero en su maleta, porte, bagaje y aderezo.
Simon Curtis tiene la habilidad de presentar el dolor judío sufrido por la barbarie nazi con tan poca seducción, encanto y esmero que es afanoso superar tanta torpeza e insulsez, desfile de sentimientos y aflicciones, de gran desatino, donde si se acierta a rozar la piel es por la suerte de una casualidad que tropieza con ella ya que su incompetencia, para tal tarea, es manifiesta.
Relato cuadriculado, de guión marcadamente ajedrezado, sobre unos sucesos que no se salen, un ápice, de la línea fijada convirtiéndose en un recital de la memoria y del pasado que no causa suspiro ni entusiasmo, ni atractivo ni rebelión, como recordar la tabla de multiplicar del cinco pero sin tanto ahínco, más suavidad y mucha parsimonia de ver por mirar.
"Restitución, vuelta de una cosa a su lugar original, lo he buscado en el diccionario", yo sigo buscando mi fustigado ánimo, que ha sido vapuleado con tal violencia y frivolidad, que se convierte en lamento de haber acudido a ver a tan excelsa actriz usada como reclamo de una aventura que no puede dar más de sí pues, desde la cuna de su nacimiento, ya venía mal encarnada/peor vaticinada y, fácil el juego de palabras a realizar con tan llamativo título -no es oro todo lo que reluce en tan ilustre dama- pero ¿acaso es mérito laureado?
Insustancial y vano retrato de una lucha que merecía más respeto al ser plasmada en imagen, trivialidad sensitiva que duele en el alma ante la frivolidad de una narración tan dolorosa, ardiente y resquebrajada para sus protagonistas, herederos y público asistente.
La memoria pretérita y la presente verdad meritan un privilegio mayor que esta frívola presentación de un trabajo que no calienta el corazón de quienes la interpretan, ¡no digo ya el espíritu de quien la visiona!
Pobre, insuficiente, escasa.



domingo, 26 de abril de 2015

El maestro del agua

Comprensible timidez de quien se expone a ser juzgado por su ojo, hábil o torpe, al mando del manejo de la cámara.
¿Qué le apetece tomar, señor Crowe?, ¿qué va a ser, café dulce o amargo?, porque parece que piensa, duda pero ¡no se decide!
Historia bélica, homenaje a los caídos en guerra, nunca hallados/siempre recordados, con pinceladas altruistas de romance dulzón y pueril entre adultos ya instruidos...,¿necesaria la mezcolanza de relato de amor, suave y cómodo, para afianzar la atención de una conciencia que, sola ante el dolor y la tristeza recordatoria del horror de la batalla y sus injustas víctimas, no se mantendría con mirada fija, sin despiste ni pestañeo ante el interés de la narración épica?
Nuestro -uno más que cae- actor consagrado, metido a director novel, opta por la seguridad del itinerario marcado en las instrucciones de cómo manejar la cámara por primera vez y no meter la pata, manera eficaz, correcta de hallar los planos, disponer sucesiones narrativas y no perder la estela ni dañar la mira del espectador que espera, sólo que, como todo libro al uso estándar de general proceder, no sabe dar los instrumentos, ni consejos, ni órdenes sobre cómo atribuir carisma a lo expuesto, pasión a lo realizado, vivacidad al cóctel manejado y que no se convierta en bebida corriente, fácil de digerir, más rápido de olvidar por la simpleza de su crónica.
Excelente exhibición paisajística de una fotografía de contrastes que dispone su memoria entre el avance del esperanzador presente y el inamovible y horrible pasado, breves notas escuetas de la tortura, violencia y ultraje de lo ya hecho con el optimismo y candidez de oportunidad nueva abierta ante la vista, un juego de dirección discreta, actuaciones acordes y guión poco inspirado que sin adormecer, tampoco cautiva, dejando al público en un estado neutro e insustancial que, tratándose de amor y guerra, es parcela que deja mucho que desear.
Cándido caminar que nunca adquiere velocidad plena, tristeza y dolencia que se revisten de simpatía bondadosa e ingenuidad apacible, cariño y sencillez como estandarte, un aplauso a la ensalada de aceite y vinagre del recién horneado capitán australiano, ánimo para su escarceo primerizo y mejora en posteriores intentos pero, dejando la condescendencia, peloteo y complicidad de coraje para que no abandone la ruta emprendida, el que visiona se queda levemente en espera de una acción ardiente, relato histórico, connivencia con los sentimientos expresados que no llega ni alcanza cuotas de merecida narración y reseña pues sus personajes se mueven por la facilidad y armonía de navegar por aguas tranquilas y alejarse, como norma no escrita, de mares impestuosos y olas inquietas. 
Que no disguste no significa que plazca, que de un tirón se consuma no lleva consigo la suculencia del alimento ni el gozo del paladar que lo saborea, este padre voluntarioso con ensoñaciones de revelación adivinada y modestia en su atractivo porte de rompecorazones, protege en exceso su sueño y no opta por el riesgo interpretativo ni expositivo, da para estancia breve de fábula poética con ingredientes varios que aporta un poco de todo pero lejos de un cuento inolvidable, de gran drama y novela consistente que se aprecie y devore con ansiedad plena, satisfacción que queda a la espera, en esa larga cola de películas apropiadas que se adecuan a la posición media pero que ni resaltan, ni explosionan más allá de poner un paso delante de otro y hacer levedad de un camino, que al caminante, dado su andar, le resulta flojo y escaso, sin mucho que instruir, tastar o saborear.
Belleza estética de personalidad blanda, ausencia de intensidad  firme, complacencia en las formas pero contenido casto y discreto, delicadeza sin llama, finura sin exigencia, armonía de bienestar buscado en una correlación de eventos que no alterarán tu confortable estado anímico ni el acompasado ritmo de un corazón que observa sin protestar pues no se implica ni siente gran cosa y, una película que deja indiferentes a las emociones cuando abarca el peliagudo enfoque de quién sabe dónde están nuestros seres queridos..., sólo se disculpa y perdona por ser recién desvirgado, currículum vitae sin experiencia adquirida pero está claro que Gladiator no tenía claro que desayunar, si dulce o salado, ligero o pesado, croissant  o tostadas y barruntando pizcas de todo lo que tenía a mano, con elegancia pero fruto moderado, confeccionó un plato general de magnitud nimia y tueste amansado y, ahora mismo, 
el consuelo de que tiene buenas perspectivas de mejorar con el tiempo y adquirir la consistencia que aquí no logra sirve de poco pues aún tengo el regusto de escasez de nutrientes y absorción ligera que no se mitigan ante esa previsible mejoría que todos visionan y anhelan.   
En esta ocasión no se cumple la propiedad conmutativa ya que cambiar el orden de los sumandos si altera el resultado, no es lo mismo "pan para hoy y hambre para mañana" que hambre presente/ya veremos más adelante si el pan hace acción de presentarse, Russel Crowe aún no controla el poder y tempo de saciar con compás y acierto a la audiencia, más adelante ¡ya veremos!



sábado, 25 de abril de 2015

La sombra del actor

No nutre como esperas ni apasiona como debiera pero, es tal el regocijo escénico de quien actúa, que se acepta, indulta y perdona.
"Muestrame al hombre que no sea esclavo de su pasión y yo lo llevaré en mi corazón".
Decrépito, decadente, un fantástico, arrebatador y cautivante Al Pacino en todo su esplendor para lucir su talento y mejores habilidades en un papel decrépito, decadente y moribundo, de actor que ha perdido su arte, su don, la magnífica pasión que ha definido su vida entera y representa todo lo que ama, todo lo que es, el agónico momento de descubrir que ya no eres quien creías, que la memoria falla, la vista engaña, la ficción gana enteros y que sólo recuerdas trazos de una realidad que se entremezcla y cruza con la fantasía, donde surge la debilidad y desespero de la solitaria persona que no es nadie si no puede seguir viviendo y respirando encima de su necesitado escenario.
"Oscar Levant dijo una vez: hay una línea fina entre el genio y la locura"; y él había borrado esa línea", y ese espléndido comienzo devorador tiene muy cercano al soberbio y altivo competidor "Birdman", que le hace sombra los primeros minutos, en la maldita forzosa comparación, sólo que pronto abandona su estela para centrarse en la tortura y vapuleo del errante sexagenario quien, en plena crisis personal y profesional, ve la oportunidad de cogerse a un caballo de Troya, esperpéntico y fugaz, de quien compra el afecto y paga por su compañía y caricias, más la anécdota de una intrusa que aporta 
el toque surrealista a un caos lunático, tragicomedia de rocambolesco panorama, irrisoria papeleta y burlesco despliegue en el que se ve abocado una figura catatónica, desamparada, sombría en su mísera existencia fuera de las tablas de su amado teatro, venido a un menos inevitable que le hace desfallecer sin piedad, lagrimar con apenada compasión, que tiene que afrontar el doloroso y costoso fin de su grandeza por mucho que la intente maquillar y decorar con juventud halagüeña.
Su ritmo es irregular, ni negativo ni complaciente, ni esquivo ni completo, no sigue un camino ascendente ni constante hacia la degustación plena, seriedad arrebatadora de profunda virtud que vira hacia lo estrafalario, lo caduco y senil con leves toques de ironía mezquina que funcionan, al igual que todo el guión, por la excelente interpretación de quien es su firme y maravilloso abanderado, rastro de río cuyo mar no es bien hallado que, en la gratitud de quien presenta, pronuncia y ejerce, se disculpa en los pormenores, se devora en los planos, se disfruta en sus elocuencias, se escucha en su melancólica sinfonía y donde se aplaude la oportunidad de ver a un Hamlet, en las últimas, encarnado con elegancia y sobriedad, martirio y pesadumbre en combinación inquietante de quien ya está perdido, vendido, confuso, extasiado y se coge a clavo ardiente para seguir presente y no ser olvidado.
Juega constantemente con la presentación de lo patético, de la frustración vuelta miseria, de la tragedia dramática echa presente al perder la identidad y volverse caricatura de payaso sin gracia pero con inmensa tristeza dándole vueltas, aflicción de un cuadro mortífero, de aguda sonrisa por la desfachatez del paisaje y de su próximo horizonte y la adicción a esa esquiva esperanza de seguir vivo cuando el abandono y la vejez están cada día más presentes y cerca de la muerte, línea de mezcolanza que vive, respira y se aprecia con gusto, que oculta las carencias gracias a su intérprete, que atrapa sin consuelo, seduce sin remedio, llena la pantalla y eclipsa los resquicios de un guión no tan supremo como cabría desear para quien dirige y quien pone voz a sus palabras.
Interesante inicio, curioso devenir, enajenación mental de una vida que se deshace, que apetece y emociona con temple, sin la fuerza esperada y que, incluso, puede desactivar tu interés conforme pasan los minutos pues la única razón, por momentos, es saborear la desenvoltura de quien habla, recita, captura y realiza una audición narrativa e interpretativa cuyo placer y gozo no te quieres perder, un ilustre "la perdición atrapa mi alma y yo te quiero, cuando yo no te quiera, el caos habrá llegado de nuevo", recitado con serenidad magistral, mirada penetrante, calma deslumbrante y profundidad de afirmar ser la razón para ver, deleitar y estimar esta película.



viernes, 24 de abril de 2015

Warrior

Aunque las conozcas de memoria, siempre emocionan estas historias.
Uno no elige la familia, nace en ella y adelante con lo que te encuentras; uno no elige las experiencias que tendrá de niño, las padece y deja la adolescencia; uno no elige arrastrar en su persona adulta la herencia de una coletilla parental que ahoga, asfixia e impide el desarrollo normal pero lo sobrelleva; uno no elige el dolor y sufrimiento como compañía voluntaria pero parece inquilino engorroso nunca dispuesto a partir o alejarse..., uno desea elegir la felicidad, la tranquilidad de alma, calma de conciencia pero ¡maldita sea si es pareja tan fácil de conseguir!, pues el recuerdo de lo vivido impide avanzar por el camino.
El formato es obvio y claro, presentación lineal de estructura clásica, no se complica la vida pues la sencillez de objetivo nítido, visible y palpable es adjetivo de agradecer en muchas ocasiones, 50 primeros minutos para plasmación del cuadro y dibujo de los elementos, vicioso padre reconvertido que arrastra la culpa de unas acciones que recayeron sobre sus hijos, uno abrupto, silencioso, opaco, eterna dinamita que desahoga su rabia, desdén y desprecio por el mundo y el mismo a través de la lucha, el otro mejor encaminado, mismo remordimiento pero encauzado en familia adorable 
que oculta rencillas nunca resuletas y por las que vuelve a subirse a un cuadrilátero, en esta ocasión jaula, y el deporte -hablamos de artes marciales mixtas- como unión de ese endemoniado rencor, de fondo angustioso, que se siente por quien se odia en palabras y hechos pero a quien se quiere en un profundo interior que siempre está al acecho, los golpes de combate, la fuerza de los puños, el resquemor de la mirada, la sangre de la pelea, el agotamiento de la paliza dada y recibida como el mejor y más rápido diván de psicólogo para curar tormentos de complicado remedio, un triángulo que te capta y absorbe por sus espléndida y marcadas interpretaciones -una vez más, ideal Tom Hardy como ultrajado héroe combatiente a quien sus papeles le ofrecen poca oportunidad para la sonrisa y el relax- pues el equipaje, la ruta y el paisaje no son nuevos, entrenamiento físico/mental y a la parrilla, que la competición va a empezar y el premio es ¡jugoso deseo a alcanzar! y, como música de fondo, cambiamos "Eyes of the tiger" de Rocky por "Oda a la alegría" de Beethoven.
Y el premio es un hermano, y el triunfo recuperar una familia, y la recompensa abandonar la rabia que nos ciega, dejar de estar perdido y estar de vuelta, y el placer comprobar la firmeza de los combates, la energía de las llaves, la precisión de la técnica, la preparación concienzuda de los contrincantes para hacerte vibrar en cada asalto, en cada roce, en cada embestida pues si no eres admirador, fan, o al menos gustoso del deporte de contacto, sólo te queda saborear el relato humano y sentimental y sería dejar coja a esta historia donde, todo lo no dicho y silenciado, se expresa a través de la fuerza física, rabia anímica y corazón acelerado de quien habla por su cuerpo al no poder ni saber emplear los vocablos.
Gavin O'Connor presenta una historia emocionante, intensa y vibrante, reconocible en su andadura pero seduciendo y palpitando como si fuera única, marcha ascendente hasta alcanzar velocidad máxima donde frenas, abres la puerta y te bajas pues ya has llegado a casa y meta, ingredientes familiares de elaboración casera y resultado previsible pero sigue siendo un plato sabroso, de degustación fabulosa, que se recuerda con encanto para un paladar que sabe, realmente, apreciarlo y sentirlo en toda su intensidad, simplemente siéntate, devóralo y haz la digestión, con lentitud, gusto, sentimiento y consciencia, todo un placer para quien guste de eventos épicos de frustración y superación donde el descosido siempre se arregla por muy roto y destrozado que estuviera, frenético drama humano de apetecible y deliciosa resaca.



jueves, 23 de abril de 2015

Fuego

"Podrías levantarte de esa silla y darme un abrazo, que puedes..., y tú podrías dejarte abrazar, que puedes" y, Luís Marías, puedes hacerlo mejor, más redondo, anímico, profundo e interior pues te coges a una línea recta, sin contratiempos ni grandes tesituras, que no requiere grandes esfuerzos/tampoco consigue grandes logros, olvidando por el camino la expresividad rotunda de unos sentimientos dramáticos que son, o deberían ser, el alma que mueve la cámara, el corazón de toda su esencia, espíritu que atrape, sin embargo, su sintonía y potencia es tan escasa e deficiente que se pierde la efectividad de lo expresado y la fuerza de lo narrado, ¡y tú puedes!
El odio como vehículo que te saca cada mañana de la cama y te mantiene de pie y entero hasta el día de la venganza, aferrarse al dolor del pasado para no afrontar un frustrado presente de futuro incierto y angustiosa incógnita del mañana, destruir toda esperanza que no conduzca a mantener vivo el fuego del mal que alimenta una violencia que sirve de pilar para ocultar la verdadera valentía de continuar, aceptar, soltar la silla y volver a caminar, ya sea con muletas, del brazo de otro o sólo cuando se pueda, rencor, furia, destrucción, vorágine de rueda que circula incesante por la llama del oscuro recuerdo que aniquila toda alegría que se atreva a llamar a la puerta..., todo ello enmarcado dentro del tema terrorista de víctimas y familiares de ETA por el que pasa con suavidad, sin postularse y siendo ética-política-socialmente educado y considerado. 
Relato que trata de sobrecoger pero no logra alcanzar pájaro, sequedad interpretativa por carencia de elocuencia y efusividad al transmitir sus hondas expresiones que no logran alto registro, sólo cumplir con las formas de recitar el texto, situarse en el contexto y que el resto lo aporte el público expectante, sólo que no alcanza tal expectación, ni miras, ni vista de halcón pues su compás y viveza se diluye, poco a poco, hasta convertirse en historia sin pasión ni fondo, simple escenario de tragedia no sentida aunque desfilen sus personajes y oigas recitar sus textos.
José Coronado como estandarte que encabeza la experiencia, sólo que abandera con carencias obvias de una actuación límite que no acaba de encontrar hueco ni acomodo para expresar su vivencia, corazón que no arde por mucho que se emule y actúe y se queda en tibieza de aprobado, más por conmiseración que por mérito logrado.
Me valen las películas de expectación media siempre que ese sea su destino inicial, pero como ninguna venta va a ser sincera en su afán de mediocridad, el gustoso aprobado se convierte en losa de decepción por sólo lograr un escaso suficiente a pesar de que la técnica, dirección y guión nunca optaron a ir más alla, pues si los ingredientes son de calidad media, el producto resultante nunca pasará de estandar, claro y sencillo, si estudias para cinco y logras tan ansiado grado ¡enhorabuena! ahora, si habías empollado para sacar nota...
Esfuerzo mínimo/resultado acorde, con preaviso se sobrelleva/sin acepción que adelante la liga en la que se juega, recuerdo de desaborido gusto que no quita todas las penas por lo que pudo haber sido y lo que se queda en el camino, conformismo que llegado a este punto no se acepta por la espera de una sobreabundancia y riqueza que ni siquiera se asoman a la puerta, ya de subir al coche y emprender el viaje ¡ni hablamos!
"No la(e) dejes morir, sálvala(e)". Impotencia.
Sentencias y diálogos que no marcan la diferencia, escenas que no dejan huella, palabras huecas que alientan un suspiro que nunca llega, fotogramas de rellenada presencia e inútil aporte que decoran la pantalla pero no remueven emociones, intimidad afectiva que se ofrece con corrección torpe e impide apreciar, con sabor, sus emociones, acción-reacción/calidad ofrecida-beneficio recogido, sin más..., juzgando desde una apetencia no cubierta y esperando ser juzgada sin pedirlo, lo dicho, impotencia.



Some Velvet morning

No pisa tan fuerte como pretende, este monstruo escénico que se mueve entre tablas de cámara, pues su apertura es deseada, dulce su boca pero poco intenso el tortuoso dolor mostrado y leve la intriga acaecida.
Hay películas cuya calidad vive de sus diez últimos minutos, de ese giro inesperado, desvelación inaudita que te deja perplejo, asombrado y cavilando sobre el sentido dado a todo lo narrado, redondeo, que hasta el momento, te se escapaba y mantenía confuso y atrapado indagando qué demonios estaba pasando, cuál era el misterio que te se escapaba y por el cual no llegabas a entender ni descifrar lo que estaba ocurriendo.
Y ese cambio radical te deja anonadado, positiva o negativamente, ya que puede que, esa explicación aclaratoria final, no sea de tu gusto ni te convenza de todo lo visto, no sacie todas las necesidades de expectativa surgida o, todo lo contrario, deje un hondo recuerdo, palpable largo tiempo, después de su acabado y, aquí, Neil LaBute, ofrece un portazo rotundo y decisivo de cambio de dirección, éxtasis y traje para dejarte, durante acotado instante, con sensación bobalicona y estupefacta, al tener que asumir el camino elegido para rematar esta sentida obra de teatro, de mayor agitación conforme se acerca a extraña meta, rodada para pantalla y celuloide, con dos únicos actores -excelente y elegante, Stanley Tucci, en esta singular conducción de los patéticos sentimientos vertidos- que, en conversación única, de potencia difusa según tempo, exponen las circunstancias de su pasado, presente así como la relación de enfado, cariño y resquemor que une a ambos.
Guión consistente que mantiene un nivel aceptable con el paso de los minutos, estilo de "Antes del atardecer" aunque sin tanto carisma y fuerza, pero sí lo suficiente para atrapar y evocar el curioseo de lo que está pasando o quiénes son los titulares de tan incesante habla, buen ritmo de armonía válida y afán expectante que, sin lucirse en demasía, provoca el interés por sus vidas y el deseo de entendimiento de las emociones derramadas según avanza el melodrama, un cuentagotas que ofrece su información poco a poco, con lentitud que exige atención y esfuerzo, para descifrar aquello que, el también guionista, quiere comunicar a través de este visitante inoportuno que aparece en la puerta de la bella desconocida, después de ausente tiempo, tras haber dejado a su esposa y a la espera de vivir un incierto amor con una no-tan-obvia ni supuesta querida/amante/compañera.
Empezarás en el norte/nadie te asegura que acabes en el sur, incertidumbre de destino que debe saborear un paladar agradecido y gustoso del entretenimiento ofrecido, que con constancia y alguna pausa, dirige su orquesta de pasión, rechazo, celos, desprecio, humillación y violencia como juego inocente e improvisado que cuenta con breves dosis de peligro alrededor.
Grado de adrenalina moderada que conquista cumbre de elevación media, intenta tirarse, totalmente perdido y desnudo, al ansioso río pero sin lograr el baño y escabuzón de locura frenética vendida, aunque sí un refrescante y entretenido chapuceo donde la clave es, si la incógnita de lo que no dicen claramente sus persistentes palabras y vocablos intercambiados, dan el preciso material para cautivar y despertar tu curiosidad sana.
Abre y cierra puertas afectivas cuya línea ascendente se convierte en parada de estación intermitente que inicia su marcha, de nuevo, para encuadrar, finalmente, en el as sacado de la manga, sombrero de payaso y nariz roja que desvela el espectáculo circense jugado, base de despiste-nutrientes de desavenencias-aporte dramático que se alimenta de reproches, cuentas pendientes y un esperado salvavidas de quien espera hallar albergue; abraza con estilo y eficacia, diálogos de temperatura cálida que nunca escasean de ideas cuya llama produce fuego de densidad sobria que no da para las hogueras de San Juan pero sí para les fogueres de Sant Antoni..., aunque, para fantasías y gustos, ¡colores!



miércoles, 22 de abril de 2015

Lost river

"Sólo Dios perdona" a este río perdido pues de él nace, en él se inspira y por su recuerdo fallece.
Un actor más -y la lista empieza a ser larga- que se pasa a dirigir la interpretación que, hasta entonces, era su arte y morada, que aburrido, y a la espera entre película y película, decide poner su creativa imaginación al servicio de la pluma dejando volar su fantasía hacia cuotas sin freno que buscan el colofón final del fotograma, lanzarse sin paracaídas protector a un terreno complicado de aterrizar, de hacer pie, de manejar y, aún más difícil, de hacerlo todo con esmero.
Ryan Gosling escribe, dirige, produce esta fábula de David contra Goliat, de ovejas contra lienas que merodean en busca de sangre y carnaza, que anhelan devorar a sus víctimas hasta el último aliento, sometimiento del más fuerte contra el ciudadano que sobrevivie a duras penas siendo lo que más luce, brilla y emociona la estética y fotografía, y lo que menos destaca y asombra, la dirección y su historia.
Le otorgas 45 minutos de tu interés y curiosidad para saber qué te quiere contar, descubrir dónde te quiere llevar porque la presentación artística es absorbente, atractiva y de gran encontronazo, deslumbrante colorido intermitente en un mar de miseria bestial de una ciudad abandonada a su suerte donde la pobreza, delincuencia y apatía hacen el agosto cada día, supervivencia dura y cruel de una madre con dos hijos sometida al caballo de Troya, caprichoso y desmedido, de quien tiene el dinero y el poder, 
choque seductor de imágenes de esperanza, compañía, amistad junto con la lucha mezquina de esos lobos al acecho que lo roban y destruyen todo, pausa melancólica de maratón lento, agónico y música acompasada para una mirada catatónica, abatida y sonámbula de huida constante por no ser atrapada por la desidia y el desespero de una Detroit dejada a su muerte, mucho surrealismo simbólico para expresar, con lánguidez y desaliento, las palabras que el guión olvida en una representación teatral y metafórica de lectura profunda y loable de la sociedad..., pero toda esta maravilla visual que captura y atrapa con estilo al ritmo de su feroz, singular y esquiva andadura sólo da para mantener tu atención los tres cuartos referidos anteriormente,  para fugaz exhibición poética de una realidad oscura sin mucha habilidad en las formas porque, para entonces, la falta de consistencia, de destino, de mensaje, de habla con sed que te mantenga despierto y sediento, al vuelo, apagan tu motivación y surgen la distancia y la desgana pues todo el circo y fanfarria no sirven de nada sin un relato con contenido e ideas claras de lo que se quiere narrar.
Este firme actor londinense, en su primer rodaje, se atreve a tirarse de cabeza a la piscina, sin prevención ni salvavidas, pero sólo ofrece agua a mansalva y chapoteo continuo que, al principio, entretienen pero, con el tiempo, resultan insuficiente, su criterio se desvanece y se pierde en su propio mareo, intenta ser experto en una técnica que no controla, tiene buenos referentes de modelo soñado pero, debido a su inmadurez en su nuevo trabajo, se dedica a floja copia, incluso un corte y pega, que decora el espectáculo pero anula el deseo de conocimiento ya que su estrafalario cuadro, cuidado con extremo detalle en cada punto, da para visita turística de observar por fisgar pero resulta en exceso pretencioso en su altivez pues absorbe de quienes admira sin lograr despuntar la originalidad de su propia cosecha; evidencia, no culpable, de ser primerizo que, con el tiempo y experiencia, madurará aunque, por ahora, es desmadre caótico que no va a ninguna parte. 
Buena esencia que no sabe encontrar desarrollo, coreografiía de números impactantes sin melodía acorde que suscite apetencia de acompañamiento, láminas divergentes que, simplemente, se exponen pero pierden eficacia en la travesía ya que la conducción es desatinada y nos satisface, habrá que esperar a nuevas ideas y empeños de este novato, voluntario artífice en el arte del ojo tras la cámara, lo visto sólo es imitación mix de diversos autores.
Prevención para visitantes ingenuos que busquen acople lógico, cuerdo y racional pues es discurso idealista para enamorados de lo estrambótico, lo enrevesado y lo discordante confeccionando un telar llamativo y particular que mecanografía sus señales en morse para ser reveladas e interpretadas por cada cual.
Aunque no acierte plenamente en el intento, se acepta el esfuerzo.