jueves, 30 de abril de 2015

In lieu of flowers

En vez de flores, gratitud de una tierna, querida y confortable compañía.
Sabroso caminar de ritmo pausado, lento y armonioso, sensibilidad expuesta que permite interiorizar con los personajes, con su devastación anímica, con esa desolación diaria que supone tortura de levantarse cada día y afrontar sus largas horas, envoltura de desidia para un destrozado corazón que bombea por efecto mecánico pero que ya no siente nada, sólo inmenso dolor de quien vive estando muerto, resquicios de voluntad que se aferran a la posibilidad de mejora, de sanar de una horrible enfermedad solapada que no suelta a su víctima por nada e impide un necesitado respirar que se busca y anhela con intensidad.
Emociones a flor de piel en este silencioso y ardiente luto que aniquila con esplendor en su performance, que muestra sus penas y amarguras con clara inteligencia, nítida exposición de la pérdida del ser amado y del sufrimiento de encarar la existencia con su sombra eterna dando vueltas pero con la ausencia de su persona, personajes en misma situación sentimental que se encuentran y descubren una comodidad compartida que es inicio de amagada sonrisa y tenue descanso y que alberga la urgente perspectiva de risa, bienestar, tranquilidad en su iniciada andadura, deshacerse por fín de la agonía de que nada tenga sentido, nadie importe, sólo se desee abandono, soledad y vacío y que la ínfima emoción de apetencia, afán, deseo inicie su desarrollo con relajación, regocijo, confianza y una intimidad que se 
palpa en cada fotograma gracias a la cercanía, naturalidad, carácter y dulzura de una actuaciones intimistas, sentidas y tiernas que Josh Pence y Spencer Grammer exponen con sobriedad, serenidad y elegancia, sutileza que permite su disfrute, su enganche y su acompasada ansia de saber más, de abrazarles y estar presente en su tortura, fugaz ánimo y próspero renacer. 
Película romántica donde no hay romance, sólo vestigios de su añoranza, de lo que fue y la inmensa impotencia de su recuerdo que asfixia y ahoga, dos almas errantes que intentan sobrevivir a la ausencia de su amada pareja y cuya amistad y desarrollo ofrece el nacimiento de la posibilidad, de la cura, de sanar de un mal inmerecido, abrupto sin tratamiento pues el dolor nunca desaparece, sólo se acopla y amolda con el tiempo.
William Savage presenta un trabajo de ritmo ameno y fresco, diálogos concordantes y apetecibles para un guión ligero a pesar del suplicio que narra, que no se ceba en la amargura a pesar de su constante existencia, visión apetente, gustosa de formas delicadas que exhiben el sufrido proceso de duelo sin clemencia pero cariño y complacencia de una flicción que se devora, se palpa con exquisita afinidad. 
Fantástica sencillez para tan costoso tramo, arduo panorama decorado con hermoso atractivo, fragilidad de melodía expresada con compás y espacio y oída con profundo placer de un alivio que se evidencia sin lágrima, con serenidad, coherencia, con la firmeza y orgullo de seguir entero, de que la memoria sea bella y no una losa, aires tranquilos de recepción deliciosa y calma redundante que rehabilita tu creencia y amor en el avance, en el progreso, en la superación del desconsuelo y el regreso de la alegría, virtud de presentar la depresión, el hundimiento, la rabia sin desesperación, sin prisas, con la relajada quietud de volver a casa.
"La muerte vino por mí el primer día de primavera", pero pasó de largo, se negó a cogerme de la mano, "..., y realmente sentí que alguien había muerto, sólo que me equivoqué de persona", de modo que volví a la vida, al poder de respirar, a mi sonrisa, al futuro de una existencia plena.



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