domingo, 26 de abril de 2015

El maestro del agua

Comprensible timidez de quien se expone a ser juzgado por su ojo, hábil o torpe, al mando del manejo de la cámara.
¿Qué le apetece tomar, señor Crowe?, ¿qué va a ser, café dulce o amargo?, porque parece que piensa, duda pero ¡no se decide!
Historia bélica, homenaje a los caídos en guerra, nunca hallados/siempre recordados, con pinceladas altruistas de romance dulzón y pueril entre adultos ya instruidos...,¿necesaria la mezcolanza de relato de amor, suave y cómodo, para afianzar la atención de una conciencia que, sola ante el dolor y la tristeza recordatoria del horror de la batalla y sus injustas víctimas, no se mantendría con mirada fija, sin despiste ni pestañeo ante el interés de la narración épica?
Nuestro -uno más que cae- actor consagrado, metido a director novel, opta por la seguridad del itinerario marcado en las instrucciones de cómo manejar la cámara por primera vez y no meter la pata, manera eficaz, correcta de hallar los planos, disponer sucesiones narrativas y no perder la estela ni dañar la mira del espectador que espera, sólo que, como todo libro al uso estándar de general proceder, no sabe dar los instrumentos, ni consejos, ni órdenes sobre cómo atribuir carisma a lo expuesto, pasión a lo realizado, vivacidad al cóctel manejado y que no se convierta en bebida corriente, fácil de digerir, más rápido de olvidar por la simpleza de su crónica.
Excelente exhibición paisajística de una fotografía de contrastes que dispone su memoria entre el avance del esperanzador presente y el inamovible y horrible pasado, breves notas escuetas de la tortura, violencia y ultraje de lo ya hecho con el optimismo y candidez de oportunidad nueva abierta ante la vista, un juego de dirección discreta, actuaciones acordes y guión poco inspirado que sin adormecer, tampoco cautiva, dejando al público en un estado neutro e insustancial que, tratándose de amor y guerra, es parcela que deja mucho que desear.
Cándido caminar que nunca adquiere velocidad plena, tristeza y dolencia que se revisten de simpatía bondadosa e ingenuidad apacible, cariño y sencillez como estandarte, un aplauso a la ensalada de aceite y vinagre del recién horneado capitán australiano, ánimo para su escarceo primerizo y mejora en posteriores intentos pero, dejando la condescendencia, peloteo y complicidad de coraje para que no abandone la ruta emprendida, el que visiona se queda levemente en espera de una acción ardiente, relato histórico, connivencia con los sentimientos expresados que no llega ni alcanza cuotas de merecida narración y reseña pues sus personajes se mueven por la facilidad y armonía de navegar por aguas tranquilas y alejarse, como norma no escrita, de mares impestuosos y olas inquietas. 
Que no disguste no significa que plazca, que de un tirón se consuma no lleva consigo la suculencia del alimento ni el gozo del paladar que lo saborea, este padre voluntarioso con ensoñaciones de revelación adivinada y modestia en su atractivo porte de rompecorazones, protege en exceso su sueño y no opta por el riesgo interpretativo ni expositivo, da para estancia breve de fábula poética con ingredientes varios que aporta un poco de todo pero lejos de un cuento inolvidable, de gran drama y novela consistente que se aprecie y devore con ansiedad plena, satisfacción que queda a la espera, en esa larga cola de películas apropiadas que se adecuan a la posición media pero que ni resaltan, ni explosionan más allá de poner un paso delante de otro y hacer levedad de un camino, que al caminante, dado su andar, le resulta flojo y escaso, sin mucho que instruir, tastar o saborear.
Belleza estética de personalidad blanda, ausencia de intensidad  firme, complacencia en las formas pero contenido casto y discreto, delicadeza sin llama, finura sin exigencia, armonía de bienestar buscado en una correlación de eventos que no alterarán tu confortable estado anímico ni el acompasado ritmo de un corazón que observa sin protestar pues no se implica ni siente gran cosa y, una película que deja indiferentes a las emociones cuando abarca el peliagudo enfoque de quién sabe dónde están nuestros seres queridos..., sólo se disculpa y perdona por ser recién desvirgado, currículum vitae sin experiencia adquirida pero está claro que Gladiator no tenía claro que desayunar, si dulce o salado, ligero o pesado, croissant  o tostadas y barruntando pizcas de todo lo que tenía a mano, con elegancia pero fruto moderado, confeccionó un plato general de magnitud nimia y tueste amansado y, ahora mismo, 
el consuelo de que tiene buenas perspectivas de mejorar con el tiempo y adquirir la consistencia que aquí no logra sirve de poco pues aún tengo el regusto de escasez de nutrientes y absorción ligera que no se mitigan ante esa previsible mejoría que todos visionan y anhelan.   
En esta ocasión no se cumple la propiedad conmutativa ya que cambiar el orden de los sumandos si altera el resultado, no es lo mismo "pan para hoy y hambre para mañana" que hambre presente/ya veremos más adelante si el pan hace acción de presentarse, Russel Crowe aún no controla el poder y tempo de saciar con compás y acierto a la audiencia, más adelante ¡ya veremos!



No hay comentarios: