sábado, 31 de octubre de 2015

5 to 7

Brian es un joven aspirante a novelista que vive en Nueva York; un día conoce a una bella mujer llamada Arielle, la esposa de un diplomático francés. Ellos pronto comienzan una relación extramarital, aparentemente un acuerdo común bastante sencillo. Todo empieza a complicarse cuando los padres de Brian no llegan a entender la inusual relación de su hijo. Pero el amor de estos dos amantes les muestra otra manera de ver y vivir el amor.


A veces amas, aprendes y lo dejas marchar, aunque siempre esté contigo, aunque nunca te abandone y sea un tierno y bonito recuerdo que siempre te hará sonreír en tus momentos de tristeza.
Una bella y hechizadora sirena que convirtió en hombre a un chaval inocente e ignorante, que hizo escritor a quien llevaba una vida vacía y mediocre, un individuo mojado, feliz con su humedad, que aprendió a protegerse después de un profundo e inmenso chaparrón que cambió su vida y la concepción de su ser, que hizo camino sin poder olvidar esa parada exquisita y adorable que, por siempre jamás, en su corazón permanecerá.
“Hay personas con las que te casas y personas a las que amas”, diferentes modos de entender la existencia, la infidelidad realzada por la diversidad cultural -insiste mucho en esa comparanza entre la concepción americana y francesa del amar, la pareja y la realidad- que ayuda a crecer y madurar, colección de momentos emocionales cuya andadura conforman tu presente inmediato, de instantáneo pasado, cuya fuerza de la naturaleza y del amor no pueden ser frenadas ni evitadas.
Un relato de sentimientos profundos y sinceros vividos y narrados de manera alternativa a la clásica historia romántica siempre vista, que utiliza, con efectividad media, el humor, la ironía, la perplejidad, el desconcierto y la pasión sin que ninguno de ellos alcance grandes cuotas de referencia, recibir con gratitud lo que se oferta, compartirlo en familia y no avergonzarse de la común felicidad que otorga, generosidad y respeto de ceder por la pareja para proteger y consolidar la unión, acuerdos divergentes que convergen en un mismo punto, la dicha y deferencia hacia quien se ama entendiendo la diversidad y alternancia de formas que otorga dicha 

hermosa palabra.


“La civilización está organizada por parejas, para bien o para mal”, costumbrismo de una educación moral y ética que sólo observa una versión de la gama ofrecida, la que entiende y le da tranquilidad de saber por dónde se va, línea recta que marca el sentido de la circulación sin complicaciones ni mareos; Victor Levin escribe y dirige un guión locuaz, de ritmo entretenido y con evidentes tintes esporádicos al veterano Woody Allen pero sin su locura, sagacidad y caos cómico, donde se exhibe la amplitud opcional de querer a una persona con estima, tolerancia y cortesía, una naturalidad educada donde se pregunta y cuestiona por “la burla de la grandeza”
Pero, ¿realmente lo hace?, este recién “graduado” se mofa y distorsiona la virginidad del amor puro? o ¿simplemente lo acepta, abraza y disfruta conforme llega, respetando sus normas y ciñiéndose a lo que ésta puede ofertar cuando cabe, es decir, esa ardiente cita de 5 a 7?
Cinta no tan transgresora como pretende pues se decanta por el convencionalismo tradicional, pero que ofrece pinceladas agudas sobre las emociones y sensaciones que mueven el mundo, que gusta, confunde, extraña y te hace reír por el desconcierto del cuadro pintado, todo ello con serenidad, franqueza y sencillez como parte de su elegancia, encanto y distinción con la que expone y se mueve, más ese toque inverosímil que queda en el ambiente.

“El futuro tiene una forma de llegar, lo quieras o no”, no hay manera de controlar nada, sólo sentir, vivir y avanzar y subirte al ritmo que marque la vivencia porque aunque te resistas, no quieras o dudes, llegará y decidirá por ti; aquí, después de tanto ajetreo, decido lo habitual, lo acostumbrado, la cita de dos horas, de 5 a 7 no logra revolucionar el mundo ni sorprender tanto, es una peculiar propuesta que se queda a mitad del escándalo que pretendía.
“¿Qué estamos dispuestos a hacer por amor?”, amplio debate de caducidad infinita que se alarga en el tiempo, por las décadas de los siglos llegando a similar conclusión, ¡todo!




viernes, 30 de octubre de 2015

The go-between

Un anciano recuerda su infancia tras haber encontrado el diario que escribió en 1900, cuando tenía 13 años.


“Mercurio, el mensajero de los dioses”, un pequeño chaval, fuera de su acostumbrado y conocido entorno, hechizado por una bella dama que esconde un inconfesable secreto que sólo con él compartirá, pues es parte imprescindible y necesaria de ese romance prohibido por el cual todo se arriesga y se juega a una desesperada carta, pendiente de que el joven e inesperado cartero, a tiempo la entregue.
Romántica historia llena de oportuna tragedia y suave tensión dramática de aquellos amantes a quienes se impide ser y estar, los Romeo y Julieta del recién iniciado siglo XX, en concreto año 1900, en delicada villa inglesa decorada con escrupuloso esmero y en abundantes tonos pastel que denotan la moderación y templanza de su correcto y apropiado comportamiento, más esa pureza del blanco para los Capuleto que denota su altivez y categoría respecto ese inoportuno granjero que se interpone en los calculados planes de una madre, de corazón frío y mente siempre activa y pensante, que sabe lo mejor y conveniente para estos casos.

Cuidada estética y meticulosa ambientación que hablan por si solas, dedicación y desvelo que facilitan gratamente la incursión en esa peculiar época donde las formas e imagen eran lo importante y silenciar, disimular los sentimientos parte de la educación de vida impartida, pequeña rebeldía de una distinguida novicia cuyo anhelo por probar, consumir y catar, liberar sus pasiones le podrán más que las corsetadas y estrictas sociales costumbres.
Acogedora y emotiva al lograr capturar al espectador para que sea parte cómplice de su aventura, se conduce con afectividad y aprecio, con esa cordialidad que refleja el rostro de un niño responsable, salvavidas del amor de los mayores; entrañable y todo un sencillo placer descubrir con él, a través de esa inocencia que despierta al mundo arduo de las emociones, el señalado papel encomendado para esa misión secreta que se esconde en un papel dentro de un sobre pues “las cosas buenas vienen en pequeños paquetes” y el que posee entre sus tiernas manos guarda lo mejor y más querido del mundo.

“¿No sientes la necesidad de amar?”, imposible no experimentarla con esta hermosa, cálida y afable fotografía de retrato postal, con perfección diseñada, donde cada escena ha sido confeccionada con la sutileza y arte de expresar la atadura del comportamiento y las apariencias, de los modales y el rango en detrimento de la querencia, el deseo e impulsos físicos, Pete Travis ofrece un relato querido, amable, que se estima con gusto para la vista mientras la razón sigue la amena partida de criquet a través de su acertado protagonista, quien desprende dulzura, ignorancia, devoción y revelación por ese amor platónico e idealista que marcará dicho verano y el resto de su existencia.
Excelente cine realizado para tv británica, aunque cumple con excelencia los requisitos para debutar en la gran pantalla, escenificación dramaturga que insinúa, deja pistas, se sospecha pero no enseña ni revela sus pasos y actos hasta ese delirio mental donde todo se precipita y sale, forzosamente y sin remedio, a la juzgadora luz pública.
The go-between, el intermediario y mediador de una delirio que apacigua su fervor en público y desata su lujuria en esas contadas pero magníficas citas que el virginal invitado logra acordar, con su valentía y enamoramiento de esa deslumbrante diosa ante la cual se rinde, sin posibilidad alguna, para ser Mercurio, por siempre, su mensajero fiel.




jueves, 29 de octubre de 2015

El rostro de un ángel

Una periodista y un director de documentales investigan un crimen cometido en Perugia (Italia). La protagonista es Amanda Knox, la estudiante norteamericana que fue acusada de asesinar a una compañera de piso con la complicidad de su novio italiano y un amigo de Costa de marfil.


Dante por el infierno, purgatorio y paraíso, Thomas solitario, público e introspectivo no le va a la zaga, no logra imitarle, darle caza o aspirar con solidez su esencia, su espíritu deambula pero no solidifica su presencia.
“A dónde irán los besos que guardamos, que no damos, dónde va ese abrazo si no llegas nunca a darlo...”, cantó en su día Víctor Manuel; por tanto, la cuestión que queda en el aire es ¿dónde va a parar esa película que, poco a poco, toma forma en la cabeza de su director pero cuyo perfil y manejo del relato, composición definitiva de la historia no interesa y queda colgada en el vacío por abandono de proyecto?
Porque aquí, tristemente, es lo mismo que le sucede a la audiencia con su tormentoso protagonista, empieza gustoso su aventura, le sigue en la lenta confección de la estructura de su cinta, en la elección del enfoque y en esa peculiar obsesión y adoración por Dante pero, acabas desvinculado, extraviado, perdiendo, sobre la hora de su rodaje, parte de su hilo y fuelle pues su cielo y abismo, que se alternan en la absorción de su trabajo, acaban derivando en desgana de un único pesonaje estrella cuyos secundarios desfilan por su vida muy ligeros y rápidos, sin incidir con sustancia y alimento beneficioso, lo cual impide colaboren gratamente en complementar a quien, por si solo y las exclusivas ideas de su mente que entrecruzan lo íntimo, subjetivo, laboral y adyacentes no son suficientes para mantener la atención del espectador y llenar con rotundidad la pantalla.
“Si vas a contar la verdad tendrá que ser con una ficción”, apunte claro que no empaña las cavilaciones, de tempo largo y denso, en iniciar el escrito del guión solicitado, manuscrito en proceso que únicamente tiene definido que nada es obvio, está resuelto o es conclusivo, película con objetivo de rodar otra película que enlaza con informaciones del momento, a modo de documental fidedigno de los hechos ocurridos y por todos, en mayor o menos grado, conocidos y cuyo patrón a la cabeza, ante su duda y caos para configurar una narración lineal, opta por exponer varias verdades, falseadas i creíbles, en función de quien las reciba pues nada es lo que parece, todo está manipulado y etiquetado según conveniencias.
Pero no resulta, no funciona, dentro del atractivo de presentar una cinta espaciosa, sin florituras ni abstraídos adornos que pretende otra de género abierto, trascendental, nada comercial que sugiere preguntas a través de un thriller que no se molesta en resolver, pues las respuestas atoran, confunden y lían, su densidad no aguanta el embiste, no al menos durante toda su duración, su andadura de idas y vueltas, de investigación, testimonios e indagación
en ese propio tormento, que revive lo propio a través de la recepción de lo ajeno, logra un buen pulso de dos tercios pero, es ahí donde surge el desplome y va cediendo en su personalidad y seducción de cómo adquiere diseño y estructura ese filme que después los videntes tendremos el placer de consumir y valorar en juicio individual y único.
Desgracia de una ruina, cuyo nacimiento y vivencia de su ocaso, tenía un punto curioso y llamativo de descenso al interior de una cabeza pensante que vive su personal crisis, al tiempo que monta y crea la imaginaria, ese conflicto que se lleva a cabo en la invención y fabricación de una narración filmográfica, a partir de una divergente realidad que escandaliza mucho más que su plasmación en celuloide.
Apetecible Daniel Brühl, no tanto el rostro de un ángel que no se gana con contundencia tu observación y análisis, Michael Winterbottom empieza con entusiasmo y veracidad su reflexión y elaboración de la construcción de un filme partiendo desde su base de pensamiento, sin estabilidad o camino concreto, pero lentamente se abandona a su suerte, su sujeto y lo que tiene que decir dejan de apetecer; conclusiva negatividad que nunca alcanzó a la mangífica “La divina comedia” que tanto le sirven de inspiración y guía.




miércoles, 28 de octubre de 2015

La cumbre escarlata

Como consecuencia de una tragedia familiar, una escritora es incapaz de elegir entre el amor de su amigo de la infancia y la tentación que representa un misterioso desconocido. En un intento por escapar de los fantasmas del pasado, se encuentra de pronto en una casa que respira, sangra… y recuerda.


Sencillez de crónica sobre un más allá de sobresaliente ambientación; técnicamente soberbia, de narrativa floja.
“En el amor no hay lugar para la perfección”, pero aquí te cansas de observar tanta perfección estética de tan poco atractivo argumental, porque es lenta y lo que cuenta apenas seduce, aparte de la obsesión por el rojo y unos monstruos que, más que miedo, dan risa sincera e irónica por lo bello del montaje pero la debilidad efectiva de su andante práctica.
La casa de los horrores de los hermanos “monster”, con ascensor incluido y agujero en el techo para hacerla más tétrica y siniestra, donde cada espeluznante habitación esconde un vil secreto, cuya esencia y contenido no vas a estar ansiosa por conocer, por el que no te mueres de curiosidad ni desfalleces de intriga, gótico estilo, de vestidura y alma edgariana -con el permiso, jamás concedido, de Allan Poe-, burtoniana si se prefiere, que encanta a la vista pero deja desnutrido al resto del cuerpo; entonces ¿qué hacemos con los demás famélicos sentidos, hermanos de la glotona visión, a su suerte abandonados?
“Quizás sólo percibamos las cosas cuando estamos preparados para verlas”, cierto es pero la mente se agota de esperar recibir un alimento que nunca llega, es impresionante seguir las imágenes, hermoso adorar y visionar tan espectacular artístico cuadro pero no hay cavilaciones que motiven a la razón, que la instiguen a involucrarse, únicamente un cuento que no inspira ni emociona ni aterra, un horror por
amor que no devora, ni crea tenebrosidad ni carcome por dentro, romance que no complementa ni sustenta tan meticulosa y minuciosa imagen, donde “valoramos los esfuerzos, no los privilegios” ya que sales convencido de la espectacular performance, menor gratitud hacia la leyenda del relato.
“Tranquila querida, todo el mundo tiene su lugar”, y es evidente que Guillermo del Toro se ha cuidado de ello, de reservarle esplendor, mimo y detalle a cada uno de los participantes, perfección visual en cada esquina, rincón y fotograma, fascinación de conjunto que enloquece por la exquisitez conseguida, sólo que ¿suficiente con la maravilla de fotografía?, porque son casi dos horas, 119 minutos para ser exactos, donde vas a vivir de un único consumo, la excelencia de un porte que cuenta con poco más.
“Los fantasmas existen, de eso estoy segura” y yo estoy segura de que no sois vos, soy yo, un guión poco aleccionado para crear terror, interés o un ápice de cariño y apego por su historia romántica, tragedia que no trasciende, sólo deambula de pobre compañero de baile de una elegante y delicada dama, de movimientos sutiles e inocente corazón que suspira, trabaja y se desvive por tu aplaudida consideración y estima, pero donde sólo obtiene el respeto por su sublime rostro de perfil y composición
magistral, el resto es añadido que falla pues ayuda poco en su receptividad y ganas.
No te atreves a decir que te aburres, te da pena usar tan dictatorial palabra porque la pantalla está, en todo momento, 
con gusto y excelencia decorada, pero en el fondo, un poco -seamos condescencientes- si que te aburres, pues una joya, obra de arte se contempla, es cierto, pero para ser completa debe comunicarse con su observador, transmitirle sensaciones que la personalicen y hagan suya, que permitan sentir al mismo que respira y habla por lograr su atención, respeto y afecto, por esa subjetividad exclusiva que cada cual siente; aquí, la cumbre escarlata lo es de colorido, corte y confección, de pasarela para portada de cartel y revista, ideal para tráiler de escasos minutos donde resalta, con poder y fuera, su tonalidad, vestuario y matices; como mansión encantada, cúspide del miedo y pánico, esplendor de frialdad y malévolos actos..., digamos simplemente que la fábula es majestuosa invención de preciosa presencia..., dejemos el resto.




martes, 27 de octubre de 2015

El marido de mi hermana

Richard Haign es un brillante profesor de Cambridge con una pasión desenfrenada por la poesía romántica y las mujeres hermosas. Sin embargo, la paternidad le cambiará la vida. De forma inesperada Kate, la joven estudiante americana que conoció en una de sus clases, le va a convertir en padre... noticia que recibe justo cuando conoce a Olivia, una novelista exuberante y excéntrica, hermana de la que pronto se convertirá en la madre de su hijo. Un trío amoroso que dista mucho de su ideal de familia.


El chispeante Remintong Steele, elegante ex James Bond, que sobrevivió a la pérdida de tan portentoso sobrepeso, título y traje surge, en su ya tastada madurez, como senior jovenzuelo, inglés con canas y barba cansina atorado en la soledad California, tierra yanqui que desprecia a los románticos y con la que no acaba de lidiar ni encajar.
Profesor madurito, mujeriego empedernido, que necesita de la joven y bella Jessica Alba como excusa patética y burlona para acceder a la, ya más curtida y siempre perfecta en pantalla, Salma Hayek, de pretendido serio recitador de los clásicos a bromista torpe, bobo, penoso y lastimero que corre tras las faldas de una compañera de reparto que tampoco se come un rosco, cinematográficamente, desde hace tiempo y que juntos forman un dueto tan triste, trágico, desaprovechado y dolorosamente hiriente que cabe preguntarse si tan apurados estaban que tuvieron que aceptar, sin remedio ni mucho pensar, un guión tan endeble, nimio e insustancial en su contenido y pretensión.
Porque los pobres se esfuerzan, realmente intentan ser graciosos, divertidos, amenos y cordiales, caer en simpatía y hacer pasar un rato grato, dentro de su obvia y buscada ligereza, a la audiencia pero, el argumento, de conducción rápida y fugaz, es tan bobalicón, cutre y simplón, de sentencias tan carentes y faltas de alimento consistente que, ni con sus atropelladas memeces logra hacer gracia o contagiar alegría, únicamente riduculez sentida en demasía. Pierce Brosnan como líder absoluto -lo cual, en este caso, no es nada bueno- de una trope que se mueve con ficticio caos que ni cuela ni se aposenta, que no produce risa ni humor sino todo lo contrario,
frescura de aderezo bailable que sólo con ellos empatiza pues los ves desfilar, correr, tropezar, dialogar y ponerse sentimentales y parece teatro de barrio, farándula con dinero para complementar, tan escaso contenido válido, con preciosas vistas de lujosas mansiones.
Es de suponer que es duro envejecer como actor y tener que aceptar ciertos trabajos o, simplemente les da igual y ellos se han divertido y reído haciendo la película lo que tú no viéndola; aburrida, predecible, sosa, insulto al más lelo clasicismo, importa más que llevaré, cómo voy maquillada y lo buena que salgo en pantalla que trabajar por crear un personaje algo -aunque sea en mínimos, con recesos incluidos- interesante; y mientras este don Juan, que mantiene el tipo como puede pero ya está pasadito de años, de casa en puerta, de mujer a hermana, de la gloria shakespereana al béisbol y a, supuestamente, encadilar a la concurrencia porque es padre y sabe abrazar y besar al niño cuando éste tiene una
pesadilla.
Holywood ha tocado fondo en cuanto a falta de ideas y de curro original, -yo también lo estoy en cuanto a escribir sobre esta cinta-, el romanticismo con tintes de comedia está en la UCI por agotamiento y abuso reiterativo, la desilusión es menor si tienes palomitas o comida insana -basura de toda la vida- al abasto pues entretiene lo que el filme no hace, y la ingesta de calorías no permitidas cubre la desgana perceptiva de lo que no tiene chispa, ni salero ni incentivo extra, sólo caras guapas, conocidas y queridas por sus trabajos anteriores, que aumenta la desfachatez de verlos actuar como el guapo Cantinflas y sus chicas.
“Esto no me gusta”, apetecen sus actores y ganas de juerga y entusiasmo pero, es mediocre y torpe el resultado de tanto mareo, la salsa no da para baile, la danza que pueda surgir es necia, la comicidad adolece de consistencia o glándulas que permitan su gustoso efecto y el romance es lo peor, lo más absurdo si cabe.
Tortilla revuelta realizada con poco acierto, aún menos tino; se ve como cuando miras catatónica la pantalla sin percibir ni atender a lo que pasa, pues tu mente está a millas de distancia; que se separan ¡bien!, que se juntan ¡hurra!, ¡que no son los mismos!, ¿y qué más da?, el tiempo avanza y queda menos para su feliz final de dulce cuento que todo lo cuadra; soporta las frases ñoñas de esa última carrera donde conquistar a la chica y ¡eso es todo, amigos! -That’s all Folks!- como diría, con sentencia suprema, el fabuloso Bugs Bunny.
¡Cuánto talento desperdiciado!, con lo respetado que fue, en su época, tan valioso y estimado caballero.



lunes, 26 de octubre de 2015

X+Y

En un mundo difícil de comprender, Nathan se esfuerza por conectar con los que le rodean -sobre todo con su madre-, pero lo cierto es que sólo encuentra verdadero consuelo en los números. Un día se encuentra con un profesor anárquico y poco convencional, el Sr. Humphreys, cuando Nathan se incorpora al equipo del Reino Unido para competir en las Olimpiadas Internacionales de matemáticas en Taipei. Ambos formarán una inusual y especial amistad.


Cuando las emociones, sus sentimientos y vaivenes vencen a todo patrón matemático; cuando dejas de pensar y los sentidos, a la razón ganan; cuando las matemáticas no gustan más que un helado.
Pero “me gustan los patrones”, porque son entendibles, analizables y estables, controlada variación que, una vez fijada, permite el acceso sentido y llano hacia su conocimiento, belleza infinita que se controla una vez accedes a sus entrañas, sinceridad directa y honestidad palpable que no entiende de empatías terrenales, ni de sufrimiento por no poder expresar el dolor que se lleva dentro y que corrompe toda el alma.
Tener muchas cosas que decir pero no saber expresarlas, miedo a la comunicación, pánico al contacto humano, diálogo frustrado desde su origen, desde ese inepto comienzo que se escapa por no poseer normas y reglas de conducta, por no regirse por una lógica deducible que estudiar y memorizar, relato complejo sobre el confuso crecimiento de un chaval con un don especial para las ciencias exactas, para leer todo lo que le rodea a través de la síntesis y unión de números, desechando todo aquello que se resiste o no encaja dentro de tal cálculo.
“A veces tenemos que cambiar para encajar”, desarrollo enigmático, perplejo e inusual de una mente prodigiosa que se observa y siente con todo su aislamiento emocional, escondido y a buen recaudo, en refugio firme y seguro, cuya tirantez se tambalea y deja lugar a esa sensitividad ausente, estancada y olvidada, que se abre paso de forma lenta, extraña pero que surge, con la contundencia y sobriedad de llegar para quedarse.
Morgan Matthews presenta una historia anómala, excepcional, difícil de clasificar respecto tu simpatía por ella, cálida dentro de su enorme distancia, de unos respecto a otros, cuando precisan, con urgencia, romper esos sufridos grados de separación, acceso a un círculo privilegiado, de unos pocos genios, que pagan cara tanta inteligencia y sabiduría, soberbia habilidad de un guión para mostrarte los sinsabores y limitaciones, el costoso mundo social que va asociado a tan notables poderes; ser especial, raro, con talento exclusivo parece llevar emparejado esa protegida soledad, como castillo que aisla de la inestable e inconexa convivencia, y las personales relaciones que de ella se derivan.

“Te pareces un poco a una tortuga, en tu caparazón”, silencioso, observador, por tu aritmético camino donde todo tiene sentido, el resto, ese caos azaroso sin pauta ni criterio, rechazado, anulado al
margen de ese cobijo que supone vivir en una isla contigo mismo, sin invitados inoportunos que solicitan inútiles incoherencias como un abrazo, o cogerte de la mano.
Relato espléndido, singular e insólito que retrata de forma sutil, enrevesada y con enorme destreza positiva, la soledad que nos imponemos por miedo a lo desconocido, al riesgo, al rechazo, a perder habiendo amado, a no cometer el error de volver a hacerlo, a deambular de forma catatónica y repetitiva superando, esos días que restan, para la fatigosa suma final.
Un crio, su madre, su profesor y la enorme influencia de su ausente padre, posible abertura que se quebró y dio pie al autismo, mutismo, frialdad e ignorancia de la sensibilidad ajena, dolor expuesto de múltiples maneras pero todas con el mismo mensaje, querer, necesitar, buscar la valentía y renegar de la cobardía y abandono pues la querencia y su estima, a la mínima que te descuides se instala, por sorpresa y sin pedir permiso ni licencia, con repentino toque explosivo se establece y acomoda y, una vez llega, imposible que de nuevo parta.

Veracidad de los personajes por su humanidad interpretativa, por sus sentidas actuaciones, más la solidez de un argumento que presenta la magia del despertar a la afectividad, la dificultad y laberinto de una mente asombrosa y el marcado signo de no proceder según la muestra social
estandarizada, de no actuar por generalidades apropiadas, de ser magnífico por esa extraordinaria cualidad de ser único, etapa progresiva de la obsesión, apetencia de esconderse tras cifras y datos a la oportunidad de probar a sonreír, amar y ser besado.
“Como no hablo demasiado, la gente piensa que no tengo nada que decir. No es verdad. Tengo muchas cosas que decir, solo que tengo miedo de hacerlo”, comprender y absorber con perspicacia, intelecto y sin fórmulas, como la vida anímica demanda acceso.
Te vas a enamorar de este chaval, no sabes cómo ni por qué, pero sin remedio es lo que harás, pues serás capaz, por fin, de verle tras sus traumas y bloqueos, de encontrar, gratamente, lo que realmente, en él, vale la pena, esa esperanza de sus posibilidades y la delicia de sus encantos, aquello que le ensalza como imprescindible y necesario; y eso, precisamente, es amar a una persona.





domingo, 25 de octubre de 2015

Black Mass: estrictamente criminal

Boston, años 70. El agente del FBI John Connolly convence a Whitey Bulger, un mafioso irlandés que acaba de salir de la cárcel, para que colabore con el FBI con el fin de eliminar a un enemigo común: la mafia italiana. Esta nefasta alianza provoca una espiral de violencia que permite a Whitey eludir el control de la ley, consolidar su poder y convertirse en uno de los más implacables y poderosos gángsteres de la historia de Boston.


Interesante de conocer lo que en su día pasó pero ni memorable, ni impresionante, no evoca la fluidez de intensos sentimientos o la emoción de una gran intriga.
Antes de ver la película había leído las alabanzas a la soberbia interpretación de Johnny Depp, muy cercana a su loable papel de Donnie Brasco, su vuelta al verdadero cine, la grata recuperación de este genial actor, la consistencia del guión, la rotundidad de una dirección que se aproxima al talento lector de Scorsese, la maravilla de conjunto gracias a unos magníficos secundarios que enriquecen una base, ya de por sí sabrosa e impactante etc, etc, etc..., y sin negar nada de lo expresado y lo mucho escrito que ahora no recuerdo, la sentencia interrogativa que me incomoda es la siguiente -que incluso me negaba a admitir hacia mi misma-, es buena pero..., ¡no tan buena!, no es para tanto ¿no?
Porque el atractivo de la historia es que es un hecho real, rienda suelta a la criminalidad sin complejos, tapujos y con ayuda extra de los federales pero..., tampoco es tan admirable, escalofriante, asombrosa o espeluznante, ¿no?Puede que sea porque ya vamos servidos de relatos verídicos de criminales de la época, puede que porque, en el fondo, todas estas crónicas informativas de lo sucedido en el pasado se parezcan, la reflexiva y sentida verdad es que es entretenida, amena y apreciada en su espléndido trabajo, estás atenta, sin dudarlo, durante todo el relato a la encadenación de los malévolos hechos pero..., tampoco es culminante, sobresaliente el efecto que provoca en la audiencia, ¿no?
Admitiendo la estupenda labor, en todos los sentidos, de cada uno de los participantes y cuidados elementos que intervienen en la presente cinta, ésta no sobresalta, ni excita en cantidad ingente, suena a relato de importante organización mafiosa ya oído, conocido y visto anteriormente, ni tan asombroso ni tan sorprendente, sólo que con diferente capo en distinta localización pero, en esencia, misma imundicia violenta de abusos, drogas, asesinatos y poder para trepar y conseguir abarcar cada vez más que no se haya contado en ocasiones pasadas.
Una pequeña mentira blanca para proteger una verdad mayor y, poco a poco, te vas auto convencionendo de la honorabilidad de tus actos, negando e intentando acallar a tu sabia conciencia que haces un bien a la comunidad, que es ético y digno tu proyecto cuando estás tan sucio, pringado, maltrecho y deformado como tu querido amigo del barrio, adorado colega de la infancia y cuya lealtad y devoción saldrán caras pues “lo importatne no es lo qué haces, es cuándo y cómo lo haces, a quién o con quién...si nadie lo ve, no pasó” y Whitey Bulger era experto en ese juego.
Aunque la ironía, en este caso, es que testigos con ganas de hablar los había a raudales, ¡será por ojos presenciales de las innumerables delitos y atropellos del referido gánster!, quien se movía a sus anchas desahogando su rabia, frustración y odio a través de esas acciones donde se manchaba las manos de sangre en lugar de delegar dicha tarea a sus secuaces, pero como digo y me reitero, no hay excitación ni incógnita grave que te mantenga nervioso sin emitir un suspiro de la tensión respirada, nada novedoso que no suene familiar.
Excelencia para la película/no tanto para su consumo y digestión que no deja de ser sugestiva y atractiva de escuchar, peculiar saber de un nuevo caso, en este caso el monarca y dueño absoluto del sur de Boston, orgulloso lider sentado en su trono pero, tampoco deja tan suculento recuerdo ni su deje de sabor es tan denso y profundo ¿no?
Extensa narración llena de solidez, sobriedad y estilo visual, la corrupción a ambos lados del tablero, peones que sirven a un rey cuyo líder únicamente piensa en él, codicia, mucho maquillaje, lentes azules para el líder y una apreciada estética, juego de aprovechamiento mutuo, de mentiras incesantes y una mancillada verdad que a pocos importa, el amo y señor campa a sus anchas hasta que llega un león mayor, más feroz y astuto que lo desbanca aunque, sigue mi cognición introspectiva insistiendo, es buena pero..., ¡no tan buena!, no es para tanto ¿no?




sábado, 24 de octubre de 2015

Mr. Holmes

En 1947, Holmes vive retirado en una remota granja de Sussex con un ama de llaves y el hijo de ésta. Cumplidos los 93 años, su memoria y su capacidad intelectual empiezan a deteriorarse. Su rutinaria vida se limita al cuidado de su colmena, a la escritura de su diario y a la lucha contra su pérdida de facultades. De repente, se le presenta un caso desconocido hasta el momento.


Cuando cae el mito y queda la persona.
Sherlock Holmes se ha hecho mayor, es un anciano que está solo y olvida las cosas, se ha retirado a su casa del campo buscando cobijo, la seguridad de estar lejos de la ciudad y a salvo de los cotillas e ignorantes intrusos donde, sin quererlo pero por súbita fortuna, hallará la admiración y cariño de un inteligente niño, ávido de aprender y curioso por saber que será su querida compañía.
Y a partir de ahí observamos a un Holmes humano, veraz, débil y maltrecho que sufre física y anímicamente, que altera su costumbre e inventa una creación de su puño y letra y que, rompiendo sus feas normas, es capaz de pedir desesperada y necesitada asistencia.
Soberbio, magnífico Ian McKellen en la encarnación de este quisquilloso y perfeccionista famoso detective retirado que, fuera de la letra imaginativa de Watson y de las fantasiosas películas, sólo es un hombre que lleva toda su vida sintiéndose solo, que no puede recordar y hace trampas para disimular, que vuelve a su hogar con sus amadas abejas -que no es lo mismo que la maldita avispa- y que, gracias al conversador guión, preciosa y delicada fotografía y una esmerada y meticulosa interpretacion, te atrapa, cautiva e hipnotiza, sin ningún receso y con mucho gusto, para acompañarle en su emprendida novedosa jubilación llena de sobresaltos imprevistos que mantendrán alerta sus mejores instintos y agudas cavilaciones.
La vejez, la culpa y la redención buscada, círculo fatigoso y entrañable de una elegante y sutil puesta en escena que cuenta con un locuaz, sereno, luchador y maestro personaje que nada tiene que envidiar, en su espléndida confección y plasmación, a “Dioses y monstruos” pues bebe y crece de la misma maestría, un dominio del arte de la actuación que suspira gratitud constante por parte del espectador.
Historia sentimental, que recuerda al joven Holmes en su simpleza de resolución temprana, no hay enorme intriga, ni incisiva incógnita, se decanta por la emotividad de quien se abre a los demás, cambia y acepta su nueva situación.
Sin duda es interesante este peculiar recreación del detective inglés más conocido, lenta y espesa en ocasiones/sensitiva y atractiva en otras, no es un trabajo brillante pudiendo haberlo sido -lo cual puede llegar a ser imperdonable teniendo en cuenta el relato base del que procede y el excepcional actor que lo interpreta-, en parte porque el director, Bill 
Condon, no siempre tiene claro hacia dónde dirigirse y dónde enfocar la cámara, sus saltos temporales a tiempos diferentes no siempre son una ayuda que aporte interés por lo narrado, la atención se centra en su anciano presente, en sus achaques y resolución para solventar los problemas y adaptarse.
Corrección para una dirección simple que no sabe reencontrar las armas y facultades que, una ya lejana vez, le hicieron grande y recordable con el susodicho intérprete y la referida diosa y monstruosa cinta, toda una pena pues contaba con todas las opciones para conseguirlo por ocasión segunda.
Lo que claramente seduce y enamora es la novedad y originalidad de la presentación de esta figura mítica y la grandeza de quien le da forma, voz y alma, así como la sólida dependencia mutua que se establece 
con quien le lleva años de retraso en longevidad y es aspirante al cargo de “evidente, mi querido Watson”, el resto es decoración bonita no siempre aportada con eficacia y sentido.
Poco a poco no recuerdo más, se me escapan las palabras quedando la imagen sin nombre, huérfana y desvalida, incapaz de valerse por si misma pues no encuentra la etiqueta para comunicarse, perdida sin remedio de vez en cuando halla el camino de vuelta al sentido, pero es cuestión de tiempo caer en ese mar de dudas de quién no sabe qué esta sucediendo; ahora soy yo quien requiere ayuda.
Quebrada la férrea cáscara externa, deja paso a la fraternal confianza, a la afectividad sentida; complace en su intimidad y cercanía, suficiente para su aprecio y estima.



viernes, 23 de octubre de 2015

Amor sin cita previa

Nancy es una mujer de 34 años que permanece soltera y está cansada de lo que le recomiendan sus amigas, por muy buenas intenciones que tengan. Cuando ella viaja a Londres para celebrar el aniversario de sus padres, Nancy se cruza con Jack, un divorciado de 40 años que cree que ella fue su cita a ciegas cuando él tenía 24 años.A partir de aquí surgirá una caótica noche que ninguno de los dos olvidará.


Amor sin cita previa, aunque ¡no la necesita! pues su verdadero nombre es ¡man up! -hombre que se arma, se endereza-, de modo que, dejémonos de traducciones tontas y ¡absurdas!
A veces, simplemente, te topas con una buena película; tan fácil y natural como eso.
¿Y sabes lo difícil y complicado que es eso hoy en día?, y más aún dentro del género de la comedia -si especificamos comedia romántica ¡ya ni te digo!-, donde la mayoría se mueven dentro de un prototipo estándar, calcomanía de célula repetitiva de la que no se mueven un ápice y, tampoco se molestan en perfeccionarla o contribuir a su mejora.
Pero, gratamente, en esta ocasión tenemos un argumento con personalidad propia que se crece conforme avanza, ritmo risueño y ligero, de verbalización incesante, que tiene la osadía de esconder inteligencia discursiva e ironía gramatical entre sus sentencias, ¡mira por dónde!; alguien, en concreto Tess Morris, que se lo ha pensado, currado y matizado, a quien no le valía, ni se conformaba, con algo sutil, acaramelado y superficial y que, inesperadamente, presenta un guión ameno, sabio y placentero de ver y escuchar, que desde el primer minuto entra con buena sintonía para mantener su alegría, cordialidad y apetencia degustativa sin que disminuya, o baje el ritmo un momento, durante toda la travesía.
Cierto es que la elección de la banda sonora podría haber resultado más acertada para lograr la complicidad, fervor y unión desbordante del público, guiño que se puede obviar dada la frescura, jovialidad y entendimiento en pantalla de sus 
fantásticos actores protagonistas, Simon Pegg y Lake Bell, que rezuman simpatía, seducción y cariño de haberles conocido.
Ben Palmer ofrece una comedia de firma inglesa que, sin duda, lleva los rasgos, hechizos y encantos más prolíferos de la rica y sabia producción británica en cuanto a humor y comicidad; desparpajo comunicativo, ridiculez situacional, explosiva exposición emocional y digna actitud de entereza para afrontar los designios del camino, avatares humillantes, hilarantes, catastróficos y sentimentales, todo ello con la serenidad que se pueda según la situación y caso, un poco de todo, con arte, gracia y salero para componer una cinta que se deleita, se hace querer y se recuerda con bonanza y gozo de haber pasado un rato distendido, sabroso y divertido sin pedirlo ni pretenderlo.
“Quid pro quo”, una cosa por otra, relaciones imposibles entrada la cuarentena -treintena para el género femenino pues, en ellas, el reloj avanza más rápido ¡por lo visto!- que se convierten en tortura de primeras citas al encuentro con ese amor deslumbrante que consiga mitigar y olvidar la tortura 
previamente padecida, arriesgarse, entrar de nuevo en juego, pasar a la acción o quedarse al margen, observando, a salvo y protegida por ese montón de creadas teorías que corroboran, esa voz interior, que te asegura estar mejor sola, a tu aire y bola.
Deliciosa confusión de persona y nombre que permite desarrollar una historia festiva, de gesticulación incesante, de rostro humano y atrevimiento heroico del chico que corre a por la chica -toda comedia romántica debe cumplir dicho papel, ¡imperdonable! en caso contrario- que supera sus traumas y deja paso a la nueva oportunidad que llama, abruptamente, a su puerta.
Armonía de disparates, dicharachero escenario, torpeza de andadura y encuentros, y una grata noche que empieza con el pie equivocado, ampliamente eficaz se consume con agilidad y gusto, la digestión sienta de maravilla y su eco deja una sonrisa en tu rostro por tropezar con la sencillez óptima del resultado cuando se saben hacer las cosas, y esta habilidad se demuestra en su práctica.
Caótica en su discurrir, desmadrada en sus pasos, cinismo por bandera que deja paso a una sensibilidad por tramos, juerga de una noche loca donde se exhibe una encantada eficiencia de conjunto que deja aparcada, la vagancia de exponer príncipes y princesas falsos, y muestra el obstáculo emocional para entrar, de nuevo, en el mundo de las relaciones.
“No, I don’t know where I going, but I know sure where I’ve been, hanging on the promises in songs of yesterday, and I’ve made up my mind, I ain’t wasting no more time, here I go again..., here I go again...”, Whitesnake puede que no sea el más conocido y comercial fuera de su tierra pero, tampoco lo es esta genial comedia; déjate llevar de la mano y ¡disfruta!




jueves, 22 de octubre de 2015

Los miércoles no existen

Patricia sale con César, pero él no ha podido olvidar a Mara, su novia de toda la vida, que le dejó justo después de pedirle que se casara con él. Hace ya unos meses de esto pero aún no se ha recuperado. Su mejor amigo, Hugo, está decidido a animarlo y una noche de fiesta conocen a Paula, la hermana pequeña de Irene, un antiguo ligue de Hugo y la mujer de Pablo. Acabaron juntos tras la despedida de soltera de ella y nunca más han vuelto a verse. A Pablo le han despedido. Lo mejor del día ha sido sin duda que ha conocido a Mara y han intercambiado teléfonos. Podría ser el comienzo de algo, si no fuera porque Pablo ya está casado con Irene. 


No saca partido ni provecho del medio de la semana.
“Los miércoles no existen”, tampoco la primera hora de esta película que no logra despertar emoción, entusiasmo o interés por saber de sus personajes, de hecho es mayor la curiosidad por la pareja de músicos y su pose estática y surrealista, que por cada uno de los desiguales componentes del relato.
Jugando con la alternancia del tiempo, sólo el miércoles permanece estable, ese neutro día de la semana donde todo está permitido, donde todo puede ocurrir sin consecuencias y pasar, al día siguiente, al olvido, sin rastro ni huella excepto la que queda en esa testaruda memoria que recuerda y valora, con mayor aprecio e intensidad, ese supuesto olvidado día que a todos sus hermanos de fila de la semana que comparten.
Y entonces sale a la luz ese fatídico y maravilloso accidente, inoportuno choque que todo lo altera y varía de rumbo, se hace visible, toma forma y se ha de afrontar lo que esa nueva incorporación trae; parejas que se unen, otras que se rompen, las que se engañan y traicionan, las que se sinceran y lo lamentan, las que nunca cuenta nada y se accionan a golpes de efecto acostumbrado, las que se cruzan pero no calan, las que se incorporan sorpresivamente..., un mundo de idas y vueltas, de novedades y descubrimientos movido por el ansia y esperanza de hallar el glorificado amor y la, dicen, corroborada felicidad que le acompaña, esa dicha bendita de quien se quiere pues “ha grabado sus iniciales en el retiro” y eso es sello indiscutible de garantía fija.
“Ser buena persona está sobrevalorado”, como también lo está la fuerza, disfrute y capacidad de entretenimiento de esta cinta, distracción que sobreviene los últimos 40 minutos donde adquiere mayor validez y rango, pero la fórmula de los saltos temporales para que sea el espectador, dentro de su trabajada paciencia, el que una las piezas y recomponga la linealidad de la historia como que no atrae, ni seduce ni funciona del todo; de facto, llegas a tener tal popurrí en la cabeza que ya no sabes quién fue primero, segundo o último, que si el huevo o la gallina pues poco importa, a esas alturas sólo quieres la tortilla hecha, consumirla y pasar página.
Porque al final logras, por fín, reírte y pasar un micro espacio de tiempo ameno y divertido gracias al buen hacer del único dueto de amigos que vale la pena, el desparpajo de Gorka Otxoa y la extravagancia y humor de William Miller y su fanfarrona postura y baile para burlarse de si mismo; porque es ahí, en su 
trasero tramo, donde coge algo de tonalidad y encanto que sirven para alegrar y atenuar pero ¡cuidado!, ¡tampoco es la panacea!, pues no es suficiente para cubrir la deficiente carga ofrecida hasta entonces, donde por mucho que se “apague y reinicié el ordenador”, la comunicación entre el espectador y lo narrado es vacía, pobre y desabrida en exceso. 
“Si las mujeres son cotillas y los hombres son básicos” esta “dramedia” obra, con números musicales, cuya curiosidad se tambalea constantemente, la firma Peris Romano a partir de su exitosa obra de teatro y donde se comparten parte de sus actores, líos, confusiones,  desventuras y hallazgos con tintes de drama perpetuo, melancolía inconexa de disposición cuadrática que parece no conformar nunca, con gustada apetencia, el buscado puzzle, más una accesoria, y poco efectiva, música de fondo como testigo presencial de los avatares de sus componentes por construir algo, tropezar sin quererlo o, simplemente destruirlo.
No acaba de explosionar su pretendida simpatía, no fluye con motivador aliciente su vertida frescura, sus 
diálogos no hacen mecha ni provocan la querencia de la audiencia, arriesgada invención que no queda tatuada en el alma ni perdura en el corazón, se ha de esperar bastante para gozar de esos breves momentos de acidez y gracia que, sin duda, son geniales y soberbios, pero no ocultan ni compensan la falta de interés y atención sentida hasta entonces.
Evoluciona a más, a mejor pero la aparición del cómico truhán, perdido y expuesto a la sinceridad dañina, que anima tu contento y alegría es un porcentaje ínfimo con lo previo padecido, el cómputo final no es la gloria vendida pues su efecto no es penetrante ni incisivo, el puente dialogante entre locutor recitador y oyente, que con ilusión escucha, no es estable, se construye y afianza únicamente de contadas escenas.
Decisiones inocentes que cambian la vida, efecto dominó presentado de manera azarosa y aleatoria, seis vidas de desorden emocional decoradas por un dúo musical que interrumpe su escenografía y resta valor a su sublime exposición, unos duetos funcionan con más arte y perspicacia que otros pero, en conjunto, no convence, no se estima, no provoca la aparición de sentimientos parejos, no deja huella.
Sus cinco años de triunfo y aplauso en las tablas del teatro no se han sabido trasladar, con acierto y don al celuloide, su paso por la gran pantalla no despierta gran simpatia, sólo moderado aprecio.
Anecdotario que ni recuerda al espíritu de “Al otro lado de la cama” ni estimula como se esperaba, sus pretendidos seis grados de separación no conectan ni enlazan contigo.



miércoles, 21 de octubre de 2015

Spooks

Un antiguo agente del MI5 (Harington) tiene que investigar la misteriosa desaparición de un terrorista durante una operación aparentemente rutinaria, y lo que seguro que no esperaba es que estuviera relacionada con un complot que amenaza con poner patas arriba la ciudad de Londres.



“Obediencia ciega a la antigua”, por respeto y honor a quienes, un día, por él dieron su vida.
“Puedes hacerlo bien o puedes hacerlo ¡mejor!”, y Bharat Nalluri lo hace bien, que no mejor; y he que ahí que se resume toda la película.
Correcta, elegante, sobria, buena muestra del saber hacer de la producción británica para televisión, e incido, para televisión pues a ella pertenece y en ella encaja perfectamente, realización y emisión para una caja tonta, de sesión noctura, donde complace y satisface completamente, pero donde se quedaría corta, floja y coja si fuera trasladada a su pariente mayor, la gran pantalla.
La trama no emociona, los personajes no entusiasman, únicamente cumplen, con adecuación, con su misión encomendada, con precisión, con la obligación mínima; hay golpes, tiros y persecuciones, estimada acción que tapa bastante las carencias reflexivas y profundas de un guión cuyo relato no interesa en demasía, pero tampoco importa, te vale con sus movimientos, con la rapidez de su consumo y la ligereza del recuerdo que deja, sencillo, válido y a otra cosa.
Los diálogos pretenden una exquisitez y tensión que nunca se logra, suspendida categoría altiva que indica se juega en segunda división, donde se cumple con los requisitos demandados pero sin pretender compararse con la línea del Séptimo Arte, entretiene con moderación y resuelve la papeleta, ¡no da para más!, cómoda, ideal para distensión buscada sin mucha exigencia.
Reconoces los puntos por los que pasa, todo te suena a visto tantas otras veces, familiaridad que va en su contra pues ahí es donde deja en evidencia su escasez y recesos respecto a parientes cercanos de más alto standing, al tiempo que percibes su voluntad de trabajo y esmero de cumplimiento, lo cual te hace aceptarla con gusto contento, sin ímpetu ni euforia, para la función escogida.
“Spooks”, doble identidad, serie de la BBC galardonada con varios premios Bafta, su último episodio se emitió en octubre del 2011, “The greater goods” pretende ser la continuación de la misma; para quien la conozca, mantiene su espíritu de antaño, para quien no pertenezca a dicho grupo, es obvio no posee la efectividad de Bourne o el carisma de Bond, elenco de buenos actuores para personajes que marcan pausa sin salirse un ápice de la ruta marcada, de lo previsto, amenazas, traiciones, lealtad, conspiraciones más la sobrecarga y responsabilidad de estar en juego la seguridad nacional.
De recorrido, tan fácil y asequible, como lo pensado para este escrito.




Ahora o nunca

Eva y Alex son una pareja que, tras años de noviazgo, decide casarse en el lugar en el que se enamoraron: un pequeño pueblecito de la campiña inglesa. Los problemas de la boda comienzan cuando una huelga de controladores aéreos impide que el novio y los invitados se reúnan con la novia y su séquito. 


¡Qué largo y pesado se hace el “Ahora o nunca”!, parece que nunca se acaben ¡tantos tediosos “ahoras”!, sin contenido ni materia que valga la pena, sólo mucho ruido y pocas nueces, que rellenan, con estruendo, ese interior vacío e insípido que no da ni para media risa forzada.
Dani Rovira, excelente monologuista, triunfador innato de los “Ocho apellidos vascos”, de moda gracias a su trabajo, carisma y simpatía, donde se entiende acepte los trabajos que le lleguen como actor novato, sólo que es tan pobre, insustancial y poco gracioso su argumento, más cutre aún si caben los diálogos, que por mucha voluntad y empeño que ponga en su actuación, su personaje y el de María Valverde no dan para gran bodorrio, más bien para bodrio que se aguanta por la ligereza de lo narrado, por su llevadera duración escénica y por el hecho de que, aunque no valga en exceso, se puede soportar con cierta facilidad de suplicio intermitente.
De normal, cuando la cinta es tan floja y superficial, intento hallar algo de fondo que decir de ella, validez que encontrar aunque haya que rascar mucho más allá de la superficie, realmente muy hondo; pero es que aquí ni hondo, ni de fondo, ni de lado, ni de frente, relato de nivel muy escaso que se apoya, para apenas sobrevivir, en el gancho y la soltura de sus conocidos actores para que rellenen lo que el guión no aporta, con mucha música y chillido de relleno para ambientar lo que no posee chicha ni compás digno y el espíritu -no logrado-, tan de moda últimamente, de novias y amigas a hacer el tonto y a lanzar el dado loco para marear al personal, pues entretener es otra cosa muy distinta a la susodicha.
No todo vale como distracción, no si apetece ver una decente comedia romántica de humor en sus tropiezos, de encanto en sus pasos rocambolescos y afable en su conjunto, en cambio obtienes actores desaprovechados tratados como burlones títeres de cómic sin estilo ni sabiduría, con una dirección básica para ser de primero/nefasta si ya llevas tu tiempo y se supone tienes experiencia -pues las seductoras localizaciones no cuenta-, y una marioneta crónica de tópicos y clichés en el tiempo y espacio que, si al menos consiguieran de ti ¡alguna carcajada o risotada espontánea!, aún tendría perdón y pase pero ¡si el tráiler ya te adelante los pocos gags que valen la pena! -todos provenientes del grupo de los chicos- ¿qué queda entonces?, el conjunto femenino, compitiendo en tonterías y gamberradas, para mantener la supuesta atención del espectador cuando resulta que ¡nunca se la ganaron!
“Sólo espero que la gente sea puntual y cumpla con el plan establecido”, sólo espero que te ofrezcan papeles de mayor calado -nada difícil- en cintas de esencia más atractiva y reseñable ¡que valgan la pena!, sólo espero que los planes de futuro sean más lustrosos que el presente muermo y ¡que valgan la pena!, sólo espero que María Ripoll no vuelva a repetir, en el futuro, un producto tan laxo, mediocre y frustrante pues, con los participantes, la idea y un poco de inteligente curro, se podía haber hecho mucho mejor pues la presente ¡no ha valido la pena!
Con lamento y tristeza, no hay hipotético debate entre ahora o nunca, la respuesta es clara y obvia; ¿hace falta que lo diga?, no ¿verdad?..., bueno, vale..., ¡nuncaaa!