viernes, 23 de octubre de 2015

Amor sin cita previa

Nancy es una mujer de 34 años que permanece soltera y está cansada de lo que le recomiendan sus amigas, por muy buenas intenciones que tengan. Cuando ella viaja a Londres para celebrar el aniversario de sus padres, Nancy se cruza con Jack, un divorciado de 40 años que cree que ella fue su cita a ciegas cuando él tenía 24 años.A partir de aquí surgirá una caótica noche que ninguno de los dos olvidará.


Amor sin cita previa, aunque ¡no la necesita! pues su verdadero nombre es ¡man up! -hombre que se arma, se endereza-, de modo que, dejémonos de traducciones tontas y ¡absurdas!
A veces, simplemente, te topas con una buena película; tan fácil y natural como eso.
¿Y sabes lo difícil y complicado que es eso hoy en día?, y más aún dentro del género de la comedia -si especificamos comedia romántica ¡ya ni te digo!-, donde la mayoría se mueven dentro de un prototipo estándar, calcomanía de célula repetitiva de la que no se mueven un ápice y, tampoco se molestan en perfeccionarla o contribuir a su mejora.
Pero, gratamente, en esta ocasión tenemos un argumento con personalidad propia que se crece conforme avanza, ritmo risueño y ligero, de verbalización incesante, que tiene la osadía de esconder inteligencia discursiva e ironía gramatical entre sus sentencias, ¡mira por dónde!; alguien, en concreto Tess Morris, que se lo ha pensado, currado y matizado, a quien no le valía, ni se conformaba, con algo sutil, acaramelado y superficial y que, inesperadamente, presenta un guión ameno, sabio y placentero de ver y escuchar, que desde el primer minuto entra con buena sintonía para mantener su alegría, cordialidad y apetencia degustativa sin que disminuya, o baje el ritmo un momento, durante toda la travesía.
Cierto es que la elección de la banda sonora podría haber resultado más acertada para lograr la complicidad, fervor y unión desbordante del público, guiño que se puede obviar dada la frescura, jovialidad y entendimiento en pantalla de sus 
fantásticos actores protagonistas, Simon Pegg y Lake Bell, que rezuman simpatía, seducción y cariño de haberles conocido.
Ben Palmer ofrece una comedia de firma inglesa que, sin duda, lleva los rasgos, hechizos y encantos más prolíferos de la rica y sabia producción británica en cuanto a humor y comicidad; desparpajo comunicativo, ridiculez situacional, explosiva exposición emocional y digna actitud de entereza para afrontar los designios del camino, avatares humillantes, hilarantes, catastróficos y sentimentales, todo ello con la serenidad que se pueda según la situación y caso, un poco de todo, con arte, gracia y salero para componer una cinta que se deleita, se hace querer y se recuerda con bonanza y gozo de haber pasado un rato distendido, sabroso y divertido sin pedirlo ni pretenderlo.
“Quid pro quo”, una cosa por otra, relaciones imposibles entrada la cuarentena -treintena para el género femenino pues, en ellas, el reloj avanza más rápido ¡por lo visto!- que se convierten en tortura de primeras citas al encuentro con ese amor deslumbrante que consiga mitigar y olvidar la tortura 
previamente padecida, arriesgarse, entrar de nuevo en juego, pasar a la acción o quedarse al margen, observando, a salvo y protegida por ese montón de creadas teorías que corroboran, esa voz interior, que te asegura estar mejor sola, a tu aire y bola.
Deliciosa confusión de persona y nombre que permite desarrollar una historia festiva, de gesticulación incesante, de rostro humano y atrevimiento heroico del chico que corre a por la chica -toda comedia romántica debe cumplir dicho papel, ¡imperdonable! en caso contrario- que supera sus traumas y deja paso a la nueva oportunidad que llama, abruptamente, a su puerta.
Armonía de disparates, dicharachero escenario, torpeza de andadura y encuentros, y una grata noche que empieza con el pie equivocado, ampliamente eficaz se consume con agilidad y gusto, la digestión sienta de maravilla y su eco deja una sonrisa en tu rostro por tropezar con la sencillez óptima del resultado cuando se saben hacer las cosas, y esta habilidad se demuestra en su práctica.
Caótica en su discurrir, desmadrada en sus pasos, cinismo por bandera que deja paso a una sensibilidad por tramos, juerga de una noche loca donde se exhibe una encantada eficiencia de conjunto que deja aparcada, la vagancia de exponer príncipes y princesas falsos, y muestra el obstáculo emocional para entrar, de nuevo, en el mundo de las relaciones.
“No, I don’t know where I going, but I know sure where I’ve been, hanging on the promises in songs of yesterday, and I’ve made up my mind, I ain’t wasting no more time, here I go again..., here I go again...”, Whitesnake puede que no sea el más conocido y comercial fuera de su tierra pero, tampoco lo es esta genial comedia; déjate llevar de la mano y ¡disfruta!




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