lunes, 12 de octubre de 2015

Yo, él y Raquel

Greg pasa el último año del instituto de la forma más anónima posible, evitando todo tipo de relaciones, mientras en secreto hace extrañas películas con su único amigo. Esta situación cambiará cuando su madre le obliga a hacerse amigo de una compañera de clase con leucemia.


Lo de siempre, madurar con dolor a través de la ausencia y pérdida, aunque con intento de toque distintivo que le aporte un característico sabor.La película tiene su propia personalidad, identidad exclusiva complicado de clasificar, lo cual significa paciencia, tiempo y atención pues lleva su tiempo conocerla y hacerse con ella.
Chico tímido, invisible, “cool” en su versión autodañina, que trata de sobrevivir a su pubertad a pesar de no encontrar ninguna facultad propia degustativa que sobresaltar, nada que motive esa apetencia por si mismo más que ese gusto por despreciarse y desvalorar todo lo que hace, con amigo peculiar igual de inconexo que él en el mundo que le rodea, con padre estrafalario que va de comprensivo e innovador y madre pesada que no respeta su privacidad, un instituto dividido por sectas a las que renuncia pertenecer pero con las que tiene que tratar, con simulación de apego y conocimiento por ellas, y un único profesor válido, drogata, que sirve de apoyo y refugio de tanta selva neurótica y andadura sin interés que le rodea; a ello se le suma la repentina vecina con leucemia, con la que nunca ha hablado, y a la que es forzado a visitar por compasión mísera de unos progenitores que tratan de dirigir su vida.
Y en esta voltereta de noria que lleva su propia marcha, accedemos al mundo sugestivo de quien nos narra su loca experiencia de los últimos seis meses, que le cambiaron por siempre y marcaron su camino hacia destino, sin vuelta atrás.
Y el espectador sigue sus pasos según va relatando, un poco expectante al principio, mínimamente motivado conforme avanza, más interesado según acelera y nos permite acceder a su interior y, ya totalmente integrado y emocionado cuando deja de interpretar ese papel ficticio con el que se cubre y muestra al joven sensible, inspirador, gran amigo y excelente compañero de diversión, aún más excelso cuando se está en los malos momentos de bajón y grave dolor.
Por tanto, vas a finalizar entusiasmada de su compañía, sintiendo enorme aprecio y estima por el mozuelo protagonista, por su fanfarronería, delicadeza, preocupación y fascinación por alegrar los días de su inesperada amiga, no sin antes atravesar por los baches de poca gratitud, menor encaje y escaso disfrute, desbarajuste que se elimina al llegar el amor, la devoción y su ternura, desorden y confusión como parte de esa micro-sociedad en la que vive y crece este chaval que reclama autonomía de acción, respeto por sus ideas y derecho a pasar de todo y cagarla...,
..., pues “supongo que soy un ratón modesto” y como tal, aparezco y me escondo por trazos, corro y me detengo según peligros y trato de pasar, inúltimente, inadvertido hasta comprender que has sido lo más importante y bello para una persona en los últimos meses de su vida, aunque sea descubierto tras su muerte, ya que hasta después de fallecido se pueden aprender cosas nuevas de quien se ha amado.Conmovedoras y complacientes interpretaciones para un trío reflexivo, agridulce y intimista según escenas, divertido y cínico según otras, la secundaria y sus problemas reflejado con ingenio e inteligencia por Alfonso Gómez-Rejón, que sabe hacer una lectura locuaz, fresca y activa, ácida y suave a la vez, que huye de prototipos y de sueños de princesa para el baile.
Fantástico guión, de diálogos pensativos, que ofrecen la maduración y crecimiento de quien sale al mundo, toma riesgos, aprende de ellos y se involucra en la querencia de su propia existencia, fase de despunte y realización llevada con suficiente originalidad y encanto que lleva su tiempo procesar y digerir pues, al final sólo sabes que te ha gustado y emocionado a pesar de que, durante la misma, has pasado por sensaciones varias de aprehensión, de barullo, de simpatía, de distancia y de posterior cálida cercanía.
Proceso enriquecedor que exhibe la fuerza, calidad y sabiduría de un argumento que va, toma a toma, de menos a más hasta formar esa genialidad de puzzle, esa sensacional inventiva en forma de película personal que te dice, sin guarecerse ni silenciar nada, quién es esta nueva ardilla, inquieta e ilusionada, que va de rama en árbol con mucho que andar y relatar.
Personajes extravagantes para una ambientación colorida, de comicidad sutil y tragedia serena, película indie que busca singularidad e innovación de planteamiento para sorprender y cautivar a su audiencia, cuyo relato en el fondo no cuenta nada nuevo, únicamente esa evolución de ratón modesto a decidida ardilla gracias, de nuevo, a la presencia de una enfermedad horrible que se cruza de por medio, chillón escaparate que intenta recrear alternancias alrededor de este insignificante adolescente, que acaba significando la vivacidad resuelta de quien reemprende, a buen ritmo, su despistada marcha.
Con todo, lo importante es que, al final y en conjunto gusta, complace y agrada, aunque no sepas muy bien definir por qué; supongo que por eso es atractiva e interesante, ¿no?



No hay comentarios: