miércoles, 8 de junio de 2016

1001 gram

Marie es una científica noruega que verá transformada su vida tras asistir a un seminario en París sobre el actual peso del kilo, que es su propia medición de la decepción, el dolor y, el no menos importante,amor.


Todo orden necesita de su caos, y viceversa.

Curiosa..., llamativa, interesante y extraña, al tiempo que ridícula por momentos y etapas.
La precisión milimétrica, su orden y perfección abren escena para invadir la pantalla con su peculiar sincronización esmerada, un paisaje divertido y gracioso, de fotogramas en particular danza métrica, que suponen todo un espectáculo atractivo y singular digno de verse; presentación de un pulcro y estilizado personaje que lo tiene todo bajo control y supervisión y que, observará indefensa, como todas sus referencias se desvanecen y todo a su alrededor se quiebra, para descubrir que ese inesperado caos, de accidental ingreso en su rutina, es lo que necesita para construir desde la apetencia y disfrute, desde el relax y descanso y proceder a respirar con holgura.
Congreso internacional de pesos y medidas como objetivo central donde mostrar la joya de la corona, ese kilo nacional de Noruega de 90% de platino y 10% de iridio, todo un orgullo de encargo y trabajo que se realiza con un meticuloso proceso de asombro y patetismo conjunto; suma importancia y banalidad comparten el tiempo y espacio, en esa danzarina recreación del esmero y protección con la que se trata el cuidado de la unidad básica de masa, del sistema internacional de unidades, y todo lo que la rodea.
Tres idiomas para dos localizaciones y una única protagonista que hallará que hay vida, feliz y relajada, más allá de toda medida; una pérdida, una obligación y un tropiezo, casualidad de circunstancias que permiten liberar el aprisionamiento y gozar de la informalidad, el descanso y la apertura de brazos para poder, así, recibir un cálido y afectuoso abrazo.
Sentir con comodidad, romper la rutina, aliviar el
dolor, aceptar y desear el sentimiento no programado, con esa confusión placentera de quien no sabe qué vendrá, ni lo que le espera; aprender un nuevo lenguaje, escuchar con alegría, captar cada instante, aspirar la distensión..., Bent Hamer escribe y dirige una exclusiva cinta, de sello propio y personalidad sugestiva, que cautiva por su diferencia y motiva por su particular modo de introducirte en la seriedad de lo que cuenta, desde esa fotografía ocurrente y guasona que, por trazos, parece estar narrando un estupendo chiste del genial Eugenio.
“La carga más pesada, al final, es no tener nada que llevar”, y en solucionar dicha papeleta se inmiscuye un argumento chistoso en imagen/firme en sentencia, agudo en estética/reflexivo y sobrio en su andadura; ceremonia imperturbable, para un cumplidor programa, que halla una fisura en sus responsables pasos, por la cual se cuela la posibilidad airosa de cambiar de rumbo y valorar otras cosas; mesura que con voluntad y paciencia dejan ver su
drama, decorada con sutiles toques cómicos, para llegar a ese romance de volver a quererse y estar a gusto con una misma.
Se acoge con la simpatía de su distinción a la hora de relatar su historia; la cuidada representación de su performance es cualidad imprescindible para conocer la situación y deriva de su estrella y sensaciones pertinentes, amén de ser lo que más gusta y hechiza, pues despierta gracia y husmeo por su equilibrado baile, de sintonizados movimientos y colores.
Analizar y observar desde otro enfoque, desbloquear las emociones, no lamentar, calmar la mente y proceder a hechos, a llenar la maleta de abundante carga.
“Nuestra alma humana pesa 21 gramos” que restados a los 1022 del fallecido en bruto, resuelven
esos 1001 gramos netos del familiar tan querido; números y balanzas, medidas y pesos, todo coordinado a ritmo circular y progresivo para que nada falle ni se detenga, hasta que se coge ese día fuera de calendario y nada vuelve a ser lo mismo..., ¡ni siquiera su ecológico coche!

Lo mejor; su activa fotografía.
Lo peor; cine de autor, de corazón muy clásico.
Nota 6,3


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