jueves, 14 de julio de 2016

Dos buenos tipos

Ambientada en Los Ángeles durante los años 70. El detective Holland March y el matón a sueldo Jackson Healy se ven obligados a colaborar para resolver varios casos: la desaparición de una joven, la muerte de una estrella porno y una conspiración criminal que llega hasta las altas esferas.


Partida de pinball, de mareada palabrería.

La historia del caso y su trama investigada como que importan poco, aunque reconozco que ésta es amena y divertida/también floja y poco convincente -excesiva verborrea mordaz y salera, que se pierde al segundo de oírse-, porque tú quieres verlos a ellos, a la pareja protagonista, es a lo que acudes y su mayor reclamo de venta, ojear y tantear su carisma, armonía y juego de palabras y actos en conjunto..., del cual no salen mal parados.
Dueto chistoso, picarón y risueño donde Ryan Gosling es el incompetente más beneficiado de la pareja; humor irónico, de desastre andante, para sentencias dicharacheras de perspicaz labia, por tiempos, y gestos torpes y malabares que resuenan y amenizan el rato.
Un chapucero matrimonio cómico que se aviene a trastazos y sobresaltos inoportunos, donde uno lleva la serenidad lógica/el otro la intuida iniciativa, para acabar interpretando una carrera fresca, ágil y caricaturesca que sirve plenamente a su finalidad de entretenimiento con gracia, desparpajo, agudeza y predispuesta mueca de risa, según pasos destartalados, que en su caótico accidente, llevan a la resolución equilibrista y fanfarrona del caso.
El guión pretende gracia, su intriga es barata, su andar precipitado, su aceleración fortuita, dentro de ese respetado razonamiento deductivo, que en su
serenidad ocurrente llega a un puerto acorde; estética deliciosa para un listo diablillo de detective privado, contratado por otro al uso, pues ambos persiguen a la misma chica así que, mejor avanzar en compañía, que complicársela en un enfrentamiento mutuo de recesos y lamentos que es pérdida de tiempo..., más una angelical niña, de incorporación avispada y moral, para aportar ese toque dulce, inocente y justo de quien mira con ojos aún no contaminados, por la podredumbre de una gente que no merece tan estimada consideración.
Y el desfile de golpes, carreras y tiros adorna, y el derroche de sentimientos ocultos expuestos en fraternidad espontánea camela, y la distracción se disfruta, y te empapas de su ambiente y la sonrisa es una mueca estándar que se mantiene a lo largo de toda ella.
Y buscan a Amelia, que no a Wally, aunque su investigación se está complicando tanto como la del susodicho, viven de casos cutres que no interesan a la mayoría, sobreviven a duras penas sin llegar a matarse, la sociedad va a peor/apenas tiene remedio, tan poca como estos aventajados colegas que dan una de cuatro de carambola pero, cuando aciertan lo hacen de pleno y a lo grande.
Sano pasatiempo, de distensión media y entusiasmo latente, donde su adrenalina nunca deja de estar en
movimiento, unas veces más álgida/las menos conforme a esa parada necesaria para respirar y cavilar sobre lo llevado entre manos y que vuelva a rodar el frenético acicate, de payasada y burla con decencia ética.
Un emparejamiento de buenos tíos, un tanto descontrolados, bastante atontados, que hacen una delicia agradable de performance para una atención relajada que, debe reír si le apetece, o simplemente oír sus espontáneas burradas, de diálogos cruzados en acertijo revuelto, para saborear unos gratos minutos de excepcional compañía.
Frivolidad de tiempo nostálgico, en las manos de dos excelentes actores que explotan su posible vis cómica, acción del presente con decoración de los 70 e ingeniosidad para compartir entre las escenas.
El género del humor es difícil de acertar y aunar en opiniones, mientras unos se parten la caja a carcajadas/el del lado mira incrédulo sin encontrar su puñetera gracia, difícil agruparlas todas cuando el humor reside en la cháchara incesante, de captación frágil y dudosa..., pero sin duda la ambientación, su
ritmo, su cachondeo y cariño por las atolondradas marionetas hacen que entres en un estado cómodo de aprobación, tolerancia y gusto, que perdona los retraimientos/celebra sus máximos y, en general, acepta con cariño y simpatía lo consumido pues, llevan buenas intenciones, y por una vez no exiges más, te caen bien, lo tomas.
Intimidad floreciente, para un circo rumboso donde “a veces, sólo a veces, simplemente se gana”..., para después volver a la realidad desconsolada.
Carne de cañón, para un acompasado gordo y flaco que rozaron el dorado.

Lo mejor; su estética y dueto rocambolesco.
Lo peor; la historia no tiene intriga ni fuerza.
Nota 6,1


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