miércoles, 20 de abril de 2016

El hijo de Saúl

En el año 1944, durante el horror del campo de concentración de Auschwitz, un prisionero judío húngaro llamado Saul, miembro de los 'Sonderkommando' -encargados de quemar los cadáveres de los prisioneros gaseados nada más llegar al campo y limpiar las cámaras de gas-, encuentra cierta supervivencia moral tratando de salvar de los hornos crematorios el cuerpo de un niño que toma como su hijo.


Los autómatas trabajadores del infierno.

En ocasiones te sientes confusa y negada pues, reconoces la grandeza de una película pero ésta no ha logrado tocar tu alma, no te ha hecho llorar por dentro, no crea esa indiscutible adhesión que debe temblar en todo tu ser..., y tampoco es realmente eso, es más simple y frustrante; existe un desbarajuste y desacople entre la lectura cognitiva que la mente realiza, a través de unos ojos sorprendidos por el enfoque de una barbarie conocida y múltiples veces filmada, y las sensaciones subjetivas que logra evocar, esa intimidad, cercanía y eclipsado hechizo que aceleran el corazón hasta ese inquieto límite, donde la angustia y la zozobra no paran de rondar una razón que mira y digiere aturdida.
László Nemes ofrece un sobresaliente punto de vista alternativo al horror nazi, ese indiscriminado masacre visto desde lo más bajo, desde ese crematorio y matadero que tenía sus necesidades de reclusión, limpieza, orden y mantenimiento, exasperado obligado quehacer, de ejecución robótica, para que la persona no cayera en una locura vomitiva de quienes están tratando a seres humanos como desechado ganado, cuyo único valor son sus pertenencias; gente sin nombre ni rostro, despreciados como carne de sobra, hasta que se enciende el familiar reconocimiento de un pasado digno y la mecanizada
actuación pasa a segundo plano, ante el respeto de tratar como se merece al difunto hallado.
Los sentimientos afloran y todo cambia de importancia, la misión ya no es sobrevivir como sea sino, la urgencia de amor y cariño por un difunto crío a quien se perdió en vida y que reaviva todo lo olvidado; la supervivencia ya no tiene sentido si no se despide como cabe al ilusionado hijo descubierto.
Y una demencia lúcida entra en acción, esa que relega lo que le rodea a un exclusivo objetivo, el encuentro con ese rabino que, no exculpa el miedo pero, permite el consuelo de una obra bien hecha, esa última voluntad por la que se dejará la cabeza para limpiar la memoria y sus posibles remordimientos.
Concisa fotografía de estupor estudiado, actuaciones incisivas que desprenden el martirio agónico de un deleznable trabajo y un abrumado guión, que orienta su horripilante narrativa hacia ese estructurado mecanismo torturador y asfixiante, espeluznante y estremecedor que, con toda la admiración por lo narrado y su forma de exponerlo, no logra tu participación intimista y recóndita, personal e
inseparable de conjunción agria; no te sobrecoges en tu sensibilidad a pesar de ser todo el panorama escalofriante, no te acongojas de palabra y sentimiento a pesar de ser mortal y espantoso en su mensaje, no es intrínseca tu emotividad a pesar de seguir sus pasos con voluntad estupefacta y desprecio mayúsculo.
Las emociones leen pero no se sienten intimidadas, paralizadas y atónitas, acogen la terrible historia con valentía, aplauso y coraje de estilo marcado, un memorial trabajo de admiración por su tremendo valor, en una exposición veraz que altera y arde en el juicio del incómodo vidente pero, con toda la satisfacción y deferencia por lo ofertado, cierta distancia separa esa sobria lectura de una atrocidad, tan sabia e inusitadamente reflejada, y la desasosegada aversión que implícitamente tus sentidos deben vivir y reflejar de forma natural; estando presentes y pasando revista a lo visionado, no alcanzan ese grado considerable de desazón y
trastorno martirizado al padecer, con profunda conmoción, todo lo relatado.
Explosiva desesperación en un cuerpo rígido, de rostro helado, que logra entorpecer esa postura desgarradora, de temporal salvación, por ese pequeño al que se desea rendir cortesía de merecida despedida; planos cortos, intensos y milimétricos para expresiones que magnifican el sobresalto falleciente del momento, una inédita representación del holocausto impresionable y loable, magnífica y acertada aunque, toda su reconocida brillantez pierde cierto sabor al no ver anuladas, por parálisis y crueldad, unas emociones que acompañan pero no se agotan ni
anulan ante tan depravado escenario.
“Sólo se que no soy yo y que sigo vivo”, hasta esa mirada a un organismo inerte, de belleza inocente, brutalmente asesinado; entonces surge el hijo de Saúl, por el cual luchará hasta la muerte de ese espíritu desgarrado, cuyo soporte aún sigue teniendo fuerzas de hacer lo correcto, entre tanta maldad e inmundicia.
Impresionante, singular, atractiva e insólita descripción de lo ya, tantas otras veces, descrito.

Lo mejor; su planteamiento y rodaje de una historia tantas veces digerida.
Lo peor; su repetición cíclica impide esa unión emocional explosiva.
Nota 6,8


No hay comentarios: