lunes, 7 de marzo de 2016

La habitación

Para Jack, un niño de cinco años, la habitación es el mundo entero, la habitación es el hogar de Jack, mientras que para su madre es el cubículo donde lleva siete años encerrada, secuestrada desde los diecinueve años. La joven ha creado en ese reducido espacio una vida para su hijo, y su amor por él es lo único que le permite soportar lo insoportable. Sin embargo, la curiosidad de Jack va en aumento, a la par que la desesperación de su madre, que sabe que la habitación no podrá contener ambas cosas por mucho más tiempo.


Sin escape, aún estando fuera.

La historia sencilla y cómoda no es, la cojas por donde puedas te va a impactar, sobresaltar y enmudecer, y eso es el mínimo sentimiento que se puede esperar nazca de ti pues abruma, conmueve, rompe y estremece entre un montón de impresiones más imposibles de evitar o apartar; demoledor relato, de agónico planteamiento, que no pierde su miedo y claustrofobia aunque el espacio se amplíe pues, si la primera parte es espeluznante y diabólica por la situación desesperada que ofrece y esa increíble supervivencia sobrellevada, no deja dicho resquemor, inquietud ni congoja en esa apertura al mundo real, donde las habitaciones se multiplican y llenan de gente desconocida y cosas inabarcables.
Es una aplastante evolución de quien perdió su vida y volvió a encontrar esperanza al secuestrar la de su retoño nacido, una amarga liberación que traerá un complicado proceso donde las sensaciones se confunden y las emociones se disparan, todo desde los ojos de un inocente crío de cinco años que cambia su pequeño habitáculo, seguro y cotidiano, por la inmensidad impenetrable de todo a su alcance, gracias a la apertura de una simple puerta.
Ya no hay más magia, ni más cuentos, ni más invenciones ni engaños, la realidad asalta y hay que amoldarse, como se pueda, a ella; inesperada situación de tensión, estrés, incertidumbre y angustia ante esa nueva lucha por la adaptación y por
descubrir su sitio en ese abrupto presente, sin carcelero ni cerrojos, excepto el de ellos mismos.
Y mientras tanto tú les acompañas en su sufrimiento, desconsuelo, pequeñas alegrías, temores, invenciones y combate masivo con lo que traiga el día, sin perder un ápice de nada, absorbiendo cada paso con reflexión doliente, sin casi respirar para no perder detalle, sin emitir sonido, para que sean sus limitadas voces las protagonistas, y sin parpadear para no dejar de mirar, escuchar, apreciar y valorar esa incógnita compulsiva que es la vida de este chico desde que ha nacido.
Porque “mamá, ya tengo 5” años de fantasía inventada como escape a una horrenda y aprisionada situación, que se evapora ante el heroísmo y pavor de un pequeño que, sencillamente hace caso a su madre, pues “tú me salvaste” y creaste esa salida a paraíso, nunca más ficticio, donde todo está por saber y conocer, por vivir y experimentar, donde el asombro, desasosiego, alarma y confusión darán paso a un natural manejo de quien ya está conforme y ha podido adaptar sus ojos y tacto, reforzar sus
defensas y ampliar su mente a un territorio mayor.
Y el espectador, como magistral oyente y encantado vidente, de la mano se deja llevar por un guión de estupefacto inicio, de turbadora transición y de seguida intranquilizadora ya que, parece nunca vayan a soltar el yugo y las cadenas que arrastran durante tantos años, con conocimiento de saberlo o sin ello.
Porque hay dos personajes -maravillosa, sensible, emotiva y deliciosa la interpretación dual de Brie Larson y Jacob Tremblay, a cual mejor- para dos planteamientos distintos según la procedencia e información poseída; por un lado, a quien le fue arrebatada su vida y futuro plausible, por otro, quien nace y es todo su mundo esa pequeña habitación que parece enorme a ojos de quien no ha vivido otra situación; dependencia superviviente que también encadena y ahoga, impidiendo el avance y progreso de quien ya no necesita esconderse en el armario, pues tiene a su disposición el mundo entero.
Progresos diferentes para un manuscrito meticuloso,
potente e inspirador que sabe manejar los tempos y sucesos sin recurrir a la desfalleciente lágrima; te tiene atrapada, pendiente, estupefacta y atenta a cada palabra, para no permitirte caer en ningún momento y perder la conexión de este fascinante relato de vida, amor, constancia, despedidas y nacimiento.
Lenny Abrahamson ofrece un soberbio compendio de aflicciones a cual más profunda y sentida que devoran, aniquilan, paralizan e irrumpen sin permiso en toda tu alma, en ningún momento pierden la brillantez de la luz de sus gestos y voces, a pesar del sobrecogedor estremecimiento que ocultan en su oscuridad no manifiesta.
Vas a sentirla, vas a vivirla, vas a gritarles cuando no tengan fuerzas, vas a darles ánimo y coraje, simplemente vas a caer rendida; interpretación-guión-dirección en un espléndido trío de resultado magnífico, magnética colisión, de huella y conmoción inevitable, donde silencias tu espíritu y vacías tus pensamientos para prender y acaparar completamente las de ellos; déjate llevar y disfruta padeciendo.
“No soy una buena mamá”. “Pero, ¡eres mamá!”. Una habitación como mundo; un mundo como inacabable habitación.

Lo mejor; difícil elegir una parte de un conjunto tan completo.
Lo peor; que el trailer y la sinopsis te adelanten el descubrir, lenta y personalmente, ese primer encierro.
Nota 7


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