domingo, 20 de marzo de 2016

La modista

Australia, años 50. Tilly Dunnage, una glamurosa modista, regresa a su casa en el turbio pueblo de Dungatar tras muchos años trabajando en exclusivas casas de moda de París, con el objetivo de cerrar heridas del pasado y vengarse de quienes la forzaron a marcharse años atrás.


El vestido maravilla, su personaje no.

Fotografía y música, con rotundidad y fervor, inician el comienzo de la sesión en ese amenazante duelo por venir, revancha a provocar por todos los años de rencor acumulados.
Y así es su discurrir, la Rita Hayworth de este pueblo encarnizado llega, con su máquina de coser y telas deslumbrantes, para cambiar la fisonomía de su añorado hogar y lograr la bendición de sus peculiares habitantes, gesta tildada de fantasía, provista con agudeza y articulada en ese tono guasón de tragedia envuelta con comedia, más ese apartado para el solicitado amor que toda narración encantada debe proveer entre sus letras.
Todo dispuesto para esa escenografía divertida, alegórica y perversa de esa cenicienta, injustamente destronada de su destino y mandato pero..., ¿qué no funciona en esta fábula de reconciliación y perdón?, ¿de metáfora ardiente que se pierde entre juego de regodeos para amenizar el ambiente?
Puede que una protagonista cuya actriz no sabe hacerse con la audiencia ni transmitir ese ímpetu, miedo, necesidad y añoranza de ser integrada por quienes en su día la rechazaron con manifiesto odio.
Y no es que Kate Winslet no le ponga ganas y talento, espíritu y empeño pero, de nuevo, no encaja con el personaje, no convence su performance, no estimula ni atrapa su interpretación y ahí se va gran parte de la ausente sugestión que debería hacerse presente, aspirada esencia de sentimiento y estilo que debería ser titular permanente en esa visión
ocurrente, graciosa y perspicaz de la liberación de una maldición que traerá su tiempo, contratiempos y vueltas hasta llegar a incendiado puerto.
Debería ser más convincente, grata y absorbente, en acoplado estado desbordante debería consumirse esta leyenda, con moraleja incluida, cuya lección queda neutra e insustancial, insípida y nada inspiradora, como esos torpes adultos que cuando eras niña te leían un cuento sin excitación ni vivencia, en ese tono uniforme y austero del que era imposible sentir ninguna pasión, mucho menos hacer tuyos los personajes, odiar a la bruja, temer por la heroína, soñar con el romance o desear ser la elegida para protagonizar tal hazaña de volver al hogar y rendir cuentas, para que los bastardos tengan su castigo y la doncella su merecida gloria.
Porque el manuscrito vale, tiene su intención de gracia y picardía, de insinuación y sonrisa pero, se diluye en su visión y presentación sin encanto ni embrujo; esta hechizadora, que utiliza la aguja y
telas como flauta de Hamelín, no logra que el espectador la siga con devoción y ánimo pues el deseable arrebato a padecer, emoción a experimentar e ilusión a encandilar nunca afianzan posiciones ni se dejan ver más allá de un voluntario esfuerzo, por que te llegue al alma, lo que queda apagado y ecuánime en una razón que asimila pero no estima, pues el corazón no colabora ni se involucra.
Grandioso vestuario que eclipsa la mirada para caldear esa mezcla irreverente de humor, ironía, dolor, resquemor, antipatía y envidia, todo en uno saltando de un extremo a otro, como ya emularan con gran arte y eficacia los hermanos Grimm, y confirmando que no falla la escritura ni la novela de Rosalie, sólo queda achacar esta mínima retribución
de sus poderosas armas escritas, en agudas palabras rematadas, a una dirección de Jocelyn Moorhouse que cumple adecuadamente pero se olvida de hacerlo con frenesí y pasión pues, una fantasía que combina despropósito y disparate con ofensiva de desquite y moralina de ser uno mismo, que las culpas bien pagadas anulen el deseo de aceptación erróneo, debe alentar y alegrar, sufrir y ensoñar, divertir y fascinar, no ofrecer una lectura opaca que no exalta al oído, aunque si este satisfecha la mirada.
Hay que cubrir todos los sentidos, en caso contrario, escuchas sin atención y no prestas el interés debido.
"Traicionada por un vestuario, ¡irónico!", te
equivocas, magnífica diseñadora; tus creaciones atraen, engatusan y se admiran con sinceridad manifiesta, es tu caminar, puesta en escena y labia pronunciada lo que no excita ni hipnotiza, solo se percibe, que no acaricia ni aprecia.

Lo mejor; su fotografía, música y vestuario para endulzar a unos agradecidos ojos.
Lo peor; que su guión y dirección no sepan transmitir un aspirado espíritu contundente y convincente.
Nota 6,1




No hay comentarios: