domingo, 25 de septiembre de 2016

Florence Foster Jenkins

Narra la historia real de Florence Foster Jenkins, una mujer que, al heredar la fortuna de su padre, pudo cumplir su sueño de estudiar para ser soprano. El problema era que carecía de talento, pero la gente acudía a sus recitales para comprobar si de verdad era tan mala cantante como decían los críticos.


Generosidad, de aprovechamiento genérico.

El atractivo e interés de la película se halla en descubrir a la persona, en conocer la historia, en “gaudir” y deleitarse de su ambientación, vestuario y puesta en escena, en sucumbir ante las excentricidades de una encantadora dama, caprichosa, peculiar y querida, inolvidable al igual que insoportable, a la cual el ángel de la inspiración se acordó de ella para otorgarle buena voluntad de ayuda y disfrute hacia la música pero, olvidó por el camino el talento para endulzar los oídos y embellecer el alma de los asistentes con su voz, pues su innegable presencia es harto sonora; toda una osada y adelantada valquiria, que gustará más o menos, pero sin duda es única y memorable en su demostración de vida y amor por y para la música.
Fundadora del club Verdi y padrina de numerosas ayudas y donaciones a este maravilloso arte, se la respeta por estima y cariño, al tiempo que con honestidad sentida provoca risa incontrolable, por mucho que se intenten mantener las apariencias, fachada por la cual se desvive su fiel servidor y protector marido, un sereno y maduro, seguro y confiado Hugh Grant, excelente acompañante de réplica de una Meryl Streep de la que hay poco que decir, excepto que es un valor seguro que se crece como sabia y magnífica actriz en cada interpretación
nueva, todo un placer observar su transformación y asunción cómplice del personaje.
Florence, expande el diafragma, el paladar blando y en alto, encuentra tu respiración, marca el ritmo, focaliza la voz..., pero nada de ello sirve, de ahí que se recurra, con buena intención de adoración -económica- por ella, al montaje fingido de un peloteo en mayúsculas, que como toda mentira tropieza con su imprevisto momento de sinceridad, donde el amargo destape se hace realidad; inesperado golpe emocional, que la proclamada diva encara con su positividad y elegancia pues “pueden decir que no se cantar pero, nadie podrá decir nunca que no canté”, nada más ni menos que, lleno en el Carnegie Hall, tras una actuación de Sinatra la noche anterior.
“No hay nadie parecido a ti” y emisor y oyente lo entienden cada cual a su manera; dulce, animosa, bonita, entretenida, un humor frágil de escenas puntuales y beatitud generalizada, es cándida y bonachona, simpática y alegre, un retrato suave y
adorable de la última etapa de una mujer, que debió ser mucho más complicada.
Florence Foster Jenkins, generosa mecenas, la peor cantando/la mejor de corazón, sin malicia, sin verdaderos amigos, todos a su alrededor se mueven por interés propio, pero es conmovedora, es soñadora, es emprendedora, es una tragicomedia que Stephen Frears ofrece con solidez modesta, para un tierno relato de entonación emotiva; busca simpatía, busca querencia, al tiempo que muestra con ironía la hipocresía caradura de los beneficiados por esta inusual soprano.
Los momentos íntimos, cercanos y personales lucen con hipnosis atenta, en la generalización es la dirección artística la que deslumbra, en conjunto pretende gustar, complacer y enamorar; y lo consigue, pues el agrado bello de su historia ya es tuyo.
Y la pregunta clave es ¿qué lleva en el maletín mrs. Florence?, gracias a Simon Helberg, que abandona brevemente “The bing bang theory” para realizar un eficaz trabajo, de refuerzo al dúo protagonista, lo sabemos; ¿qué?, otra singular extravagancia de la curiosa señora.

Lo mejor; su pareja protagonista y su fotografía artística.
Lo peor; el relato, en sí, es pequeño y limitado en su enfoque, hay mucho más material que extraer.
Nota 6,6


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