martes, 9 de febrero de 2016

Papá o mamá

Florencia y Vincent Leroy son un matrimonio de triunfadores. Por ello, cuando llega el momento de su divorcio, ambos quieren vencer. A la hora de decidir quién se queda con los niños, su vida se transforma en una pesadilla. A los dos les han ascendido y disfrutan del puesto de trabajo que siempre han soñado. Por eso, serán capaces de cualquier cosa con tal de no conseguir la custodia de sus hijos.


A ver quién hace más estupideces, ¿papá o mamá?

Pretende ser incorrecta, valiente y atrevida y, tenuemente lo consigue; tiene ese puntito ascendente de perder las formas y luchar egoistamente por el odio y rechazo de los hijos que divierte y estimula, lo suficiente para amenizar con gratitud y contento generalizado, no lo bastante para sacar a la luz lo que dicha iniciada indagación puede ofertar realmente.
La molestia de la custodia y cuidado de la prole cuando se tienen planes profesionales más importantes y de mayor calado, tener descendencia para que otro los críe mientras se continúa haciendo planes de soltero con miras a mejorar laboralmente, tema interesante tratado con condescendencia, banalidad y simpleza.
Todo empieza con serenidad y calma, con esa madurez y confianza de admitir “nos dimos cuenta de que sólo éramos amigos” por tanto, vamos a dejar de ser pareja; categoría y elegancia para un divorcio que rompe su bienestar cuando ya no se está dispuesto a hacer sacrificios por la futura ex-pareja, donde comienza la moderada diversión de observar a dos adultos, en su propia guerra de los Roses, aquí Leroy, convertirse en niños a ver cuál de los dos hace la mayor gamberrada.
Es fresca, ligera y ágil, de duración modesta entretiene lo convenido para pasar un rato breve de esparcimiento y a otra cosa; tiene puntos mordaces, otros típicos y endebles con lo cual se logra una fructífera mezcolanza realizada para gustar al público, quien halla ironía y sarcasmo esporádico
para volver a la ruta del clasicismo, no vayamos a perder el norte del todo y dejarnos llevar por la desbocada locura.
Accesibles los intérpretes, los niños reciben las bofetadas con escasa intervención y respuesta dado un argumento sencillo y humilde que prefiere pretensión unánime de todos los ingredientes para una óptima velada, de apto estándar; busca huir de la tradicional comedia y ser original en su planteamiento y encarado aunque, se queda en grata intención esbozada.
Martin Bourboulon no quiere lo de siempre, tampoco se adentra en las ciénagas de esa selva combativa que alienta, lo cual deja un empate a tablas, ni para uno ni para el otro; aprobado de una audiencia que pasa con rapidez por ella, no lamenta nada, le sabe a conveniente para lo demandado del momento y, únicamente luego, cuando intenta escribir sobre ella, percibe flojedades a las que no dio importancia durante su consumo.
Los niños aprenden lo que viven, en concreto a escapar de unos padres locos que únicamente buscan su beneficio propio, el foco recae sobre ellos relegando a los primeros a meros espectadores; agradable no te ríes a carcajadas, es más bien de
sonrisa bonachona, atracción de pasatiempo que da para dicha tarea sin rasgarse las vestiduras.
Despega con soltura aunque, a la mínima de vuelo arriesgado solicita aterrizar en tierra.
El viaje es válido, templadamente gracioso, de modosa juerga; disfruta tibiamente de ella y a encarar la siguiente tarea, ¡no tiene más cosa!

Lo mejor; entretiene sin complicarse la vida.
Lo peor; no hay complicaciones apetitosas que degustar.
Nota 5,3




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