miércoles, 20 de agosto de 2014

Les adoptés

"Lo primero que se olvida son las voces, lo último los olores"
Es desgarradora, devastadora, cruel como la vida misma, te muestra la felicidad completa, te deja sentir y saborear el placer de la alegría, el amor, la ilusión, la inmensa belleza y miedo del enamoramiento súbito e inesperado para arrebatartelo sin piedad ni compasión, sin miras ni esperanza y quedarte desolada, estupefacta y dolida por la muerte de ese pequeño paraíso encantador y hermoso, frágil y seductor que te llenaba de ilusión, un cambio drástico y doliente de la sonrisa más tierna y apasionada a la incertidumbre, incredulidad de un tsunami que lo arrasa todo y te deja sin nada.
Tres personajes, un hecho y la relación furtiva, tensa y potente que se establece entre ellos, la evolución forzosa que deben afrontar y la desesperada, inevitable aceptación de su resolución final todo ello reflejado con una impresionante calidez, sutil delicadeza, magnífica sensibilidad, impactante fotografía y todo un arte humano que respira emoción, dolor, suspiros, anhelos, llantos, una tenue, frágil y bella muestra de los sentimientos y las emociones que conforman la vida, del horror espeluznante en el que puede convertirse nuestra existencia, de la pérdida abrupta de lo conocido por una nueva realidad que anula y desgasta todas tus fuerzas.
Sentidas y penetrantes interpretaciones para el primer relato en la dirección de Mélanie Laurent que muestra un discurrir lento, agónico y pausado que vas a sentir, palpar y vivir con áspera profundidad, con abrumadora impotencia, con triste complacencia y afinidad completa, una asombrosa empatía que penetra en tu interior como carcoma invisible y escondido que quiere alimentarse de tu ser, de tu persona hasta dejarte caos y vacío pero con la visión, reflejo de una continuación, un seguir caminando pues ni siquiera el mal y el dolor más atroz e insoportable son para siempre.
La historia es corriente, común, humana y tierna, respira afectos y emociones por todos sus poros, cine para ser vivido, sentido con cariño manifiesto, ardor interior y devoción absoluta, para dejarte llevar por esas olas del mar que golpean sin piedad ni medida pero que atrapan e impresionan por su lucimiento, por su sublime fervor, por su maldad natural y por su inocencia de cuna, por distribuir su fuerza destructiva con injusta y perpleja desigualdad, sin vehemencia pero con posibilidad de resistencia costosa y ardua pues cuando una puerta se cierra se abre una ventana ¿no?
Ahora, si no consigues abrir tu corazón a esa luz cegadora y deslumbrante, a ese rayo electrizante que arrasa y aniquila tu alma más indefensa e inquieta sólo tendrás la lectura de un relato sensible que se alimenta de la desgracia, que por momentos abusa de la lágrima fácil y la tristeza opresiva, con una buena dirección y respetadas interpretaciones pero, en ocasiones, empalagosa y, en exceso, cargante por su abuso y estancamiento en el dolor y la pena.
La elegancia magistral, sensibilidad maravillosa y emotividad penetrante de unos puede ser el calvario, la desgana y la pesadez de otros.



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