miércoles, 20 de enero de 2016

Jackie & Ryan

Drama romántico en torno a la relación que se establecerá entre una madre soltera que lucha por la custodia de su hija y un sin techo que aún sigue tratando de alcanzar su sueño de ser músico.

Un irresistible hogar, del que es difícil marchar.


Cuando has perdido tu camino, vuelve a tus raíces, desanda el estropicio y recuerda qué te llevó allí, qué pretendías y cuáles eran tus ilusiones y, parece que ¡dicho y hecho!, o principio de ello pues, Katherine Heigl vuelve a la interpretación profunda, sensible e intimista hace tiempo ya olvidada; de recursos para ello va bien servida -nunca se ha puesto en duda su calidad como actriz, sólo sus gustos para elegir triviales papeles reiterativos que poco o nada aportan-, aquí magníficamente acompañada por un modesto, cautivador y transparente, en su magnética sencillez exhibida, Ben Barnes, músico errante que tiende una mano y detiene su viaje para deleite de quien mira la pantalla, pues permite esa integración con aquello que de si mismo descubre.
Sin queja y con ternura, con lentitud y complacencia, Ami Canaan Mann elabora un sabroso plato a fuego lento, con cariño y cuidado, suave y templada fotografía, de escogida delicadeza en las formas, que corona los importantes eventos que inician su rumbo; inocencia de pose de un superviviente hogar que abre sus puertas para compartir sus alegrías y penas, lloros y esperanza no extraviada a partir de esas amargas dificultades, de ese descorazonador miedo que envuelve sus vidas.
Bella y amable, serena y emotiva, deja fuera el artificio empalagoso y se centra en la sinceridad de un guión que no pretende lucir ni alardear, únicamente narrar la ayuda mutua de dos desconocidos, cuya intimidad florece a cada segundo en su honda y cálida evolución hacia la cumbre.
Jackie y Ryan, Ryan y Jackie, el orden no altera el producto, aunque si lo hizo un inesperado y necesitado encuentro cuyo fruto es para ambos; también para un espectador que participa, con esa humilde pero penetrante querencia de acogida, de su tiempo y sentimientos compartidos; ensimismada
madurez, de hipnótica presencia, que luce su emotividad con calma, respiración y sosegada quietud de quien no tiene prisa por acelerar lo que se goza y disfruta a cada paso.
“¿No tienes nada que decir? No realmente”, y no lo necesita, pues se expresa mayormente a través de ese fabuloso y contagioso sonido country, esencia pura de sensibilidad melódica que conecta con el espíritu de quien escucha y toca, etiqueta ilustre que entona toda la silenciosa cercanía de una contienda suave, pausada y sosegada, que en proporciones mínimas se unen para encuentro de un comedido relato, nada original/ya novelado antes, que transmite aprecio, dulzura y enamora una mirada, encandilada en su textura y gusto.
Hay momentos en que estas pequeñas, afectuosas y acogedoras cintas son un regalo para el alma que, en ocasiones, sufre de inapetencia y desasosiego ante el desfile de películas que, ante tan elevadas pretensiones, apenas llegan a parte alguna.
La presente no promete pero inspira, no juzga pero
alecciones, común y típica narración cuyo talento es la discreción, mimo y sutileza por sus personajes y audiencia.
Aspira la emoción, degusta su recorrido y abraza su desenlace, ¡no hay más!, tan frágil y natural como eso.
A veces simplemente se ama y se deja marchar, para que dicho portador de tan exquisito y exclusivo sentimiento, vuelva si lo desea.

Lo mejor; su pausa, armonía y tempo de un argumento que no corre, sólo camina.
Lo peor; se echa en falta una mayor intensidad, para mayor absorción de su devaneo.
Nota 5,7



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