viernes, 15 de noviembre de 2013

Café de flore

No tengo muy claro si el director quería transmitir dos historias extremas -florecer existencial de personajes cuya ventura es sencilla o compleja de lograr- cuya resolución es antagónica, en una comparación frontal o, si su idea era hacer una fusión, conexión entre ellas -cosa tampoco lograda-; lo que está claro es que estamos ante una propuesta diferente, que juega con el tiempo de los personajes -pasado, recuerdos imposibles de superar, presente, felicidad inviable ante dolor no vencido- y que no acaba de definir su postura y colocación. El egoísmo, individualismo de una madre provoca la perdición de su familia, la generosidad y altruismo de otra estimula el crecimiento y prosperidad de sus hijas, de su ex y de si misma. Son las únicas lecturas claras que se obtienen de un guión confuso pero atractivo, realizado con gran sutileza y finura, de principio muy potente que pierde su rumbo conforme avanza, unas ideas muy claras en la mente de Jean-Marc Vallée pero no tan sabiamente llevadas a la gran pantalla. Aunque sólo sea por su distintiva personalidad, por su innovación particular es todo un acierto su visionado, su lectura chocante y su pausado caminar que en puntos concretos es explosión pura. No narra nada perspicaz ni avispado; sólidas decisiones cuyas consecuencias se sufren en los seres más queridos. Pero deja una sensación no fácil de clasificar debido a su abundante misticismo, un exceso de contemplación y éxtasis que hubiera necesitado de más guión, de más vocablos que conectaran sugerentemente con el espectador. Un último toque guional, pincelada definida que evidencie lo que queda en el aire más perpetuo hubiera supuesto la culminación  a un buen trabajo, a una curiosa idea que no acaba de perfilarse.  

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