martes, 1 de diciembre de 2015

Love eternal

La vida de Ian ha estado marcada por la muerte. Siendo niño, vio morir a su padre y también halló el cuerpo de una compañera de clase que se había suicidado. Ya adulto, e incapaz de comprender el comportamiento humano, empezará a relacionarse con los cuerpos de personas ya fallecidas.


Buscar a alguien a quien amar, da igual su estado corporal o anímico.

Aún estoy un poco aturdida, mareada cavilando y reflexionando sobre el personaje en cuestión, un apasionado de la muerte y todos sus entresijos que desea observarla de cerca e intimar con ella a través de la experiencia de los otros, nunca la suya propia, como ir a restaurantes y sentarse a degustar el placer de los comensales comiendo, nunca pidiendo menú ni solicitando la carta.
Y lo intentó, tuvo planes escogidos de día y hora, momento clave de llevar a cabo su marcado plan “for mortem” pero, fue más la curiosidad de ojear los efectos en cuerpo ajeno, más esa protección de simpatizar y fraternizar con quien no puede protestar ni rechazarte pues su voluntad se dio a la fuga tras la decisión de ingerir las pastillas.
¿Por qué hacer nada, cuando nada te mueve a levantarte, vestirte y salir a la calle?, ¿qué queda?, ¿la opción de la muerte o una angustiosa vida de martirio incesante?, cuando llega el vacío, la nulidad por las cosas, inapetencia por las personas, desgana por la luz del sol, seducción por la impenetrable oscuridad sin retorno, ¿como se detiene?, ¿cómo se frena?, ¿cómo se evita la factible caída?
Robert de Hoog como solitario individuo que nada puede, que todo le vence, desabrido y sin motivación por su existencia, “un fallo dentro del género humano” hasta que encuentra su motor de arranque para moverse y seguir resistiendo, ese conocimiento y contacto con quien parte al más allá, facilidad y
placer -incluido la gota de sadismo- de acompañar en su último instante para poder establecer una pequeña, breve pero querida socialización con el sujeto en cuestión, bellas mujeres que por siempre le recordarán esa persona del pasado con quien sí tuvo contacto real.
Pero se escapó, como todo lo habido en su recorrido, se le escurre de las manos excepto aquellos cuerpos inmóviles e inertes que nunca más, por si mismos, podrán elegir o decidir, degeneración de quien es observador, en trance, nunca participante pues cuando se atrevió a jugar perdió de forma cruel, inexplicable y dolorosa.
Brendan Muldowney ofrece una lograda estética y cuidada versión del libro “In love with de dead” de Kei Oishi, que augura mirada inquisidora por averiguar los propósitos y andanzas de un ser insondable que provoca un conglomerado de por qués a los que será difícil hallar respuesta; lánguido, fúnebre, inconexo y enigmático oferta un progreso en su actitud desde su oclusivo encerramiento voluntario al arduo despertar, inquietante y agónico de quien tropieza de nuevo con un ser vivo con quien encajar
y querer estar, donde todos los nublados por qués, sin razón de existir más que el abandono, escondite y la huida adquieren fuerza y consistencia por volver a emerger y estar.
La cinta es melancólica y afligida, al tiempo que es un canto por la vida y la búsqueda de sonrisa y felicidad, macabra por minutos, desapacible por otros, indescifrable y llamativa crea expectación por su rareza de argumento que juega con el final de la vida con suavidad de roce, con cariño de presencia, con afecto de interacción, y con la continuación de la misma con esa indagadora visión de quien no entiende por qué resulta tan fácil para el resto y tan duro y sin sentido para él.
Personaje especial, que no sabía que lo era, y que se creía mediocre cuando eso era lo único que no era, desvinculada significación de quien une lazos esperpénticos y desquiciados hasta que llega la oportunidad de que éstos sean sanos, verdaderos y humanos, perturbación obserbada con sosiego, calma y lentitud pues no hay prisa, hay tiempo para escoger con calma a la siguiente víctima.
No es para público generalizado, conocedores de la obra estarán contentos por la simbiosis personal presentada con creatividad, respeto y acierto,
intimista en el desconcierto de quien es león de montaña y no puede vivir con los humanos, aún queriendo, hasta descubrir, en su progreso de renunciar a convivir con cadáveres, que sí puede, más aún queriéndolo.
Es diferente, en el buen sentido o en todo lo contrario, su percepción no te deja al margen, o cala o apesadumbra, o seduce o descompone, el inicio es de grata recepción por saber más de él, después, el camino que toma esta producción irlandesa, hace que te cuestiones si es de tu estilo o queda lejos de lograr mantener y eclipsar tu interés aunque, para ello, no queda otra que verlo en su desenvoltura.
¿Por qué hacerlo?, ¿por qué hacer nada?, yo ya tengo mi respuesta, busca tú la tuya.
“Love eternal”. amor eterno ¡cómo para no serlo!

Lo mejor, su clima intimista y su fabricado personaje.
Lo peor, el tema no abre cómodo apetito.
Nota 5,5


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