domingo, 8 de mayo de 2016

El tesoro

Costi es un joven padre de familia que vive en Bucarest. Un día, su vecino le comenta que está seguro de que hay un tesoro enterrado en el jardín de sus abuelos. Si Costi le ayuda alquilando un detector de metales y acompañándole, compartirá el tesoro con él.


A la espera de oír el sonido de la creencia.

La película no engaña, van a la búsqueda de un tesoro; pero no esperes hallar a los Goonies, con su acción y jaleo, ni a un Nicolas Cage de tiempos mejores.
Aquí todo es tranquilo y reposado, llevado con paciencia, constancia e intercalados silencios, como la buena pesca, no todos entienden su gusto y diversión, menos su entretenimiento pero, tiene un público fiel que la valora y estima; aunque, en esta ocasión, el absurdo manda en la propuesta, amén de esa desesperación, inquietud y extrema necesidad económica que lleva a jugárselo todo a una carta y lanzarse al vacío pues, perder es algo ya conocido.
A pesar de su sencillez, o puede que por ella, sigues atenta con curiosidad a sus patéticos pasos, de acontecer rocambolesco; es franca, sobria, serena y pulcra, a la vez que ridícula y atónita. Dos adultos jugando a encontrar monedas para salir del atolladero y salvar la dignidad y su cabeza, al tiempo que cavan hoyos, de profundidad física y de palabras venenosas, que encierran un rencor de años de convivencia.
Ironía perpleja por el vacío honesto con el que expone y narra, caprichosa ocurrencia de un destino que se ríe al tiempo que elabora, sueño dorado de todo mortal, que elige la simplicidad y humildad como rostro de andadura de un relato directo y
plano, que asumió unas infantiles ilusiones y se arriesgó a comprobar la validez de su certeza.
Corneliu Porumboiu parte del escepticismo, de una extravagante propuesta, para iniciar una irrisoria aventura que expone la realidad histórica y actual de una Rumanía, aún no en paz consigo misma y que tiene mucho que resolver todavía; diálogos picantes, abrasivos y feroces para escenas minimalistas y llanas que viven de la moderación, pero esconden pólvora entre sus rotos ingredientes, los cuales duelen y tensan un presente duro y áspero.
Y la maquinita pita que pita..., y el espectador atento a lo que encuentra, mientras se intercambian pausadas conversaciones hirientes de una superviviente sociedad que sigue maltratada por su presente y ácido recuerdo; locura y perspicacia para un argumento que retrata la tragedia humana con inteligente vis cómica, mediante esa moral que
planea todo el tiempo como bufón quijotesco, de decisión complicada.
Frialdad estática para unos personajes herméticos que no muestran emociones, como tampoco lo hace el avispado jugador de póker, pues la debilidad se esconde, cara neutra es la señalada para esos golpeados rostros que resisten, esquivan y continúan en el juego, puede que para ganar, si por una vez la fortuna les socorre y no se equivoca el maldito aparato.
Lenta y concisa no hay más distracción que observar su marcha, investigar en su devenir y ver a dónde te lleva, descifrar su rastreo y saborear lo que las amargas palabras y rígidas actitudes encierran; no acondiciona ni aumenta de volumen, ni aporta hierro extra al asunto, pero la acompañas con ese gusto de escuchar y ver qué pasa.
Aguda e introvertida, un tesoro no por todos bien apreciado.
La modestia de decir, entre medias, y que se entienda.

Lo mejor; el talento de un modesto guión para presentar la realidad.
Lo peor; no apreciarla por ser llana y austera.
Nota 6



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