sábado, 7 de mayo de 2016

Oda a mi padre

En diciembre de 1950, cuando comienza la guerra de Corea, un niño se despide de su padre, que va a la guerra, y le promete cuidar de la familia. A pesar del paso de los años, nunca olvidará su promesa.


La espectacular técnica deja el resto a medias.

La música y fotografía son calidad excelente siempre presente en estas cintas niponas, en esta ocasión de corea del sur; el cuidado de las formas, el impacto de los detalles, los extras que engrandecen la principal figura..., sólo que la parte emocional y humana te deja fría y ausente, incluso en ocasiones parece un mal chiste, una broma sin gracia entre tanta humillación y miseria.
Toda una vida de sacrificios, alegrías y penas relatada sin gloria ni entusiasmo respirado pues ver las correrías, aventuras y escenas dramáticas sin conexión, inquietud o ardor alguna, es simplemente desgana de absorción fallida; no hay fibra sensible que se implique, sensaciones que se alteren, sentimientos que se involucren, observas, escuchas, sigues atenta pero poco más que estar informada de su evolución y destino es lo que hallas.
“Surgirán dificultades pero funcionará”; no está claro que lo haga pues es demasiado sencillo evadirse, tentador distraer la mente con otra cosa a falta de esa esencia y consistencia que te hipnotice y te seduzca sin remedio.
Libre como un pájaro que no halla rama donde posarse por falta de apetencia, pasión o ánimo, tu mente reflexiona lo justo para no perder hilo pero
lejos de ese deseo innato de que tu aislado espíritu se sienta desgarrado.
No es la gran novela dramática, de recuerdo enérgico y sensibilidad espeluznante, que abarca varias generaciones; técnicamente es loable, esforzada y meritoria pero, de poco sirve cuando su comicidad amable y lágrima buscada no te transmiten nada excepto, respeto por la habilidad de su método y práctica aunque, carencia en cuanto a su conmoción o impresión recibida.
Youn JK coloca, sin darse cuenta, un filtro aislador de la sensibilidad de su público; en versión contraria al rotundo refrán “en casa del herrero, cuchillo de palo”, se triunfa con contundencia en casa, pero se pierde la batalla con la audiencia extranjera quien mira pero
no lamenta, ni se aflige, ni sufre; tampoco sonríe, se alegra o participa de esa experiencia de una difícil existencia que logra proseguir y completar su promesa.
La familia, quién sabe dónde y cuándo podrán reunirse, mientras tanto a resistir, esforzarse y no perder nunca la esperanza, al tiempo que se amplia con nuevos miembros solidarios y fieles que acompañan en el dolor y ayudan, cogiéndote la mano e intentando curar las heridas..., pero sigue presente la motivación esquiva.
“Esto no es un parque. No hemos venido a divertirnos. Cógete fuerte de mi mano”, y por fin lo logra, te toca ligeramente la piel en los últimos cinco minutos, con ese show televisivo, de espectáculo floreciente, en su labor de unión de desaparecidos
que la guerra separó por circunstancias horribles.
Toda la tragedia anterior no alcanza grandes cuotas de sobrecogimiento, aprecio o devastación, se queda más bien en lectura tierna, de buenas intenciones, aunque demasiado suave y templada en su afectuoso recogimiento.
Oda a un padre, cuya alabanza y ovación queda neutra.

Lo mejor; su fantástica parte visual y acústica.
Lo peor; su guión no afecta ni colapsa la circulación de un corazón neutro.
Nota 6,5


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