sábado, 28 de mayo de 2016

The confirmation

Anthony, un niño de 10 años, es enviado por su madre a pasar un fin de semana con su padre Walt, un carpintero alcohólico con el que apenas tiene relación. En su primer día juntos todo se tuerce: el camión de Walt se estropea, su casero amenaza con echarle de casa y, además, le roban la caja de herramientas que necesita para poder trabajar. Padre e hijo se lanzan a la búsqueda del ladrón con la ayuda de un vecino y, mientras tanto, van descubriendo un verdadera conexión entre ambos.


“Escucha lo que dicen y decide por ti mismo”.

Simpática y entrañable, con esos adjetivos juega para encandilar y entretener a la audiencia, diversión que sube enteros, al tiempo que establece una dinámica más sosegada y calmada, para volver a coger la forma y rematar ese respirado sentido cordial y cálido, que te hace participar de su aventura con proximidad de espíritu y querencia de sonrisa en tu rostro.
Porque toda ella invita a abrazarla y degustarla con placer sincero, con esa beatitud e intimidad dulce, agradable y angelical de ver a un desastroso padre, en recuperación de un hijo necesitado de su compañía, amor y diálogo, al tiempo que intenta volver a ser quien en su buen día fue.
Porque Clive Owen expande su cómoda actuación hacia ese pequeño compañero de reparto, un incisivo y generoso Jaeden Lieberher que le ayuda y facilita la labor de crear una pareja amena y sabrosa, que parte de la frialdad del primer contacto para emprender esa andadura hacia la candidez, lealtad y esperanza de quien comparte, se entrega y apoya en el otro pues es su necesidad, es su vocación, es su propensión para con ese cariño buscado que comparten, pero aún no han manifestado abiertamente.
La santidad de un crío entra en contacto con la atracción, delirio y locura del infierno requerido, tropiezo con lo prohibido, fascinación por el poder que otorga, tentación de pensamientos turbios que permiten hacer justicia cuando la vida no la otorga; palabras no dichas de complicado panorama, verdades que entorpecen el fin de quien se estima, mentiras que permiten el acceso al objetivo, que no es otro que redimir a un padre, descubrir a un hijo, devolver la dignidad a los ojos de cada uno y el respeto y valor a la relación que les une.
“¿Qué es un pensamiento impuro?”, paso del que
parte Bob Nelson para escribir y dirigir una cinta sobre el saber de la vida y sus procedimientos, sobre cómo funcionan realmente las cosas y cómo digerirlas, cómo escuchar todas las opiniones para decidir en solitario, primer paso de un crecimiento que un sobrio padre intenta enseñar a su admirado hijo, esponja que lo absorbe todo y saca sus propias conclusiones.
Llana y modesta, sencilla y diestra, habla de conocerse y conectar, de recobrar y mantener, de perder y volver a hallar, encantadora y benévola, puede que en exceso según tramos, para volver a la senda del equilibrio afectuoso con logro y complacencia.
La confirmación, que viene tras esa comunión donde se come a Jesucristo, bueno, no realmente pues es una galletita y jugo, no la sangre de Cristo..., y tras ese deslumbre paternal, el retoño aprende que no todo es como parece, que no todos dicen la verdad,
que hay variadas posturas y que, en ocasiones, es estrecha la separación entre el bien y el mal, lo correcto y lo errado, y en aprecio de todo ello se encamina.
Ingenua y discreta, didáctica y emprendedora, bonachona, de alma pura es asequible de ver; opta por ser buena, con pinceladas sutiles de malicia para que la inocencia, de un alma en crecimiento, tenga algo que narrar al cura; la confesión nunca más será aburrida, ahora tiene experiencias que contar, orgullo de un tiempo querido con un progenitor por quien se preocupa y ama, lo mismo que ocurre a la inversa.
“El mejor legado de un padre a su hijo es un poco de su tiempo cada día”, aquí se decanta por fines de semana, de horas y trastadas completas.

Lo mejor; su candidez y bonanza argumental.
Lo peor; la misma puede saber a rancio consumo.
Nota 5,7


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