viernes, 30 de enero de 2015

Bottled up

¿Nos engañan o nos engañamos?
Tienes un tiempo muerto que decides dedicarlo a ver una película, eliges una entre las muchas candidatas basándote en la sinopsis, caratula, trailer y la configuración, siempre de esperanza optimista, que tu cabeza ha realizado al unir todas las piezas y que te llevan a un conclusivo tiene-buena-pinta, valdrá-la-pena-verla.
Elegida entre el abanico de hermanas de alrededor y decidida, viene la hora de la verdad, del supuesto disfrute donde te acomodas en tu sofá, preparas un tentempié de cena, acondicionas la sala y apretas al play y, aunque mi opinión -que no pienso variar a pesar de las duras decepciones y fraudes inesperados hallados- es que siempre se han de ver las películas, que te digan lo que digan, tu opinión subjetiva puede ser muy diferente de la de los demás, que debes juzgarla en primera persona para ser justo con dicho trabajo, sentencia firme que por ahora se mantiene a pesar de los golpes inesperados que a veces, sólo a veces -y que no se repita con pauta intermitente la experiencia- aniquilan de tal manera tu ilusión e inocencia de bienvenida que no tiene precio la sacudida recibida ni es, para nada, ¡merecida!, esa espera deliciosa que eleva tu ansiedad por su apetencia y devoción de visionarla y...¡pomm!, nulidad, vacío, caída de la cumbre, abandono del paraíso ficticio que nunca fue porque ¡esto es lo que hay!, adrenalina evaporada transformada en melancolía de lo que pudo haber sido y ¡ha resultado ser!
Y este caso no es de los peores, de los mayores agravios recibidos, no es un extremo dentro de la referencia descrita sólo que, llega un punto que la condescendencia o beatitud para encontrar algo decente, válido que contar, exprimir sobre lo visto y no admitir tu rotunda equivocación y falló garrafal al eligirla, asfixia y mata lentamente.
Tres personajes, una madre coraje y luchadora, una hija drogadicta y un sano joven naturalista que vive la vida con fervor sabroso de hallar encanto, amor y alegría hasta debajo de las piedras y, la atractiva e interesante pregunta ¿qué no haría una madre por su hija?, ¿especialmente si se siente responsable del dolor que le provoca su adicción por las pastillas?, ¿mentir, defraudar, robar, engañar, perdonar e incluso culpar a inocentes?, ¿tiene un límite la caridad y lástima hacia tu ser más amado y querido?, y ese único y esperado momento, exclusivo instante de tensión y emoción ¿compensa todo el relato y su desacertada elección?
Porque la decepción y su malogrado fruto recibido no procede de que éste sea malo, entretiene levemente -creo que estoy optando, de nuevo, por la vía de la indulgencia- y se puede ver con modestia por ambas partes -si rebajas tu demanda encontrarás el equilibrio con su escasa oferta-, la historia es de sobremesa de domingo, con personajes torpemente desarrollados y poco trabajados, escenas poco estimulantes y un guión débil y flojo que vive de un argumento con la misma parca motivación, levedad aguantable si existe alerta precedente que avise de su modosidad sólo que, al no ser así, tu dañado optimismo de acogida grata, de selección meditada hacia la susodicha se ha visto herido en lo más profundo y defraudado en su ser más interior, no era lo que esperabas y lo ofrecido ha ido menguando lentamente todas las razones por las cuales te decidiste por ella para llegar a un sincero ¡qué desastre!, ¡qué mal he elegido! o a un compasivo no-está-mal, tampoco-he-perdido-del-todo-mi-tiempo.
Decisión, la clave de este embotellamiento mental, saber leer con preaviso el nivel de calidad de lo ofertado para evitar bajones anímicos y decepciones del alma y no juzgar, sin piedad, lo que es aceptable en la liga para la cual ha sido dispuesta  para jugar, subirla de categoría es trastazo seguro, error grave de consecuencias pesadas para el alma y ser injusta con la agredida.
Elección, punto a trabajar y perfeccionar para evitar ¡fraudes descorazonadores y males mayores! puesto que llega un momento que la piedra ¡está harta de tus tropiezos constantes con ella!, un dominio todavía inhóspito y no garantizado pues ¡me sigo pegando cada batacazo!
La curiosidad por descubrir que escondía este relato ha resultado ¡salir cara!, no ha matado al gato pero ¡casi!



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