domingo, 22 de noviembre de 2015

El clan

La historia se basa en el caso policial del Clan Puccio, que conmocionó a la sociedad argentina a principios de los 80. Tras la aparente normalidad de los Puccio se oculta un siniestro clan dedicado al secuestro y al asesinato. Arquímedes, el patriarca, lidera y planifica las operaciones. Alejandro, el hijo mayor, estrella de un club de rugby, se sirve de su popularidad para no levantar sospechas.

Trabajo en negro muy bien remunerado.

¿En qué trabaja tu padre? En su tiempo libre es secuestrador, ocasionalmente asesino si se tercia el asunto; y en esas inicias un relato curioso e interesante, llamativo y peculiar, historia verídica de Argentina que no deja de ser sorprendente por lo macabro del asunto y la sencillez de una ejecución que aturde e impresiona.
Mientras unos celebran, otros preparan la maldad, ese imprudente e ingenuo plan donde el dinero recibido recompensa y lava conciencias, complicidad de un reducido grupo cuya inquietante naturalidad e integración en la comunidad sobrecoge y perturba, su perfecto y asequible convivir con esos dos lados de la familia, el amor, la cotidianidad y su ferviente creencia religiosa, típica de cualquier familia feliz, más el trabajo de elegir a la víctima, preparar el encargo, amordazar, retener, golpear, cobrar el rescate y liberar o ejecutar según sea necesario, obligación de una tradición familiar que se hereda como cualquier próspero y rentable negocio.
La familia que roba unida permanece unida, aunque por el camino puedan existir pequeñas desavenencias que se arreglan cuando llega el botín y hay reparto, el padre parece no tener dilema moral que le cuestione su proceder, los hijos le han salido dudosos
de la elección entre el bien y el mal, quisquillosos interrogadores de lo correcto de su acción conjunta cuando no entienden que son un clan, hermanos de origen y andanza cuya lealtad ni se pone en duda ni se cuestiona; los de fuera, mártires elegidos, colaboran al mantenimiento y progreso de la institución, un santo y seña de identidad que limpia las calles de la inmundicia y porquería que ensucia su honorífico país a través de un mal comportamiento que engranda la corrupción y degradación de sus respetadas instituciones y esa humilde gente que no merece vivir con quien corrompe y perjudica su hermosa tierra; que ellos se enriquezcan es secundario y está aparte..., ¿ironía percibida?
Es cine documental, informativo, importante reseña de un tiempo histórico que merece y debe ser contada; el comprometido director, Pablo Trapero, elige breves y sutiles saltos temporales para que sea el espectador quien una las piezas, desde su evidente resolución a ese siniestro descubrimiento de la asunción tan lógica, evidente y tranquila de los quehaceres del padre.
Terminada la dictadura se sigue contando con el apoyo del comodoro, permitidas desapariciones
cuyos gritos, en la habitación del lado, no molestan a la hora de cenar o ver la televisión todos juntos, locura espeluznante de la cual te sigues preguntando cómo fue posible, no por los tiempos o los hechos, sino por el surrealismo del planteamiento, lo desbaratado de su puesta en escena, la desfachatez de toda su visión y la simplicidad de un resultado positivo en lo que, a todos luces, era una torpeza garrafal difícil de creer.
Excelente la banda sonora -genial el sonido envolvente de “Sunny afternoon”- como festivo enlace discordante de esos trágicos momentos que todo lo arrasan y nublan, correctas interpretaciones lideradas por un sobrio y helado Guillermo Francella, cuya serenidad gesticular y firmeza convincente de su autoritaria voz dicta sentencia de las formas y maneras de crecer y convivir en dicha parentela.
“Yo nunca voy a poner en riesgo a la familia” le dijo
el padrino a su vástago heredero, como convencimiento de un paso cuyas dudas el patriarca no entiende; no hay dilema, no hay disyuntiva, no se abandona a los nuestros, se está a las buenas y las maduras. Película que batió todos los records de recaudación de taquilla en su estreno en Argentina, conmoción de unos hechos que en los 80 fueron un impactante escándalo emocional y aterrador de quien era su educado vecino, gélida simpatía de unos miembros que alteraron la tranquilidad del país por su sangre fría y ausencia de lamento, todo un ávido reclamo para ser contado y filmado pues es crónica estremecedora y seductora que interesa, abruma, capta tu atención y reporta sobre la maldad encubierta de quien te saludaba, con amabilidad, al pasar por tu lado.
Nos hallamos en el complicado momento de implantación de una democracia que todavía tiene trapos sucios que lavar y varias rasgaduras en su nuevo y estrenado vestido, terrible visión de esa aceptación y despreocupación de lo que tenía lugar
en el cuarto adyacente, mientras se seguía con la querencia de una rutina familiar pues, sólo es trabajo, no debe traerse a colación en la bonanza y cariño del hogar.
Nivel de mafia de primer orden, la historia de los Puccio es adecuada, medida, oportuna y simbólica, acorde a los hechos y con buen toque en su montaje para atraer tu percepción y que se mantenga hasta su final, su formato es de apropiados pasos milimétricos para recrear esa horrible lectura de quien existía con normalidad, loable ejemplo de un hacer argentino que se mira y denuncia lo encontrado.
Es anécdota complaciente a recoger y averiguar, la violencia como arma de enseñanza, de disciplina, de enriquecimiento de un padre que utiliza su fuerza mental, como chantaje y presión, en un drama cuya recreación estética de la época, ayuda a la integración en las circunstancias y maneras de actuar
de un sombrío clan, que se movía con impunidad a través del orgullo de una extorsión que venía incluida con el apellido.
“¿Estás bien?” “Si papa, estoy bien”, aunque la cuestión es cómo puede estar bien después de lo visto y sucedido, de la labor extraoficial de su particular familia; de la que se sigue ¿eres culpable si conoces los hechos pero no intervienes?, ¿si el ruido contiguo te incomoda pero haces oídos sordos? La cojas por donde la cojas su sólo pensamiento es turbador, espantoso y escalofriante; sin duda, se vuelve a cumplir: la realidad supera la ficción.

Lo mejor, el acierto narrativo de Trapero, con su toque personal, estético y sonoro, más la elección del protagonista.
Lo peor, se echa de menos mayor intensidad para eclipsar e impactar, como sólo Arquímedes merecía.
Nota 5,7


No hay comentarios: