miércoles, 21 de diciembre de 2016

El contable

Christian Wolff es un contable y genio matemático, un hombre extremadamente tranquilo, obsesivo con el orden y con mucha más afinidad con los números que con las personas, que lleva una doble vida como asesino despiadado.


Matar y contar, su especialidad.

Puede que sea culpa mía, pero esperaba más acción y menos explicación psicológica, más movimiento presente y menos regresión al pasado, más vitalidad letal y menos currículum de los actos realizados; incluso parece poco estimulante, e incluso en ocasiones ridículo y obtuso, el por qué de decisiones y búsquedas que no acaban de encajar con esa altura que, al final se acopla de forma poética pero que, supongo, como buen panorama autista, es difícil de admitir en todo su entramado de corazón rígido y cabeza fría, dada su distancia emotiva para expresar y ser aceptado por el público.
Porque aprendió bien la lección, “eres distinto, y lo distinto asusta a la gente”, de ahí su aislamiento, protección y desconfianza ante cualquiera que se le acerque; pero este áspero, pulcro, conciso, meticuloso contador allá una pieza distinta en su último puzzle a confeccionar, esa que le hará alterar su patrón y rumbo cronometrado; saltarse su rutina ya es un logro, de escaso aliciente para el espectador, la verdad, que se refleja en esa tímida mueca labial, que altera su inexpresividad perpetua.
Es extraña, en sintonía al singular personaje que retrata, aún así sería poco sincero decir que se
disfruta plenamente/sería poco verdadero decir que desilusiona completamente; un acicate incómodo, poco manejable, de dificultoso deleite y asunción interrogante.
La atención se distrae, de eso no hay duda, aunque tampoco le entregas tu interés completo, sin ese pero retroactivo que echarle en cara; es un artístico baile -muchas otras veces representado- de similitud acoplada -convincente a medias- una vez se finaliza el trabajo y cada cual tiene lo dado; en caso del protagonista esa calma y control de terminar lo empezado y descansar una mente, que sólo él sabe cómo se maneja.
Ben Affleck, juzgado como actor/elogiado como director para un individuo de enormes carencias afectivas, maniático genio de las matemáticas, estricto y violento por herencia educativa, antisocial por represión sufrida, lo cual me lleva al interrogado
debate de si gustó o algo menos, por el cual me estoy decantando hacia lo segundo; un acertado guión, o que peca de cierto convencionalismo, para un personaje gélido, tirante y nulo comunicador, de brazos letales y pulgar firme para apretar el gatillo, que aspira a ser revulsivo y ansiar tu logro aplaudido.
Mucho drama familiar, algo de humor negro y conversaciones de oficina, más ese thriller anómalo por el tirador que lo lleva a cabo; intenta dar la sorpresa y aglutinar una pizca de todo a través de estereotipos, del cual el ejecutador contable pretende salirse con su falta de empatía y carencia sensitiva hacia los demás, lo cual no deja de ser otro estereotipo, dada la última moda de asesinos fríos y sin escrúpulos, por enfermedad discordante y recurrente.
“Rayman”, en versión más pacifista, contaba palillos
y cartas, Sheldon, “The big bang theory”, tiene como modelo a Spock, para llevar una vida al margen de las emociones; Christina Wolff parece juntar a ambos, con su inteligencia suprema y carencia de afinidad humana, sólo que aquí Spock es un duro e intransigente padre militar, que perfeccionará su distanciamiento y resguardo de la sociedad envolvente.
Es entretenida, aunque tampoco tanto; no acaba de cuajar lo que Gavin O’Connor quiere ofrecer y vender, más bien parece un modelo clásico de pistolero a sueldo, con identidad oculta, que se vale de su toque rarito para ser más original y exclusivo; “¿le gustan los acertijos?”, sí, distraen y hacen reflexionar, pero aquí no hay tal iniciativa curiosa, se deja ver, sin llegar a remate de ser única en su contenido, realización y acabado.
Mucho síndrome de Asperger, como nota alterante y seductora, pero su ojeo es banal, pasajero, no convence en demasía.
La diferencia, como excusa para la violencia; no es novedoso y el retrato confeccionado no sabe captar, ni intrigar a su audiencia; “Tengo que finalizar el trabajo”, es lo que hace, poco más.

Lo mejor; la acción y humor de su tramo final.
Lo peor; la cháchara previa para encajar las piezas.
Nota 5,9
interpretación 6 guión 6 fotografía 5,5 música 6,5 realización 6 montaje 5,5


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