domingo, 20 de octubre de 2013

Caníbal

Pura ironía es lo que preside la vida de este devoto cristiano, ciudadano ejemplar y modelo de vecino que pasa sus días en estricta rutina mortuoria como perfeccionista de sastre; el asesinato como desahogo de una soledad forzosamente elegida por la impotencia personal de no saber actuar de otro modo, de no saber convivir excepto consigo mismo. Grandes, eternos silencios donde el observar y conocer -mediante imágenes y gestos que suplen la ausencia de palabras- son las piezas fundamentales para poder disfrutar de esta historia, maravillosamente interpretada por Antonio de la Torre pero no apta para todos los gustos, para todos los paladares. Elegante y serena en la exposición del monstruos que se esconde en su interior, desapercibida y magistral dirección -inocua por su no perceptible presencia- que no interviene ante la falsa y sospechosa quietud, una gran sutileza y finura en el autocontrol de las acciones que pueden llevar a la pérdida de un claro e innegable interés, a una posible e inmerecida desconexión del relato, a un inoportuno y temporal aburrimiento que no haría justicia a lo que el susodicho individuo esconde. No es sencilla de ver ni de apreciar, su digestión es pesada por lenta, repetitiva y sin apenas sabor; pero si eres de los que tienen paciencia y saben ver más allá del estereotipo mostrado en primer plano -fácil y asequible lectura de un retorcido interior-..., entonces llegarás a buen puerto con experiencia irrepetible; de otro modo, serás de los que repitan el falso mito de "que malo es el cine español" 

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