sábado, 25 de julio de 2015

El 5 de Talleres

No todos los futbolistas son estrellas famosas y viven realidades millonarias. “Patón” Bonassiolle es el capitán de un equipo de Primera C argentina, el Talleres de Remedios de Escalada, que comienza a darse cuenta de que con 35 años su carrera está llegando a su fin y que debe enfrentarse al mundo real junto a su novia Ale.

"Me gusta el fútbol, los domingos por la tarde la mayor de mis aficiones, con los gritos y los goles se desatan las pasiones...", ¿fervor por algo más?, ¿no?, pues ¡empieza a pensar!
El capitán y líder de un equipo de fútbol de regional, el 5 de Talleres, decide retirarse y la pregunta que toca hacerse es ¿y ahora qué?
Un verdadero trauma según países y regiones donde el deporte del balompié es religión sagrada, perpetua, intocable, ilusionante bandera que consigue hacer un sólido espacio de regocijo y placer, dolor y amargura, esas lágrimas de alegría, ácida sonrisa petrificada de dolor, en ocasiones, que permite sobrellevar la insoportable rutina de cada día. 
Devoción y ansia por unos colores, club, emblema que son el aliciente para conversar, para entretenerse, para reír, para hacer comunidad, con un experto entrenador por aficionado, con la locura de acudir al campo, la exaltación de los partidos, la exquisita amistad de los colegas, la devastación de los malos resultados, el delirio de la victoria, la magia de compartir bellos momentos hablando el mismo lenguaje, toda una responsabilidad emocional en manos de 11 jugadores que ya tienen suficiente con subsistir; porque, aquí no se trata de Casillas, ni Mesi, ni Ronaldo sino de Patón, futbolista de la liga inferior, que no cobra cada mes y tiene que aguantar los reproches y malas maneras del decepcionado aficionado que no tiene nada más en su vida que disfrutar de ésta a través de las victorias de su amado equipo.
Con un doble enfoque, el jugador profesional, miembro de un equipo que debe decir adiós a la camaderia, al campo, al nerviosismo antes del partido, a la tensión del gol, a las lesiones y al compañerismo del vestuario y, el hombre adulto que duda de su porvenir, que no halla qué hacer con su tiempo próximo, que se encuentra perdido en el limbo, que fracasa en su intento de acertar qué camino tomar en su inhóspito futuro pues vacila y tema cualquier posibilidad, extraviado en un interior lleno de sentimientos confusos y contradictorios debe encontrar el lanzamiento correcto que le lleve a ganar este novedoso juego donde ya no es un entendido ni experto.
Esteban Lamothe, sensibilidad manifiesta, titubeo intimista que muestra con esmero y diestra simpleza, una interpretación honesta, cálida y afectiva bien arropada por al apoyo de su estable mujer, pilar donde aferrarse ante posibles derrumbes, una acorde Julieta Zylberberg que logra formar un matrimonio perceptivo y sustancioso, agraciado y grato que exhibe su interior hogar emocional con sutileza y habilidad sensitiva.
Adrian Biniez narra una historia humana, en plena transición, donde tan duro es la dejada como áspera la incógnita de la venidera acogida, enderezar el rumbo y abandonar la estela de lo único hecho hasta ese momento, adorable pánico a lo desconocido con el toque exclusivo de ese trabado y veloz habla uruguayo que, como curiosa marca que les identifica, también vuelve loco al personal por no lograr captar con fluidez y claridad, a pesar del atento esfuerzo, todo lo dicho y expresado. 
Tema interesante, personaje consistente, trama bien evolucionada, simbólico drama que se mantienen en la altivez de no utilizar el recurso de la profunda lástima, un trabajo entero, comprometido con su idea, sencillo pero de sabia evidencia que, con todo, deja escapar el interés absorbente del público por momentos alternos pues si su mejor cara es la intimidad que plasma, ese mismo as se evapora intermitentemente por exceder en pasividad escénica y conversaciones anoréxicas donde, la comunicación con el receptor vidente, se estanca ante diálogos lánguidos y huecos que ni aportan nada ni van a sitio alguno. 
Letargo de minutos que comparten escenario con otros muchos ágiles y oportunos, exaspera la lentitud de su contenido, la parsimonia, en ocasiones varias, de su inapetente habla que produce desgana, más cuando convive con un montaje y combinación que son de fruto gustoso, esporádico sopor que se puede obviar pero, no por ello, dejar de estar presente siendo losa que ralentiza el activo ritmo de sus hermanas de imagen con quienes comparte rodaje, un suma y resta que afecta al consumo, digestión y resultado de la película, lastimosa mezcolanza que impide disfrutar plenamente de ella, aún a sabiendas del agudo tema y pertinente plantel de ingredientes.
No sabe ganar, por impositiva goleada, su propio partido, se conforma con una victoria por la mínima.



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