domingo, 19 de julio de 2015

Una historia real

Cuando Michael Finkel, un desacreditado reportero del New York Times, conoce al presunto asesino buscado por el FBI Christian Longo –que se ha apropiado de la identidad de Finkel–, su investigación se transforma gradualmente en un inolvidable juego del gato y el ratón. Basada en hechos reales, narra la incesante búsqueda de la verdadera historia de Longo por parte de Finkel.


"Me gusta más la verdad cuando soy yo quien la descubre que cuando es otro quien me la muestra", sentencia dictatorial que resume, por qué no ilusiona ni entusiasta, dicha historia. 
"Todos merecen que le escuchen su historia", más cuando ésta puede ser el salvavidas que te reflote de ese naufragio periodístico en el que te hallas hundido, masacre profesional a resetear con esa increíble oportunidad llegada como glorificada agua para el agónico sediento.
Mike Finkel, ex periodista del New York Times, con una sepultada reputación a limpiar y recuperar, requerido por Christian Longo, presunto criminal, para hacer llegar al público su historia, se versión de los hechos, su vida en forma de exitoso libro gracias a esa desconocida verdad que sólo compartirá con el susodicho por el respeto, admiración y confianza que, poco a poco, entre ellos se generará.
Y ¡cómo no sentirse especial!, ¡emocionarse ante la posibilidad abierta, ilusión de ser el único en conocer ese gran secreto a revelar a los lectores!, ¡qué ávido oso se resistiría a tan suculenta miel!
Sin duda, las habilidades del gato emergente, James Franco, son excepcionales, distante, frío, sereno y fascinantemente calmado, acorde interpretación al nivel de su creíble oponente, un, por ahora, perseguido y manipulado ratón, el esmerado Jonah Hill que forma, junto a su compañero, la parte atractiva y gustosa del relato, esos sabrosos momentos de complicidad, de confortable diálogo donde se juega con la sinceridad, la veracidad, la confianza y el significado de todos ellos.
La lástima es que, dicha complaciente parte, no se vea apoyada, supeditada y realzada por una intensa investigación que le vaya a la par y ayude a integrar al espectador con apetencia y ganas en el asunto a tratar, complemento imprescindible en un caso de asesinato múltiple, indispensable pesquisa informativa para cazar a la liebre, nerviosa e impaciente de ese ansioso juicio en busca de lo realmente ocurrido.
Porque todo ocurre a distancia emotiva, gélida separación sensitiva que no permiten aflorar tus sentimientos o pensamiento cognitivo al respecto, escenario sin garra ni fuerza que te obligue a involucrarte y sentirte afortunado por haber evitado, o caído, en el engaño; Rupert Goold vive de sus dos intérpretes, de su visual cautiverio y de la esperanza de un atrape por tratarse de historia real sobre un despiadado y loco asesino que se encarniza con su propia familiar.
Y, aunque está en lo cierto, al público apasionan casos veraces de mentes idas que realizan atrocidades inexplicables, se olvida de nutrir el guión con más autenticidad, brío y solidez, energía que te mantenga en tensión, ardor e incesante incógnita, cuya permanencia e insistencia vuelva loca a la mente y despiste al corazón a la espera de la valiente o cobarde resolución, no ya del tribunal cuya sentencia ya ha pasado a los anales de la curiosidad histórica, sino del oponente, manejado a capricho y necesidad del atractivo coyote que se divierte y entretiene, con paciencia y sin pausa, al observar como vuelve, una y otra vez, su escogida víctima a por más tanda de ese correcaminos que sabe ya no queda nada más por andar.
"No puedo ayudarte si tú no me ayudas", primer paso de un encantamiento bien representado por sus asistentes que te deja en estado de indiferencia perceptiva al no requerir tu participación ni elección de bando, una simple observación llana, plana y cómoda que se reconduce sola sin contar contigo, sin solicitar que el público suba al autobús de dicha resolución y su inevitable sentencia.
Sin saber más sobre las víctimas, los hechos y el contenido del libro del que se inspira la cinta, con la producción de un Brad Pitt comprometido con el cine que quiere patrocinar y algún día dirigir, queda un relato conformado en torno a ese privado cuadrilátero para dos que se centra en la intimidad compartida por los susodichos protagonistas en su exclusiva partida de ajedrez, dejando a segundo plano el juego de los acontecimientos y pruebas que la acompañan, fallo que deja cojeando una velada que debería haber resultado inolvidable, de gran recuerdo e impacto y, en cambio, transcurre como pasaje, poco ilustrativo, de un demente más que, rápidamente, pasa al olvido.
La resuelta verdad como cebo, dulce goloso para encandilar y seducir, la cual se corrompe tanto con la mentira como con el silencio, sólo que aquí se retoza ingenuamente con ambos adejtivos cuyo resultado es un infructuoso ejercicio de descubrimiento que no sacia, ni motiva, ni inspira a ofrecer tu opinión, un leve y abstracto ojear como lo hacen los demás que ni hiere, ni fustiga, ni quema en el alma, percepción no deseosa pues hablamos de traición, violencia, mentiras y vil parricidio sin lamento ni compasión, la más pura maldad que te hace un guiño de complicidad inofensivo.
Una historia real hecha con plastilina que se olvida de moldear y resaltar muchos factores, únicamente enfoca su atención en dos peones cuyos negativos propios forman un positivo limitado, mínimo y, aunque conforme, también pobre; tanto los sucesos como el vidente merecen más logro y goce.



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