lunes, 29 de junio de 2015

El niño 44

En la antigua Unión Soviética, Leo Demidov (Hardy) es un guardia de seguridad y antiguo héroe de guerra que cree fervientemente en Stalin. Pero cuando investiga una serie de asesinatos de niños, el estado lo releva de su cargo y lo aparta de la investigación para preservar la ilusión de una sociedad utópica libre de crimen. Demidov luchará entonces por encontrar la verdad tras estos asesinatos y la auténtica razón por la que el gobierno rehúsa reconocerlos. Por su parte, su esposa (Rapace) es la única que permanece a su lado, aunque quizá ella oculta también sus propios secretos.


No por más vueltas y rodeos es más interesante el paisaje o atractiva la ruta; la travesía, larga o corta, sólo tiene que ser intensa e inolvidable, aquí ni llega ni se cumple.
Hay ciertos puntos que tienes claro, evidencias con las que inicias esta partida del cluendo..., el Holodomor, estrategia que consiste en matar de hambre a los niños ucranianos por parte de Stalin -te lo dicen claro al principio-, que nuestro héroe procede de esa agonía, que Leo renacido -"¿cómo te llamas? Ya no quiero mi nombre"- es agente soviético ferviente seguidor del partido al mando de su propio equipo investigador, que está locamente enamorado de su mujer, que "no existe el crimen en el paraíso", y que, a partir de estos puntos, se pondrá a prueba su obediencia ciega al partido, donde la gente hace lo que sea necesario para sobrevivir y donde poco importa la verdad, simplemente di lo que quieres que diga o confiese y ¡ya está!, porque una vez señalado..., ¡nada importa ya! como cadena de fichas de dominó, la tuya ha caído y tanto si tumbas a la siguiente o te niegas, la inercia sigue su corriente y nada puede hacerse para ponerle freno pues se necesitan malos, traidores, espías, comunistas, judíos, negros..., ha elegir víctima según época y guerra, que mantenga la dignidad y ritmo del estado creado en nombre de la pureza, la paz y el bienestar de los buenos ciudadanos.
Por un lado la doble identidad del protagonista, por otro su castigo ante la osadía de seguir sus intuiciones y no respetar el rango, por otra la rivalidad enemiga entre compañeros que convive con el recelo, la venta y entrega -¡o vendes o te venden!, subsistencia al precio que sea- de quienes se llaman amigos, la ficticia historia de amor que va cogiendo ímpetu y realidad, miedos escondidos, mentiras para mantenerse a flote, lealtad a un alto coste y asesinatos continuados de niños que a nadie parecen importar pero que incomodan a excesiva gente cuando se remueve su fango e indaga en la inmundicia de su procedencia.
Es decir, que combinamos varios frentes al tiempo, como experto malabarista con sucesivas pelotas lanzadas al aire intentando dejar reflejo de su destreza, habilidad y arte para jugar con todas ellas a la vez y salir indemne; y, aunque es cierto que el espectáculo vale la pena, el equilibrio se mantiene y parece poder apañarse con todas las piezas al tiempo en espacio reducido, no evita la sensación de 
demasiada altitud para tan escasa recompensa, elevación que no resulta tan subliminal como vendía el prospecto pues tu inicial y entusiasta apertura a la aventura creada pierde fuelle, gas y nervio ante su marcha minutera durante la cual, este herculano que va contra el sistema para redimir propios pecados y limpiar su conciencia, se convierte linealmente en indagación y caza al perturbado donde va a resultar ser que comparten más de lo que se espera. 
¿Qué al final gusta y entretiene? Sí, pero es afirmación comedida que no se expresa con la contundencia debida, no dejas de tener la sensación de demasiado revoltijo para un thriller de asesino en serie que tampoco esconde un secreto tan gustoso y ardiente que tense, con perspicacia y devoción, la andadura hacia su resolución.
Tom Hardy, con su habitual potencia y firmeza para interpretar personajes fuertes, de gran carisma y ferocidad herida en su más sensible corazón y alma, que renacen de sus cenizas y realzan el vuelo como 
contundente ave fénix cuya presencia siempre es delicia a observar y disfrutar por la vista, una correcta, Noomi Rapace, como esposa acompañante y un veterano, siempre cumplidor, Gary Oldman como luchador de batalla que se impregna del deber de su colega, una cuidada escenificación de tonos lúgubres, opacos, devastadores, de fantasmal hambruna y pánico siempre merodeando por los rincones, al acecho cual agudo leopardo a la captura de su gacela, y un argumento basado en la novela de Tom Rob Smith que, sin entrar en ella por desconocimiento, deja un guión repleto que resuelve medianamente todas sus papeletas, uníon aprobada de todos sus resquicios pero, en el fondo, ¿ a qué hemos jugado?, a historia, guerra, horror, supervivencia, lealtad, amor, traición, poder, locura, enfermedad mental, abusos, remordimientos, monstruos, a la verdad y la mentira o a un poco de cada uno en sus inicios y viramos hacia un "Misericordia, los casos del departamento Q" soviético de asesinatos encubiertos de niños -¡44!, vale, bonito número- donde distraer al personal durante su larga duración?
Daniel Espinosa parece dudar por escoger una única ruta, penetrar intensamente en ella y ver lo qué sale, por ello marea la perdiz con varios comodines que se unifican en búsqueda y redención sobre la culpa y los errores del pasado.
"¿Crees que soy una especie de monstruo?" El filme entero se apoya, al igual que tú, en un acertado actor intérprete para recibir balonazos continuos, unos tras otro, cosa distinta es la calidad del lanzamiento, magnitud del golpe e interés que despierte cada uno de ellos; en la mochila de viaje debes cargar sencillez y mínimos imprescindibles para necesidad del camino escogido, no sobrecarga por no saber elegir con sabiduriá qué está de sobra, qué se sobreentiende sin impregnar de más los fotogramas y cuál es el objeto de obsesión e inquietud en el que concentrar todas las ideas.
Sin poder afirmar que no me ha gustado, tampoco puedo negar su contrario, que me haya deleitado, me muevo entre una satisfacción dudosa, pendiente de ese hilo de voz que me susurra, en el no-del-todo-satisfecho inconsciente, que lo ha saturado demasiado en su intento de hilvanar todos los cabos perdiendo la gracia, inteligencia y su pericia por el trayecto.